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Más que cincuenta años PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Jueves, 07 de Febrero de 2013 00:18

 

 

 

 

Después de muchos días de silencio, sin contaros nada personal desde el 10 de noviembre último en que os hablaba de “Mis queridos choznos”, retomo el ordenador y me dispongo a reanudar el contacto intimista que para mí supone escribir algo de mi Gaucín o mis zorreras a través de esta página. La verdad es que me he visto desbordado por las innumerables formas de comunicación que, en los últimos tiempos, aparecen sobre nuestro entorno en las distintas vías que nos abre el mundo de las redes. A las viejas páginas que hablaban de nuestro pueblo –y de nosotros- se han unido numerosos sitios en twitter, facebbok, linkend, blog y ese mundo ingente de espacios a través de los que nos comunicamos, ciertamente con más agilidad e inmediatez que por esta vieja página. De todas formas, aquí la cosa parece más íntima y cercana, por lo que he decidido retomar este vehículo. Sobre los otros, ya escribo aparte, en una Zorrera especial. Ahora, permitidme que os cuente algo más que cincuenta años o unas bodas de oro.

 

 

Y digo más, no solo cuantitativamente, porque a los cincuenta años de casados hemos de sumar los diez años de noviazgo. Sino que también por el contenido, ya que no solo celebramos cincuenta años de convivencia, sino algo que trasciende al simple de hecho de la relación prolongada en el tiempo y que se adentra en el ser entero de nuestras vidas.

 

Acababa de nacer mi hermano Teodoro, 1951, y aquel día de los Santos, en el Cementerio de nuestro pueblo, es el primer recuerdo que tengo de nosotros. Me refiero, como es natural, a Pilar y a mí. Creo que, por eso mismo, siempre me ha gustado ese lugar de encuentro. No sólo porque allí hemos de concurrir todos, sin excepción, a hacernos tierra y ceniza  de nuestra tierra, sino porque allí nos encontramos –que yo recuerde- por primera vez Pilar y yo, mientras la gente visitaba a sus difuntos, adornando los nichos con flores y musitando alguna que otra oración.

 

Desde aquel día hasta el de nuestra boda, fueron días de ilusiones juveniles, entre esfuerzos por terminar la carrera, varios años de ejercicio profesional que se troncó por la supresión de los Juzgados, vuelta empezar con las oposiciones, cursos en Madrid que dejaron miles de cartas –en aquellos tiempos, en los que nos comunicábamos únicamente por correo postal- hasta que, por fin llegó el gran día. He recordado, en mi último artículo en IDEAL, la austeridad de aquellas bodas, que se celebraban en el domicilio de la novia sin más alharacas que los sueños y quimeras de una nueva vida que cambiaba radicalmente nuestras relaciones, al descubrirnos por primera vez en plenitud. Las cosas tenían otro sentido en aquellos tiempos y resultan inolvidables. Como nos resultó a nosotros aquel pequeño y magnífico viaje de bodas a Granada, Madrid y Sevilla ¡nada menos!

Después vinieron años de alegrías y progresión en el mutuo conocimiento, de consolidación del cariño, con el fruto de nuestros hijos y el esfuerzo propio de la juventud. Salvador y Pilar nacieron en Gaucín y Maite en Jaén, cuando ya estábamos en Valdepeñas. Pero nuestros recuerdos más gratos eran los que pasábamos en vacaciones, siempre en Gaucín, ya fuera en Navidad, como en Semana Santa o en las fiestas del Santo Niño. Ello fomentó la unión entre los primos, que nunca se ha roto, y de la familia en torno a la tierra común. También fueron tiempos de trabajo sin descanso por toda la provincia de Jaén, compaginando la Secretaría de Valdepeñas con las de innumerables pueblos, lo que ahora pienso que sólo fue posible por las fuerzas de los años jóvenes y, también, por una malsana ambición en asegurar el bienestar futuro. De todas formas, me parece que fueron los mejores años de nuestra vida.

 

En los inicios de la década de los setenta, nos afincamos en Jaén capital, me destinaron a Mengibar, Torredelcampo y, por último, al Ayuntamiento de Jaén, para terminar de Secretario General de la Diputación Provincial. Fueron años de más serenidad, pero de igual intensidad laboral, acrecentada con el ejercicio de la Abogacía, compaginado con otras actividades como preparador de opositores, conferencias, profesor asociado en la Universidad y un etc. largo de ocupaciones varias, que me llevaron, como era de prever, al infarto. Y, a Pilar, a largos espacios de esperas y a una constante dedicación a la familia y … a todo de lo que ahora podemos sentirnos satisfechos. Como le decía en un pequeño poema que subí a esta página en noviembre de 2011, “no le faltan riquezas”, porque es la mujer fuerte de la que hablan los Proverbios y tuve yo la suerte de encontrarla, porque “en silencio todo lo abarca”. Verdaderamente, es como “una luz mediterránea cincelada en la espuma de su frente”...

 

Después llegó el tiempo de recoger los frutos: Salva y Maite se casaron, vinieron los nietos, Pili sigue con nosotros –a medias- y, a Dios gracias, mientras ellos se afianzan en unión de Sandra e Ilde, a nosotros nos llegó el momento del descanso, con la jubilación. Y me dediqué con más fuerza a este divertimento de la página web, a pintar, a escribir, a viajar… en una palabra, a disfrutar de la vida. A nuestra manera, algo distinta a los disfrutes de la juventud, pero plena de gratificaciones. Sobre todas, las que nos dan nuestros nietos.

 

Y como todo llega, hemos podido cumplir nuestras bodas de oro, coincidiendo con la venida, desde Chile, de mi hermana Francisca. Así que decidimos celebrarlas con el resto de los hermanos (los Martín y las Valdivias). Por cuestiones que todos os figuráis, no hemos podido convidar a la caterva de primos y sobrinos, por lo que les enviamos una carta a todos aquellos con los que normalmente nos hemos venido reuniendo durante muchos años, junto con un librito, en PDF, de los poemas que he escrito sobre nuestro Gaucín, como un motivo de recuerdos comunes. Este poemario, “En la cercana lejanía”, del que hice una edición reducida,  también lo hemos regalado a los que nos acompañaron en el almuerzo de celebración.

 

En este almuerzo, que fue muy emotivo, mi nieta menor, Maite, leyó un texto de autor anónimo –supongo que lleno de filial cariño- que decía

 

“LA SUERTE

 

Hay quien dice que la suerte es tener todo aquello que se desea. Y no es verdad: la “suerte” es solo la suma de aquellas pequeñas cosas que usa Dios cuando quiere permanecer anónimo.

Por eso, suerte es que exista un pueblo como Gaucín porque allí se conocieron el Martín y la Molineta, el Valdivia y la Toledana… y también mis abuelos.

Suerte es que allí se construyera el Puente del Portichuelo, porque allí mi abuelo le robó el primer beso a mi abuela.

Suerte es que los jóvenes de Gaucín fueran tan feos, porque así mi abuela no tuvo más remedio que enamorarse de mi abuelo.

Suerte fue que la vocación sólo tocara a las puertas de mi tía Francisca, porque si lo hubiera hecho a las de mi abuela –que no estaba muy lejos de allí- hoy a lo mejor estaríamos celebrando otra cosa, pero no esta.

Suerte es que a la abuela le guste más el pájaro en mano que el abogado con pájaros en la cabeza, porque así terminaron como funcionarios en Valdepeñas, donde criaron a sus tres niños tan sanos… y tan gordos, ¡¡sí, tan irremediablemente gordos!!

Suerte, que acabaran en Jaén, donde se ha terminado de formar esta familia (“la familia Molla”) que hoy sigue aquí, engordando.

Suerte es que mi abuela cocine tan bien y que a mi abuelo le guste tannnnto

Comer: las peleas han estado aseguradas 50 años; y el amor a su par.

Suerte que exista la política, que ha llenado las tardes de razonables y pausados debates entre ambos ¡¡qué aburrida la vida sin comunicación!!

Suerte… ¡¡hasta que exista Hacienda!! si no llega a ser por esos amigos que se hechó el abuelo, nunca nos hubiéramos enterado del mogollón de perras que tenía la abuela debajo del colchón.

Suerte es que Dios creara el don de la generosidad: en eso sí somos millonarios, a la abuela le regaló casi toda la que hay en el mundo.

Suerte que inventara la bondad. Al abuelo le mandó tanta que a punto estuvo de reventarle el corazón.

Suerte es que mis abuelos hayan encontrado la fórmula para transmitir a sus hijos y nietos todas esas ideas y valores que ellos les fueron enseñando y que a todos nos sirven para estar hoy aquí, viviéndolos, saboreándolos.

Por todo eso, no es verdad que la suerte sea tener todo lo que desees. Para mí, la suerte es algo mucho más simple: es poder estar hoy aquí recogiendo el cariño que mis abuelos han ido sembrando durante cincuenta años. Por eso, os damos las gracias.

Y, también, por eso no nos queda otro remedio que reconocer

¡¡pero qué suerte tengo!!”

 

Fue muy emocionante oírla, tan desenvuelta y convencida de lo que leía. Pero más emocionante fue la previa celebración religiosa que tuvo lugar –en honor a mi hermana y porque ya habíamos celebrado los 25 años allí- en la capilla de las Hermanitas de los Pobres. Quisimos significar que el sentido de comunidad cristiana, de compartir, es el que queríamos que sobresaliese en todos estos agasajos con ocasión de nuestras bodas de oro.

 

Por encima de todas nuestras dificultades, de nuestros innumerables fallos –individuales y matrimoniales-, deseábamos, más allá de cualquier otra consideración,  que aquellas virtudes que conforman el matrimonio cristiano y que nos enseñó San Pablo, y que tantas veces se han repetido, se hicieran una pequeña realidad cada uno de los días que nos resta por vivir juntos. Ya no nos queda mucho más allá de nuestra vida en común, de nuestro levantarnos y acostarnos a diario con nuestros achaques pero uno junto al otro; quisiéramos y en ello confiamos, que, como en las bodas de Caná, nos suceda igual que a aquellos invitados que, llegado el final del banquete, por la intercesión de María, nuestra Madre,  bebieron del buen vino, guardado hasta ese momento. Ojala sepamos disfrutar de esta reserva hasta el final de nuestro matrimonio.

 

Por ello, nuestro hijo Salvador –en nuestro nombre- leyó al final de la Eucaristía esta

 

“ACCIÓN DE GRACIAS

 

Gracias, Señor, por la herencia de bondad que recibimos de nuestros padres que tanto nos enseñaron en  esforzarnos en hacer el bien.

Gracias, Señor, por nuestros hijos… para que la fe que un día quisimos transmitirles dé sus frutos en ellos y en sus hijos.

Gracias, Señor, por nuestros nietos para que hagan crecer las virtudes que están recibiendo de sus padres y sepan agradecerles lo mucho que los cuidan...

Gracias, Señor, por nuestros hermanos, en cuya compañía, junto a nuestros sobrinos, hemos ido creciendo en comunidad de alegrías y adversidades.

Gracias, cómo no, por habernos tenido unidos durante estos cincuenta años, llenos de ternuras y perdones, de alegrías y tristezas, de entregas y renuncias, de cansancios y andaduras,…

Gracias, Señor, por haber mantenido la fe que recibimos, pese a nuestras flaquezas, manifestándola sin tapujos y fortaleciéndola en nuestro interior. Por haber puesto nuestra esperanza en Ti y, quizá, saber que otros han podido esperar gracias a lo que han visto en nuestras obras. Y, en fin, gracias por habernos inculcado la entrega a los demás, que ha sido nuestra meta, todavía sin alcanzar

 

Te rogamos, Señor, que no vayamos lejos de tus alientos ni escapemos a tu mirada, que los días que nos quedan los sigamos viviendo juntos, con nuestras risas y nuestras lágrimas, con tu presencia y tu luz, sin grandes aconteceres, entregados a los demás, a los más próximos y a los más pobres y desamparados por si, al mirarlos con cariño, te encontramos a Ti y somos capaces de llevarles algún consuelo y la pequeña esperanza de cada día.

 

Señor, ahora que estamos en el atardecer de nuestra vida, creemos en Ti, esperamos en tu misericordia y te prometemos nuestro amor a través de los que nos rodean.”

 

De la ceremonia religiosa, un viejo amigo, Pedro, que disfruta de la hospitalidad de la Hermanitas, nos hizo un estupendo video que incorporo a este artículo. Después nos fuimos a almorzar y en el reportaje podéis vernos tan guapos. También mi hija Maite, con ayuda de la familia, recogió varías fotografías de época y nos confeccionó un Power Point, que subo a esta página-

 

Al final del almuerzo, como era lógico, hubo sus palabritas y, aunque manifesté que las creía innecesarias, después de haber disfrutado juntos durante esas horas y haber compartido recuerdos de viejos tiempos, dolencias de los años que acumulamos en demasía y esperanzas de que podamos seguir como estamos, Virgencita de la Cabeza, como rezan los buenos giennenses, me veía obligado a decir algo para dejar contento al personal y dar satisfacción de mi cuñada Salvadora, oradora oficial de la familia. En primer lugar, cómo no, para recordar, no sólo de forma especial a nuestros padres, sino que también a nuestros hermanos Teodoro y María Inmaculada, a los cuñados Mario y Pepe, a tía Angelita, con la que hemos convivido tantos años, y a los sobrinos Teo y Antonio, así como a nuestros consuegros  Poncho y Emilio, quienes, a su manera, estarán disfrutando con nuestro contento. En segundo lugar, a todos los allí presentes en la celebración, Pilar y yo, agradecíamos su compañía y, a mayor abundamiento, los obsequios tan excesivos que nos habían hecho. Les agradecí, especialmente, el esmero que habían puesto para que mis venideros años sean un cúmulo de comodidades: ya mis hermanitos empezaron por regalarme –en mi setenta y cinco cumpleaños-  el  bastón acreditativo de mis largos años y, ahora, se habían esforzado todos en que mis siestas sean todavía más plácidas que con los  tiempos revueltos, las señoras y las grandes reservas que en el mundo han sido. Y Pilar también está encantada con vuestro obsequio. Los dos, esperamos con impaciencia el viaje que nos han regalado nuestros hijos para que los doce de la suerte tengamos el gustazo de estar unos días juntos. Agradecemos estos y el resto de los regalos con que nos habéis abrumado, representados todos en el precioso ramos de rosas que ayer recibimos y en el retrato de boda que las niñas nos han pintado. También era obligado recordar con cariño, y cierto remordimiento, a nuestros primos y sobrinos que no han venido a esta celebración, como sabemos que hubiera sido su deseo. Ellos saben que los queremos y esperamos que se acuerden de nosotros.

 

Después, todos los hermanos nos juntamos en nuestra casa y terminamos de disfrutar en tan señalado día.

 

Y, como final de fiestas, copio a continuación el romance que –con su habitual sapiencia y cariño- nos dedicó mi hermano Teodoro. Dice así:


Romance a las bodas de oro de Salvador y Pilar

Si yo supiera escribir

como escriben los poetas

escribiría versos largos

o minúsculos poemas;

usaría las metáforas

junto a la prosopopeya,

y otra retórica varia

para que al leerme vieran

lo puesto que estoy en el verso

y cómo domino el tema.

Pero solamente puedo,

y lo hago a duras penas,

ir formando las palabras

uniendo letra con letra,

para tratar de explicar

lo que el corazón secreta:

es decir, el sentimiento

que me corre por las venas,

que se aleja de lo lírico,

y se acerca a la epopeya.

Por eso escribo romances:

porque sin darme ni cuenta

me salen las ocho sílabas

que llevan rima incompleta,

y sirven para contar,

de muy sencilla manera,

las cosas que nos suceden

ya sean malas, ya sean buenas.

Y ésta que hoy aquí me ocupa

es de las mejores de ellas,

pues se trata de contaros,

de forma sutil y escueta,

que Salvador y Pilar

han completado cincuenta,

cincuenta años de una unión

formando ejemplar pareja,

unidos en matrimonio

por la Santa Madre Iglesia.

Pero si nos remontamos

al tiempo que juntos llevan

debemos de señalar

que ya son más de sesenta,

que son los años cumplidos

por éste que esto os lo cuenta;

pues empezó aquel tonteo

el día en que yo naciera,

y así hasta ahora ha llegado

de forma pluscuamperfecta.

Y la vida de una y otro

nunca estaría completa

si no se une el noviazgo

a todas su peripecia;

que allá en Gaucín comenzó

cuando el mayor Molineta

enamoró sin remedio

a la Valdivia pequeña.

Y empezaron a salir,

a dar paseos sin tregua,

pocas visitas al baile,

mucho rosario y novena,

que era la forma más santa,

la mejor manera era,

de acercarse sin pecar

a quien querías por dueña,

aunque ambos corazones

junto a la sangre bulleran;

además era un buen modo

de gastarse pocas perras,

que no abundaba el dinero

ni en bolsillo ni en cartera.

En aquellos comenzares,

según dicen ciertas lenguas,

los celos tendrían la culpa

de alguna que otra pelea

por culpa del boticario,

o por culpa de la inglesa,

que los dos enamoraban

sin que se lo propusieran.

En los muchos ratos muertos

de que dispuso en la tienda,

Salvador estudiaba leyes

para acabar la carrera,

y, mientras tanto, Pilar

acumulaba vivencias

para ser esposa y madre

y una magnífica abuela,

pues esto mejor se aprende

teniendo la buena escuela

de la vida en la familia

que tanto a todos enseña.

Estrenaron un despacho

en la misma Plazoleta

y, aunque los vi cabalgar

sobre una motocicleta,

me parece que el trabajo

dejaba pocas pesetas;

como querían casarse

se retomó la estrategia,

y de nuevo a hincar los codos:

“que la obligación aprieta”.

Recuerdo que a la Adelfilla,

donde cuenta la leyenda

que el Niño Santo enseñó

a Juan Ciudad la vereda,

fuimos como peregrinos

las familias de él y de ella,

para juntas dar las gracias

del alcance de la meta.

Y poco tiempo después

llegaría la gran fecha:

un 25 de enero,

en una mañana fresca,

se prometieron amor

y fidelidad eterna.

Fue tanto el empeño puesto,

y tanta la diligencia,

que al tiempo justo llegó

el fruto que tanto alegra

en forma de un niño hermoso

que nos trajo de cabeza:

por la mañanas Felicia

y por las tardes Josefa,

para que lo disfrutaran

por igual las dos abuelas.

Había que mejorar

y el concurso se los lleva

del lugar en que nacieron

al pueblo de Valdepeñas,

con Pilarilla muy chica

pero tan guapa y colleja

que entre las niñas del pueblo

nunca le faltó niñera,

pues todas se la rifaban

como a un muñeco de feria.

Papaundo y Mamaunda

fueron dos palabras nuevas

que en ese pueblo jienense,

antes de ir a la escuela,

aprendieron los chiquillos

de forma clara y certera,

referidas a personas

de las buenas, buenas, buenas,

entre las muchas del pueblo

que tan bien los acogieran.

Y que levante la mano

quien no pisó aquella tierra

para pasar unos días,

una semana o quincena,

o el tiempo que hiciese falta

en otoño o primavera,

pues a todo el que llamó

siempre le abrieron la puerta.

Allí nacería Mayte,

tan menuda, tan ligera,

que es difícil de asociar

con la magnífica atleta

a la que hoy conocemos

corriendo tantas carreras:

por las calles, por los montes

y por caminos de piedras;

que no corre por ganar,

y no gana por si piensan

que deja en un mal lugar

a los que corren con ella,

así es de noble esta niña,

y por ello tan dilecta.

Los niños se harían mayores,

las perspectivas estrechas,

lo que obligó a la mudanza

cerca de la calle Maestra,

para ampliar horizontes

y buscar nuevas fronteras,

más trabajo y más oficios

y también más noche en vela.

Si con eso no bastaba,

se echarían horas extras

en el puesto de trabajo

o donde el alma se llena,

repasando en el despacho

o con la gente extranjera.

Trabajar y trabajar

en la casa o donde fuera:

catequesis a las niñas

de nuestro padre Poveda;

por los fines de semana

no lloréis ni tengáis pena

que se quedarán con ellos

hasta que los padres vuelvan;

los domingos, ya sabemos…

el almuerzo y la merienda.

Ya estoy hablando de nietos

sin que me lo propusiera,

y es que en esto de escribir,

aunque el lector no lo crea,

nos pasa como en la vida

que el pulso se te acelera,

sin que se pueda evitar,

cuando el final ya está cerca.

Y vas buscando en tu mente,

apoyado en la experiencia,

el modo de concluir

sin que se note o parezca

que ya tienes que acabar

porque te faltan ideas.

Algo que lejos está,

pues tengo más que materia

para seguir abundando

en las dichas y las penas

de este par de tortolitos

con una vida tan plena

que tanto tiempo después

de darse el sí en la iglesia,

muy bien podemos decir,

de forma llana y sincera,

que, a pesar de los pesares,

que a toda pareja afecta,

siguen amándose tanto

como aquella vez primera,

cuando se dieron un beso

allá en los años cincuenta.

Seguro que los que viven

muy cerca de las estrellas,

están saltando de gozo

viendo como se celebra

por los que estamos aquí,

apegados a la tierra,

estas bodas tan doradas

cual si de brillantes fueran.

Seguro que desde allí,

ellos muy bien que se acuerdan

de cuánto los consolasteis

cuando tenían tristezas,

de cómo, con más o menos,

compartisteis la mesa,

y cuando estaban enfermos

os tuvieron siempre cerca.

Seguro que todos ellos

junto a vosotros se alegran

de ver que ya habéis llegado,

con humildad, sin soberbia,

a otra etapa de la vida

que en este instante comienza.


Teodoro R. Martín de Molina.

Jaén-Granada, 28 de enero de 2013.

 

 

 

Si os apetece ver las fotos pinchad aquí:

 

https://plus.google.com/photos/118184867089338388542/albums/5841893617506040081