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Algo así como un escribano PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 10 de Agosto de 2007 17:11

Me gustaría escribir un artículo desenfadado, incluso intimista, acorde con este período veraniego. Me da pie para ello, la sorpresa de ver el jueves mi fotografía y el dichoso “escritor y pintor”, siendo así que mis artículos salen los viernes alternos. Y más al ver otro del maestro Manuel Urbano -al que también le habían cambiado de día-, pues el calificativo de “escritor” me producía la misma sensación que si colgaran un cuadro mío junto a una pintura de Miguel Viribay, apostillándome como “pintor”. Es por ello que pido “a quien corresponda” que sustituya dichos apelativos por el más sencillo de “escribano”, por las razones que paso a exponer.

No es la menor la de que en mi vida profesional he sido  fedatario municipal y las palabras y los acuerdos –que no  las intenciones- de Alcaldes y Concejales, por mi intermedio,  han accedido a los libros de actas para tiempos venideros. Como decían Las Partidas “son los escriuanos públicos,  los que escriuen las cartas de las vendidas, e de las compras, e de los pleytos, e las posturas que los omes ponen entre sí, en las Cibdades e en las Villas”. A mí, que he sido testigo de tantas “posturas” (posición o actitud, convenio sobre algo) entre Corporativos, me es grato recordar a muchos de ellos, como Enrique Armenteros de Valdepeñas de Jaén, Manolo Vela de Jamilena, Timoteo Herranz de Bélmez de la Moraleda, Andrés Párraga o Ramón Díaz de Mengibar, Miguel Lombardo de Torredelcampo,  y, ya en democracia, Emilio Arroyo, José María de la Torre, Cristóbal López o Felipe López, pintorescos algunos, paradigmas de regidores otros, todos entrañables. Y decir de ellos o rememorar anécdotas inolvidables, como la que me sucedió en mi primer ayuntamiento, en donde el oficial al que sustituí –en el fondo, era un buen hombre- se refería a mí como al “niño” (¡quien  volviera a serlo!). Y la de la gallina que me regaló agradecida la señora Amadora (aquello  si que era prevaricar, no como ahora, que necesitan el oro y el moro y nadie se conforman con una rica pepitoria). Siempre recordaré, y lo cuento ahora por enésima vez -que es manía propia de viejos, porque el que nace barrigón tontería que lo fajen- cómo el inefable Felipe Oya me decía, al terminar los, a veces, tediosos Plenos de la Diputación: “que te duermes Salvador”; y yo le tranquilizaba asegurándole que solo era una treta para no oír, ni ver, las muchas “deciuras” que se echaban en cara mutuamente (y nos reíamos como niños, lo que me reforzaba en una de mis frases preferidas, aquella con que aquietaba a los que me pedían asesoramiento,  diciéndoles:  “esto va a quedar como el culito de un niño”). He pensado muchas veces en escribir un anecdotario, que sería un best-seller…

 

Ya les digo: me gusta que me consideren como escribano, que así eran llamados,  desde siempre, tanto el impresor como el simple escribiente o pendolista, pero que  también tiene otras acepciones, como, por ejemplo, la de escribidor  y, sin ir más lejos, aquel que escribe, y, en todo caso, comunica. Porque, en el fondo, quizá lo único que me cuadra es ser un conversador, un hombre al que le gusta comunicarse a través de la palabra, hablada o escrita. En definitiva, algo así como un simple – y, sin embargo, anhelado- escribano. Que ya es bastante.