Escrito por Salvador
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Viernes, 14 de Noviembre de 2008 18:24 |
Era un día cualquiera en la sala de la permanente espera.
Tenía tantos años que sus nietos cuidaban de sus nietos en la sexta generación.
Inocente como el padre que habla de sus hijos, le ilusionaba engañar al médico y a su mujer sisando de la despensa. Presumía de estimulantes no utilizados y se cortaba los callos de sus manos con las navajas afiladas que los días le arrojaban, sin controlarle los efectos del sintrón. En tanto aguardaba su turno, se quedó quieto y dormido y perdió la vez, sin que llegaran a tiempo de coagular su cardiopatía. Él, que había llegado a viejo antes de soslayar sus esperanzas. |