En torno a la Palabra Imprimir
Escrito por Salvador   
Jueves, 07 de Junio de 2007 12:29

 

 

 


 

 

 

 

TEXTO DE LA CONFERENCIA DADA EN LA REAL SOCIEDAD ECONÓMICA DE AMIGOS DEL PAIS, DE JAÉN, EL DÍA SIETE DE JUNIO DE 2007.-

 


Con la venia, decimos los Abogados al iniciar nuestros parlamentos judiciales y asimismo empiezo esta charla pidiendo vuestro permiso y benevolente atención para hablaros de algo tan etéreo como la palabra.

No quisiera defraudaros, pero tampoco hay que pensar que voy a dar una disertación erudita, pues ni soy experto en lingüística, en filología, literatura o cualquier saber relacionado con la palabra. Solo soy un conversador, un hombre a quien le gusta usar de la palabra para comunicar algo e intentar a través de ella el encuentro, el dialogo, la comprensión…

Cuando el Director de esta Entidad me manifestó su deseo de que hablara en este foro tan prestigiado, rechacé, sabedor de mis limitaciones. Y al insistirme,  me acordé de mis escarceos periodísticos y decidí  comprometerme con esta aventura.

En estos dias se cumplen, aproximadamente, dos años desde que inicié mi andadura escrita en un periódico local, esto es, cincuenta artículos, en viernes alternos,  sobre lo divino y lo humano y, precisamente,  mi primera aparición periodística se titulaba “De la importancia de las palabras”, en la que decía:

“Ahora que me falta el tiempo, quisiera decir mi palabra”. Y la decía –y la sigo diciendo- ante lo que me ofrece este  mundo de contradicciones. Al igual que pasa con las palabras. Las usamos para transmitir una cosa y su contraria, para afirmar lo que deseamos y las utilizan los otros para expresar lo que nosotros detestamos.

Estos días -y desde hace bastante tiempo- los medios nos bombardean con  palabras  que se explicitan de formas diversas y, casi siempre, contradictorias… porque son meras opciones políticas o sociales, que serán más o menos acertadas o insatisfactorias, pero que seguirán su curso natural hasta que el tiempo les dé o les quite la razón de existir.

Y este es, asimismo y  en este momento, mi propósito. Aunque todo esta ya dicho, pues ninguna palabra es nueva, amo las grafías, los sonidos, los significados de las palabras. Todo cuanto con ellas y su mundo fonético o semántico tiene que ver, me atrae y me complace, y quiero, en este breve encuentro, expresarlo rogando disculpas por las disfunciones de mi discurso literario.

La palabra es signo diferencial del hombre, pero ellas mismas parecen pertenecer al reino animal, pues son como las personas: nacen, se desarrollan y mueren. Recordemos expresiones como “vale”, “mileurista”… y tantos vocablos de moda, que tienen su momento hasta que languidecen, quedan en desuso y se extinguen…

 


I- LAS MANIFESTACIONES DEL LENGUAJE.-

La palabra es una prerrogativa exclusivamente humana. Afirmaba Dante en su De vulgari eloquentia que la primera palabra que pronunciaron unos labios humanos -los de Adán, en este caso, para comunicarse con su Creador- fue precisamente el nombre de Dios (El, en hebreo), la Palabra. Ni ángeles ni arcángeles podrían haberla proferido. Después, según es fama, advino la fragmentación de aquel lenguaje primero y celestial en multitud de idiomas a causa de la desmesurada empresa de Nimrod en Babel. . Mas también se puede pensar que Babel fuese una metáfora de cómo las distintas formas de vivir, de pensar, de sentir dieron cuerpo a distintas formas de expresarse, y cómo partiendo de la unidad se llega a la enriquecedora diferencia. Caso que después se repite en cada una de las distintas lenguas, como en el español, que en el devenir de la historia se ha ido enriqueciendo con las aportaciones de los distintos territorios en los que se fue asentando, que hacen de él un cuerpo único con una variedad más intensa que los colores que poblaron la paleta del gran Gauguin.

En todo caso, siempre estamos en perpetuo dialogo, con los demás o con nosotros mismos, sobre todo –si no estamos en soliloquios propios de dementes- cuando se  vislumbra la vejez (cercana ya, en el aire, la misericordia del silencio) y nos cansan las conversaciones banales; es el momento de buscar la compañía de la palabra -dicha o callada- aunque nadie nos escuche en nuestra soledad.

En los atardeceres de la vida, o simplemente de los días, en los que como decía Juan  de la Cruz, todos seremos examinados de amor… bueno será preguntarse por el uso que hicimos de la palabra.

*  La más inicial forma de expresión es la palabra oral, medio para la acogida y el aliento.

La palabra es la gramática serena del sosiego, la forma más correcta de expresar la quieta espera. En la tranquila penumbra de lo que realmente somos, se ve con cuanta lentitud avanzan las luces de la alegría o la esperanza. Y la palabra se busca, se suplica, se anhela a veces con insufrible  decepción. Quizá lo procedente –ante nuestra soledad- sería la entrega sin contrapartida, si nos vale la expresión, con palabras de aliento y sostén para el otro, ciego y solitario como yo. Palabras que sirvan, como salidas en un greco, para alargar y estilizar el rostro dolorido, hasta convertirlo en un icono oriental de luminosidad, como un cuerpo en llamas en la alcuza de la vida, apaciguada de suaves alegrías.

*  Pero la más completa manera de expresar la palabra es la escritura, como forma de representar la lengua hablada por medio de signos.
La transmisión oral ha sido fundamental en el devenir de las culturas, de las ideas de la humanidad, pero sin su traslado a la forma escrita nos hubiésemos quedado sin los conocimientos de tantos y tantos sabios que existieron desde los tiempos más remotos.
Podríamos afirmar, no sin cierto atrevimiento, que los pensamientos no llegan a ser completos hasta que se plasman por escrito; de ahí la necesidad que desde siempre ha mostrado el ser humano de pasar sus ideas y las de sus congéneres a la piedra, el papiro, el papel, los ordenadores… Al igual que el amor no llega ser pleno hasta que lo derramamos sobre el otro, pues manteniéndolo en nuestro interior no sería nada, las ideas precisan ser compartidas con los demás y no sólo con los coetáneos, palabra oral, sino también por la escritura que le dará perdurabilidad a lo que produce nuestro cerebro.
*  Un recurrido por las manifestaciones de la palabra escrita nos llevará, desde la simple carta al libro, y a detenernos en los  efectos que estas modalidades ejercen sobre nosotros, como serían la fruición que nos produce su lectura y el silencio que queda tras la misma.

¿Qué decir de la literatura como arte que emplea como instrumento la palabra, hablada o escrita? Con independencia del conjunto de obras literarias, la literatura se refiere a los escritos imaginativos o de creación de autores que han hecho de la escritura una forma excelente, para expresar ideas de interés general o permanente. Y en este sentido, podríamos empezar a hablar de los orígenes de la misma (en nuestra lengua, los Mester de clerecía y de juglaría y, más adelante el Arcipreste de Hita, Jorge Manrique), pasando por los autores del renacimiento (Teresa de Jesús y Juan de la Cruz) y el barroco (Góngora y Quevedo), nuestro Cervantes, los neoclásicos (Cadalso), el romanticismo (Espronceda, Bécquer, Rosalía de Castro), para desembocar en el realismo  y el naturalismo, hasta llegar, después de la generación del 98 (Azorín, Unamuno) y la excelsa del 27, a los escritores de nuestros días…

Pero me quiero detener, especialmente en la Poesía, no para hablaros de sus máximos exponentes, sino para poneros de relieve que es una de las formas más realistas, aunque no lo parezca, de manifestarnos. La Poesía, como dice Gamoneda, último Premio Cervantes, es una realidad en sí misma, porque contiene nuestros goces y nuestros sufrimientos, y esa relación con la existencia le da un carácter que va más allá de la propia literatura.

En su discurso de recepción  decía Gamoneda que le  interesaba  precisar  que el pensamiento específicamente poético se distingue del pensamiento discursivo, reflexivo o de cualquiera otra especie, en que procede de lo Desconocido -de lo desconocido incluso por el propio poeta- y en que lo revela; en que realiza lo irreal; en que puede crear lo que no existía; y en que se hace presente precisamente en un instante en que se produce la disolución de la normativa común del pensar. Una vez más, aquí, el "no saber sabiendo" de Juan de Yepes. Yo, en mi pequeñez, he argumentado en alguna ocasión "que no sé lo que sé hasta que no me lo dicen mis propias y ya escritas palabras". A Cervantes, en su grandeza, creo que le ocurría algo parecido. Juan de Yepes…su saber más real surge de la lectura alucinada del Antiguo Testamento, en particular del Libro de Job y del Cantar de los cantares, así como del conocimiento, incompleto e igualmente alucinado, de la mística sufí.

Hoy contamos ya con un nivel de información y de sensibilidad suficiente para saber que es insegura y precaria la identificación absoluta de la poesía con los procedimientos versales, y que la distinción entre verso y prosa es, a los efectos poéticos, poco menos que trivial. Los grandes creadores lo sospecharon pronto.

En este sentido, el turco Nazim Hikmet, en la primera mitad de su poema titulado "Don Quijote", dice así:

 "El caballero de la Eterna Juventud
obedeció, hacia la cincuentena,
a la verdad que latía en su corazón.
Partió una bella mañana de julio
para conquistar lo bello, lo verdadero y lo justo.

Delante de él estaba el mundo
con sus gigantes abyectos,
y bajo él estaba Rocinante,
triste y heroico.

Yo sé
 que una vez que se cae en esta pasión
y que se tiene un corazón de un peso respetable,
no hay nada que hacer, Don Quijote,
nada que hacer:
hay que embestir a los molinos de viento."

Se habla aquí de la apariencia de una sinrazón fatalista (“no hay nada que hacer”) con un desenlace previsto: "embestir a los molinos de viento"; se habla de una locura que cabría entender reducida a peripecia grotesca. Pero, en la apariencia de la sinrazón, palpita gravemente una verdad: "la verdad que latía en su corazón". Estamos ante un hecho poético.

Esta idea del poeta turco, también me parece interesante, pues ya dije refiriéndome al Quijote que

El silencio viene de lejos
y no tiene horizontes,
como el espacio imprevisto de los sueños

Y, por ello,

Dispuesto a partir
va decidido, aunque
perdido en el bosque de las rosas,
andando por la acera
de los mundos
sin dejar huellas
de besos ni humedades.

Irremisiblemente solo.

Como una hoja
a punto de dejar
las temblorosas ramas del olvido.
Como una cepa
aun unida a los dolores
de muchos páramos.

Irremediablemente solo.

En su consecuencia, ante  este silencio y ante esta soledad,

En el alfiz del mundo
no cabe el acomodo...

Aunque nuestras batallas tengan un marco reducido, en lo que ahora nos interesa: la palabra


Y buscar la palabra
que suba a la memoria
para encontrar la paz
al comienzo del alba…

No otra cosa pretendo, sólo
beber en los manantiales del lenguaje
y encontrar una palabra que te comprenda.

En todo caso, es muy  reconfortante, en esta forma de expresarse, unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales, algo equivalente a la metáfora en todas sus modalidades. ¿Caben alardes de mayor belleza e ingenio que aquellos el que el ámbito metafórico puede abarcar? ¿Podría el vasto dominio de lo poético prescindir de tan sutil herramienta de líricos efectos?
Los poetas piensan en metáforas; ven la realidad en imágenes, en música de versos, en versos de música. Tienen un oficio delicado que requiere especial sensibilidad para espigar nombres, adjetivos, verbos y sus armonías, sus ritmos: 'Cosas del lenguaje' que diría Julio Casares. Ese mezclar sensaciones de impensables etiologías, ese sabio jugar con los 'efectos especiales' de la Literatura, constituía, en esencia, un mágico trasvase en que el color tenía asociada melodía, y la melodía matices policromos, y el tacto percibía calidades lumínicas que relampagueaban por los exóticos tisúes como las 'vagas estrellas' de Leopardi.

O, simplemente y sin ir tan lejos, lo que yo pretendo, en mi pequeñez,  con mis pinturas y mis versos: una atmósfera de misterio.

Por eso mismo, Gamoneda se atreve a decir, que la poesía es antes sensible que inteligible, o que es inteligible bajo condiciones de sensibilidad. En todo caso, Ortega no dice que el Quijote sea un libro fácil y realista, sino un libro difícil fundamentado en el poder de las alusiones simbólicas. ¿Cómo no estremecerse con estas alusiones simbólicas de Gamoneda? En uno de sus poemas nos dice


… Yo comprendía
todas las cosas como se comprende
un fruto con la boca, una luz con los ojos.
Es como si volviera a oír el llanto de Juan de la Cruz, el de Yepes
¿Adonde te escondiste,
Amado, y me dexastes con gemido?
Como el ciervo huyste
Aviéndome herido;
Salí tras ti clamando
 y eras ydo.

 

II.- EL CONTENIDO DE LA PALABRA.-


*  Pero, en el fondo, cualesquiera que sea la forma de expresión (oral o escrita), lo que verdaderamente interesa es el contenido de esas palabras, y sobre ello quiero hacer un breve excurso en torno a lo que me suscita el tema. Tanto desde las distintas perspectivas de expresión (los medios el llanto, el cante, la cultura), como por la forma de utilización (desde la tensión al diálogo).

*  Por ejemplo, la palabra oída o leída, a través de los medios de comunicación. Hay un bombardeo de palabras, y lo que es importante es saber discernir cual es la que debemos aceptar para formarnos nuestro criterio. Hace unos dias escuchaba a un comunicador que, por razones de enfermedad ha estado ausente varios meses, que decía que hemos abundado en el periodismo declarativo y que se dicen unas cosas terribles en este país. …que es triste haya palabras como balas. Al final del día me gustaría contribuir a que no haya trincheras, a que éste no sea un bosque de desencuentros. No quiero ser un soldado de esa causa. Quiero contribuir a la serenidad.

Vanas ilusiones. Y difícil nuestra tesitura. Porque los medios de comunicación no reflejan lo que pasa en la vida real, ni invitan a la templanza y a la cordura. Es molesto observar, en los últimos tiempos, una exaltación de sentimientos, que trasluce en los medios de comunicación. Se está dejando de discutir y se empieza a insultar, a exponer ideas radicales, como si fuesen las únicas válidas, para defenestrar al oponente. Se alardea de locuciones extremas, que fomentan un clima de discordia. Parece que expresamente se buscan expresiones hirientes para provocar. ¿Son necesarios los gestos extremos? 

Decía Samaniego, hace ya tiempo, que

Hay autores que en voces misteriosas,
estilo fanfarrón y campanudo
nos anuncian  ideas portentosas;
pero suele a menudo
ser el gran parto de su pensamiento,
después de tanto ruido, solo viento.

*  Hay una forma bellísima de expresión: el llanto como palabra dolorida, desde la hondura de nuestro cante jondo o de la saeta andaluza, hasta el llanto eterno de nuestra existencia: el del niño recién nacido, primera aproximación de signo hablado en los albores de la vida y “el sabor a muerto de la lengua” del anciano, que nos dirá el poeta como más adelante veremos. O, como canta, cuando grita

Oigo tu llanto.
Subo a las habitaciones
donde la sombra pesa en las maderas inmóviles,
pero no estás:
sólo están las sábanas que envolvieron tus sueños.

¿Todo en mí es ya desaparición?
No aún. Más allá del silencio,
oigo otra vez tu llanto.

Qué extraña se ha vuelto la existencia:
tú sonríes en el pasado
y yo sé que vivo porque te oigo llorar.

*El cante flamenco, como máxima expresión de esa palabra dolorida   Ese fatal grito de alegría o dolor, un mundo de misterios, como expresión mas auténtica del sentimiento del pueblo andaluz y de su hablar característico. La lírica popular gitano-andaluza, el lenguaje del flamenco se manifiesta en las letras de los cantos que atesora valores humanos, artísticos y literarios.

Aparte de los términos que esta lengua especial aporta a la lengua común (duende, juerga, parranda, camelo, mangar o mangante…) y de la contribución que las coplas flamencas han significado al habla andaluza, es evidente su acusada personalidad por la presencia de elementos léxicos gitanos y andaluces, que va incluso más allá de la palabra, al aparecer resortes comunicativos como los gestos, la expresión del rostro, las actitudes que adopta el cantaor, las palmas y, por supuesto, su lenguaje caracteristico.

*  Y hoy mismo, en que es evidente el fenómeno de la multiculturalidad, no escapa a nuestra percepción la idea de que la palabra es esencial como nexo entre las culturas

Aunque pueda estar equivocado, no debo dejar de contextualizar el problema en la lucha contra las religiones. El tema es tan importante que afecta a la esencia trascendente del hombre, que se caracteriza por estar en perpetua interrogante. Como dice Frankl, el deseo de encontrar sentido a la realidad es una de nuestras grandes necesidades. La búsqueda de sentido, presente siempre en la historia humana, es especialmente acuciante en nuestro tiempo; y estas búsquedas existenciales exigen un camino de diálogo con nuestros contemporáneos. La traba está, pues, en la falta de diálogo o de comprensión entre las diversas culturas, es un problema de aculturación. La religión —que está en la esencia de todas las culturas— se nos ha vuelto un problema explosivo, ha dicho el filósofo J. A. Marina; y, por concluir la argumentación con un pensamiento del teólogo  Küng, no habrá paz en el mundo mientras no haya paz entre las religiones. Y, todo ello, a través de las palabras como vehículo  para transmitir las ideas o sentimientos religiosos, algo consustancial al hombre en cualquier civilización.

Esto me parece evidente, por ejemplo, en el acuciante tema de la inmigración. Prescindiendo de la perspectiva estatal o política, los de a pie tenemos pánico a enfrentarnos a una cultura que no es la nuestra y que empieza a preocuparnos, sencillamente, por una cuestión racista que se inicia en el color de la piel y continúa por desconocer, y temer, su lengua y su estética, cual sea su concepto de lo bello o de lo bueno, sus criterios de comportamiento; en una palabra, tememos sufrir una aculturación, al revés, pero con los mismos efectos de lo que nosotros hicimos en nuestros tiempos de descubridores y colonizadores. Dicho llanamente, pretendemos mantener nuestra identidad y para evitar el acogimiento, ni queremos pensar como ellos, ni menos sentir con ellos: sólo nos interesa mantenerlos lejos de nuestro bello entorno cultural. Por ello, no está moral ni éticamente justificado evitar que vengan.

Las formas del contenido de las palabras, también se manifiestan en ese itinerario que va…

 


III.- DE LA TENSIÓN AL DIALOGO

*  La retahíla de palabras  sustituye a las palabras de concordia y, a veces, nos encontramos con la ausencia de palabras. En el trasfondo se vislumbra –como envuelto en la pátina dorada de un cuadro romántico o en la niebla gris de un greco tenebroso- el tiempo perdido en dimes y diretes. La verdad es que, las fobias y filias aireadas desde las distintas perspectivas de siempre, vuelven a tejer y destejer los hilos del entresijo y ya tenemos donde refugiarnos para… no hacer nada.
Son los supuestos- en nuestros tiempos tan presentes- de los ruidos motorizados de los jóvenes que, con su ventanilla abierta y las estruendosas canciones a todo trapo, nos insultan o, si no tienen tanta altura económica, nos revientan los oídos con sus motillos de pequeña cilindrada pero atronadores escapes acelerados. O, si nos trasladamos a espacios de comun inconvivencia, los ejemplos a cielo abierto del botellón, o en el espacio cerrado de las discotecas

Sin llegar tan lejos, el runrún audiovisual, que actúa con mas refinada crueldad necesitaría de dulces violines, para que sus suaves sones nos hicieran olvidarnos de los tertulianos que nos esperan en la salita de estar para llenarnos la cabeza de falsas profecías, mientras en sus tertulias, como si de una jaula de grillos se tratara, el oráculo de turno trata vanamente de hacerse oír con sus ásperos dardos lanzados para envenenar el ambiente... No importa que haya o no temas nuevos de que hablar, porque todo lo que se dice y escucha es una mera reiteración de lo dicho hace una semana, dos meses, años ha… solo tozudeces, que no nos permite desembarazarnos de tanta torpeza de miras y elevar el listón de nuestras apetencias.
 
Me parece apreciar que el lenguaje de los medios de comunicación está divorciado del sentir de la ciudadanía y sería preciso reconducir la dinámica de todos los días a espacios de sosiego y tranquilidad.

A todos se nos escapan los impenetrables designios que hacen que nadie sea capaz de soportar al prójimo y, por el contrario, busque cualquier resquicio para su perdición. Cuando el uso de la fuerza y la violencia es lo que prima y el ruido y la protesta airada son más importantes que la idea, el raciocinio o la argumentación, no alcanzo a comprender cómo es posible que todos, que decimos beber en los manantiales de la verdad y del amor, no seamos capaces de derribar tanto muro de incomprensión y odio, tanta muralla de soberbia y animosidad, y tanto templo de resentimiento y rencor, y no concurramos, presurosos, a abrir nuestro entendimiento y nuestra voluntad a la convivencia y a la concordia.

Probablemente, todo se deba a la sucesión de los tiempos, en que es evidente que los sentimientos y el modo de vida de los hombres y la sociedad de mi generación han finiquitado, para dar paso a las creencias o ideas -o a la falta de ellas- que los poderes dominantes imponen para hacer tabla rasa de lo que ya no sirve, o no se precisa como fundamento de la nada, basada en una cultura de pasacalle y pandereta.

Pero me niego a seguir lamentándome porque, en el fondo, creo que esto no puede seguir así, que hay que tener un lugar para la esperanza, que deben primar los motivos de alegría. Porque, sobre todo, viene una nueva generación que, necesariamente, debe resistirse a esta atonía y rebelarse. Y, entre tanto, hay que responder con una actitud personal deliberadamente optimista y positiva. Nuestras creencias, mas que ello, las esencias de nuestras creencias, no se hunden, porque así lo tenemos prometido. Pero, por si acaso, proclamo mi necesidad de confianza en el futuro, de alegría en el presente.

En el fragor de estas incomprensiones, la palma se la lleva la confrontación relacionada con la violencia etarra y la paz que nunca llega.

Y traigo a este foro el tema, desvinculándolo de su perspectiva estrictamente política. Con independencia de lo acertado o desacertado que sea por una parte del espectro político centrar en ello el discurso; y  prescindiendo de cómo por el resto de las fuerzas políticas se haya manejado el tiempo de tregua, antes y después de Barajas.
Es más, no quiero detenerme ni analizar el tema desde esta perspectiva política, después del reciente comunicado del fin de la tregua, obviando toda la discusión que ha vuelto a la primera página de los debates y del enconamiento que se nos viene encima, por lo menos, hasta las próximas elecciones. Pretendo enfocar el tema desde otros derroteros. Porque, en todo caso… las palabras diálogo, reconciliación, paz, perdón, suenan como si fueran clarines de guerra. Pero, entiendo que, sin perjuicio de actuar con firmeza dentro de los parámetros del Estado de Derecho, contestar al terror con la misma y cruel moneda –el odio y la muerte- no debe ser de recibo; y lo digo, desde mi posición personal, postura que vengo manteniendo desde hace tiempo y de la que no reniego.

Muchas palabras he dedicado a este asunto, desde una perspectiva cristiana y he subrayado como la Iglesia está trabajando en ello: “Comprendo -explicó Blázquez- que socialmente no se puede imponer el perdón, pero hay quien ya ha perdonado. El señor murió perdonando. El perdón es una categoría cristiana…, y deseamos que se pida perdón, que se ofrezca y se reciba, para que se pueda llegar a una reconciliación más amplia y profunda en la sociedad". Aunque parezca un desatino, yo me sumo a estos deseos, aunque sean del obispo vasco, que, por lo demás, coincide con los del Papa, en su llamamiento a todos los españoles para que "intensifiquen sus esfuerzos por consolidar los horizontes de paz que parecen abrirse en el País Vasco y en toda España". Últimamente, también el Rey se ha mostrado partidario de los intentos de paz. 

*  Por ello, a mi juicio y en nuestro ámbito –en el que nosotros podemos dominar-  sería necesario superar la dificultad que encontramos para expresar nuestras propias ideas y contrastarlas con los demás sin llegar a la crispación, incluso con los del entorno más próximo como es la propia familia.

Mas allá de la tolerancia (que pudiera ser una postura pasiva), llegar al respeto (que exige conocer y respetar la opinión ajena). Sería preciso saber hablar, y, frente a este saber o junto a él, el saber escuchar, y mas allá de todo, el saber del silencio. Nosotros, los que hemos convivido entre civilizaciones, desde los albores de la historia -tartesios e iberos, griegos y fenicios, púnicos y romanos- y, penúltimamente, asentados durante ocho siglos en la sabiduría oriental y en el arte islámico, hasta que la unidad territorial y espiritual rompió ficticiamente las fronteras…  Nosotros, digo, que, por ello, hemos sido siempre tierras y hombres de frontera, sabemos –o, deberíamos saber- de encuentros y desencuentros, de la filosofía de la convivencia que se prolonga, pese a las confrontaciones y quizá por su continuidad, en etapas de concordias, condescendencia o acoplamiento social entre pueblos. Nosotros, los andaluces, que sabemos de la prosperidad de Córdoba y de la decadencia de Taifas, siempre en zona de frontera con el reino de Castilla,
que conocemos, por ello, lo que es adaptarse al terreno, con la tradicional capacidad oriental para asumir, en cualquier caso, lo que se nos brinda en cada momento presente, deberíamos ser estandartes de concordias.
Y, porque somos tierra fertilizada por muchas verdades y por diversidad de sentimientos,  también debemos saber ser sedimento donde fructifique la palabra a través del diálogo.

De todas formas, todavía te queda reconciliarte contigo mismo, en la soledad y en el silencio de tus espacios, donde se es capaz, como junto al oscuro mudéjar de los techos, descubrir la blanca cal de los pilares, limpiar los rencores y purgar las miserias, las propias y las ajenas, que, al fin y al cabo, no están tan alejadas las unas de las otras. Entonces, pese a las contrariedades de la vida cotidiana, puedes descansar en el asiento de tus esperanzas.

 

 

IV.- UN LUGAR PARA HABITAR.-


Sería el momento de intentar buscar de nuevo la verdad de las cosas para encontrar algo positivo a lo que merezca decir “sí”, sin miedos al “no” y a la inhibición o a la molicie. Sería el momento de caminar hasta que brille la paz, como un telón que, al bajar, borre del escenario todo atisbo de guerra y dolor, discusión y enfrentamiento, a la par que suene una leve melodía de tranquilidad y sosiego. Es el momento de rechazar el acomodo, la dulce duermevela de nuestra satisfacción, para levantarnos en búsqueda de nuevas actitudes, nuevas inquietudes.

 

*Voy a finalizar estas breves reflexiones, pero antes quisiera llamaros la atención de que

Las palabras son la música de las voces humanas…
Las palabras son polen sobre las flores de las cosas.

Son como el alma de Juan de la Cruz, que arde junto al madero, mientras conversas con el agua en la mañana,  mientras la haces llorar  regando el huerto

Este crepúsculo refrescante:
Sufrimiento
Siempre dispuesto
A recibir la luz reidora

Y brotan luces y esperanzas. Ayer y hoy, nuestro entorno es un continuo vaivén de contradicciones e incertidumbres, pero hemos de negarnos a dejarnos vencer por el abatimiento y la desilusión. Anhelar algo distinto, la esencia misma de nuestras ambiciones, algo así como el silencio de un amanecer…Sería como sembrar en la arena de nuestro corazón unas migajas de alegría en la navidad permanente de lo por venir. Tal como un trazo de misericordia en los surcos de nuestra  diaria miseria. Igual que las notas de un piano acariciado por inocentes manos.

Y estas dudas y certezas, los silencios y las alegrías, la misericordia y la inocencia, son las palabras consustanciales al hombre

Porque -y termino parafraseando un poema de Gamoneda-:

Es un hombre. Va solo por el campo.
Oye su corazón, como golpea,

y, de pronto, el hombre se detiene
y se pone a llorar sobre la tierra.

La vida es como estar en medio del campo, entre tus soledades, donde apenas tienes tiempo para regar lo que te rodea con el llanto. El llanto de tus palabras, de tus voces, de tus garabatos, tus trazos, tus dibujos, las lagrimas de colores, a veces agrias y amargas casi siempre, en tu soledad, gritos incomprendidos, inaudibles por si solos, palabras que se quiebran en la garganta seca, que se consumen, que huelen a muerto. Si te callas, ya no eres necesario. La soledad nunca lo es, porque siempre tienes el llanto del silencio o el silencio del llanto, tanto da.

 

Juventud de dolor. Crece la savia
verde y amarga de la primavera.

sigue diciendo el poeta.

Cuantas ilusiones juveniles se frustran tan pronto las acunas, como van rociando tus primaveras de desencantos. Cuantas muertes inútiles entre amasijos de hierros y ruedas, de humos y  goces, cuantas amarguras. Y tus palabras se pierden en el vacío o quizá no, porque es posible que el preñado dolor de la inconsciencia alumbre nuevos goces.

Hacia el ocaso va. Un pájaro triste
canta entre las ramas negras.

continúa la descripción poética.

Ya nos vemos cantando nuestras tristezas, mientras las nubes grises, moradas, casi negras, destilan pesados goterones de un otoño que corre, sin esperar, hacia el horizonte cercano, donde solo nos queda decir palabras musitadas.

Ya el hombre apenas llora. Se pregunta
por el sabor a muerto de su lengua

termina el estremecedor poema: como nuestra vida.

Ni tan siquiera nos quedan lagrimas en los ojos que se amiopan y achican en párpados semicerrados, y nos cuesta decir una palabra de esperanza, mientras masticamos el regusto mortecino de tantas vanas palabras. También yo, en mis sencillos versos os digo

Como siempre,
La tierra y sus silencios
Han salido al encuentro de tus huellas

De todas formas, no hay lugar al desasosiego por que siempre queda tiempo para decir estas últimas palabras:

No me desconcierta la muerte
porque siempre la aguardo
tras los juncos de la persiana,
colgada en la ventana de mis días;
mientras cruzan las calles
del alma mis fantasmas,
y miro tras la celosía
el transcurrir de mis fantasías…

Soy la propia muerte,
que ingrávida espera
que todo termine
y la dejen solitaria.
¡Qué desasosiego ¡
No.
La paz es lo que espero.

*  Y ya termino. Cuando, a pesar de todo,  el desasosiego nos invade, cuando la polilla de la desesperanza parece apoderarse de nosotros y todas las razones se nos diluyen y las admoniciones nos suenan a hueco, no podemos decir nada mejor que la palabra,  aquello que se nos legó para siempre:

La Palabra se hizo hombre
Y habitó entre nosotros

El inicio de  San Juan, como de si una obertura de ópera se tratara, nos indica que Jesús de Nazaret es la Palabra –preexistente y que definitivamente entra realmente en la historia del mundo-, que es tanto como testimonio de la luz, de luz verdadera. Por ello, he de proclamar que, ante esta realidad aceptada como opción ante la vida, no caben zozobras, ni tan siquiera ansiedades o impaciencias. La Palabra se acerca al hombre y se encarna, como realidad cercana, con rostro humano y, generosa y asombrosamente, pone su tienda entre nosotros…

En esta tesitura, ¿hemos aprendido a habitar en esta tienda?,  ¿podríamos, nosotros, intentar tener un talante de aceptación del otro, del que es distinto, como algo positivo en términos paulinos, más allá de la simple y negativa resignación o de la mera y visceral confrontación?

A mi juicio, y así lo proclamo sin falsos orgullos ni timoratos recelos, estas reflexiones deben ser anuncio de que algo amanece en nuestras conciencias, de algo que trasciende mas allá de la simple sensiblería.

Vivimos de una forma atolondrada, sin que nada nos importe ni nos inquiete en demasía. Decía Carlos Amigo que, en la búsqueda de la verdad, del bien común, del bienestar y hasta de la paz, da la impresión de que más que el deseo sincero y eficaz, lo que domina es un apasionamiento tal que se puede conseguir, a cualquier precio, y por los medios que fuere, el objetivo inmediato de lo que se pretende

Otro tanto sucede con el sentimiento religioso, que hasta avergüenza citarlo, aunque estoy seguro de que lo hay, pues somos personas ligadas o religadas por naturaleza. Ya pasamos de todo. O quizá es que nosotros estamos pasando a la historia, con el haz de nuestras viejas creencias, de nuestras ajadas esperanzas. El problema está, como es evidente, en nuestra actitud ante estos sucesos, en nuestras reacciones. Lo peor de todo es nuestra pasividad ante esta dejadez. Pero, todavía, hay lugar para la rebeldía. El mundo nos llama inexcusablemente y debemos responder a la llamada apremiante con nuestro esfuerzo, sabiendo que, aunque las olas de la tormenta amenacen nuestra travesía, esta llegará a buen puerto

Y, aquí, donde nadie respeta a nadie y somos tan excluyentes que queremos imponer nuestras visiones particulares, a mí me gustaría desintoxicarme y saber a ciencia cierta donde estoy; si puedo ser creyente sin que me miren como a un bicho raro; si todavía soy una persona que pueda tener un pensamiento político, de uno u otro signo. Sólo pretendo ser dueño de mis actos, de mis pensamientos y de mis juicios: tener el derecho a equivocarme sin presiones intolerables, tener derecho a decir mi palabra, sin que nadie se escandalice.

En definitiva,


Una palabra, dolorosamente oculta,

que canta dentro de nosotros

y  sale a la mañana para ser comunicada.

Amor  derramado y sin máscaras,

alegría escondida en las lágrimas del mundo


Empezaría a pensar que soy una persona respetada y que la Primavera / la Palabra habita entre nosotros.


Jaén, Primavera de 2007.