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De mi amiga Maria Castilla PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Sábado, 24 de Julio de 2010 11:29

DE MI AMIGA MARIA CASTILLA


Me temo que los que pretenden vivir al día estén equivocados. Son embaucadores los sobornos que nos hacemos creyendo que lo que importa es el instante presente, el viejo hedonismo siempre renovado en esta  globalidad aldeana a la que nos vemos abocados por el consumismo. Yo creo que es preferible mirar hacia el futuro con ilusión y, en muchas ocasiones, recorrer con la memoria el pasado  más o menos lejano.
 
 

En vez de rumiar los fracasos del ahora, bueno es tirar de utopías e incertidumbres por venir, aunque hayamos de fracasar y levantarse para volver a los ensueños. Y, a veces, cuando ya somos más que ancianos (habéis reparado que, en los periódicos, siempre mueren los ancianos de sesenta años), cuando el esqueleto se resiente y no coordinas las palabras a su tiempo, posiblemente la mejor terapia sea ejercitar la rebelde memoria.

Por lo menos, a mí estas recordaciones, no sólo me relajan sino que sirven de bálsamo para un tiempo. Es lo que me ha pasado rememorando a mi amigo Salvador Castilla Holgado, a la vista de las fotos que me proporcionó su hija, y vieja amiga mía, Maria Rosa o María Castilla como yo siempre le he dicho..

Su padre me llevaba bastantes años, siempre lo tuve por persona  mayor, sesuda y propicia para el consejo, pero, a pesar de ello, entablamos una sincera amistad que llenó de mutuo apego los años de mi juventud en Gaucín, allá por los años cincuenta y sesenta. En especial, recuerdo que éramos pareja habitual en el dominó, juego diario en aquellas timbas de amigos en el Casino de Antonio Molina, en casa de Chiquilitré, en la taberna del Cojo Palitroque y, al final, en el nuevo Casino de Miguel Calvente. Qué fichazos autoritarios cuando cerrabas y le cogías el seis doble al contrario. Cuantas triquiñuelas, ya consensuadas con el compañero, con el fin de sorprender poniendo a “don Luis Pitín”, doblándote al “tres del mes toros en jerez”, cerrando con “la blanca melé” o dando “aceite pá el pelo y betún pá las botas”. Me parece que estoy viéndolo mover la leche condensada en el chiquito de café y, después de sujetar la cucharilla con el índice sobre el cristal, bebérselo a sorbos pausados mientras pensaba en qué ficha poner. También recuerdo su afición por el bicarbonato. Son pequeños detalles, tonterías si queréis, pero dan su exacto sentido al momento concreto. 

Tuve el placer de rehacer esta doble amistad y afición con su hijo Juan Luís, cuando estuvo al frente de las oficinas técnicas de la Empresa concesionaria de las obras de la Autovía Bailén-Motril. Creo que fueron tres o cuatro años, por los ochenta, en que nos juntábamos en tandem con los cuñados Boni y Alfredo (por rara coincidencia, inspectores de Hacienda, el primero de los cuales había sido compañero de estudios juveniles de Juan Luís) y hacíamos interminables partidas de dominó, adobadas la mayor parte de ellas con suculentas comidas. Cual no sería su filial devoción por la afición de su padre, que tuvo el valor de pintar un seis doble gigante en el frontal de uno de los petriles del Puente de la Cerradura, lo que me regocijaba cada vez que lo contemplaba, pero que, posteriormente, algún insensato mandó blanquear.

Estas y otras evocaciones me proporcionan la posibilidad de ofrecer a los visitantes de esta página algunos de los momentos de la familia Castilla-Nieto, gracias a los datos y fotografías que me ha facilitado Maria Castilla y otras que yo aporto para solaz de todos.

Salvador nació el 2 de junio de 1905 y, como ya he reseñado en otro lugar de esta página, es descendiente de la familia Castilla-del Río.

En efecto,  Jerónimo Castilla (nacido en 1773 en Jimena) se casó con Maria Guerrero (natural de Gaucín) y un hijo de éstos, Pedro, casó a su vez con Francisca Oliva García (1802 en Benarrabá, también conocida por mamá Curra), cuyo hijo, también llamado Pedro, contrajo matrimonio con Maria del Río García. Del mismo nacieron siete hijos, entre ellos cito –por tener más arraigo en nuestro pueblo- a  Andrés (abuelos de Andrés y Antonio Castilla Bautista),  Pedro (abuelo de Carlos Castilla del Pino, el célebre Psiquiatra), Francisca  (abuela de Francisca, María y Manuel Serrano González) y  Luís Castilla del Río.

Este Luis,  nacido en 1859 y fallecido el 6.1.1952, estuvo casado con Maria Dolores Holgado Vías (nacida el 19.6.1869 y fallecida en  6.3.1934), de cuyo matrimonio tuvieron ocho hijos, entre ellos María (madre de Miguel y Emilio Castilla Castilla) y nuestro  Salvador Castilla Holgado.

Salvador se casó con Isabel Nieto Hidalgo, en los años 1939/40. Precisamente, en la foto de su boda, que podéis ver en el enlace que señalo más adelante, se puede comprobar el gran parecido de ellos con sus hijos.  Juan Luís, ya fallecido, nació el 19 de noviembre de 1943 y  estuvo casado con Justina Gálvez (de cuyo matrimonio nacieron dos niñas, Maria Elena y Laura)  y, posteriormente, con María Dolores Naranjo Carrasco, de quien nació, el 7 de julio de 1997, Juan Luis. Por último, para terminar con esta relación familiar, su otra hija, Maria Rosa, nacida en 1 de septiembre de 1941 contrajo matrimonio en el año 1970 con Francisco J. Cabellos Díaz, a quien conoció cuando él  que estaba destinado como Oficial del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Gaucín.  Han tenido cuatro hijos: Maria Rosa (13.5.71) Titular de Filología Inglesa en la Universidad de Alcalá de Henares, Julio (31.12.72) Economista en una empresa de Madrid, F. Javier (8.4.75) Ingeniero Industrial y casado con Cristina,  e Isabel Mª (15.6.82 Maestra especialidad de inles en Torrejón de Ardoz, asiduos visitantes de nuestro Gaucín.

El reportaje fotográfico podéis verlo pinchando en el siguiente enlace


En él se ven unas extraordinarias fotografías que me facilitó Maria Rosa, muchas de ellas dignas de una exposición de época, como las que reflejan la juventud de Salvador así como otras escenas que recogen grupos típicos de los años veinte y treinta. También tienen el máximo interés aquellas más recientes en las que aparecen amigos de Salvador, como Megias, Eloy, Andrés Castilla, Pepe González, o aquellas en las que figura como miembro de la Corporación Municipal, junto a Antonio Godino. Las hay más recientes, como las de la Primera Comunión (una de las más amplias que yo he visto, con la panorámica del pilón de la calle Larga) (NOTA: Con posterioridad a su subida, recibo una precisa aclaración -que agradezco- de nuestro Párroco,en la que me dice que se trata de la Procesión del Corpus Christi, a la que acompañan los niños de la Primera Comunión, como era costumbre en aquellos años), las de una romería (con Miguel y Concha) o la del Casino de Antonio Molina en la que se ven a Maria Rosa y Juan Luis muy jovencillos. Asimismo me facilitó dos fotos con grupos de amigos que son entrañables, la de color y la de sepia.

Por cierto que esta última me ha hecho recordar que a alguno de estos zagales, así como a Maria Rosa, Isabelita “la Moncá”, Salvador Quiñones, Juanito Gavilán, “el Panaero”, Matías Mendoza y tantos otros, los tuve de alumnos en una especie de “academia” como entonces se llamaban, preparándolos del bachiller. Yo ya cursaba los últimos años de mi carrera y alquilé una casa, situada precisamente enfrente de la de Salvador Castilla, en la otra esquina de la Calle Casares, junto a la actual fuente, donde compaginaba mis estudios (ya había comprado una colección de libros de Derecho Civil, de un autor alemán, que yo mostraba orgulloso encima de mi mesa, como anticipo a la manía posterior de no parar en agrandar mi biblioteca) con las clases de los alumnos de bachiller. A propósito de ello, eran célebres nuestros viajes, en el mes de junio, a Antequera para los exámenes en el Instituto, en el coche de Salvador “el chofer” y en los que Salvador e Isabel acompañaban a sus hijos, provistos de toda clase de viandas, de las que participábamos todos.

Aparte de las fotos que me ha facilitado Maria Rosa (entre las que más me ha impresionado es la de su padre, en los últimos tiempos) he incluido algunas de las que he podido rescatar de mi desordenado álbum digital, entre las que figura una vista de la casa de la calle Llana, en la que todavía se conservan los escalones de acceso que para mí tienen machismos recuerdos. Me veo en mi niñez, sentando en esos escalones mientras espero con envidia que los niños mayores (mis primos Rafael de Molina Furets y Antonio de Molina Serrano y otros zangalitrones) nos inviten a los pequeños (sentado a mi lado, mi otro primo, de mi edad, Antonio de Molina de Molina, Pablo Domínguez Faura…) a que nos unamos a sus juegos, en especial al de las bolitas o  canicas, que practicaban de forma egoísta en las puertas de mi abuela Francisca “La Serrana" y de Amelita. Para el juego de las canicas, las calles de entonces ofrecían las mejores condiciones, con sus piedras separadas por ríos de  hierbecicas, donde se escondían las bolas, lo que dificultaba el juego, a la par que mitigaban el rebote lo que facilitaba el  controlar en donde se querían colocar. Algunas de ellas eran las que servían de tapadera o cierre a aquellas gaseosas que se fabricaban, por una familia que no era de Gaucín, en la casa de la Pajuela, en la esquina de las calles Larga y Llana. Tambien había quien presumía de los bolines de metal, con las que los lanzamientos de una pelá para intentar aproximarse hasta tocar la canica del contrario, parecían mas certeros. Lo que uno disfrutaba, pese a ser menor que el contrario, con  ganar una mano y quedarse con las canicas del  jugador grandullón. Había verdaderos maestros en lanzar los proyectiles y a otros se nos formaban callosidades con el uso del balín: 

Dejando para mejor ocasión recuerdos infantiles, como podéis ver he incluido varias instantáneas en las que se ve a Maria Rosa y Paco –impenitentes visitadores-  en sus numerosas escapadas a nuestro pueblo, bien en las procesiones del Santo Niño o en la Romería, bien en la subida al Castillo, incluso, las más reciente de las pasadas Semana Santa, en la que tropezamos con la visita del Landekari López, quien, junto a su mujer, tuvo la amabilidad de hacerse unas fotos con ellos y con Teodoro.

Espero que disfrutéis, como yo, con estas remembranzas.