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Lo que se nos ha ido PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Martes, 02 de Septiembre de 2008 17:47

 

No sólo es interesante hablar de las cosas que conforman nuestro entorno, sino que también merece la pena recordar lo que ya hemos perdido, lo que nunca volveremos a ver, pero que está en nuestra memoria y, por lo tanto, merece la pena que lo rememoremos.

En otra ocasión (“Anecdotario de Gaucín”, en esta misma WEB) me he ocupado de aquellos entrañables lugares de ocio y esparcimiento (el Casino, los bares de Chiquilitré, Dieguito, Juan Real, Antonio Molina…) que nos acompañaron en nuestra niñez y juventud, hoy sustituidos por los  de la Venta Socorro, Pajuelo, Pacoypepe, Antonia, El Pilar, el Chaparro y una creciente industria de  hostelería (La Fructuosa, Casablanca, Don Martin´s, La Casita, El Caballo Andaluz, Moncada, La Herriza o el Ventorro de San Antonio…) que es uno de los sostenes de nuestra economía.

 

Casa ruinosa de Chiquilitré

 

Voy a fijarme hoy en otras industrias totalmente desaparecidas y en el ramo de artesanos, que tan importante incidencia tuvieron en nuestros recursos.

Merece un estudio propio el floreciente campo del viñedo de Gaucín, que no sólo la filoxera, sino que otros factores, humanos principalmente, hicieron desaparecer de nuestro paisaje y nuestra prosperidad. No he llegado a comprender cómo este cultivo se mantiene en tierras cercanas a las nuestras y aquí desparece, cuando fomentaba la existencia de numerosos lagares y el mantenimiento de varias familias.

Paralelamente, pasaron a mejor vida los innumerables alambiques que fueron característica de nuestro pueblo, según nos relatan los antiguos Diccionarios de Madoz, Miñano, Espasa y  otros. A la vuelta de la esquina están la destilería de D. Santos y Carlos Domínguez y la Fábrica de licores de los Castilla en las manos expertas de Bartolo Llaves, con sus productos “Anís Andresín”, "Coñac 101" y otros.

 

Licores Andresín

 

Y qué decir de las antiguas fábricas de encurtidos (todavía nos queda un lugar denominado La Almadravilla que algo tendrá que decir de los salazones de tiempos remotos) y las de zumaque, arbusto abundante en nuestras tierras que, por su mucho tanino, fue empleado por los zurradores como curtiente. No en balde todavía subsisten las calles Tenería (corteza de encina para curtir) y  Toledillo o zona de almoneda que nos habla del comercio judío de nuestro pasado... No hay que olvidar el comercio de la lana y el cultivo de las colmenas y sus panales, reseñados como importantes productos por el Catastro del Marqués de la Ensenada.

 

Calles Tenería y Toledillo

Las escombreras de las antiguas minas de plomo, todavía visibles, como se aprecia en la fotografía que sigue, en las faldas de las tierras de la tía Rosenda, junto al Arroyo de las Cabrizuelas  -y en cuya Fuente las antiguas mondongueras iban a lavar las tripas y menudos de las matanzas-, nos hablan de un pasado importante, aunque ya en el olvido. Lo mismo que ha sucedido con la floreciente industria de los tejares y los hornos de yesos, tan abundantes en nuestros montes.

 

Escombreras

Siempre me he preguntado el porqué del abandono de nuestra riqueza arqueológica. Famosos han sido los  tajos de Cabrera, donde se encuentra la Cueva del Órgano;  las Piedras del río y  los tajos del Castillo, coronados por el Tajo del Gallo, con su Cueva de los Murciélagos; y no digamos de aquellos pasadizos de los que siempre  se ha  hablado, que salían del Castillo hacía destino desconocido. En mi trabajo, en esta misma Sección, sobre un deslinde en tiempos de los Reyes Católicos, ya menciono la "Cueva de Garatamoy" que se cita en “Probanza hecha en la Villa de Gauzin termino de la Ciudad de Ronda en sábado 25 de junio de 1491".   Otros pueblos han fomentado esta riqueza que es capaz de atraer especialistas y visitantes.

 

Tajo del Gallo

No mejor suerte han corrido los múltiples artesanos que florecieron en nuestro pueblo. Recuerdo las guarnicionerías: la de Nicolás “el talabartero” que estaba en la Esquina de Matías y la de  Joaquín Gálvez de la calle los Bancos, donde se  “vestían” y engalanaban todas la caballerías de nuestros establos (caballos, mulos, burros) y de toda la comarca, base de la significativa presencia de los célebres arrieros (los Sánchez y compañía) de Gaucín, que tenían fama en toda la serranía y así lo han recogido varios escritores.

 

Burro en el Gaucín de hoy

Los matarifes  fueron durante años imprescindibles para la economía familiar, basada en aquellos tiempos en el avío que suponía la matanza anual. Los Fajardos,  Ayud, Ramírez y otros, junto al gremio de los que mataban ganado cabrío (Pepe Real y Concha, Molina, etc.) o porcino (Prudencio Molina y Manuela Martín en la cuesta de la Pescadería), formaban un grupo de expertos en tales menesteres, que, posteriormente se industrializó y tuvo un conato de alcanzar mejores metas, como sucedió con los mataderos industriales de Sebastián Gavilán y Sebastián Martín, que incomprensiblemente, desparecieron mientras subsistían los de Montejaque, Benaoján y, sin ir tan lejos, los de Benadalid, Algatocín y Benarrabá.

 

Fábricas de embutidos

No voy a hablar de los herradores (los hermanos Sandaza y otros) que se establecieron en la calle los Bancos, porque mi cuñado Miguel Vázquez lo ha hecho con detalle y precisión en la web de mi hermano Teodoro, La Gaceta de Gaucín. Y sólo mencionaré a los afamados zapateros (empezando por mi bisabuelo Diego) en sus diversas categorías  de las que se hace eco el Catastro del Marqués de la  Ensenada –de lo que me ocupado en otros artículos de esta WEB-, sin olvidar los mas recientes y, en especial, al señor Juan “el Nitro”, que tenía su taller junto a la Fuente de los Seis Caños y, al final de sus días, se trasladó a la calle Cañamaque, junto a otro célebre artesano: el señor “Roío”, el hojalatero, verdadero artista de la hojalata, junto a su hijo Joselito, un virtuoso también con la guitarra.
 
Y qué decir del gremio de los barberos: Cristino Bautista que emigró a La Línea, Portela en la calle Corral, donde me parece recordar que tenía otra barbería Salas, que después se trasladó al callejón del Toledillo, en cuya calle se estableció Raimundo, sin olvidar a Manolo “Currito” que me parece fue el último en dejar el noble oficio de Fígaro.

Qué nostalgia del tiempo pasado, que, a veces, es mejor que el presente y que, al menos, nos deja el regusto de recordar a personas cordiales de nuestra niñez o juventud.