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Relatos de un psiquiatra PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Martes, 06 de Abril de 2010 22:50

 


Las personas gozamos, de tarde en tarde, de placeres íntimos, más allá de las complacencias, algunas groseras como las que proporcionan la satisfacción de los sentidos, incluso otras más superiores, como las que afectan a los sentimientos.
Dejando aparte nostalgias y realidades, he de confesar que, para mí, este es uno de esos momentos que producen una variada satisfacción. En primer lugar, por ocupar de nuevo esta privilegiada tribuna que nos ofrece con su generosidad de siempre la Real Sociedad Economica de Amigos del Pais de Jaén.
En segundo lugar, por compartir con mi –dicho en terminos encomiasticos- viejo amigo y profesor, el Dr. Sillero y Fernandez de Cañete, la oportunidad de arropar con el cariño que se merece al amigo común, siendo éste un feliz reencuentro con el por tantos años eficiente Director de  Instituto de Estudios Giennenses, donde compartimos ilusiones, tareas y realizaciones debidas a  su buen saber y a su entera disponibilidad. 
Y en tercer lugar, y especialmente, por tener el privilegio y  la oportunidad de bucear en la figura de D. José Luis Robles Martín quien, para deleite de todos nosotros, nos ofrece el último fruto de su profunda personalidad.
 
La mesa presidencial, antes de inciar el acto
De todas formas, permítanme que desde el inicio resalte una peculiaridad que, a mi, me resulta de especial significación y que no es otra que la de que los tres intervinientes en este acto tenemos un origen y un afecto comunes. Y ello, aunque no sea moneda corriente en las presentaciones, la de incluir al presentador. Pero la verdad es que ninguno de los tres somos giennenses de nacimiento y quizá por ello siempre trascienda en nosotros la nostalgia de la tierra de nuestros amores. Y también nos une el sentimiento común de hacer verdad el viejo dicho de que en Jaén se entra llorando y se sale llorando. Tal es nuestro amor por la tierra de adopción, que hemos arraigado definitivamente en este Jaén austero y entrañable, tosco y noble al tiempo, donde nuestros nietos conviven en su propio ambiente natural. Y, por último y quizá no el menos importante, el sabernos acompañados de aquellas a quien José Luis Robles llama el centro de la vida, a las que –como hiciera José Luis con suprema maestría- es posible escribirles “Tres poemas de amor para una mujer”.
Es obligado en toda presentación académica hacer una referencia del lado humano de la persona que es foco del acto. No voy a caer en esa tentación, pues para mí nada de lo que haga referencia a José Luis Robles es de obligado cumplimiento. Sería acto de lesa traición intentar siquiera hacer un cumplido de su figura y, menos, verse obligado a ello. De José Luis, se habla porque sí, porque su persona irradia eso que los poetas llaman aureola, pero no en el sentido vulgar o peyorativo del termino, sino en el más sincero y genuino. De José Luis no se pueden decir más que bondades y expresiones de bien hacer, que, en todo caso, omito, no sólo por que son conocidas de todos nosotros, sino para no perturbar su proverbial modestia.
De su vertiente profesional he de decir que ha sido profunda, pues no en vano echó sus raíces en el colegio de los jesuitas de la Ciudad de Málaga. Cursó sus estudios de medicina en la Universidad de Granada y especializado en la rama de Psiquiatría, inció el ejercicio de la profesión en Guadix y Almería y en 1969 recala en nuestro Jaén en el Sanatorio Neurosiquitríco de Los Prados, en donde a lo largo de la parte central de su vida profesional, treinta y dos años,  ha ocupado diversos cargos de responsabilidad médica, así como en el Centro de Diagnósticos y Tratamiento de la Seguridad Social en los Servicios de Salud Mental. Compaginó ello, con la Escuela Universitaria de Enfermería, en la que fue veintiún años Profesor, como ya lo había sido con anterioridad de la Escuela de Enfermería de la Seguridad Social. En la actualidad, continúa en su asistencia médica y humana a los enfermos del alma.
De su horizonte literario mucho puede destacarse, pero bástenos con recordar como, en sus inicios juveniles se encargó de la revista editada por su colegio y ya no dejó de hacer sus escarceos en las letras que prolongó, durante varios años en la revista “Nuestra Expresión” del Sanatorio de los Prados. Su amor a la lectura, su enorme capacidad de percibir la realidad que le rodea y su profunda vocación literaria le han llevado de forma continuada a publicar poemas, artículos, cuentos y otras colaboraciones en diarios y revistas, inquietudes literarias que se han visto favorecidas en su gozosa jubilación por “pequeños galardones” como nos dice con su modestia natural, obtenidos en concursos literarios en diversos foros. Citaré, por ejemplo, a su poemario “Color y Sentimiento” presentado en concurso promovido por la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas, que vio la luz publica en una publicación presentada en el Congreso Nacional de Psiquiatría, en 1999. Posteriormente, con motivo de la celebración por el Colegio Oficial de Médicos de Jaén, en 2001, del año de su centenario, obtuvo el primer premio de Relato Corto con su obra “El milagro de Santa Cecilia”, incluido hoy como uno de los relatos de este libro. En el año 2003, la Consejera de Bienestar Social de la Junta de Andalucía le concedió, en la variedad de Relato y Poesía, el primer premio de Poesía con la obra titulada “Tres poemas de amor para una mujer” (por supuesto, Carmen, el poema de su vida).
Su primer libro, de poesía, se publicó en marzo de 2008 por el Colegio Oficial de Médicos de Jaén, dentro del programa de Promoción Cultural con el  título  de “Eterno Ciclo”, un canto poético  al temperamento ciclotímico, que fue muy bien acogido en los ambientes culturales por el alto contenido en la expresión del sentimiento y su buen hacer literario. El segundo libro, “Lucero del alba”, aún inédito, está a punto de salir. Y su trilogía se completa con este libro que tenemos entre manos y que es hoy objeto de nuestra atención.
Agradeciendo a la concurrencia que haya tenido la amabilidad de permitirme este breve esbozo de la poliédrica personalidad de nuestro común amigo José Luis Robles Martín (que sólo tiene un defecto, que es el que el apellido Martín no sea de la misma rama que el mío, lo que seria doble satisfacción), voy a intentar ofrecerles una somera visión del libro que hoy se presenta con el título de “Relatos de un psiquiatra”, bellamente ilustrado por la diseñadora gráfica María Durban con prólogo, de entrañable lectura, de Juan de Dios Carvajal Olmedo.
Un libro se define desde su inicio y éste que nos ocupa lleva en su frontispicio una dedicatoria y una cita del escritor Somerset Maugham. Aquella, destinada a los hombres de su pueblo natal, Albolote, y ésta, que nos recuerda que “el escritor se nutre de los manantiales que nacen de los torbellinos de la vida”. He aquí, pues, la síntesis de lo que encierra este libro que, más que de relatos, nos habla de las vivencias de nuestro autor en la vida que le atorbellina desde su nacimiento en tierras granadinas, que son brotes vivos de los encuentros con la cruda realidad que le ha rodeado y le hacen gritar, unas veces de forma angustiosa, otras con expresiones de ternura o de alegría, pero siempre de esperanza.

Precisamente, tomo del prologuista la certera visión de que se trata de un motivo de encuentro con vivencias propias y ajenas, que nos permite una lectura relajante de las pequeñas maravillas de la vida misma. Yo añadiría que es de la profundidad de los recuerdos e historias de la abuela, en esa especie de parada y fonda que era la Casería Castañeda, de donde brotan los relatos que ahora nos cautivan; enriquecidos con los efluvios de las profundas y sinceras amistades de su juventud;  e impregnados de la humanidad oscura que en su actividad profesional ha tenido ocasión de bucear y que han ido cincelando esos brotes de solidaridad que son visibles en los relatos que ahora nos ofrece.
Por otro lado, no hay que olvidar –como el propio autor nos dice en su bellísima introducción- que nunca se desconectó de su Albolote. Y este rasgo esencial es definitorio del contenido y de la forma de sus relatos, más allá de cualquier otra consideración. José Louis siempre ha regresado a su pueblo para buscar en los ojos del Señor de la Salud, su mirada de agonía serena en la que encuentra la paz que nos transmite en sus relatos. Nos describe como, en la penumbra de la iglesia, buscaba la mirada de Cristo para cruzarla con la suya, en la dulce seguridad del encuentro, y aquí está el secreto de este libro: son trazos relajantes del alma, sus personajes son como esas figuras silenciosas que el joven José Luís creía ver en sus visitas al Cristo de la Salud.
El cuento es un género literario narrativo de corta duración que puede encerrar un contenido expectante, cuya acción se intensifica y aclara en su mismo desenlace, lo que es forma común en la narrativa de este libro, como en el relato “Paisaje de Otoño”. A veces, logran transmitir el máximo de intensidad emocional, que son particularmente importantes al final del relato y que suelen ser reveladoras, tal como sucede en el citado “Paisaje” con la figura de Magnolia, quien, junto a Doña Aurora, protagonista del segundo relato, me parecen encierran el prototipo de la mujer que nos describe el autor. La Casa de las siete ventanas y sus misterios es un relato apasionante en el que se conjugan admirablemente el negro de la nodriza y del manto también negro prendido del pico de los siete cuervos negros, con el blanco de la carta que nunca llegó y la palomas blancas del último cortejo. No sé si José Luis pensó en Adelina y su galán, pero a mi “La casa de doña Aurora” me ha recordado tiernamente a la Niña de la Estación y su “adiós, señor, buen viaje….”
Como en todo buen cuento, los relatos de José Luis, breves por la  sencillez  de  la  exposición  y  del  lenguaje y  por su  intensidad  emotiva, se nos ofrecen como una de las mas antiguas formas de literatura popular de transmisión oral, y es lo que percibimos a leer el hipercuento “Si él lo supiera…”. O cuando intuimos la mano tendida de “¿Mañana?”. Algo semejante se puede decir de los mini ensayos “Reflexiones sobre el amor” y “La Felicidad”.  Por no cansar más, sólo diré que esas mismas sensaciones se encuentran en esa serena oración titulada “Madre de Dolor”  o en el entrañable “Recuerdos”.
La  repetición  deliberada  de  algunas  palabras ,  o  de  frases,  tiene  su  importancia  porque  provoca  resonancias  de  tipo  psicológico, como sucede en algunos de los cuentos que se nos ofrecen en este sencillo libro, pero a los que no haré alusión pormenorizada por la brevedad que este acto nos exige. Pero no quiero terminar sin señalar dos de los relatos –a mitad entre la catarsis y la novela costumbrista-  que más me han impactado y que tienen por títulos “¿Lloran las campanas? Y “El cayuco de Kadú”  y de los que solo os diré que merece la pena leerlos.

En definitiva “Relatos de un Psiquiatra” son verdaderos cuentos poéticos que se caracterizan por una gran riqueza de fantasía y una exquisita belleza temática y conceptual, como lo fueron Wilde y Rubén Darío, autores destacados en este genero. Pero al mismo tiempo son relatos realistas que reflejan la observación directa de la vida en sus diversas modalidades: sicológica, religiosa, humorística, satírica, social, filosófica, histórica, costumbrista o regionalista, como ya lo escribieran Palacios Valdés, Unamuno, etc. En línea con la más ortodoxa doctrina, estos Relatos… tienen el ritmo del lenguaje, que  recuerda constantemente la oralidad y, por lo tanto, se acercan al origen del cuento, aquellos que, leídos en voz alta, cobran otro significado. Lo curioso de estos relatos es que el lector siempre queda atrapado, a pesar de la alteración de la sintaxis, de la disolución de la realidad, de lo insólito, del humor o del misterio, y reconstruye o interioriza la historia como algo verosímil. En nuestro caso, como en la mayoría de las buenas narraciones, los personajes son un elemento fundamental en los cuentos. Muchas veces quien cuenta la historia, también participa de ella, de este modo, el narrador forma parte de los personajes.

No quiero cansar más con mis apreciaciones, pero tened en cuenta que este libro es un canto a la poesía de la lejanía de la tierra natal, que arranca de los dolores y gozos forjados en la juventud del autor. Sus personajes (Doña Aurora, Kadú…) están ahí, en larga espera hasta que José Luis los arranca –con una pintura verdaderamente poética- de su horizonte perdido, del silencio, y nos los muestra como un canto de esperanza, mas allá del bien y el mal, de la vida y la muerte. En José Luis ello no es extraño, pues él dejó, a su pesar, su tierra natal y no ha cesado el lamento por tal desgarro, por otro lado, siempre dispuesto a ser desvelado para ejemplo de los lectores. José Luis canta el dolor y la alegría de sus personajes, con palabras sencillas pero certeras, y la luz de la música recorre las páginas de sus relatos y transita como un lamento por el alma del lector, que queda conmovido.

Diría con un deje apenas poético que, a pesar de las intenciones de los personajes, el ruido los convierte en sombras y, tras un canto breve y angustiado, desaparecen entre los muertos, en el campo del mundo y sus ruidos. Para caer en el más profundo de los infiernos. Hasta que José Luis se apiada de los personajes, les tiende la mano y ofrece su voz -la compañía de la palabra, la dulzura de su verso pincelado -  para que para siempre queden reflejadas sus imágenes.

Cogemos entre las manos este entrañable libro de relatos… Y la calma reidora del jardín amanece del crepúsculo almagre, viene con sosiegos de malvas sobre rosas, en una espera eterna de tenue raya azul. Como un crepúsculo de piel refrescante.
Con él os dejo.
NOTA.- Lo anterior constituye la presentación que he realizado, el día 6 de abril de 2010, del libro "Relatos de un psiquiatra", de José Luís Robles Martín, en el salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén.