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Escrito por administrador   
Viernes, 05 de Octubre de 2007 17:02
En este país estamos permanentemente en campaña electoral, donde siempre hay señores que prometen esto y lo otro y lo de más allá y pretenden engatusarnos con el oro y el moro; lo peor de todo es que, al final, se quedarán con el oro y con Hamet, el sobrino del alcalde rondeño Abdalá.

De ello puedo deducir que, posiblemente, nos engañarán o abusarán diestramente de nuestra credulidad; en una palabra, se “quedarán” con nosotros y con nuestro voto, si es que somos tan ilusos de dárselos en razón sólo a las promesas. Y lo diabólico es que tales promesas no son inocuas, ni tan siquiera falsas, pues, aparte de que ellos se las crean o no, no sólo son necesarias que las hagan para conocer el programa que presentan (o una aproximación a él), sino que se hacen —supongo— con buenas intenciones de cumplirlas para seguir avanzando en mejoría. ¿Qué sería de nosotros, si los candidatos no nos hicieran promesas? Después, las cumplirán o no, pero, de todas formas, creo que son necesarias. Lo que ya no es tan inexcusable es que las promesas excedan de las posibilidades que una buena administración demandan o, simplemente se ofrezcan premeditadamente para no cumplirlas. Sería como si a nuestros hijos, para que estudien y aprueben todo el curso, les ofreciésemos tal o cual regalo y, cuando llega junio y nos traen los aprobados, nos echásemos atrás o, en vez de regalarles el coche prometido, le diésemos un patinete. Pues, esto es lo que me temo que estamos empezando a sufrir. El señor Zapatero nos ofrece un ramillete de mejoras sociales y de todo calibre y el señor Rajoy dice que él lo hará mejor. A nivel de nuestra comunidad, lo mismo de lo mismo entre el señor Chaves y el señor Arenas. Por dejar de marear la perdiz, a nivel provincial ¿les suena algo una fantasmagórica Presa de Siles? A lo mejor, es que somos como niños: ellos porque no cejan en ofrecer mil y una ventajas; y, nosotros, siendo crédulos hasta el paroxismo. Quizá es que somos tan bobalicones como aquellos que en los años cuarenta y cincuenta mirábamos al mercachifle de turno ofrecernos “por un duro, estos cinco cobertores, y, además, cinco peines y, además, cinco…, no, oiga amigo, diez barras de dentífrico, y, aunque usted no se lo crea, además, este bote de elixir de la eterna juventud”… Y el buhonero terminaba adjudicando el estupendo lote al señor del pañuelo de franela en el cuello. Y se iba el señor con su pañuelo de palurdo, sus cobertores que se desteñían si empezaba a llover antes de llegar a casa, los peines que perdían las púas por el camino y el dentífrico que apestaba y lo único que le servía era el elixir…, porque sus efectos eran retardados. En serio, no sé si hemos de ser incrédulos como Tomás y esgrimir la moneda del piensa mal y acertarás, o seguir al de Tarso, que nos llamaba a la disculpa, a la espera y al aguante sin límites, lo que nos llevaría a fiarnos de ellos, a confiar de antemano sin sospechar malas intenciones. No sé qué deciros hoy, porque en la esquina de enfrente hay otro quincallero ofreciendo sus horteras proposiciones. Pero os prometo —ahora que va a empezar el carrusel de la Feria de San Lucas y el de la otra feria—, que, en una próxima colaboración en este periódico, os diré lo que pienso de las promesas y contra promesas de nuestro políticos.