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Preparemos un plato alpujarreño PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 24 de Agosto de 2007 17:09

Ya estamos rozando los albores de septiembre y el verano se nos va de las manos. Qué pena… o qué alegría, volver a sentir las frescas brisas otoñales, ver desprenderse de los árboles, más o menos velozmente, los amarillentos meses de un año laboral/académico que se acaba. Y que, pese a todo, hay que agradecer.

Ya se ven los últimos retazos de espantosas bermudas pegadas a unas piernas arqueadas por los años, que, al mismo tiempo, terminan en unas zapatillas negras y abotargadas o con los pies vestidos con unas simples chanclas de dedos, que arrastran agobiados los calores que no acaban de dejarnos. Es un enjambre el vaivén de jóvenes y mozas, a cual más grotescamente vestidos, con sus incesantes entradas y salidas de tiendas de modas, sin que sepamos de donde sale tanto dinero para tan incontrolado despilfarro. También da grima ver a las madres aprovechar angustiadas las últimas jornadas del verano para agostar los bolsillos, no por el excesivo calor, sino con el abrumador gasto de la enésima rebaja o del inicio del curso escolar, consumo que no sólo debilita, sino que destruye las fuerzas físicas y las cualidades morales del más pintado. Sí, ya se han terminado los días de playa, para los afortunados que hemos podido escapar del asfalto —esta vez en las doradas arenas del suroeste español— donde, como siempre, retozan niños y jóvenes con sus pelotitas al aire y las molestas raquetas. Adiós a la señora ya entrada en años y de flácidas carnes asomadas a los escasos escotes de biquinis con vocación de “monoquinis” y, asimismo, hasta luego a la más joven que, triunfante, pasea su garbo para curiosas miradas de reojo de caducos caballeros. Adiós a los pasos cansinos de ancianas parejas, que se hunden doblemente sobre las finas arenas onubenses, mientras se escandalizan de las parejas que pasean gloriosas su orgullo recién estrenado. Me queda en la retina el padre moreno, con bigote y barba y pelos en pecho, abriendo con una paletilla un foso de agua alrededor del castillito de arena que él ha construido primorosamente, mientras la hija y la madre, de blancas carnes bajo la sombrilla, lo miran entre admiradas y tediosas. También, la multitud de veraneantes de rodillas en busca desesperada de almejas y coquinas para, a renglón seguido, desaprovechar el trabajo realizado. Es el tiempo de reencontrarse con las viejas cosas de siempre, y las amistades olvidadas, y la rutina diaria… Y, sobre todo, ha llegado la fatídica hora de aguantar las últimas serpientes de verano, aireadas, con o sin razón, por los medios de comunicación, que buscan pingues beneficios mientras enrarecen el ambiente: ya nos calientan la cabeza con “la cuestión Navarra” (mala si se solucionaba con Nafarroa Bai, y peor si llega la entente del otro lado, porque —se nos dice— sólo es cuestión de maquillaje preelectoral: ¿en qué quedamos?). Por eso, creo que lo mejor sería desechar tristes presagios y pedir un plato alpujarreño: nos comemos nuestras patatas a lo pobre con jamón, aunque se mezcle algún “chorizo” costeño y quizá una “morcilla” periodística. La cuestión es que, para que no nos arrollen, le echemos “dos huevos” a lo que se nos ponga por delante. Simplemente, para completar el plato típico andaluz. Tiempo habrá de conversar de cosas más serias.