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Presentación del Libro "Gaucín 1742-1814" PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 15 de Agosto de 2005 12:49

 

 

 

 

 

 

 

PALABRAS QUE DIJE EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO.-


Estimados amigos:

Quisiera iniciar mi intervención, agradeciendo al Sr. Alcalde y a la Corporación que representa la atención que tienen de patrocinar esta presentación y la cesión de este preciso lugar, que me devuelve en el tiempo a los inicios mi periplo profesional...

Me congratula volver a utilizar esta tarima  y me es grato recordar que, en este mismo estrado, tuve el honor de ofrecer, hace unos años, los nombramientos que esta Corporación hacía de hijos adoptivo y predilecto a Pepe Faura y a Teodoro de Molina, los que hoy me hacen el honor de prologar y presentar mi libro sobre el General Serrano Valdenebro, nuestro común antepasado y  a quien citaba expresamente en aquella ocasión.
 
A esta doble complacencia, he unir la certeza de que es hoy, para mí, el momento de mayor satisfacción, en el ámbito de la creación, al poder desgranar ante vosotros, no ya lo que yo entiendo de saberes jurídicos como hice en mis primeros libros, ni tan siquiera los escarceos literarios y poéticos que quedan errantes en mi página web, ni los pictóricos que he mostrado en mis exposiciones sobre estampas de nuestro pueblo, nostalgias de mis tierras de adopción o la reciente licencia sobre el Quijote. Es más gratificante que todo eso, porque ahora, con este libro sobre mi pueblo, no solo profundizo en lo más genuino de nuestra vida de hace dos siglos, que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible, sino que intento buscar las razones de unos comportamientos que expongo por primera vez. Hay que profundizar en el pasado –y es lo que he intentado- para construir el futuro, avivar la memoria como aliciente para descubrir nuestro porvenir y, en el plano personal,  para alimentar nuestros anhelos y esperanzas en el venidero quehacer, cualquiera que sea su duración.

Y paso, sin más preámbulos,  de la nostalgia, a la realidad. Quisiera poner de relieve, y lo intentaré hacer brevemente, lo que para mí significa este libro y su protagonista. Lo que no será tarea fácil, pues cuando uno habla de sus hijos, aunque estos no sean un dechado de perfección, nunca acaba.

Vamos a ello. No sin antes hacer expresión de mi gratitud a los que han hecho posible este intento. Desde los que me han facilitado el acceso a archivos y documentos, como los generales encargados de los archivos Histórico Militar y del Naval, en Madrid, con la inestimable ayuda de mi primo Pepe Faura, al que especialmente agradezco su Prólogo y las palabras que hoy ha pronunciado; al responsable del Archivo de la Marina en Viso del Marqués; a la Bibliotecaria del Congreso de los Diputados; o el Secretario de la Rea Maestranza de Ronda;  hasta las fuentes bibliográficas consultadas (en especial, Martínez Valverde, Garrido, Olmedo, Posac Mon) o las ayudas personales de conocedores del tema, como Gutiérrez Téllez de Cortes de la Frontera, Emilio Castilla, y los Molinas descendientes directos de Serrano Valdenebro, incluida el archivo viviente que es mi prima Quiqui. Y, de manera destacada a mi hermano Teodoro, corrector incansable de mis pifias, y al otro Teodoro, Editor e impulsor de esta tarea, que ha rematado la faena con esas cariñosas expresiones, fruto del cariño que nos profesamos. A todos os agradezco, vuestra colaboración, así como a Pilar y a mis hijos que me animaron y soportaron en este trabajo.

El libro es la constatación de que es preciso que se hable del pasado de cada pueblo, aunque sea con reflexiones del presente.

Es de lamentar que no existan ni literatura ni estudios locales sobre situaciones o hechos concretos de la historia gaucinense de aquellos momentos, cuando sí hay una labor positiva, en este sentido, de muchos historiadores o cronistas locales de otros puntos cercanos a nosotros, como de Algatocín, Benadalid, Cortes, Benaoján… el viernes pasado, me regalaron en el Ayuntamiento de Conil un libro sobre la guerra de la independencia. Y es que  "la historia del levantamiento de la Serranía en gran parte ha desaparecido; -nos dirá con acierto Fray Bartolomé de Ubrique- porque no ha encontrado un historiador para su sublime heroísmo y se ha conservado en la tradición."

Tanto mas lamentable es ello, cuanto “apenas hay pueblo, por despreciable y pequeño, en nuestra península, que no deba tener lugar en la historia de nuestra revolución”, como advierte el General Mendoza en el inicio de su personal historia de Málaga. Ella es, pues, la principal motivación de este libro, que habla de Gaucín, de nuestro Gaucín, en las postrimerías de una época que se derrumba y en los albores de otra, que puja por la libertad y en la que nuestro pueblo tanto aportó.

En este contexto, se enmarca José Serrano Valdenebro y su vinculación con Gaucín.

Voy, pues, a bucear en los hechos de este grande hombre, vecino ilustre de Gaucín –quizá hijo, el más insigne de nuestro pueblo-  para intentar encontrar una parte de la historia de estas tierras.

Por eso, sin pretensiones de haber encontrado la solución definitiva, propongo una interpretación a la luz de nuevos datos que he podido manejar, en especial un documento, inédito hasta la fecha, la “Representación...” que formuló el 8 de noviembre de 1810 a las Cortes sobre las razones de su cese como Comandante General de las guerrillas de la Serranía, del que conocieron las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz (de lo que tampoco se ha hecho especial mención), en febrero siguiente, en donde se trató monográficamente del tema –creo que caso único en la historia parlamentaria española-, así como de otro documento sobre Gaucín como su lugar de nacimiento que, por el momento, desvirtúa las tesis mantenidas hasta ahora. Sin olvidar su pormenorizada Memoria sobre la guerra en lo que él llama la Sierra Meridional, documento no estudiado hasta la fecha y que arroja nueva  luz sobre los acontecimientos de la guerra de guerrillas. Con ello, habré cumplido el propósito que me tracé al iniciar esta aportación a la pequeña historia de nuestro pueblo.

Pues bien, entre estos acontecimientos, que ocupan la parte inicial y final de mi libro, he detallado  -después de hacer una introducción del marco geográfico e histórico- como parte central de ese trabajo, el itinerario militar del General Serrano Valdenebro, desde los últimos días de febrero de 1810, en que tiene lugar la primera invasión francesa de nuestro pueblo y la llamada de toda la Serranía para que el viejo Marino se hiciera cargo de la guerrilla, hasta aquellos en que ésta llega a su final al haber cumplido sus planes estratégicos frente al invasor.

Son épicos los episodios que hemos conocido con motivo de la asunción del mando en Gaucín el primer día de marzo de 1810 (“al frente de los Patriotas, sin embargo de tener un brazo partido y necesitar tres hombres para montar a caballo”) o el  de su traslado, durante una grave enfermedad, entre barrizales y con una gran temporal a Casares, que él moteja de comedia dantesca (en la que “representaba mi papel montado sobre un mulo, en unas grandes xamugas, amarrado, con dos patriotas por  las bandas, alumbrando otro el camino con mechones de esparto”). Escenas solo comparables a la soledad que debió sentir cuando, en sus finales años de servicios en la Marina, comprobó que “todos estos servicios no han sido bastantes para ponerle a nivel de los agraciados... las resultas fueron desentenderle en la posterior general promoción”; o cuando, en lo mas urgente de la guerra de la Serranía, todo se diluyó en órdenes y mas órdenes despachadas para someterlo por la espalda –cuando no habían sido capaces de oponerse a sus pretensiones cara a cara- después de, entre otros, “doce días de visitas humillantes”.

Su figura, bien merecía una páginas mas expertas que las mías, que rescataran de una vez por todas los heroicos hechos que dejó en estas tierras y que blasonara como se merece su abnegación y bien hacer. Incluso, una pluma como la de Reverte debería seguir la pauta iniciada con El Húsar, ambientada en las guerras napoleónicas, para hacer la novela histórica que este personaje se merece.

Mi hijo, cuando yo empece a interesarme en Serrano, me animó a hacer una historia novelada del personaje, pero, sin dejar de ser una idea sugestiva, es tarea superior a mis posibilidades.

Por ello, me he limitado a relatar sus hechos heroicos y sus hazañas, junto a las intrigas que hubo de soportar hasta que fue relevado del mando, haciendo en la parte final del libro un estudio de las contradicciones de la historia y una vindicación de nuestro personaje.

Que era quisquilloso, bien; que gustaba de criticar a los superiores, utilizando a veces la más fina ironía y en ocasiones el mordaz comentario, ya lo sabemos; que no sabía usar de la moderación frente a la ineptitud, siendo contumaz en sus quejas, a veces altanero y en extremo crítico, resulta evidente del relato de su azarosa vida.

Que no sabía perdonar la indisciplina y cuán rígida era su exigencia en este tema, nos consta, no solo por sus escritos, sino por sus hechos.

Que la critica hacia el mando no se veía moderada por la subordinación o el temor a represalias, es palpable, incluso sin poner paños calientes a la desastrosa actuación de generales ineptos, ya se llamasen Lacy o Bejines.

Pero tampoco puede escapar a nuestra visión, su flexibilidad para adaptarse a las circunstancias; la aceptación sin rencor de someterse a los propios mandos con quienes discrepa; la disponibilidad para luchar a los ordenes de los que miran con indiferencia sus observaciones; la disciplina frente al mando, a quien consulta de inmediato y acata sin reserva, pese a las discrepancias; la discreción cuando ha de retirarse en cumplimiento de órdenes del mando.

Sin olvidar su generosidad con el inferior, al que no escatima elogios, o el saber sobreponerse a los sufrimientos y dolores derivados, no solo del fragor de las batallas -incluso de las insidias de los traidores sobre su propia esposa-, sino de sus limitaciones físicas y de las heridas causadas que, ni le impiden continuar la lucha con ilusión, ni le incitan a retirarse para su reposo.

De todo ello  tenemos crecida muestra a lo largo de su carrera militar, lo que he reflejado en este libro.

 

 

 

 

Sin embargo, he de lamentar que nosotros no hayamos sido capaces de rendir el homenaje que este hombre ilustre se merece.

 En Gaucín, ni un recuerdo, ni una calle, ni una leve cita, como ya indico, en el Sermón de 1813 (que se pronunció con motivo del nacimiento del primogénito de la casa de Medinaceli), en el que se ensalzaba la heroica actitud del pueblo y en el que el orador ni lo menciona, pese a que todavía vive... en Cartagena.

Quizá el carácter liberal de Serrano y el triunfo de los absolutistas y sus defensores, entre ellos el clero establecido, abonaría esta actitud,  por lo que el Beneficiado recoge la gloria de la aparición del Niño y lo festeja a su honor (pagando la restauración de la Imagen, etc.), mientras que no menciona a Serrano en el Sermón que se pronunció a sus expensas, pese a que los días de la invasión están cerca, Gaucín como Cuartel General de las Guerrillas todavía debe oler a pólvora, las voces a favor de Serrano en la sesión de enero de 1811 en las Cortes de Cádiz deben resonar en los oídos de su pueblo.

Tampoco el Beneficiado, que es el mismo Bachiller que hace la nota en el Libro de Difuntos, al terminar la guerra de la independencia para exonerarse de culpa, menciona para nada a Serrano en su certificación, de la que hago mención al citar los horrores de la guerra y el enfrentamiento entre franceses y guerrilleros.

El cronista oficial de aquellos días de invasión, Ubaldo de Molina, tampoco lo cita y sí habla como defensor del Castillo de Antonio de Molina Navarro. Que, por cierto, tampoco es señalado por Serrano en su Manifiesto... y eso que relata todas las invasiones francesas de Gaucín. En este sentido, la omisión de Ubaldo de Molina es comprensible, porque su relato sobre la perdida del Niño y las invasiones francesas se basan en dicha certificación y en el Sermón, que copia casi literalmente. No hay que olvidar que Serrano era miembro de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, lo que hace más inexplicable este ostracismo.

Probablemente, incluso las diferencias entre Serranos y Molinas,  que trascendió en el tema de las casa 10 y 12 de la calle Llana (que rivalizaban en las alturas de sus techos), pudieran influir. La rivalidad entre las grandes familias Medinaceli/Arcos/Medina Sidonia, tampoco serían ajenas a esta realidad. ¿Tendría algo que ver la defensa en Casares de la de Arcos para que Serrano estuviera mal visto por Medina Sidonia que era señor de Gaucín?

Que misteriosos sucesos debieron pasar para este silencio sepulcral sobre un hijo insigne, se me escapan. Incluso, aunque no fuese tenido por hijo de Gaucín, sí que fue vecino ilustre y su casa fue la ocupada por el General Francés, en ella se intentó hollar a su esposa, allí volvía el General... ¿que pasó?

De todas formas, el interrogante del divorcio entre el pueblo y su defensor queda  suspendido en el aire.

Y es mas de lamentar, cuanto que es Serrano uno de los grandes mitos de nuestras tierras.
Siempre me han obsesionado las cuatro figuras de nuestro paisaje histórico.
La legendaria de Guzmán el Bueno, que vino a morir a los pies de nuestro Castillo.
La épica de Juan Ciudad, que elevó los suyos, desde la Adelfilla, al Santuario del propio Castillo.
La mítica Carmen, paradigma de la pasión y la libertad, que mamó entre las fraguas de nuestro pueblo y que oteó desde el mismo Castillo la tragedia de todo amante.
Y la inenarrable del valor personificado por nuestro Serrano Valdenebro, seis veces libertador del Castillo.

De las tres primeras figuras, he intentado decir lo que de ellas siento en mis páginas digitales. De esta última, os dejo una aproximación en este libro que hoy presento a vuestra benevolencia.

Creyó en los ideales revolucionarios de la época que tardíamente se introducía en España, creyó en la caballerosidad y en la palabra dada y se resistía a desengañarse con la realidad de las traiciones en el propio seno de la familia militar.

Es el prototipo de militar preocupado por el interés de la nación, ante que por sus medros; que sabe responder a la confianza que el mando le demuestra y que siempre está pendiente de la formación de planes de combate, de poner en práctica los mejores y de arrostrar con denuedo las adversidades.

Ahí están sus mil triunfos, sus tácticas, discutidas pero aceptadas al final; su previsiones, casi siempre acertadas. Su continuo batallar.

Y, por encima de todo, un militar, un hombre de valor, un sufrido combatiente, un hombre en toda la extensión de la palabra.

Un hombre que bien debió merecer el deseo con el que termina la presentación de su célebre Manifiesto: “abrigarme de la devorante malignidad de los mal intencionados”.

Serrano fue un visionario, un Quijote de su tiempo, que creyó en los ideales liberales de la Ilustración y en que el amor patrio era capaz y suficiente para expulsar al invasor. Con este fin le atacó encarnizadamente entre los molinos de rocas del Castillo del Águila y en los lejanos vientos de Encinas Borrachas y el Conio. Y, cuando, en imagen viva de Alonso Quijano, es arrastrado por las bridas de su caballo, en la última derrota de Ronda, me figuro que pensaría cual inútil eran sus esfuerzos, ante la pasividad complacida de Begines y sus epígonos, y quedaría convencido de la ingratitud ante sus esfuerzos, en pago a los cuales  sería pacto de la inquisición. Luego verá como, en compensación a sus desvelos, sería destinado a Cartagena, en el tercer intento  de los dueños de los despachos militares de defenestrarlo mediante el alejamiento y el olvido.

En su soledad de modesto hidalgo, con ese amago de rigidez en su lacerado rostro, que no tendría otro origen que el combate permanente contra sus insatisfacciones, acompañado solo de su orgullo y su disciplina,  no le quedaría lejano  su incierto futuro de héroe.

Pero no quisiera terminar este trabajo con una arenga patriótica, ni con un lastimero retrato. Voy, sencillamente a dejarlo reposar, junto a otros personajes de nuestra pequeña, pero única, historia.

El siglo XIX es el de los grandes personajes  que dejaron sus huellas en Gaucín y son recordados en las inscripciones de sus calles (Cañamaque, Teodoro de Molina, Armiñan); el de los políticos que se relacionaron con Gaucín (Larios, Carvajal y Hué, Ríos Rosas...), o que acogieron a sus hijos (Maura). Junto a ellos, los visitantes, escritores (Ford, Devillier, Brinckmann…) o pintores románticos (Pérez Villaamil, David Roberts, Doré…), que ensalzaron nuestras costumbres o crearon mitos, como el de Carmen (Prósper Mérimée)... Pero es, sobre todo, y dentro del rigor histórico, el siglo del General Serrano, cuya vida resumo en la contraportada de la edición.

De todas formas, creo que habrá que profundizar más.

Tanto es así, que como podrán comprobar, en mi dedicatoria dejo constancia de mi deseo de que alguno de mis descendientes dedique una parte de su quehacer a bucear en la historia de sus antepasados y las tierras que le vieron nacer y morir.

Ya se acerca el segundo centenario de la gloriosa contienda, en la que se enraízan nuestras virtudes patrias, y es momento de recordarla como se merece y la presencia de Gaucin es obligada y, desde aquí, insto al Ayuntamiento de Gaucín a que tome las riendas de esta efemérides y le del el realce que se merece.

Cuando di fin a mi intervención sobre Serrano Valdenebro en el VI Congreso de Caminería Hispánica que se celebró en los meses de junio y julio de 2004 en Paris y Madrid, dije “permítanme, como homenaje a Gaucín, su pueblo y el mío, que termine esta Comunicación  con la fotografía del anagrama de José Serrano Valdenebro (JVS) sobre el portalón del Jardín de su casa, que fue la de mis abuelos”. Y me sentí satisfecho y orgulloso de mi pueblo. Ahora, ante ustedes, siento la misma satisfacción y agradezco la atención y acogida que me han dispensado.

Muchas gracias.

 

PRÓLOGO DEL LIBRO POR JOSÉ FAURA MARTÍN

 

Me siento algo confundido al iniciar el prólogo de este libro sobre el Jefe de Escuadra y Mariscal de Campo Don José Serrano Valdenebro. Su extraordinaria personalidad, la compleja situación del momento histórico en el que hubo de desenvolverse y los datos contradictorios que nos han llegado estructuran un complejo panorama del que es difícil extraer un hilo conductor de sus actividades profesionales. Por ello me siento obligado, antes de nada, a felicitar a Salvador Martín de Molina por su extraordinaria labor de investigación y, muy especialmente, por el intento que supone este libro por sacar del olvido a este profesional de las armas que llenó unos años transcendentales de la historia de la Serranía de Ronda, pero que ha dormido en el difuso recuerdo de unos pocos, con peligro cierto de desaparecer de la memoria de todos. Sea, pues, bienvenido este trabajo sobre un militar cuya generosidad le llevó a traspasar, en el campo profesional, los límites del heroísmo, sin escatimar sacrificios de todo tipo, impulsado, probablemente, sólo por la fascinación de una tierra cuyo embrujo envuelve y tiraniza, ya para siempre, a cuantos hemos vivido en ella.

 

Por ello, al hablar de su decidida "voluntad de vencer" (principio fundamental del arte de la guerra que lleva grabado en su temperamento como una característica congénita) no podemos eludir la consideración del magnetismo que esas tierras ejercen sobre sus connaturales. Pero este estímulo, que por sí mismo sería más que suficiente para justificar su actitud levantisca, se ve acrecentado por el comportamiento de los invasores que, permanentemente, no cesan de provocar con sus abusos a una población pacífica que sólo reaccionó cuando se sintió humillada y herida en su amor propio.¿Cómo quedar impasible ante los horrores que los franceses cometen y que Serrano aprecia de forma directa? o ¿cómo se podría entender que no reaccionara cuando compatriotas "afrancesados" declinan su gallardía y, en ocasiones, su honor para ganarse las simpatía de los invasores? Su gran amor a España está concentrado en ese trozo de nuestra geografía que él conoce como nadie.

 

Sus modos operativos y sus procedimientos disciplinarios, criticados por no pocos, son una consecuencia del convencimiento que tenía de su aplicación para manejar a hombres, difíciles de manejar que él ha convertido en aguerridos combatientes que ponen en juego, diariamente, sus propias vidas. Aunque, como buen jefe, supo ganarse el respeto y el afecto de su gente, no siempre fue reconocida su condición de líder fuera de la zona, especialmente en los despachos donde con soltura se suelen mover los aspirantes a todo sin aportar más que sus calumnias e infamias.

 

Estos enfrentamientos no son más que la secuela de una situación socio-política muy delicada. No podemos olvidar la situación caótica de la administración central, manejada por elementos extraños, sin aportar el imprescindible vínculo que aunara la volunta de los españoles. Este vacío era el caldo de cultivo propicio para la aparición de caudillos locales o regionales, con criterios y objetivos que, en muchas ocasiones, eran antagónicos con los del vecino, propiciando enfrentamientos cainitas que sólo favorecían al enemigo común, el francés. La visión particularista de los problemas les restaba profundidad a los planteamientos que, en el mejor de los casos, adolecían de la coordinación necesaria para alcanzar objetivos de importancia.

 

Quizás sea éste uno de los rasgos que con mayor fuerza incide en el devenir de nuestro personaje. Porque los orígenes de estas desavenencias habría que buscarlos en la confrontación que, en la mayor parte de las situaciones críticas, se producen entre el estamento político y el militar. Y no es que la causa de ello se deba a la lucha por la hegemonía de uno de los dos poderes, que siempre debe estar en la parte política, pero sí como la expresión, al igual que ocurría en tantas otras cosas, de una sociedad enferma. Es fácil entender que sentaran mal los cambios de criterios en la conducción de la guerra, especialmente si estos influían sustancialmente en la conducción de las operaciones; otro tanto podría decirse de las decisiones precipitadas o del relevo de la Jefatura de las Tropas combatientes con marcada incidencia si se debían a razones espurias.

 

Serrano fue víctima de estas irregularidades en diversas ocasiones. El conocía como nadie los vericuetos de una zona cuya orografía, per se, es un auténtico laberinto. Se movía permanentemente sin presentar un frente que el enemigo pudiera batir con su descompensada superioridad. Sus unidades eran ágiles y flexibles, lo que le permitía sorprender al enemigo, causándole daños de importancia, en lugares insospechados. La respuesta del enemigo solía descargarla sobre núcleos urbanos en los que cometía toda clase de desmanes.

Esta forma de combatir, que se la conoce universalmente como "Guerrilla", tubo su origen en nuestra guerra de la Independencia, y no es más que la lucha del débil contra el fuerte, evitando los frentes convencionales para no ser batidos en una sola operación de forma contundente. Ahora que los medios de combate han evolucionado extraordinariamente, aun cuando la filosofía profunda sigue siendo la misma, a este tipo de enfrentamiento se le conoce como "conflicto asimétrico", cuya representación más genuina es lo que está ocurriendo en Irak.

 

En contra de lo que pudiera pensarse, Serrano Valdenebro fue un hombre culto, estudioso y reflexivo ("bajo las tiendas de Marte, acampan también las musas", le dice al Príncipe de la Paz, en la presentación de uno de sus libros). Estas características, él las achaca al mucho tiempo que le dejaron postrado sus numerosas heridas. Su preparación y sus capacidades le hacen enfrentarse con temas de mucha altura ("Discursos varios de las artes de la Navegación y la Guerra") y otros de análisis táctico o de Organización militar de ejércitos extranjeros. Quiero resaltar esta condición de Serrano porque, de su trayectoria militar podría deducirse que era un militar rudo, hosco, poco dado a la reflexión y al estudio, cuando realmente, como se puede deducir de la lectura de esta biografía, tenía una faceta de su personalidad, la culta, que él había cultivado con especial cuidado.

 

Quizás la parte más incomprensible de la biografía de este gran hombre sea el olvido en el que ha estado sumido y, especialmente, el desdén con el que ha sido tratado por sus propios paisanos. Porque, no solo fue una figura de su tiempo, sino que luchó denodadamente por defender la tierra que lo vio nacer y a sus habitantes. ¿Cómo se ha podido quedar sin memoria un pueblo que debería sentir el orgullo de las grandezas de sus hijos?..Ahora, con este testimonio, no se trata de buscar responsables; más bien debería interpretarse como el motivo para revitalizar la figura de este insigne español del que todos debemos sentirnos orgulloso De esta manera, al tiempo que se recupera su memoria, se acrecentaría el orgullo de pertenecer a una tierra que, a la singularidad de sus características, se une la grandeza de algunos de sus hijos.

 

José Faura Martín *

 


* El Excmo. Sr. D. José Faura Martín, fue Jefe del Estado Mayor del Ejército en los Gobiernos de Felipe González y José María Aznar (1994-1997), aunque nacido en Ceuta, está muy ligado familiar y afectivamente a Gaucín, cuyo Ayuntamiento le nombró hijo adoptivo del municipio..