Dios no es el problema Imprimir
Escrito por administrador   
Lunes, 05 de Septiembre de 2005 19:27

A la vuelta de las vacaciones y con permiso del Director, voy a tocar un tema que, probablemente, interese a la mayoría de los lectores de nuestro periódico.

Me refiero a un interesante artículo de Saramago (El País 1 de agosto) cuyo sólo titulo ya es de por sí atrayente/inquietante: “Dios es el problema”. Entiende que, para los creyentes, Dios no sólo es el juez que absuelve a los que matan en su nombre, sino que es “el Padre poderoso que antes juntó la leña para el auto de fe, y ahora prepara y coloca la bomba”, Dios como causante de todos nuestros males, por lo que hay que discutir esta “invención” y resolver este “problema”.

El tema está analizado con gran profundidad, argumentado de forma rigurosa. De ahí que entienda que deberían ser los teólogos los que con pluma y argumentos más convincentes que los míos, salieran al paso y replicaran de forma adecuada a ese grito de nihilismo y desesperación que me ha parecido entrever en el Nóbel portugués. Pero, o no tienen argumentos irrefutables o es que aceptan el planteamiento negativo. O, lo que es peor, les importa un bledo la existencia de Dios y su discusión como problema.

Por eso, admito el reto de la discusión y, salvando las distancias, desde mi posición, cristiana y personal, quisiera decir que Dios no es el problema.

El problema somos nosotros y siempre lo hemos sido.

En el ámbito institucional, desde que nos instrumentalizamos a favor del Imperio romano, para servirnos de él, pasando por los oscuros siglos del Medioevo, entrando en la edad Moderna de la mano de políticos maquiavélicos, que se vestían de Papas acaparadores de poder y riquezas, hasta encontrarnos asentados en un estado temporal, que ha tenido una historia de imposiciones, arbitrariedades e injusticias, como obra humana, pero todo ello alejado de lo que debe ser una manera de vivir una creencia.

Y, más aún, desde una postura personal. La fe cristiana es una opción, que espera más allá de nuestra existencia terrenal, sobre la base de la Encarnación y la Resurrección. Y si esta trascendencia no se hace realidad viva, aquí y ahora, en cada historia personal, surge el problema.

Porque, ante esta vivencia, no caben vacilaciones y el creyente ha de hacer posible ese Dios que es amor, más allá de la filantropía, el altruismo o la generosidad.

Incluso, más allá de las cosas materiales, compartiendo valores, con personas de otras creencias o con no creyentes. Entonces, se hará visible la fe en nDios que acompaña a todos los hombres, más allá de su credo personal, porque es verdadero Padre.

La relación entre la creencia en algo superior y nuestro concreto quehacer, justifica el ser creyentes. Sencillamente, esta opción personal que es la fe, es una expresión de la libertad, que está en la esencia de todo ser, y que permite incluso negar la existencia de Dios. Pero que no elimina a Dios, ni tiene por qué desembocar en la afirmación de que Dios, como elemento de odio y desunión, es el problema.

No necesitamos prescindir de Dios, por mucho que nos haya tocado vivir en una sociedad hedonista, llena de focos de atracción meramente subjetivos. Lo que precisamos es intentar superar nuestros problemas, aunando esfuerzos para mejorar nuestro mundo, en el que por supuesto, Dios cabe.