Gaucinenses en el verano del 14 Imprimir
Escrito por Salvador   
Jueves, 18 de Septiembre de 2014 12:37

 

 

 

 

 

Terminaba mi artículo del primer lunes de septiembre,  prometiendo volver a las mareas, no sólo las del mar Atlántico, si no las que forman las tejas de nuestro Gaucín, que aparentan un mar de rojizos retazos moros, ondulando sobre los tejados, mientras el viento gime y sacude alocado los viejos chaparros.

Porque, a pesar de las carencias de otros tiempos, es evidente que, al renacer con el contacto de sus gentes, nada importa, porque todo se me muestra presente  y vivo, bajo las estrellas. Y la voz de nuestros hombres y mujeres me llega  entre las zarzas, como distante, pero sosegada. Y me dan ganas de volver a las cunitas de los besos, en aquellos días de feria sin fin, mientras la noche se dormía en los fríos de agosto, mirándonos en los ojos del Estrecho. No importa nada porque me  queda el corazón tenaz y acompasado, aunque a veces la arritmia altere sus húmedos latidos. Y esta tierra que refleja, como en un espejo, mis recuerdos idos, en apenas una ráfaga imperturbable y lejana de añoranzas…

 

Insistía en preguntarme  cómo es posible que despierten  estas tierras, ya casi yermas, radiantes de azul. Por que sería horrible morir en la ignorancia. Menos mal que, en la retina más reciente, me quedan sus calles y cuestas empinadas, las persianas que se trenzaron de juncos arrancados de los chilancos de sus ríos, las puertas de maderas carcomidas… y los amigos que te han abierto sus penas y sus contentos para satisfacción mutua.

 

Este artículo es un pequeño homenaje a los amigos y desconocidos –hay mucha diferencia en las edades- con los que me he topado en estos días –escasos, pero intensos- que he pasado en Gaucín.

 

El reportaje –que se enmarca como una luz en el atardecer- se inicia con la persona de Juan Rodríguez, la primera con quien hablé la mañana del 25 de agosto, y que resultó ser de mi quinta. Ya quedamos pocos vivos de los nacidos en 1934 (Pacopepe, Joaquín Larqué, José Carrero…), pero es una alegría charlar con ellos. No sé si a vosotros os pasa lo mismo, pero, a mí, cambiar impresiones con nuestras gentes, preguntarles por la familia, comentar nimiedades del pasado, desearnos salud y alegría… todo el pequeño ritual de quienes vemos que el tiempo pasa junto a nosotros como un viento inasible, a veces cantarino, en ocasiones frío y destemplado, es, pese a ello, una hermosura, motivo permanente para dar gracias a Dios por todo.

 

Bueno, fuera sentimentalismo y vamos a recrearnos con nuestras gentes. Van por orden cronológico del encuentro y vosotros completaréis el comentario que a veces hago de algunas de ellas. Probablemente me habré equivocado en algún nombre. A veces, habré sido más explícito de lo conveniente. Espero que sepáis perdonarme.

 

Aparte de estas gentes, hay otras muchas a las que no he puesto nombre y que figuran en el reportaje que estoy terminando sobre las fiestas del Santo Niño. Espero, asimismo, que os gusten.

 

Me ha parecido oportuno incluir aquí dos acontecimientos importantes de este verano. Uno, el homenaje al 25 aniversario de la Banda Municipal de Música, con cuyo motivo se reunieron junto a la nuestra, las de Cortes y la de Estepona. Me quedé sorprendido, en especial de la calidad musical de los músicos de Gaucín. Otro, el homenaje que, promovido por la Diputación Provincial, concedió nuestro Ayuntamiento a su hijo adoptivo, Francisco García Mota, que se plasmó en la coacción de un busto en el Parque del Castillo. La misa solemne de la festividad del Santo Niño, fue presidida por él y, aparte del coro de Gaucín, intervino la Coral de Niños Cantores de la Catedral de Málaga, de la que  fue Deán durante muchos años el amigo Paco. Los actos resultaron muy emotivos, con la mala suerte de su desvanecimiento como consecuencia de la duración de los discursos, bajo un sol inclemente.

 

Aunque no tuvo lugar en nuestro pueblo, es justo reseñar el también merecido homenaje que el Cabildo Catedralicio de Málaga rindió a nuestro paisano y amigo, Antonio Martín Martín, por su prolongado y eficaz servicio. Como recoge la crónica periodística que me ha mandado mi sobrino Javier, por indicación de Nieves, es la primera vez que se concede esta  distinción, que se denomina “Pro Ecclesia Malacitana”. Es el merecido reconocimiento a “su gran generosidad y a su entrega dedicada a la Iglesia y a la propagación del Evangelio”, en palabras del Obispo de la Diócesis. Se ha destacado el gran nivel moral de su familia, a la que Antonio no olvidó en sus palabras de agradecimiento, indicando que no lo hubiera hecho sin la ayuda de su esposa, Remedios.  Recuerdo, como si fuera ayer, los tiempos en que Antonio era el locutor de una emisora fantasma que transmitía desde el altavoz de la torre de la Iglesia. Yo colaboré con varios comentarios de tipo religioso, que él leía con su voz, singular e irrepetible. ¡Qué tiempos aquellos de ilusiones sin fin!

 

Así es que, hasta el próximo articulo sobre nuestro Patrono, pinchad si os apetece el siguiente enlace:

 

 

 

https://plus.google.com/photos/118184867089338388542/albums/6060011003734772081

 

https://plus.google.com/u/0/photos/118184867089338388542/albums/6060011003734772081