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Josefa Segovia, una giennese universal PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Jueves, 18 de Enero de 2007 12:37

 
NOTA DE PRENSA EN EL DIARIO "JAEN":

El día 18 de enero tuvo lugar en el Instituto de Estudios Giennenses la lectura del Discurso de Ingreso en dicho Centro (integrado en la CECEL, del CSIC) del Consejero de Número y Secretario del mismo, Salvador Martín de Molina.
Disertó sobre el tema “Josefa Segovia, una giennense universal”, en un  Salón de Actos repleto de público, entre el que se encontraban familiares de la primera Directora General de la Institución Teresiana y numerosos miembros de ésta, con cuya trayectoria cristiana el Consejero entrante manifestó sentirse comprometido.
Presidió el acto D. Moisés Muñoz en representación del Presidente de la Diputación y del Instituto y el Sr. Sillero y Fernández de Cañete, Consejero-Director del mismo, y asimismo ocupó la Mesa Presidencial el Consejero de Número D. Francisco Juan Martínez Rojas, Archivero de la Catedral, a quien correspondió contestar el Discurso.
Martín de Molina -sin intentar una biografía que ya ha sido profundizada con agudeza por historiadores y hagiógrafos- pretendió poner de relieve cómo Josefa Segovia respondió a las interrogantes de la vida, partiendo de la respuesta que, a nivel de reconocimiento universal, da el LÓsservatore Romano del día 20.12.2005, en el que se inserta la autorización de Benedicto XVI para promulgar el Decreto que recuerda… las virtudes heroica de Giuseppa Segovia… Decreto Pontificio que le sirve de pauta para estudiar las distintas perspectivas de la Institución Teresiana tal como la encarnó Josefa Segovia y, por ello, su discurso, sin perder de vista la centralidad de la figura de Josefa Segovia, tiene tres vertientes que discurren paralelas a la fundamentación del  mencionado Decreto. Y, desde esta triple perspectiva,  esbozó las huellas que ha dejado Josefa Segovia en el devenir de la Institución, lo que, por otra parte, configura la esencia actual de la Unidad Asociativa que ya ella vislumbró.

 

RESUMEN DEL TEXTO DEL DISCURSO DE INGRESO (Editado en su integridad por el Insituto de Estudios Gienneses, Diputación Proncial de Jaen, Soproargra, Jaén 2007)


La raíz giennense, en el feliz ensamblaje de dos personajes que mutuamente se compenetran para hacer fructificar la idea de un instituto secular. La nueva espiritualidad, con un carisma determinado, que impregna todo el andamiaje teresiano del modo de ser povedano y que se consolida definitivamente con la manera de entender esa esencia que tiene Josefa Segovia, continuadora de la Institución. Y la definitiva impulsión hacia una perspectiva universal, concebida no solo en su estricta  y expansiva territorialidad, sino como una forma de recepción y asimilación de elementos culturales de otros grupos humanos, de otras sociedades, culturas y espiritualidades  en el concepto más actual del término.
1.- El contexto histórico inicial (que trascurre en Jaén, muy cercano a este lugar, en torno a la entonces céntrica calle Cambil) y su juventud se desarrollaron en plena secularización de la sociedad, en la tensión casi conflictiva entre fe y ciencia, que derivaron en evidentes consecuencias religiosas, educativas y culturales, especialmente en la primera década del siglo XX. Detalló los primeros pasos de su integración en las Academias creadas por Poveda y se detuvo en la solicitud de 3 de octubre de 1923 para la aprobación pontificia, que fue presentada por Josefa Segovia en Roma al Papa Pío XI, a partir de la versión original de Pedro Poveda y las sucesivas reflexiones de miembros de la Institución Teresiana. En su única cita, tomada de la carta de Pedro,  “Juntad a vuestra fe virtud, y a la virtud ciencia…” ya se fija el eje de la Institución, que advirtió la urgencia de demostrar que la promoción de la persona y la transformación de la sociedad son posibles  gracias a una formación cultural radicada en el Evangelio,  y quiso dar respuesta a la situación de cambio que se vivía en su momento histórico y eligió el camino de la conjunción fe-ciencia, concepto eje para convocar en torno a sus proyectos pedagógicos a un grupo de personas preocupadas por dichas ideas, apostando por el potencial que representaban las mujeres en la España de entonces, como exponente de la presencia de la mujer en el mundo laboral.
Josefa Segovia viene a ser espejo del autentico feminismo cristiano.
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En esta encrucijada histórica, Josefa Segovia tuvo la suerte de encontrarse en el paisaje de otro giennense, Pedro Poveda, quien en 1906 se traslada a Asturias, donde descubre que la función social de la educación viene unida a un proceso de secularización creciente que, en ocasiones, se convierte debate anticlerical. Se trata de una crisis intelectual generalizada pero que en España  -antes y ahora- adquiere matices especialmente conflictivos. Poveda advierte la necesidad de no separar las realidades temporales del Evangelio, la cultura de la fe, y lanza un ambicioso plan que proponía la unión del profesorado católico, capacitándolo pedagógicamente para una presencia individual y responsable en las instituciones docentes, tanto oficiales como privadas.  Para llevar a cabo este proyecto, Poveda fundó las Academias o centros para preparar a los futuros maestros. En donde empezó a poner en práctica las innovaciones académicas relacionadas con las corrientes de la llamada “Escuela Nueva”, y, sobre todo, la intuición fundamental de su vida: un programa de cristianismo comprometido para el seglar que desea la cristificación del mundo desde las mismas estructuras temporales.
Paralelamente, Josefa Segovia había cursado sus estudios en un ambiente efervescente, en el que compartió la coexistencia de diversos planteamientos ideológicos, científicos y religiosos, experimentando el programa reformador de la educación española apadrinado preferentemente por gobiernos liberales y fuertemente influenciado en sus bases doctrinales y técnicas por la Institución Libre de Enseñanza. Este pluralismo ideológico y cultural acompañó su recorrido estudiantil y esta experiencia fue objeto de reflexiones posteriores, valorando lo que había supuesto para ella estos años que siempre consideró decisivos en su trayectoria personal.
El Modernismo y la polémica entre renovación y tradición, articulada en gran parte, y con notoria virulencia, sobre el hecho religioso, controvertido por unos y no siempre presentado por los otros de modo adecuado a los cambios que se estaban produciendo, iba a percibirse por Josefa Segovia, decididamente, una vez se produce su encuentro con el Padre Poveda, quien con su mayor experiencia  había llegado a la convicción de que el porvenir del hombre y de la sociedad comenzaba a debatirse en el campo de la escuela, como ya había afirmado Ortega y Gasset en 1910, quien asimismo abogó por “superar la cruda antinomia entre dogmatismo teológico y ciencia”.
Esta fue la intención povedana, acercar fe y ciencia. El intento renovador de la Institución Libre de Enseñanza era plausible y en este contexto se percibía también que la problemática derivada de la fractura entre la Iglesia y el mundo moderno se centraba en el ámbito educativo. Así, en un momento en que el Estado reclamaba para sí la tarea de enseñar y la escuela primaria, Poveda centraba su atención en la persona del maestro, el de la escuela oficial principalmente, para incidir de modo eficaz en la formación de la persona y en la configuración de la sociedad.  A las interrogantes que se derivaban de esta encrucijada vital, intentó responder mediante la creación de las Academias de Santa Teresa. Y encontró el apoyo decidido de nuestra protagonista.
Su figura de mujer, en un tiempo de silencio, como es el primer tercio del siglo XX, es pionera de aquellas que salen del ámbito familiar al público y muestra que la mujer puede aportar una nueva manera de estar en el mundo y en la Iglesia. Y en este nuevo modo de vivir, se fija el reto de formar personas capaces de vivir a fondo la propia condición cristiana para transformar la sociedad.
En esta época de inestabilidad y convulsiones, pues, ya está presente poniendo de relieve la espiritualidad de la encarnación (compartida con Poveda).
Desde aquí y en colaboración intensa, supo reflejar fielmente el ideal intuido por Poveda, su programa de presencia cristiana: la profesión vivida como los demás, pero de otra manera. Josefa Segovia aceptó el reto y de aquella colaboración primera surgió una gran compenetración con el Fundador de la naciente asociación. Junto a un estilo humano hecho de preparación profesional seria y responsable, un estilo cristiano que ha sido calificado de «hallazgo espiritual povedano», un modo de vivir lo sacro «como los primeros cristianos». Sencillez, naturalidad, pasar desapercibidos entre las gentes pero con la singularidad de la virtud más verdadera. Un estilo y un espíritu que impregnó profundamente en Josefa Segovia.
2.- La segunda premisa que baraja el Decreto Pontificio (vivió con extraordinaria fortaleza los años difíciles que siguieron a la muerte del fundador eligiendo la formación de las personas en el aspecto espiritual y en el intelectual y profesional, como modo de consolidar la obra) ocupó la segunda parte del Discurso.
Para Martín de Molina, el segundo tercio del siglo XX va a contemplar el esfuerzo titánico que va a realizar Josefa Segovia, para consolidar la Institución que afloró Pedro Poveda, en los años más difíciles del devenir de la misma, por lo que no es una ligereza indicar que, gracias a ella –en su soledad material y solo abundante en precariedades y enfermedades- se mantiene y crece la obra. Es el momento de afianzar el sentido de laicidad, entendida como “inserción en el mundo”. Y la Institución, creada por Poveda y consolidada por ella, sobre la base de su infinita confianza, en el sentido religioso del término, se desarrolla en floreciente expansión.
Una de las aportaciones más novedosa de su pensamiento, que compartió con Poveda en los inicios y desarrolló a la muerte de este, fue la del sentido laical de la Institución. Como Directora de la misma desde 1919 y hasta su muerte, alentó a un asociacionismo femenino que favoreciera la implicación y el protagonismo de las mujeres en diferentes ámbitos de la sociedad a través del ejercicio profesional y de la participación en la vida pública que buscaban compartir con otras el impulso del avance social femenino. Como indica el decreto pontificio, “eligió la formación de las personas en el aspecto espiritual y en el intelectual y profesional”. A  todo ello Josefa Segovia imprimió su estilo propio. En ella se reconoce la compleja organización de la IT, en la que, junto al núcleo propulsor y organizador,  ya se encuentran las distintas Asociaciones.
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Este germen de lo que, dijo Martín de Molina,  yo llamaría laicismo asociativo, va a desembocar en la actual conformación de la Institución Teresiana, a través de un largo proceso que, fundamentalmente, se vislumbra paso a paso en los distintos congresos y asambleas, reglamento y estatutos, todos los cuales son como eslabones del pensamiento de Josefa Segovia, que los transciende y que pervive en la Institución, incluso después de su muerte.
A continuación, puso de relieve como Maria Asunción Ortiz, estudia el desarrollo evolutivo de la etapa fundacional, desde la idea de complejidad con que Poveda concibió la Obra, y las diversas correcciones que se fueron adoptando a través de las circunstancias históricas. Y así, en 1917, se ha dicho que la Institución Teresiana era una Asociación con diversidad de miembros. La evolución organizativa, que se produce en rededor de 1924,  consistió en pasar de una Asociación con diversidad de miembros a una Institución con diversidad de Asociaciones. En los Estatutos de 1917 se pre-veía la posibilidad de la diversidad de Asociaciones, lo que tuvo lugar con la Aprobación Pontificia por Breve de 11 de enero de 1924, Inter  Frugíferas. En él se definen las líneas fundamentales: su ser laical, una Institución con diversidad de Asociaciones, con característica de Unidad al establecerse un Estatuto común.
Citó a Aranxa Aguado quien, al analizar la  Memoria histórica reciente, nos dice que la comprensión de la Institución Teresiana como Unidad Asociativa (misión común y características específicas de los miembros, esto es, unidad en la diversidad), se afirma en sus raíces fundacionales (formuladas jurídicamente en los Estatutos de 1924) y se desarrolla progresivamente. Desde esta perspectiva,  insiste en la idea de vitalización, sin olvidar que existe un precedente importante: Josefa Segovia –que en repetidas ocasiones había mostrado su deseo de recuperar la vida de las asociaciones integrantes de la IT- expresó su fuerte deseo de vitalizar las asociaciones en la Carta doctrinal  de 25 de diciembre de 1955, en un punto culminante de su vida espiritual, inmediatamente de su regreso del emblemático viaje a la conflictiva  Tierra Santa de aquellos tiempos, donde reiteró sus permanentes ansias de búsqueda, que es sello de su forma vital. Es Asamblea de 1960  la primera que asume directamente la nueva etapa que se abre y que ha dejado paso a una nueva praxis de vida especifica y unos esfuerzos organizativos del núcleo en orden a cualificar mejor el desarrollo de las distintas asociaciones, creando una conciencia creciente de pertenencia a la institución. Así, se percibe en las siguientes Asambleas una necesidad de una vuelta a los orígenes, de volver la vista a las bases primigenias de la carta de presentación de la Institución en 1923. Y que cuaja en los Estatutos de 1990, que  hacen especial mención a la unidad asociativa y sobre la que el Papa Juan Pablo II, el 23 de noviembre de dicho año, refiriéndose a los miembros de la Institución Teresiana, decía “son mujeres y hombres  que según su vocación especifica y la modalidad de sus tareas, realizan en los distintos campos educativos, culturales y profesionales la vocación cristiana de los fieles laicos en el mundo, al estilo de los primeros cristianos, como quería el Fundador”. Idea que había consolidado la de la primera Directora General. Se están recogiendo los frutos sembrados por Josefa Segovia.
Por ello, sin perjuicio de la evidencia de la diversidad de compromisos –que siempre es connatural con cada vocación y cada disponibilidad personal- lo que interesa es remarcar el sentido de unidad de misión y carisma. Esto es, el espíritu de la Institución Teresiana, como espiritualidad encarnada, de dialogo, de presencia transformadora desde el interior de las estructuras, a modo de sal y levadura, como las primeras comunidades cristianas.
Se cierra así la clave del arco que impulsara Pedro Poveda y que tensó Josefa Segovia.
3.- Por último, Martín de Molina puso de relieve el último eslabón manejado por el Decreto Vaticano: El sentido de universalidad es patente en Josefa Segovia. Y no sólo desde la perspectiva de expansión de la Asociación Primaria hacia las Asociaciones como ya se ha explicitado en el apartado precedente. Como también se ha dejado dicho, la Institución sintió la necesidad de abrirse mas allá de nuestras fronteras, en vida del Fundador y, decididamente, desde el impulso de Josefa Segovia. Ello es consecuencia de la necesidad de una mayor eficacia operativa de la acción común, que trasciende al campo internacional, como ponía de relieve el Concilio Vaticano, al que parece anticiparse Josefa Segovia. Aportaciones ciertamente relevantes, a causa de la contribución que ofrecen no solo para la edificación de la comunidad de los pueblos en la paz y fraternidad, sino también en la formación de la conciencia a una responsabilidad y solidaridad universal, en palabras de la Gaudium et spes.
Como ha puesto de relieve Loreto Ballester, su compromiso personal y el impulso dado a la Institución Teresiana muestra su visión de un mundo más interdependiente, abierto a otras culturas, a otras razas y pueblos, necesitado de diálogo, de colaboración, y de la riqueza que genera un hacer en el que intervienen personas adultas y jóvenes, en el que se entrelaza experiencia y entusiasmo, reflexión y creatividad, sentido de la realidad y actitud de riesgo. Resulta muy elocuente que, en una de las últimas grabaciones que se conservan de ella, reflexiona precisamente sobre este tema. Pone de relieve la necesidad del diálogo en la diversidad, de la comunicación intergeneracional y, con una apertura y una visión casi profética, entra muy a fondo en lo que hoy denominamos pluralismo multicultural y multiétnico. Sin duda ninguna, el tipo de preparación humana, cultural y espiritual que ella propició, las experiencias de vida que ella desarrolló.
• Los cambios en nuestra sociedad (globalización, pluralismo religioso, vacío materialista) sitúan nuestro tiempo en una encrucijada. Es momento de leer de nuevo la llamada fuerte a ser luz y sal, con el compromiso de hacer fecundo el carisma, sin que deba inquietar no tener todas las certezas y experimentar la debilidad, lo que –y ello es reconfortante- debió sentir también Josefa Segovia. Basta recordar sus primeros viajes al nuevo mundo, entre desazones y lacerantes dolores, por su fragilidad física.
 
Todo ello, no podía conducir sino al reconocimiento de los valores que encierra esta giennense universal. Y no solo, desde la dimensión humana, cultural y científica de nuestra protagonista. No puede, por menos, que venirnos a la mente la carta emblemática que San Pedro Poveda escribió a Josefa Segovia con motivo de su cumpleaños: “Declaro, pues y confieso en el día de San Francisco de Borja del año 1922, que en ti está encarnado el espíritu de la Institución Teresiana (...)
Lo anterior lleva al Consejero entrante a ofrecer una reflexión conclusiva, que no es otra que la de afirmar que Josefa Segovia ocupa un lugar propio en esa genealogía de andaluzas cuya incidencia traspasó las fronteras de su propia tierra; que trabajó y se relacionó con mujeres de muy diferentes culturas dando a su personalidad una dimensión universal, cuya memoria sigue siendo hoy referencia para nuevas acciones en muchos países del mundo. Todo ello ha contribuido a que pueda ser considerada entre las mujeres destacadas del siglo XX. Una jiennense que, desde luego, nunca cortó con sus propias raíces, por lo que no ha dejado de estar en el recuerdo y en el reconocimiento de su ciudad natal.
«Hemos abierto un camino nuevo en la Iglesia», decía Pedro Poveda. En Jaén, donde se alumbraron con seguridad sus ideas y se afianzaron con el tesón de Josefa Segovia,  y en esta encrucijada del devenir que, en los últimos tiempos, ha alumbrado a la sombra de este ideario teresiano, es ocasión para no desperdiciar las nuevas perspectivas que se formulan en el horizonte. Desde el convencimiento de que se comparte la misma naturaleza, misión, espíritu y gobierno, la respuesta al pensamiento de Josefa Segovia, ha de ser la de sentir la responsabilidad del momento actual en el crecimiento para mejor insertarse en la realidad social en que se mueve la Institución y actuar como Asociación laical de la Iglesia, en una búsqueda incansable y apasionada, como fue la total vida de nuestra protagonista
Cuando va a celebrarse en este año el cincuentenario de su muerte, este es el testamento que deviene de la contemplación de esta figura de nuestro tiempo y de las implicaciones que se derivan de las pautas que nos legó.
Quizá no haya que cambiar mucho las estructuras, sino profundizar en el  interior y saber como responder ante los desafíos del entorno. Probablemente, enfocar la experiencia desde la responsabilidad con los pobres y excluidos y, si se ha de dar una enfoque dialogante a este trabajo, bastaría profundizar en la relación fe-cultura-justicia y ahondar en la dimensión socioeducativa, con el carisma de la Institución –aquel yo tengo la cabeza y el corazón en el momento presente- y con las nuevas perspectivas de trabajo en común y enriquecimiento mutuo, a través de las mediaciones educativas y culturales, según el carisma y espíritu de la Institución Teresiana.
Parafraseando a Loreto Ballester, quizá sería el momento de empezar a escribir nuestra propia biografía con la referencia de la de Josefa Segovia, la de una vida singular que se convierte en lugar de encuentro y de dialogo y deviene compañera de camino… y referente para sostener el compromiso en el tiempo de la historia que nos ha tocado vivir. Tiempo y lugar donde hunde sus raíces cada vida y donde se construye, de manera concreta y encarnada, el dinamismo interno de una identidad. Una vida eminentemente humana y toda de Dios, en palabras de Poveda, que le confiere una personalidad poliédrica y atrayente, permanentemente contemporánea.
Josefa Segovia (cuya figura trajo al final de la exposición en una fotografía que debe ser cercana a la fecha de su muerte, en la que aparece frágil, abrigada de las inclemencias del tiempo, pero con paso decidido, saliendo de su domicilio o del trabajo, para enfrentarse a lo que hay después de las puertas del seguro edificio, para darse al mundo de incertidumbres, pero con decisión) -y con ello finalizo el Discurso- supo, con su pensamiento y su actitud, enhebrar con firmeza el discurso del laico en el mundo de hoy.
 

 

 CONTESTACIÓN AL DISCURSO DE INGRESO DE D. SALVADOR MARTÍN DE MOLINA POR D. FRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS (Consejero de Número del IEG y Daén de la Catedral de Jaén)


  
Ilmo. Sr. Consejero Director del Instituto de Estudios Giennenses
Estimado Salvador
Señores y señoras Consejeros
Señoras y señores
Apenas iniciado un nuevo año, cuyo ciclo festivo inicial cerrábamos ayer con la fiesta de San Antón, según el refrán popular -hasta San Antón Pascuas son-, asistimos al Discurso de Ingreso de D. Salvador Martín de Molina, que, en estos albores del 2007 tiene fuertes resonancias conmemorativas por su temática, pues en este año se celebra el cincuentenario de la muerte de María Josefa Segovia Morón, esa giennense a quien nuestro querido Consejero ha calificado certeramente como universal.

Hace apenas unos meses se presentaba al público la biografía de Josefa Segovia que con tanta dedicación y esfuerzo ha escrito magistralmente Encarnacion González. Casi podríamos decir que aquel acto, que tuvo lugar en Madrid, era como un gran pórtico para el cincuentenario de la muerte de Josefa Segovia, al que hoy, este Jaén que la vio nacer y crecer, por medio de la institución cultural de más prestigio, se une a esa celebración conmemorativa con este Discurso de Ingreso.

Por ello, deseo agradecer a D. Salvador Martín de Molina que pensara en mí para que, en nombre del Instituto de Estudios Giennenses, contestase a su Discurso de Ingreso, en primer lugar, por la prueba de confianza y estima que este gesto representa y que me honra, y además, por el tema que de manera magnífica ha expuesto, haciendo que, a buen seguro, sus palabras nos hayan recordado aquellas otras de San Agustín, cuando afirmaba que conocer es amar. Y es que, como ustedes han podido comprobar, D. Salvador Martín de Molina no se ha limitado a exponer el tema elegido desde la aséptica e indiferente distancia que a veces postula un mal entendido método científico, sino que nos ha acercado a la figura de Josefa Segovia, a su vida y a su obra, desde una manifiesta vinculación afectiva, que no tiene por qué estar reñida con la necesaria e imprescindible objetividad que impone un acto de esta categoría.

Y es que esta armónica conjunción de realidades diversas, cuando no aparentemente diferentes, es uno de los rasgos de la personalidad de nuestro Consejero. Licenciado en Derecho, el cargo de Secretario de Ayuntamiento ha obligado a Salvador Martín de Molina a un peregrinar que le ha llevado desde Gaucín a Valdepeñas de Jaén, Mengíbar y Torredelcampo, para recalar finalmente en Jaén, donde ha ocupado la Oficialía Mayor del Ayuntamiento, y, posteriormente, la Secretaría General de la Diputación Provincial. Elegido Consejero de Número del Instituto de Estudios Giennenses en 1992, es el Secretario de esta Institución desde 1994. También ha sido profesor asociado de Derecho Administrativo en la Universidad de Jaén.
Salvador Martín de Molina es capaz de zambullirse en la aridez y abstracción especializada de los principios del Derecho contencioso-administrativo y hacerlo accesible en conferencias o publicaciones, y a la vez, puede plasmar, con belleza inusitada, retazos de la realidad con sus pinceles, como bien demuestran las cuatro exposiciones de sus cuadros que hasta ahora ha realizado, o los carboncillos con los que nos ha deleitado en el power point que ha ilustrado su Discurso de Ingreso.

En Salvador Martín de Molina es manifiesta esa clara vocación humanista que, materializada por su palabra, su pincel y su pluma, igual nos ofrece una obra de Derecho administrativo que páginas de la historia de su querido y entrañable Gaucín natal, como los libros sobre la tradición del Santo Niño Dios y la Guerra de la Independencia en aquella localidad malagueña que le vio nacer, pasando por trabajos sobre personajes de notable influencia histórica, como San Juan de Dios o la misma Josefa Segovia. Y ello, sin olvidar sus incursiones periódicas en la prensa local escrita, donde, con su habitual bonhomía, ofrece su visión de personas y acontecimientos de actualidad desde la perspectiva de sus más íntimos sentimientos y convicciones, sin ánimo de ofender a nadie, y con la intención de iluminar y ayudar a todos. Por ello, al contemplar la trayectoria vital, profesional, científica y académica de este hombre, uno no puede pensar sino que a él, como al clásico latino Terencio, nada de lo humano le es ajeno.

Quizá ese interés por todo lo humano le haya llevado a fijarse en una experta en humanidad, como fue María Josefa Segovia Morón. En ella, Salvador Martín de Molina ha sabido desentrañar la respuesta que esta giennense universal dio con su vida a la gran pregunta -¿qué es el hombre?-, que el ser humano de todos los tiempos se hace, y que para la cultura contemporánea formuló el filósofo Immanuel Kant con las tres famosas cuestiones: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Como bien nos ha ilustrado nuestro amigo Consejero, la respuesta de Josefa Segovia a esas preguntas del hombre contemporáneo anticipa lo que posteriormente enfatizaría el concilio Vaticano II, al afirmar que el misterio del hombre sólo encuentra explicación y lógica a la luz del misterio de Cristo, que con su encarnación, se une en cierto modo a todo ser humano (Gaudium et Spes 22). Para Josefa Segovia, como hemos tenido ocasión de comprobar de mano de Salvador, esa respuesta a las grandes cuestiones del hombre invita a todo hombre y mujer a reconocer una trascendencia, inscrita en lo más íntimo de su naturaleza, que lejos de alejarlo de la realidad, o de alienarlo del mundo, en la antigua tradición de la fuga mundi, le empuja a desarrollar ese proyecto personal en las entrañas de la realidad creada, en los pliegues de la materia, en los entresijos del tiempo y de la historia, abriendo nuevas perspectivas para la laicidad, entendida, claro está, desde una óptica creyente.

Con muy buen sentido pedagógico, Salvador Martín de Molina nos ha conducido a lo largo de su discurso, señalando un recorrido marcado por las palabras del decreto pontificio de beatificación, de 20 de diciembre del pasado 2005. Partiendo de su raíz giennense, nuestro Consejero ha presentado la novedad de la espiritualidad de Josefa Segovia para culminar con la universalidad de su perspectiva, que en muchos aspectos, esta giennense anticipó de manera profética.

Como diestro pintor que es, con el pincel de su palabra, el Consejero a quien hoy damos la bienvenida ha dibujado con breves pero sugerentes pinceladas el contexto histórico, político y cultural en el que se movió la existencia de Josefa Segovia. Un contexto, no lo olvidemos, marcado por la irrupción en España de la modernidad en todos los ámbitos. Josefa Segovia fue testigo de la Restauración borbónica -con el epílogo final de la Dictadura de Primo de Rivera-, de la II República, de la Guerra Civil y del régimen franquista. Todo ello, dentro de una progresiva secularización de la sociedad que para ella representó más un acicate que una rémora. En efecto, en vez de recluirse en la psicosis de asedio con la que muchos creyentes vivían entonces, limitándose a una apologética defensiva y angustiosa de los fundamentos de su fe frente a una sociedad que era consideradamente globalmente hostil, Josefa Segovia, a partir de la intuición povedana de la espiritualidad de la encarnación, vio con claridad que la solución de la trágica ruptura entre cultura y evangelio estaba no en una dialéctica de estéril enfrentamiento, sino en unir armónicamente ambas realidades con el mejor de los humanismos: el humanismo verdad.
A partir de este principio, como bien ha ilustrado Martín de Molina, Josefa Segovia encarnó a la perfección el espíritu de la Institución Teresiana, que vio su aprobación diocesana aquí, en Jaén, en 1917. A partir de esa fecha tan significativa -el año de la huelga general en España, el año de la revolución rusa-, desde las claves de un feminismo cristiano, Josefa Segovia alentó la inserción de la mujer en el mundo laboral, y de manera especial, en el universitario, en una época en que esta pretensión resultaba, cuanto menos, inusitada, y estimuló un modo de presencia de los cristianos en el mundo que era diferente, no desconocido en sí, pues se trataba de recuperar el estilo de inserción en el mundo que desarrollaron las primeras comunidades cristianas. Como muy bien ha señalado Salvador Martín de Molina, ese proyecto de presencia laical sí que era novedoso tanto para la Iglesia como la sociedad de entonces. De ese modo, esta inspectora de enseñanza, maestra por vocación, siguiendo el camino abierto por Pedro Poveda, contribuyó a la renovación pedagógica en España sin olvidar la atención povedana a la pobreza y la marginación, con lo que quedaron perfectamente delineadas las dos líneas de fuerza de la Institución Teresiana, que, a la vez, constituyen hoy en día los dos grandes desafíos para la fe cristiana: la evangelización de la cultura y la pobreza en su amplia y compleja realidad.

Igual que la trayectoria vital de Josefa Segovia es impensable sin su encuentro con Pedro Poveda, la obra de Poveda no hubiera sido tal sin la primera Directora General de la Institución Teresiana, en quien se encarnaba de manera insuperable el espíritu que el fundador quiso que su obra tuviese. Una obra, como muy bien ha ilustrado Salvador Martín de Molina, con un fuerte carácter laical, de inserción en el mundo, en las realidades temporales, como se evidencia a través de las distintas normativas con que se ha regido la Institución Teresiana, desde la primera hasta la más reciente, en las que nuestro Consejero ha espigado los datos más sobresalientes a este respecto.
A partir de esa inequívoca e irrenunciable vocación laical que Poveda quiso para su obra, Josefa Segovia superó los estrechos límites de la geografía española para plantar la semilla del carisma povedano en América Latina, Estados Unidos, Japón y Filipinas, país este último donde tan fecunda en vocaciones se ha mostrado la sementera que Josefa Segovia generosamente esparció.

Y esta rica realidad nos introduce en la tercera parte del Discurso de nuestro Consejero, dedicada a resaltar el sentido de universalidad que marcó la vida de la protagonista de sus palabras. Como muy acertadamente ha señalado Martín de Molina, la universalidad de Josefa Segovia no es sólo cuestión de espacio geográfico. Se trata de algo más profundo, porque esa universalidad es la amplitud de miras que tuvo una mujer, que a pesar de estar marcada por las coordenadas históricas de su tiempo, supo entrever algunos acontecimientos futuros que marcarían profundamente a la sociedad. Así, ella vislumbró que desde la fe y el compromiso transformador del mundo se debería dar respuesta a una realidad tan actual como la globalización, en vertientes que hoy nos son tan cotidianas, como la multiculturalidad y la multietnicidad. De ahí que su pensamiento no haya perdido vigor, y pueda seguir sirviendo de orientación en la complejidad con que se teje de la historia de nuestro hoy.
En la última imagen del power point con que Salvador Martín de Molina ha ilustrado su Discurso de Ingreso contemplábamos a una Josefa Segovia para la que discurrían sus últimos días de vida. Una mujer frágil, que parece protegerse del frío, pero que, como bien ha señalado Salvador, se adentra con paso decidido en el mundo. Permítanme que termine yo también con otra imagen, que ustedes tendrán que reconstruir mentalmente, ya que no la podemos representar aquí. Esa imagen no es otra sino la de la pila bautismal de la parroquia de San Bartolomé, en la que, en 1891, María Josefa Segovia Morón recibió las aguas del bautismo. Pienso que nuestra protagonista es como esa pieza litúrgica: frágil como la vemos en esa última foto, quebradiza como la arcilla de la que fue hecha la pila, pero horneada por el Espíritu en el fragor de la historia que le tocó vivir, para seguir siendo, como lo es la pila todavía hoy después de siglos, fuente de una vida que se entraña en el mundo para llevarlo más allá de los límites humanos, hacia una humanidad nueva y plena.

Hemos disfrutado con el Discurso de Salvador Martín de Molina, y gracias a él hemos aprendido mucho de esta giennense universal que fue María Josefa Segovia Morón. Ya sólo me resta expresar al que es su Secretario, en nombre del Instituto de Estudios Giennenses, la satisfacción de esta corporación académica por su incorporación. Bienvenido sea, pues, el nuevo Consejero. Bienvenido y gracias, amigo Salvador.
Muchas gracias.