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Para siempre |
Escrito por Salvador |
Sábado, 16 de Febrero de 2013 20:47 |
Esta mañana, casi insomne, me encuentro en la azotea de mi existencia y a lo lejos, entre oquedades de cipreses, la belleza trepa por el jardín de piedras del Castro romano. La escarcha humedece las dovelas con su lengua fría y descarnada. En las penumbras de la bóveda, que se adorna con musgos y caracoles, aparecen cercanas las almenas del Alcazar árabe. A contraluz del amanecer, entre lejanos ladridos de perros que, a su pesar, se enzarzan con los aullidos del aire levantisco, se estremecen los cañones del Fortín decimonónico. Me adentro en la torre vigía y en los fosos cercados de murallas, aparto los matojos de recuerdos aún no pronunciados. Y el alba, que despereza las palabras no dichas, me anuncia una mañana preñada de luces. Entonces, soy capaz de percibir los silencios de mi niñez fugitiva, como una nube de tamarindos de amarillentas flores en espiga, transformados en ternuras de casia en los labios de la Carmen mía. Y a la guitarra, de leves cuerdas apenas susurrantes, se le encienden voces de muerte mientras suplica con desespero a los habitantes de las sombras que vuelvan a brillar en las estrellas. Ante el silencio sin eco de la noche, mil caballos desbocados sin descanso me encabalgan en sus lomos para dejarme en una tumba misteriosa como resplandores de las rocas en los aires de mi pueblo. Para siempre.
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