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No sé si estoy descolocado PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 07 de Septiembre de 2007 17:05
No sé si estoy descolocado, al no comportarme de acuerdo con las circunstancias y hacer y decir a trochemoche cosas inoportunas o inconvenientes. Al menos, eso dicen algunos de los que me rodean. Aunque, a veces, podría pensar que los que están desubicados son los demás, por lo menos no están en mi órbita. De todos modos, la verdad es que, en estos tiempos, cada uno tiene su propia área, a modo de pequeño satélite alrededor del sol que más calienta.

Quizá ello deba ser así, alejados como estamos de aquellos espacios y tiempos aquellos en los que imperaba el pensamiento único y la consigna dogmática. Pero, entre nosotros —que podemos confiar en este pacto o convenio que tenemos, bien que de forma oculta y reservada, entre escritor y lector—, creo que este giro copernicano en que el mundo se ha enfrascado, es excesivo. Por lo menos, a mis entendederas. Siempre he pensado que soy un hombre de criterio independiente, al menos con unos mimbres y un acervo de conocimientos labrados día a día y que, hasta lo que yo entiendo, he sabido atesorar, manejar y, en su momento, escoger para llegar a lo que sea la solución adecuada a cada caso de conflicto. Pero, amigos, es la hora en que no sé discernir, o, mejor dicho, no puedo elegir, porque no tengo posibilidades para desentrañar cuál sea el marco conveniente para comportarme y llegar así a la sabiduría, que es el fin de los humanos. No sólo se trata de no saber si se ha de alabar al inmisericorde terrorista que se inmola con la palabra de Dios en la boca reventada, o, por el contrario, son las víctimas las que merecen nuestra loa y en su memoria podemos utilizar toda la fuerza de que podamos disponer. No ya que dude entre enseñar a los niños la asignatura de Religión o la de Educación para la Ciudadanía, sin morir en el empeño; ni tan siquiera aclarar si es conveniente darles unos azotes cuando se lo merezcan —claro que, siempre a nuestro juicio— o, ante la inutilidad de la medida, lo acertado será dejarlos que hagan de su capa un sayo. Usted, y yo, podemos tener respuestas —posiblemente divergentes— a estos interrogantes. Pero el problema no es ese. Cuando digo que estoy descolocado me estoy refiriendo a las respuestas que he de dar ante las situaciones más simples de la vida, en las que me siento fuera de lugar. ¿Es posible mantener la certeza de que hay que ser respetuoso con los mayores; entender que puedo estar religado a algo Superior al cantante de moda o a la camiseta de un futbolista; creer en la necesidad de normas morales y cívicas para la conducta individual y social? Si salvaguardo alguno de los anteriores criterios, sedimentados a lo largo de nuestra evolución biológica, —y otros tan simples como los que todos hemos recibido desde la cuna para dirigir nuestras conductas— de seguro que los jóvenes de hoy me mirarán con compasión y, es posible, lo que es peor, con indiferencia o desdén. Y esta es la cuestión. No la postura de los que me aventajan en juventud, sino mi propia actitud ante la búsqueda y elección de criterios acertados y atrayentes, porque, la verdad, no sé si los valores que yo manejo son de este mundo y están ubicados en la jerarquía adecuada. Si a usted le pasa algo parecido, alégrese de todas formas, porque todavía buscamos la utopía.