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Apuntes pictóricos sobre el Castillo de Gaucín PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 19 de Noviembre de 2007 12:48

 

APUNTES PICTÓRICOS SOBRE

 

EL CASTILLO DE GAUCÍN

 

 

 

 

SOBRE UNA CIUDAD DE

 

SOLES Y LUNAS

 

 

 

 

 

 

 

Los árboles se mecían

 

sin quejarse

 

de las revelaciones de las golondrinas.

 

Las aguas y sus fuentes

 

resbalaban de peña en musgo

 

correderas como uñas de caballo.

 

El aroma del ambiente

 

- vaso de almizcle destapado -

 

me suspendía en su seno.

 

El Castillo me miraba,

 

compañero de los años,

 

sobre una ciudad de soles y lunas

 

Y, mientras los vientos

 

conducían mensajes de amor

 

de las aves y las flores,

 

ella sonreía tras la languidez

 

de sus pestañas.

 

 

 

 (EL POEMA Y EL CUADRO QUE ENCABEZAN ESTE ESTUDIO PERTENENCEN A LA EXPOSICIÓN “DE MI ENTORNO ÍNTIMO”.-  Inauguración de la “Sala Maestra” del Excmo. Ayuntamiento de Jaén, marzo/abril 2007)

 

 

 

En esta ocasión no voy a escribir sobre el Castillo y sus historias o avatares, de las que hablo en mi artículo “Apuntes históricos sobre Gaucín”, que aparece conjuntamente en esta Web. Sólo pretendo dar unos apuntes sobre las vibraciones que ha sugerido a escritores y, en especial, a los pintores románticos, que han hecho de este monumento la referencia emblemática de nuestro pueblo.

 

Antes de entrar en mis apreciaciones, debo referirme al interesante trabajo, en la Web Gaucintv,  de Teodoro de Molina “El castillo de Gaucín en las obras de Pérez Villamil y David Roberts”, que hace una primera incursión en el aspecto pictórico de nuestro Castillo. Para él, los dibujos de ambos pintores son casi idénticos, aunque nos dice que Villamil añade un primer plano, parte izquierda y parte baja de su obra, que no aparece en el trabajo de David Roberts. Esta es la gran diferencia, además de la técnica utilizada y materiales empleados, entre ambas pinturas. Como veremos más tarde, el resto, con matices y pequeños cambios, soporta la misma estructura y composición: grupo de personajes y elementos vegetales en primer plano; sierras de Casares y camino de Gibraltar con figurillas, por la izquierda; torre albarrana en un monte de menor altura en el centro; fondo con el Peñón de Gibraltar, el Estrecho y las montańas africanas, como gran protagonistas; y en la derecha el castillo como objeto principal en los dos trabajos.

Según las crónicas, ambos artistas viajaron juntos, y algunas pinturas lo demuestran, caso palpable es la de Gaucín que analizamos. Pero también lo vemos en el Castillo de Alcalá. Si bien, en este último cuadro, cada pintor dibuja diferentes partes del objeto. Mientras Roberts pinta la cara sureste del castillo, Villamil pinta la cara suroeste del mismo. Se plantea T. de Molina si ambos cuadros se pintaron juntos y quien influyó en quien y entiende que no sería descabellado responder afirmativamente a ambas cuestiones. Lo cierto es que Roberts lo dio a conocer primero (1833). Pero, no es menos cierto que la obra de Villamil, dada sus dimensiones (148 x 224 cm.), requiere de mayor dedicación y de un mayor tiempo de trabajo en el estudio.

 

Igualmente es cierto que Roberts tiene acreditado un mayor trabajo de la comarca, especialmente en lo referente a bocetos y cuadros de la zona del Estrecho de Gibraltar, que ambos utilizaron sobre el fondo de sus obras “Castillo de Gaucín”. Por tanto, los datos nos dan una pista clara sobre a que pintor deberíamos atribuir el dibujo original.

 

Pero lo que nos importa, sigue comentando,  no es quién fue el primero. Lo realmente importante es que dos artistas pertenecientes al romanticismo se fijan en Gaucín e inmortalizan este paisaje para sus contemporáneos y la posteridad. Hoy, ambos cuadros están expuestos en sendas pinacotecas – Edimburgo y Museo del Prado- para deleite de los amantes de la cultura. La consecuencia de esta creación artística ha significado la promoción de nuestro pueblo en ambientes tan distintos como Madrid, Londres, Edimburgo, Glasgow, etc. Pone de relieve el interés que Gaucín ofrece para los intelectuales de finales del siglo XVIII y principios del XIX, así como el encuentro con una realidad paisajística que embruja a estos dos personajes. Y vuelve a hacerse algunas preguntas sobre la técnica y temática de ambos cuadros, poniendo de relieve como los pintores románticos tenían tendencia a alargar las figuras y a desvirtuarlas en beneficio del resultado final del cuadro; que se trata de una composición libre e imaginaria sobre elementos reales y que tal vez el único punto de mira que, de existir, pudiera corresponder con el estudiado, se sitúe en algún lugar entre La Lobería y La Corchuela; por último, entiende que los detalles que se dan sobre el Peñón, la Bahía, las montańas de Marruecos, etc., son tan perfectos que no es posible recogerlos desde una distancia entre 50 y 80 Km., por lo que, tratándose de viajeros como ellos, apostamos que, previamente, habían estudiado las características del Estrecho Estos argumentos nos alientan a manifestar, termina su artículo T. de Molina, que fue el pintor escocés el que influyó decididamente en el dibujo que Pérez Villamil se llevó al estudio de Madrid para realizar, en años posteriores, esta magnífica pintura sobre el paisaje más emblemático de nuestro pueblo.

 

Empezaré por dar unos apuntes biográficos de los dos artistas, sin dejar de advertir que –y ya insistiré sobre ello- no son los únicos pintores románticos que escogen  a Gaucín como tema.

 

David Roberts, pintor y dibujante, (Edimburgo, 1796 - Londres, 1864) inició su carrera artística pintando decorados para teatros.

 

Roberts, considerado como el gran orientalista de la pintura, pasó meses en España pintando todo lo exótico, pintoresco y monumental que encontraba en sus viajes y recorrió Andalucía, probablemente junto a su gran amigo Jenaro Pérez Villaamil. La representación del legado islámico que hace Roberts es la de un espacio fantástico y legendario, de forma tan exaltada que llega incluso a transformar las proporciones reales de edificios y parajes. En 1835 publica en Londres sus acuarelas y dibujos de tema español y en 1838 aparece su álbum “The pinturesque Sketches in Spain”, ilustrado con sus litografías. El exotismo de España, con su valiosa herencia islámica y medieval, rezuma en los cuadros de Roberts “Looking tunvard Gibraltar and the coast of Barbary” y   “Gibraltar from Gaucín”

 

Cuando habla del pintor romántico David Roberts, el Larousse dice que desde Madrid lo acompañó su amigo Jenaro Pérez Villaamil. Cuando David Roberts llegó a Ronda, procedente de Málaga, (por las ventas de Cártama, Casarabonela y el Burgo) en 1833, era un artista consagrado y tenia 37 años. Después de pasar dos días en Ronda (donde pintó dos cuadros, uno del Tajo y una panorámica desde lo alto del barrio de San Francisco, en donde se divisa el camino de Algeciras), el día 23 de marzo de 1833 se dirigió a Gibraltar, por un camino aún más dificultoso, con estrechos desfiladeros, profundos precipicios y la constante amenaza de los bandidos, que campaban a sus anchas por estos terrenos imposibles que se abrían sobre el río Genal. “La posada estaba en Gaucín y, según Ford, era bastante buena. Roberts encuentra en este pueblo un horizonte maravilloso que le descubre Gibraltar y África al final de un largo y zigzagueante valle. Realiza un dibujo de aquel paisaje, situando en primer plano al Castillo que se eleva sobre el conjunto de casas. Veinte años después pintaría un óleo sobre el mismo tema, mal titulado Gibraltar from Ronda, que le regaló a su única hija”.

 

Lo cierto y seguro es que Roberts contribuyó al conocimiento en la sociedad inglesa de las bellezas de las ciudades españolas, no solo por sus cuadros al óleo y a la acuarela, sino sobre todo por sus dibujos y por la inclusión de los mismos en una especie de revistas que se publicaban en Londres, sobre todo en la serie The tourist  in Spain, uno de cuyos cuatro volúmenes, titulado Granada, inserta los tres grabados mencionados y otro sobre Gibraltar. De esta forma, las dos ciudades españolas (Ronda y Gaucín), nos dice Sánchez Robles, “empezarían a formar parte de los lugares de culto británico en el extranjero y se convertirían en destinos casi de peregrinación”.

 

Ello explicaría muchas de las páginas y escritos que pueden contemplarse en el Libro de Visitas del Hotel Nacional, de Clementina.

 

Su cuadro más emblemático sobre Gaucín, que se reproduce en el texto –según lo recoge la Web Gaucintv-  acaso es proveniente  (como me indica, Rafael Monje de la Librería Mimo) de la obra de Roberts, Branston y Wright. “Ansichten von Spanien. Granada und das Alhambra” (London und Petersburg. A. Asher. Wien C. Gerold. 1835). Yo tengo en mi biblioteca dos reproducciones del mismo, que es probable que fueran arrancadas materialmente de alguna edición de dicha obra (según la inveterada y nefasta costumbre de los anticuarios): una que me regaló hace años mi prima Maria Josefa Martín Rodríguez y otra recientemente adquirida por mí en la citada librería Mimo, ambas acuareladas con unos tonos más gráciles que los del texto, en el que el Castillo parece no coloreado.

 

Jenaro Pérez Villaamil y Duguet (Genaro en su partida de nacimiento, como era costumbre en aquellos años, en que se utilizaba la G, en vez de la J, que aparece posteriormente en la escritura, como ya tengo dicho en mi artículo “Las calles de Gaucín”), primer gran orientalista español, nació en El Ferrol el día 3 de febrero de 1807. Ya, desde su infancia, hizo gala de sus dotes como dibujante hasta el punto de que, a los ochos años, aparece “desempeñando el destino de Ayudante profesor de Dibujo bajo las órdenes de su Padre D. Manuel Pérez Villaamil, Profesor de Fortificaciones, Topografía y Dibujo en el Colegio militar de Santiago de Galicia” (Este dato y los restantes biográficos los tomo de la obra “El paisajista romántico Jenaro Pérez Villaamil”, de Enrique Arias Anglés, CSIC, Centro de Estudios Históricos, Madrid, 1986). Simultanea estudios literarios, hasta su traslado a Madrid donde abandona los militares y sigue los literarios en San Isidro el Real, hasta que, con la invasión francesa, pasa al ejército con el grado de subteniente. Su biógrafo nos lo muestra, en 1823, como un defensor de la libertad, pues fue un liberal y un patriota, moderado, cristiano, que, a la entrada de los Cien mil hijos de San Luís con Angulema a la cabeza, se refugió del absolutismo perseguidor en el ejercito de Andalucía (ejerciendo trabajos de topografía que, es posible, preludian su afición a lo panorámico); siendo herido de gravedad en San Lucas la mayor por las tropas francesas y, hecho prisionero, fue trasladado al Hospital de la sangre en Sevilla. Es posible que esta experiencia reforzase su temperamento exaltado y romántico.

 

Después de una corta estancia en Puerto Rico, decorando el teatro de San Juan (1830-33), a su vuelta se establece en Andalucía y conoce a David Roberts, lo que supone una transformación estética y se instala en Madrid con una autentica militancia romántica, obteniendo el éxito entre 1834 y 1837. Mesonero Romanos  (“Memorias de un sesentón”) lo sitúa junto al grupo de jóvenes pintores, escritores, poetas y artistas que formaron el celebre “El Parnasillo”, que fue la cantera del movimiento cultural que discurrió entre 1834 y 1840 y que promovió una completa evolución social, entrando de lleno en el Romanticismo español, tan fuertemente ligado, política y socialmente, al movimiento liberal, replica de la sociedad (Navas Ruiz, R. “El Romanticismo español. Historia y crítica”, Salamanca, 1873). Fue nombrado Pintor de Cámara y obtuvo otros honores durante los años 38 a 40, que le acreditan como el más importante de los paisajistas y orientalistas del romanticismo español. Posteriormente viaja a Francia (donde es muy elogiado por Baudelaire) y Bélgica y, en 1844 es nombrado Director de la Academia y primer catedrático de paisaje en 1846. En este año y en los siguientes, viaja por España y toda Europa,  haciendo diversas exposiciones, hasta que le sorprende la enfermedad en 1853, para fallecer en 1854. Su pintura se caracteriza por una gran idealización, don grandes espacios poblados de personajes y dominando la escenografía, lo que produce efectos de sublimidad, con una atmósfera cálida y de misterio. Como se ha recalcado por los críticos de arte, Pérez Villaamil, con sus cuadros “Gargantas de las Alpujarras” y “El Castillo de Gaucín” es el primer pintor español del siglo XIX que comenzó a difundir el modelo de una Andalucía de leyenda, símbolo del paraíso perdido del Islam (“La imagen romántica del legado andalusí”, Almuñecar, 1995).

 

El Castillo y su entorno reflejan, creo, lo más hondo de nuestro carácter y ha sido recogido por las plumas y los pinceles de importantes artistas.

 

Es más,  como ha dicho Ignacio Ruiperez (“El orientalismo en un país orientalizado”, Arte/11, enero 2000, Madrid)[i], “el Oriente siempre ha estado entre nosotros o se encontraba cerca, tan solo al otro lado del estrecho de Gibraltar”. España y, más en concreto, Andalucía han sido objeto de curiosidad, trabajo plástico y elaboración intelectual, tanto por artistas, como por viajeros y escritores o todo al mismo tiempo como es el caso de Richard Ford.

 

Y estas vibraciones se dejan notar  en los pintores románticos, como en David Roberts que tenia a España como etapa previa para su viaje a Oriente: “Venecia y España ocuparon durante mucho tiempo este lugar de iniciación”, nos dice I. Ruperez, y la verdad es que cuando he   paseado por las silenciosas calles de la Venecia de los canales, siempre me he acordado de los silencios de las callejuelas de Gaucín.

 

El exotismo de España, con su valiosa herencia islámica y medieval, rezuma en los cuadros de David Roberts “Gaucín” y “Gibraltar fron Gaucín”, cuyas reproducciones en blanco y negro adquirí en la librería  de viejo “Gibraltar Bookshop”. Por cierto que este último figura en la contraportada y como grabado de las páginas centrales de la novela “Sherlock Holmes in Gibraltar”, de Sam Benaday, de la que ya hice referencia en mi trabajo sobre el Hotel Nacional de Clementina.

 

El primero de los citados cuadros de Roberts –que es el que se reproduce, acuarelado, a continuación en el texto- fue pintado en su viaje de Ronda a Gibraltar y en él Roberts encuentra un horizonte maravilloso que le descubre Gibraltar y África al final de un largo y zigzagueante valle.

 

David Roberts

 

El segundo es un grabado, multitud de veces reproducido, también atribuido a Roberts –aunque me cabe la duda, por la firma existente en el lado izquierdo inferior del grabado, de que pudiera ser de Richard Twiss-, en el que se ve la torre principal del castillo por cuya rampa de acceso sube un personaje, teniendo al fondo el Peñón de Gibraltar.

 

Gibraltar fron Gaucín

 

Los he visto reproducidos, entre otras, en las obras “Málaga. T. III Arte”, pg. 759 y  “La visión romántica de Ronda”, de José María Sánchez Robles, en “El eco de la Serranía” Edinexus, Ronda 1995, y están en las portada y contraportada de Acien (“Ronda y su Serranía en tiempo de los Reyes Católicos”) y Sam Benady (“Sherlock Holmes in Gibraltar”).

 

Sánchez Robles nos dice que veinte años después, Roberts pintaría un óleo sobre el mismo tema, mal titulado “Gibraltar fron Ronda”, que regalaría a su única hija.

 

John Frederik Lewis

 

No tan conocida es otra litografía a color (aunque la insertada en el texto es reproducción de la contenida en “Las Rutas de Al Andalus”, El País, Aguilar, 1995, pg. 53), que también compré en dicho establecimiento de Gibraltar, hoy desaparecido, que  titula y firma “Gaucín” J.F. Lewis (1805-1876), fechada en 1832, en el se refleja la imagen de los arrieros contrabandistas, típicos de la época en nuestro pueblo. John Frederik Lewis permanece en España en los años 1832 a 1834, especialmente en Andalucía y probablemente conoció a Pérez Villaamil, como nos indica Xavier de Salas (“Varias notas sobre Jenaro Pérez Villaamil”, Archivo Español de Arte, 1958). Responde este cuadro a la postura pintoresca que dirige su atención hacia las características más peculiares y coloristas de los tipos y paisajes andaluces, frente a la postura nostálgica de los pintores que quisieron plasmar trozos de historia, arqueología o la poética de las ruinas.

 

Fueron los viajeros-pintores que sucedieron a los pioneros, como Richard Twiss (1747-1821), uno de los destacados representantes –junto a Francis Carter-  de la primera etapa ilustrada en la que los viajeros británicos comienzan a difundir el arte y la cultura española. En 1775 Twiss publica “Travels through Portugal and Spain” en la que describe su recorrido, entre otros pueblos, por Gaucín, uniendo a las reflexiones de carácter sociológico y artístico una amplia imaginería gráfica de la herencia arquitectónico de al.Andalus, difundida por toda Europa.

 

El mismo halo de misterio que rezuma el cuadro de Roberts,  desprende el “Castillo de Gaucín” de Genaro Pérez Villaamil que se encuentra en el Museo del Prado.

Genaro Pérez Villaamil

 

Ambos cuadros tiene una estructura común, dentro de su perspectiva romántica, que creo exagerada, pues es probable que en los años en que visitaron Gaucín Roberts (1833) y Villaamil (1850, aunque el cuadro está datado en 1848), el castillo no estuviera en el estado de conservación que ofrecen las pinturas, sobre todo en el caso de Villaamil, pues ya  había sufrido los embates de la invasión napoleónica y de la explosión del polvorín de 1843. Salvo que éste se guiara del pintado por su amigo David Roberts.  De todas formas, parece que el punto de mira se puede situar en la cima del Hacho, como puede observarse en fotografías similares (por ejemplo, en una de Nicholas A. Breakwell que aparece en “Gaucín. Homepage.htlm”, Copyright, 1995), si bien en estas más recientes, con la población rodeando al rocoso Castillo. Yo mismo he pintado este Castillo de estilo romántico, como se puede ver en las pinturas sin pié de foto, que –salvando las distancias-  me he tomado la licencia de incluir en este trabajo. De todas formas, en todos estos casos y en el de “Gibraltar fron Gaucín” de Roberts,  la figuración de Gibraltar al fondo, es una licencia pictórica pues no puede divisarse en esa perspectiva NO-SE.

 

El cuadro “El Castillo de Gaucín”, de Villaamil,  óleo sobre lienzo, de 147X225 cm., se encontraba en el Casón del Buen Retiro, sin exponer al público por las obras de reforma, y aparece catalogado  dentro de la Colección “Pintura del siglo XIX” en la pagina 553. En la biografía de Arias Anglés consta como depositado en el Museo Provincial de Bellas Artes de Granada y espero que en las nuevas Salas del Museo del Prado, ampliación de Rafael Moneo, incluyan el cuadro por ser representativo de la Pintura del Siglo XiX. Según Wifredo Rincón García (en la obra colectiva “El Prado. Colecciones de Pintura”, Lunwerg Editores, S. A., 1994, pgs. 527-630), Pérez Villaamil puede considerarse como el iniciador del orientalismo en España, cuyos otros excelentes representantes fueron Francisco Lamiere, Mariano Fortuna y Antonio Muñoz Degrain.También he visto reproducido el cuadro, entre otros,  en Internet (página “artehistoria.com/genios/cuadros”) y disponible en la Colección “Genios de la Pintura” (“Los grandes momentos del Arte, num. 10, Razón y Sentimiento, Arte neoclásico y romántico”, Ediciones Dolmen, S.L., 2001, CD-ROM)

 

Fue adquirido al hijo del pintor, Eduardo, por Real Orden de 26 de abril de 1864, en 6.000 reales para el Museo Nacional de la Trinidad, tras el informe de su director, que señaló que “es este cuadro, si no de los mejores, uno de aquellos en que más marcada se ve la manera y particular carácter de las obras todas del paisajista Villaamil. Pocos artistas contemporáneos habrán alcanzado mayor celebridad en su patria y aun fuera de ella… pintor de Cámara de S. M la Reina… monarcas extranjeros le concedieron cruces de varias órdenes… de la Real Academia de San Fernando… los cuadros que presentó en las Exposiciones de Bellas Artes fueron considerados por la crítica como los primeros en su género… para el público antes de 1840 era considerado el primer paisajista de España…en la pintura de paisaje representa la época del más refinado romanticismo… debo consignar aquí que la “Vista del Castillo de Gaucín”,  es uno de esos cuadros en que más se revela su estilo, su manera, su rica imaginación, su ardorosa fantasía y el libre o descompuesto modo que tenía de hacer”. Para Margarita Nelken, era la más típicamente romántica de sus obras.

 

De la importancia del Castillo de Gaucín, en el contexto artístico, nos da una idea que la obra de Villaamil figura como dato artístico destacable, junto a la inauguración del Teatro Real de Madrid, a mediados del siglo XIX, en la cronología que se incluye en la obra “Historia del Arte de España”, Lunwergs Editores, S.A., 1996, pgs. 379 y ss. Para mí, encontrar este dato, como cuando vi escrito en una obra francesa o en las crónicas de los viajeros ingleses, el nombre de mi pueblo, es un gozo íntimo que merece ser compartido.

 

La escena recoge a un grupo de bandoleros, junto a la cueva que le sirve de  guarida, que,  desde un alto montañoso situado a la izquierda del cuadro, observa a unos viajeros en el barranco. Junto a la cueva, la cruz de una sepultura, tan corriente en aquellos tiempos de bandolerismo. Al fondo, y ante una gran llanura, el gran risco sobre el que se levanta el castillo de Gaucín. La parte derecha del cuadro, en la que se ve la perspectiva del Castillo, se encuentra claramente inspirada en el grabado de David Roberts.

 

El cuadro fue expuesto en la Exposición Universal de Paris del año 1855 (, pues, según Baticle, el Reglamento aceptaba las obras de artistas que aun vivían el 22 de junio de 1853) y, entre otras, en la Exposición de Castillos de España (Museo de Arte Moderno de Madrid, 1956/57), Castillos de Granada de 1957 (de donde pasó como deposito del Museo del Prado por Orden de la DG de Bellas Artes, en 6 de agosto de 1958) y en la Exposición “Eugenio Lucas et les satellites de Goya” de Bellas Artes de Lille. Para una bibliografía sobre el cuadro, puede consultarse la pg. 254 de la biografía de Arias Anglés, ya citada.

 

 Las grandes dotes de paisajista de Pérez Villaamil se unen aquí a su condición romántica, con un tema tan legendario del periodo como es el de los bandoleros andaluces.

 

A su mirada subjetiva del mundo dieciochesco, se une la fantasía  romántica propia de este pintor, que asimismo se refleja en su cuadro “Castillos en la Costa” (en el Museo Nacional de Bellas Artes de la Habana, Cuba, que contemplé en la Exposición de Paisajes Europeos y Cubanos de los siglos XVII-XIX, celebrada en Jaén en marzo de 2001, y en el Catálogo editado con tal motivo por la Fundación Unicaja), en el que me perece vislumbrar también al Castillo de Gaucín, en  lontananza, rodeado por una bruma espesa que acentúa la perspectiva atmosférica del cuadro, todo él envuelto en una luz irreal, pero brillante, de pincelada empastada y nerviosa.

 

Los paisajes de Pérez Villaamil se caracterizan por una neblina dorada que otorga un aspecto romántico a la composición, el empleo de figurillas para dar mayor vitalidad al conjunto y el recurso de una amplia perspectiva, como se aprecia en el Castillo de Gaucín.

 

 Es conocida la relación que unía a David Roberts y Villaamil, el primero de los cuales debió visitar Gaucín en marzo o abril de 1833, acompañado del segundo, aunque también se tienen noticias de un viaje posterior de Villaamil a Andalucía en el año 1850 y principios de 1851. Claro es que, su obra pictórica por excelencia, debió ser fruto de su primer viaje, ya que está datada en 1848 (“Relaciones entre David Roberts, Villaamil y Esquivel”, Juan Enrique Arias Anglés, en “Goya”, num. 158, sep-oct. 1980, pgs. 66-73)

 

Para un gaucinense, así como la Alhambra es el símbolo más romántico y orientalista por excelencia, el Castillo del Águila debe ser el paradigma de todos los recuerdos y todas las ilusiones referidas a la tierra perdida y a la tierra que se espera. Como dice Ruperez, el viaje a Oriente de los españoles tiene muchas etapas que se localizan a través de nosotros mismos, de nuestra patria y de nuestra historia, con el reflejo de una luz lejana y brillante cuyo origen está precisamente en la  Alhambra. Y creo que también, entre otros lugares, en Gaucín, roca fuerte de nosotros los almorávides y de los que nos enfrentamos al francés.

 

Y no solo se deja entrever un trasfondo exótico y misterioso, sino que es palpable una carnadura romántica, propia de la última época de vida real entre sus paredes de piedra.

 

En el romanticismo español del primer tercio del siglo XIX convergen, como ha puesto relieve  Carlos Reyero (“El siglo XIX: del neoclasicismo a la Industria”, en el volumen colectivo, ya citado, “Historia del Arte en España”. El cuadro de Villamil se reproduce en la pg. 395 y se data en 1848) dos corrientes, una de origen europeo moderada y ecléctica, y otra, que tiene su principal expresión plástica en lo pictórico y que viene propiciada por la relectura de los mitos artísticos hispánicos y que solo se entiende por la contribución de los extranjeros que imaginaron a España como el país romántico por excelencia.

 

Así, Andalucía, que fue donde primero se revisó la tradición del siglo de Oro, se volvió referente arquitectónico, paisajístico y de costumbres, como un emblema del Estado que era pluricultural. Con Goya como modelo, surge una pincelada briosa y una factura desenvuelta, una materia jugosa de gran riqueza cromática, que creo que nadie como el Castillo de Gaucín  encarna y que tiene en esta fortaleza un objeto ideal para ensoñaciones románticas, una fascinación que se dejó ver de forma patente en los pintores románticos y que, desde las costumbres y tipos humanos, se prolongó en el paisaje, con una autonomía y rango “que otorgaban carácter pintoresco al motivo seleccionado. No es de extrañar pues, que en los paisajes románticos españoles aparezcan con frecuencia figuras y edificios que dotan a la pintura de argumento literario, como “El Castillo de Gaucín” de Villaamil, la figura más importante de cuantas optaron por esta especialidad pictórica, que exhibió orgullosamente por Europa sus maravillosas fantasías, inspiradas poéticamente en la geografía ibérica, en las que mezclaba con habilidad  ilusión y realidad... con pinceladas ricas y pastosas, sutiles veladuras y colores ambarinos, que nos sumergen en una atmósfera de misterio y ensueño.

 

Siempre he pensado que Gaucín tiene las características de un país oriental, no sé si griego o de más al oriente, con sus mujeres escondidas en sus velos; sus puertas celosamente disimuladas detrás de las cortinas, de secos juncos de colores sienas o verdes o simples lonas que el aire levanta para dejar en evidencia a quien tras ellas escudriña, escucha o simplemente espera que alguien pase.

 

Con sus blancas casas, ribeteadas de añil y empinadas en el Arrabalete hasta acariciar las frías y grises rocas, al pie del Castillo.

 

Y, en contraste, el sol que, a lo largo de los siglos ha bruñido sus muros, y los ha pulido tanto que el Castillo, desde lejos, brilla como si fuera de alinde. Y, si no de acero, sí parecen espejos las paredes blancas y azules de las casas; en los postreros instantes de la tarde, cuando el sol se despide, los muros lisos y brillantes reflejan los últimos destellos dorados, y, al nacer el día, los primeros rayos son enviados lejos por estos paredones tan relucientes.

 

Es como si estuviéramos al otro lado del Estrecho, en nuestras raíces... 

 

 

 

 

 

 

 

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