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52 aniversario PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 01 de Febrero de 2015 20:55

 

 

 

No sé como, pero hemos llegado a los cincuenta y dos años de casados, que no de juntos, que lo estamos desde el año 1952; usease ¡sesenta y cinco años, un dia sí y otro también, que tiene tela! Menos mal, que es de la buena y me ha servido de abrigo ante tantas frioleras como tiene esta vida. Y eso que el año pasado hice oposiciones a romper el entramado. A Dios gracias, este año puedo cantar victoria y celebrarlo con más alegría, por que lo que te regalan lo agradeces más.

Tanto es así que he tenido tiempo para acercarme a uno de mis cajones, en donde suelo guardar todas las tonterías que me ofrecen mis viajes, y rescatar algunas cosillas de nuestro viaje de bodas, allá por enero y febrero de 1963. Entre ellas, una carta que Pilar me escribió desde Ceuta, a donde había ido para que le hicieran el traje de novia; me da un poco de reparo, pero me ha hecho ilusión leerla y ver –entre otros detalles tontos de novios de aquellos tiempos- que se había estado acordando de mi “constantemente” durante su travesía del estrecho. Y se despedía con un te quiero cada día más, sin saber que nunca podía superar lo que yo he sentido siempre por ella. Qué vamos a hacerle: era mi destino.

 

Pero, aparte de estas intimidades que a ustedes les importa muy poco, me satisface unir al reportaje una serie de pequeños recuerdos que, en cierto modo reviven la vida del Gaucín de nuestros años pasados. Qué lejos de las estereotipadas bodas de estos días con sus coches de lujo o limusinas horteras, los grandes banquetes, los reportajes fotográficos o vídeos relamidos, viajes a las playas tropicales, etc. En las casas se preparaban los dulces típicos, para acompañar al coñac domecq, al anís del mono, el ponche soto y otras delicias del lugar, de las bodegas “Andresín”… Íbamos y volvíamos de la Iglesia, en comitiva, padres, padrinos, familiares y amigos, mientras las mujeres curioseaban tras las persianas de juncos… la cosa terminaba con el reparto de la tarta hecha por Anita la confitera… Al final del ágape, después de las fotos de rigor (que creo que nos hizo el padre de Paco el fotógrafo de Algatocin),  nos fuimos en el coche de unos amigos, Diego Rivero, abogado de Ronda, que nos invitó, junto a su mujer,  a almorzar en el Hotel Reina Victoria y nos acompañaron a coger la “Cochinita”, un tren Taf de las grandes velocidades de aquellos tiempos que hacía el trayecto Algeciras-Granada… Y ahí tenéis la factura del Hotel “La Perla”; los billetes de nuestro periplo Granada-Madrid-Córdoba-Sevilla, donde nos hicimos la foto de “estudio” en el Convento de las Hermanitas de los Pobres, donde mi hermana Francisca  estaba creo que todavía de novicia; los resguardos de los espectáculos, nuestras excursiones al Escorial y al Valle de los Caídos; y, en fin, otras tonterías que son testigos de de aquellos felices días.

 

Me queda el consuelo de que para algo sirve ese curioso síndrome de Diógenes que reconozco tengo por los pequeños detalles, que, cuando los rescatas, te producen un gran placer. Por lo menos, a mí –no de ahora, desde siempre- me ha gustado, pese a mi tendencia a desprenderme de las necesidades materiales, guardar pequeños detalles de mis viajes y de las efemérides.

 

Ahora, esto se suple en gran medida por las fotografías. Y para no ser menos, ahí os dejo el reportaje –tan facilitado por el uso de la cámara de los teléfonos móviles- de nuestra comida de celebración

 

 

https://plus.google.com/u/0/photos/118184867089338388542/albums/6108004576873377217

 

Hasta el cincuenta y tres, si Dios quiere.