Un cumpleaños glorioso Imprimir
Escrito por Salvador   
Jueves, 08 de Octubre de 2015 22:27


Ésta, la edad en que ya parecen lejanos los años treinta del siglo pasado, me parece, sin embargo, que es la ideal para empezar a soñar. Atrás quedan las calles empedradas, las atarjeas con sus aguas cristalinas, incluso el Castillo –compañero de los años- adornado de chumberas que se fueron sobre un pueblo de soles y lunas…  Pero, queda un cielo de rabioso azul, ribeteado por nubes acolchadas que te invitan a balancear tus recuerdos, en espera del descanso merecido. Y, también, quedamos nosotros… para decirnos palabras, mirarnos a los ojos, cogernos de las manos y suspirar embelesados, como en aquellos tiempos.


Por ello, sin más preámbulo, os invito a ver el reportaje –aunque no está completo, a falta de las tomas que han hecho muchos de los asistentes y que estoy pendiente de recibir- en donde se recogen algunos de los buenos momentos que hemos vividos estos días, en que Pilar  -como decía un célebre sermón- ha tenido a bien cumplir sus ochenta años.


La verdad es que empezamos el periplo el día 23 a mediodía, junto a Pili, para recalar en Málaga, donde tuve oportunidad de ver por última vez en el Clínico a mi primo Rafael, que incluso se sonrió con los recuerdos que le hice de los días de la taberna de Sebastián, el Cojo Palitroque, nuestro cuartel general, y de los viajes a Granada para los exámenes de Derecho, en los que esperábamos que viniera el padre de Salvador García, el señor Clavelito, que nos invitaba a gambas en gabardina y otras delicias inasequibles para nosotros, que estábamos más secos que la mojama. El 24, fecha del cumpleaños, iniciamos, Pilar y yo,  el día con una Misa en la Asunción y un desayuno en la Canasta. Después, salimos con Maria Josefa y Maria José para Gaucín, con escala en el paseo de Sabinillas, donde probamos unas sardinas al espeto y pescaditos fritos. Por la noche, bajando por el callejón del Tuerto  - donde nos hicimos novios en abril del año 1952-, estuvimos cenando en “La Granada divino” (extraña denominación), cosas exquisitas y con la compañía agradable de Belén. El 25 por la mañana Sebastián Márquez nos llevó a visitar la Bodega y viñedos de Cezar, en la finca Buenavista, junto al Puerto del Negro, que nos encantó. Por la tarde, tuvo lugar la promoción del Libro “Gaucín, gastronomía popular”, de Miguel Vázquez González, mi cuñado y amigo, cuya presentación tuve el gusto de hacer y, después, fuimos invitados en la Taberna del Zorro. El sábado, 26, celebramos una Misa de Acción de Gracias –con lecturas a cargo de mis nietas-  en la que el nuevo Párroco Miguel Ángel Merced Reyes dedicó unas cariñosas palabras -y la felicitó con un cante criollo- a Pilar y posteriormente nos trasladamos al Cementerio a visitar a nuestros padres y familiares. La celebración del cumpleaños terminó con un almuerzo familiar en “La Parrilla del Pilar”, con intervenciones varias y cariñosas. Por la noche, reincidimos y tuvo lugar el tradicional paseíllo del paciente Pepe Rubio, “Pespppeee” para los primos. (He hecho el relato minucioso del periplo para justificar el extraño caso de que sólo engordé tres kilos).

Algo de lo anterior se recoge en el reportaje que podéis ver pinchando aquí


https://plus.google.com/photos/118184867089338388542/albums/6201918902821219361

 

Como a la abuela, y a mí, nos gustaron las oraciones que prepararon para la Misa de Acción de Gracias, las hacemos públicas. (entre paréntesis, las nietas que las dijeron):


PETICIONES

(PILUCHI) 
Por la abuela Pilar, para que le concedas, Señor, muchos años de vida para seguir entregándose a todos, como hasta ahora.
Por el abuelo Salvador y por nosotros, sus hijos y nietos, para que sigamos queriéndola cada día más y tratando de seguir sus consejos y su ejemplo.


(MARIKI)
Por los amigos, y por lo que no lo son, para que todos nos amemos como hermanos.
Por las intenciones del Papa, en especial por los pobres y necesitados, por los emigrantes y perseguidos, por los ancianos y niños, para que veamos en ellos al mismo Cristo Jesús.


(MAITUCHI)
Por sus hermanos  y sobrinos, para que sigan tan unidos a ella, como hasta ahora
Por nuestros difuntos, a los que tanto debemos.


ACCIÓN DE GRACIAS


(ALE)
Te damos gracias, Señor, por regalarnos esta familia y, también, por permitir que se mantenga unida.
Pero, hoy, Señor, te agradecemos especialmente el compartir nuestra alegría con el lazo que ha hecho posible esa familia y esa unión: mi abuela Pilar.
Y este agradecimiento lo es por tanto cariño como da –y como recibe- de su familia: la “chica” de las Valdivia es muy tía de sus sobrinos, muy cuñada de sus cuñados y muy hermana de sus hermanas.
Y esta gratitud lo es por tanta ternura con la que ha cuidado a sus nietos. ¡Te queremos, abuela!, ¡¡Te queremos mucho!!
Es, asimismo, el reconocimiento de tantos amorosos cuidados que de ti recibieron tus hijos. Nada serían sin tus solícitos empeños.
Y también, Señor, te damos gracias por haber sabido mantener viva la llama del amor con el  abuelo, amor que es el nido de afectos que habéis urdido con tantas ramitas de apoyo, comprensión, desvelos y prudencia.
En este día en que celebramos tu ochenta cumpleaños, queremos recordar a quienes nos esperan en el cielo: tus padres (Felicia y Juan), tus suegros (Josefa y Pepe), tus tíos (Angelita y Alfredo), tus cuñados (Mario y Pepe), tus sobrinos (Teo y Pablo) y tus consuegros (Poncho y Emilio), para que sigan cuidando nuestras vidas como aquellos “Ángeles de la Guarda”, a los que nos enseñaste a rezar.
A rezar, con esas oraciones, querida abuela, que cada uno de nosotros expresa a su manera, pero con el poso que tú has ido dejando en nuestros corazones, con tu forma de entender la vida. Con ese espíritu, decimos con alegría:
GRACIAS, SEÑOR, POR NUESTRA ABUELA.
GRACIAS, ABUELA, POR ESTAR AHÍ.
QUE DIOS TE BENDIGA.

 

Entre las muchas intervenciones que se dieron (hermanas, hijos, nietos y sobrinos) trascribo las que Teodoro tenía preparada. Después, entre jipíos de cariño y emociones, salió mejor, pero nadie tuvo la precaución de tomarlas en vídeo en su totalidad. Pensó decir mi hermano y, luego, lo mejoró:


Me ha pedido Salvador que tome la palabra para, por la parte que nos corresponde, le diga algo a la cumpleañera, a la nueva octogenaria.


No sé por qué lo habrá hecho conociendo mi nula capacidad oratoria y sabiendo que yo, como él, soy propenso al hipido fácil. Así que ya mismo me veré tratando de recordar lo que tenía pensado decir y a duras penas me saldrán las palabras, no obstante, intentaré llegar al final.


Supongo que habrá sido con la intención de equilibrar la balanza: por los Valdivia Toledano, la mayor, por los Martín de Molina, el más pequeño.

(Nota, a mi pesar: No pudo ser que Salvadora hablase, como estaba previsto, como jefa del clan. La muerte de Rafael, le impidió, a ella y a los suyos, unirse a la común alegría.)


Sabes bien, Pilar, que para nosotros nunca fuiste cuñada, ni “cuñadita”, siempre fuiste, eres y serás, una más de la familia. Al igual que el resto de cuñadas,  y del mismo modo que este buen hombre al que llamamos Miguel.

Recuerdo bien que cuando nací, mi madre me acogió en sus brazos y me dijo: “Hijo de mi vida, yo soy tu madre, éste que está aquí a mi lado es tu padre, y aquellos de enfrente son tus hermanos: Inmaculada, Jesús, Pepe, Francisca, Salvador y, al lado de Salvador, esa chiquilla tan vergonzosa es Pilar”. Esto que digo no creas que lo haga a humo de pajas, que todos mis hermanos, y tú misma, lo podéis corroborar porque lo debisteis de oír igual que yo. Parece ser que el nacimiento de aquel niño no vino solo sino acompañado de una niña más crecidita que ya tenía engatusado al hermano mayor y en poco tiempo engatusaría a todos los demás miembros de la familia.


Tengo la fortuna de ser el referente de todo el tiempo que Salvador y tú lleváis juntos. Así que desde toda mi vida has formado parte de los nuestros como una más.


Estos casi 64 años es tiempo más que suficiente para que entre nosotros haya pasado de todo. Hemos compartido tantos y tantos momentos que sería imposible enumerarlos uno a uno o hacer resaltar unos de otros. Juntos, en familia, hemos disfrutado de los mejores y hemos sufrido en los menos buenos, estuviste con nosotros cuando nos divertíamos y nos consolaste cuando lo necesitamos, de igual modo que lo has hecho con nosotros lo hiciste con nuestros padres, le serviste de compañía, de consejera, y de ayuda en todo aquello que necesitaron. Cuántas tardes en Gaucín, o mañanas en Jaén, las compartiste con ellos entreteniéndolos con el juego que a ellos les gustaba tanto. Cuántos viajes a Ronda. Cuántas veces los acompañaste al médico, a la peluquería, al mercado, a donde hiciera falta.


Mientras Salvador estaba en “sus cosas” (que no eran otras que el mejor bienestar de su familia), su mujer se encargaba de estar cerca de nosotros.


Probablemente, el recuerdo más especial sea el de los últimos meses de la vida de nuestro padre, cuando tú y yo, los únicos que no teníamos un trabajo oficial ni oficioso, compartíamos las mañanas con él tratando de hacerle más llevadero el tiempo que le restaba que estar con nosotros.


Siempre te recuerdo en la casa, de soltera y de casada. En las matanzas, en los días señalados mientras se llevaban a cabo todos los preparativos, y en las celebraciones en sí mismas. No había festividad, aniversarios, santos, navidades…, en la que no estuvieses allí, ayudando primero y disfrutando después con todos nosotros.


Nos diste los primeros sobrinos, los primeros nietos, y disfrutamos con ellos como niños con zapatos nuevos. Nos acogiste en vuestra casa cuando por obligación, o por devoción, estuvimos con vosotros. Seguro que te importunaríamos más de una vez, pero pocas veces notamos que te sintieras molesta, lo supiste guardar para ti.


Por eso quiero ahora pedirte perdón por todas las veces que, fruto de nuestras acciones u omisiones, sobre todo de nuestra tan alegre lengua, te hayamos podido ofender aunque hubiese sido sin la más mínima intención de hacerlo.


Aquella chiquilla vergonzosa del año 51 poco a poco fue ganando galones y subiendo dentro del escalafón de la familia hasta convertirse en imprescindible para muchas cosas y un ejemplo para todos, sobre todo fue creando escuela entre las demás cuñadas y, hoy es el día en el que no hay ni uno de los varones Martín de Molina que no sepa decir, y además convencido, eso de “Sí, Pilar”. Bueno, lo hemos adaptado y decimos: “Sí”, “Lo que tú digas” o “Como quieras”, Encarni, Pepita o María. El único que no aprendió fue Miguel, que, al ser varón, ese campo le estaba vedado, y él es el que dice amén a todo lo que diga Inmaculada.


Creo que la vida, si al principio fue muy dura contigo, con tu madre y con tus hermanas, al final se ha encargado de hacer justicia y ha sido generosa, pues te ha ido rodeando de una familia de la que bien te puedes sentir orgullosa. Tú esfuerzo, vuestro esfuerzo, ha dado los resultados que hoy podéis disfrutar en vuestros hijos y nietos, fundamentalmente, y con el resto de los miembros de esta familia tan larga que hoy te acompaña casi en su totalidad.


Felicidades Pili, desearte que cumplas muchos más, no otros ochenta, que eso sería una condena, pero al menos que llegues a la edad de Felicia. Para esa ocasión, yo, como la mayoría de nosotros te felicitamos ahora, porque lo más probable es que entonces eso nos sea imposible. Cuando llegue ese momento sólo quedaréis las Valdivia Toledano y, si tienen suerte, algunos de los más jóvenes, sobre todo aquellos que hayan heredado el gen Toledano.


Pili, un beso muy fuerte en nombre de todos, creo que sabes lo mucho que te queremos.


Las palabras finales que dediqué a Pilar, decían así:



Después de tanto bonito y sentido como se ha oído, nada más puedo decir, porque lo habéis dicho todo. Escribiendo estas notas me preguntaba qué palabras podría encontrar que comprenda lo que siento en estos momentos. He cooperado con los que habéis organizado este entrañable acto con una legión de fotografías, que espero hayan recogido lo esencial de sus recién cumplidos ochenta años. Imponderables técnicos, nos han librado del tedioso Power Points. Pero, como he estado varios días  preparando el resumen fotográfico de estos ochenta años, pienso que bien podría hacer un breve resumen de lo que he visualizado.


Después, quizá habrá ocasión para buscar alguna referencia poética que me acerque a mis íntimas sensaciones. 
Nació en martes y…  veinticuatro  (una tonta metáfora: iba para caballero veinticuatro, concejal de tiempos pasados… y se quedó de alcaldesa de mis ayuntamientos), en un mes de septiembre. Y, concretamente, en el año 1935, cuando Greta Garbo y Fedric March estrenaba la película de la década “Ana Karenina” y  Fred Astaire y Ginger Rogers bailaban el “Check to check” que nos incitaba todavía en nuestra juventud.


Antes de hacer el recorrido, más o menos entretenido, quiero hacer una referencia obligada a nuestros ancestros. Por supuesto, a mis padres, Pepito Martín y Josefina la serrana, que me trajeron a este mundo para hacer posible que nuestra Pilar encontrara su media naranja (por decir algo benévolo).  Y, cómo no, de Felicia Toledano y, especialmente, de Juan Valdivia, injustamente apartado de su vida, lo que ha sido muy determinante a lo largo de estos ochenta años. Pero, no quiero rememorar el cerezo y el castaño que le acompaña en el gredal de Benadalid, porque estos tiempos son, no de olvido, sino de perdón.


Es mejor recordar aquello días de una niñez vivida en la austeridad –lo que le ha enseñado a superar las carencias- de la que resalto a la muñeca con su verruga que le echaban los reyes magos un año si y otro no. Incluso, de la pubertad con aquellos años de privaciones y penurias, cuando salir de Gaucín por primera vez a los quince años fue para ella una aventura. Pero quedan los días inolvidables de la escuela de Doña Ana, las catequesis con Don Antonio Sanz, las salidas en burro a Benarrabá y otros recuerdos imborrables.


Hasta que llegó aquel augurio, en la noche de difuntos de 1951, cuando en el cementerio tuve la osadía de tocarle el brazo y me respondió con un trotazo. Fue como la flor de casia que Carmen arrojó a los pies de D. José… Cinco meses después, en el callejón del Tuerto (valientes hitos me busqué!!!), todo se consumó. Menos mal que fue a la luz de la luna de abril… porque si no, no hubiéramos tardado diez años en casarnos.


A punto estuvimos de no hacerlo, porque hace poco me enteré (se lo confesó a mi nieta Ale, delante de mí) que tuvo un novio jimenato, que se echó por teléfono, cuando ella era telefonista de Manolita Nieto con aquellos artilugios de enchufar… El nuestro, nuestro noviazgo, ya podéis figuraros como fue, con aquellas libertades que teníamos: nos dejaban ir hasta la revuelta de la carretera; cuando volvía de algún viaje yo besaba a mi suegra y a todas mis cuñadas (desde entonces, las odio a muerte) menos a ella. Menos mal que nos tomábamos por la carretera algún que otro bocata de atún y alguna que otra copita de fino en el Salón Molina con el dinero que le habia sisado a mi padre. Un recuerdo muy grato de aquel noviazgo –porque pone de relieve quién es quién entre nosotros- fue cuando, a propósito, me tiró el llavero al fondo del Puente y yo, con gran empaque, dignidad y solemnidad, fui a recogerlo. Ya os digo: un nuevo hito… bueno esto fue un mojón de carretera.


Bueno, vamos a dejar estas fruslerías para cuando tengamos ganas de reírnos, y vamos a lo serio.
Pues, en serio nos casamos en enero del 62. El viaje de bodas apoteósico, con la previa experiencia que acumulábamos. Pero, lo pasamos fenómeno y hasta nos tocó un pico en la Lotería. Por cierto, la única vez en mi vida. Porque, la verdad, la lotería que me tocó fue ella. Y aquí empezó una felicidad que todavía no ha terminado. Y todo, porque ella ha sido  -siempre, lo sigue siendo y los será- modelo de hija, madre, abuela, hermana, amiga, viajera… lo que quedráis.

Puntualizo:


Como hija, aparte de los años que pasó en su casa –hecha una esclava de sus hermanas, que todo hay que decirlo- no tengo que recordar como nos alegraron los tiempos en que madre Felicia pasaba unos días con nosotros y cómo la atendió en aquellos meses finales de Málaga. Y no quiero contaros las peroratas que le aguantaba con cariño a mi padre, que le habla de Maria Oña y Angelita Blanco o la de visitas médicas en que acompañó a Josefita.


Como madre, ahí están mis retoños para de fe de todos sus desvelos, incluidos los pellizcos y regañinas. A pesar del Osito de Murcia, de mi querido niño Salva  y de las admoniciones para que vayáis a Misa. No importa, yo sé que el poso que sembró ha echado sus frutos. Y que, por lo que ha representado y representa en la vida de sus hijos, bien merezco yo estar en segundo plano.


Como abuela, no voy a hablar, porque bastante sabéis vosotros lo que os quiere y el chocheo que tiene. Bueno, con algunos más que con otros, porque… eso no tiene remedio. Hay que reconocerlo. Ya veréis como es, que hasta está entusiasmada con mi Miriam, mi Miguel y mi Toto…y mi Jesús…


Como hermana, no digamos. No creo que ninguno de los Martín pueda tener la mínima queja, si acaso nuestra Francisca, por estar tan lejos y no poder verla más. Por eso, le ha hecho esa felicitación que me ha conmovido. Y las Valdivia… las Valdivia es mejor que se callen, porque estoy de ellas hasta la coronilla. ¡Si es que no hay nadie como las hermanitas! No se conforma con hablar todas las noches, hora y media, con las tres, eso sí, repitiéndose una y otra vez las mismas cosas de la abuela, las de Angelita, las vivencias en La Canasta y…  alabanzas de Teo y mías.  Qué voy a hacer si es mi sino!!!


No creáis que me olvido de los sobrinos, porque ya con vuestra asistencia a este encuentro estáis demostrando que no tenéis otra tía mejor. Y para terminar con este recorrido familiar, tienes valor Margot con ser la prima fiel. Un recuerdo especial para Paqui y Rafael que no han podido venir (cuando escribí estas palabras no podía imaginar el fallecimiento de mi primo) , y para el primo Teodoro y Carmen, que están con la niña en Sevilla. Y, cómo no, un abrazo cariñoso a María, representante de nuestros mayores: que Dios te conserve muchos años con esa alegría que te caracteriza.


De las amigas no quiero hablar, porque ya se encarga ella de hacerlo: son el sustituto perfecto para la ausencia de las hermanas Valdivia. Yo, os lo digo en secreto, lo veo como un descanso vespertino, pero… hay momentos en que me pregunto ¿Qué pinto yo en este mundo? Bueno, en serio: es la mejor amiga que alguien puede tener. Lo mismo da que sean catequistas, que vecinas, que asistentas, que mujeres de los secretarios, que las de matrimonios ACIT, que las de la Trucha… qué sé yo, si tienen ese corazón que no le cabe en el pecho.


De lo que sí quiero hablar -esta vez para reprocharte algo- es de los viajes. Ya sabéis –y si no, os lo digo yo- que la señorita, ahora, no quiere viajar sola conmigo. Que si me puedo caer, que si estoy torpe, que si no tengo reflejos… Muchos reparos, pero a mi todavía me gustan los viajes. Y, contigo sólo, mejor. O es que ya no te acuerdas de que hemos recorrido medio mundo (para compensar aquella salida tardía a Ronda). Y no hemos ido más lejos porque no hay quien aguante un viaje largo de avión. Con el de Chile (¡Y que viaje inolvidable con la Hermanita de los Pobres!), ya hay bastante. Pero que nos quieten los bailao, en Paris, Londres, Roma, Viena, Budapest, Praga, Eslovenia y en el fin del mundo. Y cómo nos hemos pateado (bueno, en el coche) toda España y sus islas… Y, ahora no quieres acompañarme… no tienes perdón.


Después de este desahogo (inútil, como siempre), ya no quiero deciros más que Pilar ha sido para mí, mi amiga y compañera. En las alegrías y en las penas. Cuantas fecha felices de primeras comuniones y casamientos, cuantos cumpleaños y aniversarios, incluido el de los Cincuenta años, cuantos motivos de satisfacción compartida. Y, tambien, me ha soportado en aquellos años iniciales en Valdepeñas, solos y con los tres niños, con escasez a veces y agobiados por el trabajo… No importaba: se fueron las nubes y vino contigo una fina lluvia para acompañar mis senderos. Aún los más dolorosos, que hemos aceptado juntos, como las muertes de Mario y Pepe, las de Teodorito y Antonio Pablo, la de nuestros consuegros y nuestros padres, y últimamente, el susto que os di con mis vacaciones en el hospital y que no pude agradecerte en aquellas horas en que estuve pendiente de un hilo….


Todo ha pasado en estos ochenta años que hoy intento rememorar. Estoy por asegurar que mi vicio de siempre empezó con aquellos primeros versos –contando simplezas candorosas- que fueron para ti. ¿Te acuerdas de aquellas interminables cartas que a diario nos mandábamos cuando estábamos separados?  Yo, si que me acuerdo de que nuestro primer beso –apenas un roce de alegría- se enredó en las piedras del río, porque mi corazón siempre estuvo enzarzado en tus claridades sin sombras, siempre agarrado, como un  taureg perdido,  a las palmeras de tu  oasis.


Y es que –no sé si acabaré por decírtelo- siempre has sido como un vaho de estrellas en el firmamento de mis deseos. Como la música cuando silva sobre las olas. Como un festín de flores de alegría, y dulzura, de fidelidad y de amor permanente.


Han pasado los años y siempre te heencontrado a mi lado, aunque nuestros cuerpos no son aquellos, uno junto al otro con la ilusión de los reencuentros. Nuestras palabras ya son más lentas, pero me pienso que las mías tienen la  misma ternura de los primeros años. Me gustas hasta cuando estas callada porque me figuro que es como si un beso te cerrara la boca. Quizá las miradas tarden más en llegar y las lágrimas contengan las ganas de llorar. Pero, después de tantos años, me estremezco si aciertas a mirarme.


Cuando te encuentro, sin acaso comprenderte, me asombran los recordados momentos  del ayer. ¿Y te digo lo que más me ilusiona? Saber que vamos envejeciendo, día a día, pero cogidos de la mano de la generosidad. Y, si pudiera, te daría, aparte de un beso, el calor de mi comprensión.


Bueno, dejaré las intimidades para cuando estemos solos.