Laicismo: origen y dimensión religiosa Imprimir
Escrito por Salvador   
Martes, 21 de Diciembre de 2010 20:51

Como ya anunciaba, en mi Zorrera del 24 de noviembre pasado, el día 30 de noviembre tuvo lugar en la Real Sociedad Económica de Amigos del Pais, de Jaén, una conferencia sobre  “Laicismo: origen y dimensión religiosa”, impartida por el Profesor Carlos María López-Fe y Figueroa, de  la que fui presentador. En aquel entonces subí al reportaje la invitación y, ahora, trascribo mi presentación y el texto de la conferencia.

 

PRESENTACIÓN LAICISMO

 

Queridos amigos:

 

Buenas tardes., Es una satisfacción poder ocupar, una vez más, esta querida tribuna, donde tienen acogida todas las opiniones y posturas y en la que, hoy, por delicadeza –que agradezco- de la Santa Capilla de San Andrés me cabe la satisfacción de presentar, dentro de su V Ciclo de Conferencias,  a Carlos Maria López-Fe  y Figueroa que nos va a hablar de “Laicismo: origen y dimensión religiosa”.

 

Conozco a López-Fe desde hace años y he participado con él en tareas de estudio y reflexión sobre temas y problemas que nos afectan en cuanto laicos. Por eso sé de sus profundas raíces cristianas y confío en que ello se trasluzca en esta intervención de hoy,

 

Carlos María López Ge, un giennense que nos dejó durante años para desgranar su vida profesional y que ahora ha vuelto para residir en la ciudad señorial y renacentista de Úbeda, es Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense, desde 1955. Posteriormente se Diplomó en Ciencias del Trabajo por la Universidad de Granada, 1957,  y en Ciencias Sociales por el  Instituto Social León XIII en 1959 (hoy Facultad de Sociología de la Universidad Pontificia de Salamanca). Más tarde, se diplomó en Psicología Industrial, Escuela de Psicología de la Universidad de Madrid, 1963 y, por fin, alcanzó el Doctorado  en Filosofía y Ciencias de la Educación (especialidad Psicología Social) por la  Universidad de Sevilla, 1986.

 

Este extenso y  profundo recorrido académico y universitario, le ha permitido desempeñar, profesionalmente, numerosos cargos, entre los que destacaré los de consultor de Empresas, responsable en el Departamento de Orientación Psico-Profesional en Sevilla, Ejecutivo en la consultora internacional TEA-CEGOS y Jefe Regional del área de Recursos Humanos en Andalucía y responsable del Seminario "Selección de Personal”, impartido a lo largo de toda España.

 

Asimismo, su vasta  experiencia  docente le ha llevado a desempeñar la asignatura de Psicología General y Aplicada y de Psicología de la Publicidad en el Centro Español de Nuevas Profesiones, de Sevilla, siendo Profesor del Departamento de Psicología Social de la Universidad de Sevilla. Ha impartido asignaturas de Psicología Social, Psicología del Trabajo y las Organizaciones,  Psicosociología del Consumo y Organización de Empresas,  en las facultades de Relaciones Laborales,  de Ciencias Empresariales y de Psicología, en la Universidad de Sevilla.

 

Igualmente., ha sido Profesor y miembro del equipo organizador del Master en “Gestión de Recursos Humanos”, desarrollado por el mismo Departamento de Psicología Social., en la Organización y dirección del Servicio de Orientación del Centro de Estudios Superiores Cardenal Spínola, de la Fundación San Pablo Andalucía CEU. Y profesor de la asignatura Orientación Profesional en la licenciatura de Psicopedagogía en el mismo Centro.

Entre sus publicaciones, cabe mencionar:

“Caminos andaluces de San Juan de la Cruz”, Editorial MIRIAN, Sevilla, 1991. “Amelia Fe y Olivares, una aspiración al Absoluto” Coautor con Juan Moreno Uclés. Editorial Jabalcuz, Jaén, 1998.

“Persona y profesión. Procedimientos y técnicas de selección y orientación”. TEA EDICIONES, S.A., Madrid, diciembre 2002.

“Inocente Fe y la recuperación del edificio del Museo de Jaén”. Instituto de Estudios Giennenses. Jaén, febrero 2006.

Coautor de las monografías sobre los escultores imagineros Juan de Mesa, Martínez Montañés, Pedro Roldan y Francisco Antonio Gijón, que desde el año 2006 está publicando la Editorial Tartessos, de Sevilla.

Aparte de numerosos  artículos sobre temas de pensamiento social cristiano y psicología del arte en revistas de Jaén y Sevilla, tiene como obras en vía de publicación “Expresión de angustia, dolor y muerte de Cristo en la imaginería sevillana” (Tesis Doctoral) y su última aportación “Expresión doliente de Cristo y María en imágenes del Reino de Jaén (siglos XIV-XVIII)”.

 

Como actividad más cercana al objeto que hoy nos reúne, están la de Profesor colaborador en cursos de verano sobre Doctrina Social Cristiana en la Universidad de Sevilla, y de Psicología del Trabajo en las Universidades Politécnica de Madrid y de Cantabria.

Entre sus otras actividades, indicaré que ha sido Vocal del Departamento del Patrimonio Artístico de la Archidiócesis de Sevilla, Responsable de actos culturales del Pabellón de la Santa Sede, Expo’ 92 de Sevilla, Pregonero de la Semana Santa (1988) y de las fiestas de la Virgen de la Capilla (1990), en Jaén.

 

Actualmente reparte su actividad como investigador y partícipe en foros de pensamiento social cristiano, con presencia activa en los Congresos Católicos y Vida Pública organizados por la Universidad San Pablo CEU en Madrid, y en investigación sobre psicología del arte, dedicación que se refleja en los escritos de que he hecho relación.

 

 

Con este bagaje es factible predecir que, no sólo nos deleitará con su fácil palabra, si no que tendremos ocasión de beber en las fuentes más actuales del pensamiento cristiano para saber cual haya de ser una postura coherente en cuestiones que afectan a lo más esencial de nuestra condición de creyentes y sabrá respondernos a la pregunta –que ya se hacía Guardini- “¿Qué significa ser cristiano hoy?”, tema que sigue siendo central en nuestros días, llenos de confusión, tergiversaciones e imposiciones ajenas.

 

Hoy –me anticipaba Carlos María-  es más necesario que nunca distinguir qué es lo específicamente cristiano respecto a otras opciones, “qué es aquello peculiar y propio que caracteriza al cristianismo y lo diferencia, a la vez, de otras posibilidades religiosas”. Ser cristiano es, sencillamente (aunque no resulte nada sencillo), “seguir a Cristo”, pero –también es preciso decirlo- esta predisposición, este deseo de búsqueda no garantiza el hallazgo del Absoluto, pues se debe contar con el juego de la libertad humana. La fe, lo mismo que la libertad, el amor y la entera vida personal, no son prefabricables por anticipado. Y en esta encrucijada bucea nuestro invitado para encontrar sentido a esta interrelación.

 

No voy a desvelar más el contendido de esta conferencia, pero si quiero, antes de cederle la palabra, mostrarle el reconocimiento que todos debemos sentir ante actitudes como la suya, al posibilitar que seglares, como nosotros, demos testimonio de una forma de concebir este mundo que nos rodea, de una  manera de ser frente a las interpelaciones a que estamos sometidos.

 

Ante el relativismo narcisista que nos rodea, en el que hemos traspasado la línea de aquel lejano “dejar hacer, dejar pasar, el mundo va por sí mismo”, para sumergirnos, sin discernimiento, en este nihilismo que nos invade, se hace preciso detenerse, aunque sea por un momento, e interrogarse cual ha de ser nuestro papel de laicos. Ante el negacionismo, que supera con creces el descreimiento materialista –pues se palpa igualmente en los egoísmo que nos deparan las corrientes neo liberales- es perentorio, no sólo bucear en las raíces de trascendencia que deben servir de fundamento al pensamiento cristiano en el que decimos estar asentados, sino decidirnos –más allá o, si se quiere, más acá- a trabajar en la vid, a la que todos hemos sido llamados.

 

Nos dice la “Christifideli laici” que examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor. Esta misión –que no sólo esta reservada a los Ministros al servicio de los laicos, sino a éstos- es a la que estamos llamados. He de esperar de esta ocasión que nos reúne ante la palabra de un seglar,  una toma de conciencia del don y de la responsabilidad que todos los fieles laicos- y cada uno en particular- tenemos en la misión salvífica.

 

De seguro que a ello nos llevará escuchar a Carlos Maria López-Fe Figueroa, con quien nos deleitaremos a continuación.

 

 

 

 

CONFERENCIA “ANCLAJE DE LA FE Y GARANTÍA DE LA MISIÓN”

 

 

Comunicación a la mesa redonda EL ENCUENTRO CON CRISTO. XII Congreso Católicos y Vida Pública  Arraigados en Cristo: firmes en la fe y en la misión.

19-21. Noviembre. 2010.  Carlos Mª López-Fé y Figueroa.

 

La temática de los Congresos Católicos y Vida Pública ha experimentado un importante viraje en los últimos años. Ha pasado de ocuparse de lo que podríamos calificar como ‘asuntos funcionales’, o con otro término, ‘prácticos’, temas indudablemente necesarios para una intervención eficaz en la vida pública, a tomar como eje de sus preocupaciones prioritarias las cuestiones que afectan a lo más esencial de la condición de creyente en un Dios que debe ser visto y tomado ante todo por ser lo que es en esencia, es decir, por su carácter trascendente y no como presupuesto funcional para los fines del hombre.

Nada más nuclear que el tema-base de este XII Congreso y el interrogante de la primera ponencia, “¿Qué significa ser cristiano hoy?”, cuestión que se responde con una afirmación clave para cualquiera que se enfrente con el criterio-eje de este asunto básico. Es la pregunta que se hizo ya en 1929 Romano Guardini en su fundamental ensayo “La esencia del cristianismo”. Al gran maestro del existencialismo cristiano deseo rendir homenaje con estas modestas líneas, escritas bajo su inspiración.

Porque la dual llamada a la fidelidad -a la fe y a la misión- que formula el lema del actual congreso sólo se puede entender desde lo que constituye el tema de esta mesa redonda: “El encuentro con Cristo”, vivencia que da lugar a lo que Guardini considera esencial en la profesión de fe cristiana, es decir, de la esencia del cristianismo.

En una época infectada por la confusión, la insolencia y el descaro, como calificaba a su tiempo el patriarca Macabeo Matatías (I Mac 2, 49); cuando se hace programa ideológico la tergiversación y abuso hasta de las palabras más sagradas (“No es la verdad la que nos hará libres, sino la libertad la que nos hará verdaderos”, como reitera el presidente Zapatero en un ‘leit motiv’ preferido); en esta situación en que los países de la vieja Europa, cristianizada en la era apostólica y definitivamente construida por la ‘segunda evangelización’ realizada por los hijos de San Benito; cuando en estas naciones de raigambre cristiana lo primero que se hace es negarla en su legislación fundamental; cuando estas actitudes torticeras son admitidas hasta por muchos que se consideran cristianos como expresión de un ‘estar al día’, de ‘tolerancia’ propia de personas con sentido ‘moderno’, es necesario dejar claro en qué consiste esta profesión de fe que posibilita realizar una misión sin confusión de criterios.

Por otro lado y como contraste con lo anterior, encontramos hoy también una efervescencia o inquietud de signo ‘espiritual’ que se difunde como alternativa a lo cristiano. Pues bien, incluso si nos situamos en una actitud humana arraigada en un cierto sentido religioso, la cuestión sigue siendo trascendental, porque nos lleva a la raíz del problema. Hoy nos hallamos, en efecto, ante otras posibilidades religiosas y aún la del agnosticismo (que presentado como ideología y programa de vida no deja de ser una propuesta netamente ‘religiosa’ en el sentido más auténtico del término ‘religación’, que implica a la persona). Por tanto, si nos mantenemos en el terreno del mundo religioso, se nos presenta el problema de distinguir qué es lo específicamente cristiano respecto a otras opciones, “qué es aquello peculiar y propio que caracteriza al cristianismo y lo diferencia, a la vez, de otras posibilidades religiosas”.

De las respuestas que suelen darse, que ven lo esencial cristiano en la revelación de Dios, en la profundización de la conciencia religiosa, en la elevación del amor al prójimo a primer plano de la conciencia moral, etc., “ninguna da en el blanco, además de presentarse como proposiciones de valor absoluto. Lo propiamente cristiano no puede deducirse de presuposiciones terrenas ni de categorías naturales”, pues dichas categorías contradicen la lógica y la experiencia. Hay que preguntar directamente a lo cristiano: “El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es eso también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. SU ESENCIA ESTÁ CONSTITUIDA POR JESÚS DE NAZARET, POR SU EXISTENCIA, SU OBRA Y SU DESTINO CONCRETO; es decir, POR UNA PERSONALIDAD HISTÓRICA”. Subrayamos con mayúscula la afirmación capital de este párrafo porque nos presenta lo más radical del criterio para discernir lo cristiano de lo que no lo es (aunque lo parezca), y porque nos lleva derechos al núcleo del tema de esta mesa redonda y aún del Congreso.

Lo que se deriva de esta afirmación fundamental es muy claro: ser cristiano es, sencillamente (aunque no resulte nada sencillo), “seguir a Cristo”, tomar su persona, palabra y actitudes como criterio definitivo de la propia vida, conciencia y conducta. Es cierto que la predisposición que se concreta en la sincera búsqueda de aquel ‘tú’ es una actitud que se halla en la cúspide de las más hondas tendencias humanas, las trascendentes, como expresión del origen del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y suele verse ‘recompensada’ por el encuentro con aquella realidad suma que satisface el anhelante deseo del buscador, como afirma el tal vez más genial ‘rastreador de sentido’ que se ha dado en la historia, Agustín de Hipona: “Porque nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón no halla reposo hasta que descanse en ti” . Ahora bien, los propios maestros del espíritu estiman que tal deseo de búsqueda es ya gracia divina, tal como el mismo Cristo afirmó: “Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo atrae” (Jn 6, 65). Pues no hay que olvidar que tal ‘predisposición tendencial’ no garantiza el hallazgo del Absoluto, pues se debe contar con el juego de la libertad humana: “Todo hombre está orientado, conformado y en el fondo expectante de esa posible palabra de Dios en la historia (el Verbo encarnado, Jesucristo)… Las prefiguraciones y presentimientos en el corazón del hombre le preparan para el reconocimiento, pero no suplen la libertad y el amor que son necesarios para el consentimiento. La fe, lo mismo que la libertad, el amor y la entera vida personal, no son prefabricables por anticipado.”

Todo lo esto desemboca en una situación vital: El ser cristiano, es decir, el seguimiento de Cristo, es consecuencia directa de un encuentro con el propio Señor Jesús. Encontrarse con Cristo es la condición, la raíz de una vivencia integral de la fe. No podemos vivir con autenticidad la fe cristiana y ser, consecuentemente, fieles a la misión que ella implica si nuestro existir no se arraiga en el hecho de estar incardinados con Cristo como resultado del encuentro con él. Este es el testimonio que nos aportan todos los grandes conversos de la historia, el primero aquel que de perseguidor se convirtió en apóstol, Pablo de Tarso, quien llevó la luz de Cristo al mundo pagano con absoluta fidelidad y entrega a su misión. Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y, en nuestro tiempo, Edith Stein nos han transmitido en sus escritos la vibración que produce ese encuentro de todo el ser con quien vino a nuestro encuentro desde la plenitud de su gloria, haciéndose uno de nosotros para posibilitar la interrelación vital de la criatura con su Creador.

Hay que insistir en que la vivencia de la fe, es decir, el seguimiento de Cristo, no es asunto fácilmente aceptable para el ser humano, y más para el de hoy, imbuido de una mentalidad autosuficiente hija de la cultura del racionalismo y la Ilustración. El seguimiento de Cristo, tal y como se deduce de las propias palabras de Jesús, comporta una serie de actitudes que contrarían dichos parámetros de pensamiento y conducta. En apurado resumen pueden concretarse en las siguientes:

1.- La persona de Jesús de Nazaret es el criterio y motivo de toda conducta. Cuando Jesús expresa la idea “por mí”, que se refiere a seguimiento, persecuciones, perder la vida, etc., es de un radicalismo absoluto. Él no dice “por la salvación”, “por la verdad”, “por Dios”, ni siquiera “por el Padre”. El motivo vital y directo del comportamiento cristiano es Jesús mismo: “El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mt 12, 30). “El que a vosotros oye a mí me oye; el que a vosotros desprecia a mí me desprecia, y el que me desprecia a mí desprecia al que me envió” (Lc 10, 16). Jesús mismo vive en sus discípulos; y la relación filial con Dios se fundamenta partiendo de la persona de Jesús.

La elección que se plantea no es sólo de naturaleza ética, sino que se dirige a la persona misma de Jesús y significa una decisión propia y amor. Jesús no sólo exige sino que ama y a este amor debe corresponderse con amor; no sólo amor al “bien”, sino a Jesús mismo como ser vivo. De ello depende entrar en la relación de amor con Dios: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 20-21 y 23).

2.- Jesús fundamenta las relaciones humanas. Jesús no es sólo portador de un mensaje que provoca la decisión, sino que es él mismo quien provoca la decisión, que afecta a todo el ser humano, que penetra todas las vinculaciones terrenas y que no hay poder que pueda contrastar ni detener. Es, en una palabra, LA DECISIÓN POR ESENCIA, que puede revestir un radicalismo absoluto: “¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No he venido a poner paz, sino espada; he venido a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre y a la nuera de sus suegra; porque los enemigos del hombre será los de su casa” (Mt 10, 34-36).

3.- Jesús es el único mediador para la relación con Dios y para la salvación. Esto tiene que ver directamente con la actitud de quien pretende buscar, incluso sinceramente, la relación con Dios como esencia de lo cristiano. Y ello es así porque Jesús es la revelación definitiva de Dios. No hay más Dios que el que nos revela y nos muestra Jesús, que por ello responde al apóstol Felipe en la última cena, cuando le pide que les muestre al Padre: “¿Todavía no me conoces, Felipe?  El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14, 11). Por ello Jesús hace una proclamación de sí mismo de un atrevimiento impensable en un simple ser humano: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mi (Jn 14, 6).

Jesús constituye, pues, una unidad singular, incomparable con ninguna otra relación humano-religiosa. En la realidad del mundo y del hombre el “arriba” divino y el “abajo” humano se han disociado; no hay camino que conduzca del uno al otro; sólo en el Mediador Jesús se restablece la unidad, porque él es “camino, verdad y vida”. No hay relación directa posible del hombre a Dios; la relación se halla vinculada a la figura del Mediador, y no sólo en el sentido de que signifique un primer acceso; la mediación constituye la forma esencial de la relación cristiana con Dios. La revelación traída por Cristo no es un primer acto de comunicación, sino una forma de la cual no puede abstraerse el contenido.

Los anteriores puntos no los afirma ninguna de las demás religiones; ninguno de los fundadores de las más importantes ha dicho de sí mismo lo que afirma Jesús. Lo singular de esta decisión, que fuerza la dimensión más íntima y viva del que escucha a dar un sí o un no, supone un atrevimiento de tal magnitud que, mirada la cuestión desde una posición mental y anímica meramente ‘humana’, se entenderá la reacción violentamente negativa que puede suscitar y de hecho ha suscitado en el pensamiento y el corazón de muchas personas. Es el fenómeno actitudinal que constituye el concepto bíblico denominado ‘escándalo’, palabra referida por Jesús a él mismo en una de sus más solemnes declaraciones:“Dichoso el que no se escandaliza de mí”, responde a los discípulos enviados por Juan Bautista desde la prisión (Lc 7, 23). Este escándalo es de clase singular, es una actitud en relación con el valor religioso, y no de modo abstracto, sino bajo la forma de una figura concreta, Jesucristo. Dicha actitud no se expresa bajo la opinión “es verdadero” o “es falso”, sino como odio, persecución. El momento decisivo en orden a la salvación se presenta cuando Cristo mismo, no su doctrina o su ejemplo, sino su persona concreta es presentado como referencia absoluta para esa salvación. Esto despierta indignación, protesta, rechazo. La raíz de esa protesta se halla en la circunstancia de que una persona histórica pretende para sí una significación decisiva (y absoluta) para la salvación. El caso más expresivo en el Evangelio se da en la reacción de los paisanos de Jesús ante su discurso en Nazaret (Mt 13, 54-56). Lucas refiere el paroxismo de este escándalo: “Al oír esto se llenaron de cólera, … lo arrojaron fuera de la población y lo llevaron hasta un precipicio…, con la intención de despeñarlo por allí.” (Lc 4, 28-30)

Por ello una actitud de este tipo sólo es superable si se establece una relación  vital entre el ‘yo’ de la persona, mi propio ‘yo’ como núcleo esencial de mi personalidad, y el ‘tú’ de esa otra Persona divina, Jesucristo, que se presenta como la razón de ser y el sentido de toda auténtica existencia humana. Dicha relación existencial no se da como consecuencia de un mero esfuerzo humano, por ‘honrado’ que sea, aunque existan los ‘presupuestos psicológicos’, las tendencias trascendentes antes expresadas; es resultado de un don, de un regalo gratuito, es decir, de una ‘gracia’ que es dispensada por el propio ‘tú’ divino que se presenta con tal pretensión.

Cuando las condiciones sociológicas se han vuelto dudosas y problemáticas como resultado del extrañamiento y negación de los postulados que la evangelización implantó en el mundo, y se ha decantado el pensamiento y la cultura posmodernos por un antropocentrismo que sitúa a la persona, al ‘yo’ egocéntrico y sus impulsos elementales como criterios de libertad omnímoda, y cuando se niega vigencia a la búsqueda de la verdad como presupuesto del comportamiento individual y social, la configuración de las ideologías y estructuras sociales que se sustentan en tal egocentrismo necesariamente se ven afectadas de una falta de parámetros orientadores del sentido capaz de tener en cuenta la integridad del ser humano con todas sus dimensiones y en especial la trascendente. El resultado es una situación negativa cuya principal víctima es el mismo ser humano.

Sólo una civilización nacida de la aceptación de la realidad de Dios, revelado en la persona de Jesucristo, como origen de la existencia y fuente de la verdad que hace auténticamente libres, podrá ofrecer al hombre, ofuscado por sus impulsos irracionales y promotor de una sociedad movida por meros intereses egoístas, la posibilidad de recuperar sus mejores dimensiones. Todo ello nace del encuentro con Cristo, necesidad fundamental de la persona en todo tiempo, pero destacadamente del nuestro. Y ello es de vital urgencia para quien desee vivir en y desde la fe cristiana. Aplicado a los creyentes de hoy esto es lo que significa la conocida frase de Karl  Rahner: “Los cristianos del próximo siglo o son místicos o no serán cristianos”. La utilización del término ‘místicos’ convierte la frase para muchos en una pretensión utópica, algo inalcanzable para el común de los fieles. Y, sin embargo, nada más realista, porque ese término en absoluto hace alusión a una condición excepcional, sólo reservada para una elite de privilegiados. Se ha repetido hasta la saciedad que el significado verdadero de ese término hace referencia a la vivencia por el cristiano de un encuentro personal con Dios en Cristo, que es el ‘misterio’ de Dios encarnado. Mística es, sin más, espiritualidad configurada por la relación de amistad con Cristo, es vivir del encuentro permanente con él, la Vid en la que se enraízan los sarmientos. Por ello, la vivencia  integral y la perseverancia en esta relación personal con Cristo sólo se mantiene apoyados en él, tal y como él mismo pide, asumiendo su palabra y su realidad sacramental. Su palabra: “Si permanecéis en mi palabra seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32). Palabra orada, meditada. Y su presencia sacramental: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6, 36). No es la exhortación de ningún maestro espiritual, sino del Maestro por antonomasia, Jesús.

El cristiano de hoy, si desea seguir siendo fiel a Dios en Jesucristo, si tiene interés en asumir una misión de testimonio de su fe ante el mundo, debe pasar de la actitud de mero ‘creyente’ a la de auténtica ‘persona  de fe’, lo cual comporta el encuentro con Cristo. No basta con ‘tener creencias’ para ser persona que vive de y en la fe. Un gran experto en fenomenología religiosa, Martín Velasco, lo explica: “Estamos acostumbrados a designar como fe -nos referimos a lo que la tradición cristiana llama fe-esperanza-caridad- a muchas cosas que no lo son. Confundimos con frecuencia la fe con la creencia, una forma débil de conocimiento referido a verdades que exceden a la razón. Creencia es un elemento de la fe, pero no es la fe misma, no es su centro” .

¿Qué es necesario, pues, para que se produzca ese cambio que posibilita al ‘creyente sociológico’ pasar a ser ‘persona de fe’, que integra la totalidad de su existencia (con todas las realidades ‘particulares’ que la componen, familia, profesión, relaciones, cultura, etc.) en la suma realidad de Dios? El mismo autor lo indica: “Para acceder de la situación de fe heredada, poseída ‘inercial’ a una fe personal es indispensable que el sujeto se despierte a la experiencia de la fe, escuche personalmente el testimonio de la Presencia en su interior y en su vida y consienta a esa Presencia, descentrándose en el movimiento de confianza absoluta”  Esto y no otra cosa es el fenómeno vital, existencial y no sólo ‘religioso’, de la ‘conversión’, es decir, el volverse libremente del ‘sí-mismo’, de mi ‘yo’ como absoluto más o menos conscientemente vivido, a la Presencia, a Dios (en Cristo, insistimos), como Absoluto en el cual todas las demás realidades personales encuentran sentido y plenitud.

Tal fenómeno vital en toda su radicalidad (radical viene de ‘raíz’, de realidad en la que se anclan todas las demás) se hace posible en el cristianismo como en ninguna otra religión, porque el cristiano no tiene que buscar a Dios en el vacío, en una nebulosa inaprensible o en un concepto abstracto: la Presencia eternamente subsistente es un Ser personal, es un ‘tú’, y más aún, no ha permanecido en una lejanía inalcanzable. No sólo ha creado al hombre, situándolo en un medio que le posibilita la vida, sino que, a pesar de que esta criatura, abusando de su libertad, se rebeló contra Él en un movimiento suicida de pretendida autonomía, que en realidad lo abocó a la autodestrucción; ese Dios que lo creó por amor no lo abandonó “al poder de la muerte, … Y tanto amó al mundo que, al cumplirse la plenitud de los tiempos nos envió como salvador a su único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado…. El mismo se entregó a la muerte y, resucitando, nos dio nueva vida” (Pleg. eucarística IV).

El cristianismo es la única religión que se vive como interrelación entre un ‘tú’ y un ‘yo’, una relación dialógica que hace realmente persona y libera a quien se entrega a ella porque tiene su raíz en la Realidad personal por esencia. El encuentro vivido día a día con este Hijo encarnado, muerto, resucitado y ahora Viviente por todos los siglos (AP 1, 18), con Jesucristo, es el que da consistencia a la fe del cristiano. El anclaje de la fe en Cristo da la absoluta confianza de estar cimentado sobre la roca viva frente a vendavales y tempestades, y permite realizar la misión de difundir esta fe y edificar una sociedad en la que la persona no es manipulada por otras sino respetada en la total dimensión de su condición humana.

 

BIBLIOGRAFÍA:

González de Cardedal, O.: Dios. Sígueme. Salamanca, 2004.

Guardini, R.: La esencia del cristianismo. Cristiandad. Madrid, 2006.

Martín Velasco, J.: Experiencia cristiana de Dios. Trotta. Madrid, 2001.