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Motivos para la alegría PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Jueves, 26 de Julio de 2007 17:19
En mi última colaboración en este periódico, me propuse dejar la actualidad, para adentrarme en la plácida languidez del verano. La verdad es que no supe hacerlo, pues varios amigos me han indicado que les parecía mi artículo un tanto pesimista…. Y me vuelve a asaltar la desmoralización por la terquedad de la realidad en agrisar nuestra existencia.Ahí están la muerte de Polanco (que ni tan siquiera, ahora, ha sido respetado por sus enemigos políticos o competidores mediáticos), el doble escándalo de las viñetas injuriosas para los Príncipes (por el hecho en sí que denigra al periodismo, so pretexto de una libertad de expresión de la que parece ser que se puede abusar impunemente y por el posterior revuelo y la falsa polémica desatada sobre la medida judicial adoptada) o el renovado enfrentamiento Gobierno/obispos. A la par, a mí me llegó la espina de la tristeza y me están matando el río, a base de dejarlo sin aguas y llenarlo de sucias espumas que han enmohecido su verde frescor. Es como para echarse a llorar. Pero, no. Nada más lejos de mis intenciones, por lo que me he propuesto insistir en el tema y escudriñar nuevas salidas a la gratuidad y al agradecimiento, buscando con insistencia la sonrisa de un niño. Pruebo a enfocarlo desde nuevas perspectivas, para llevar al ánimo de mis lectores esa pizca de utopía que debemos renovar cada día y que en esta época estival hemos de buscar, como algo diferente que nos colme. Creo que necesitamos asirnos a algo nuevo, a modo de aguijón para la alegría; encontrar un vehículo para la mañana que nos impulse otras cadencias o nos aliente para la ilusión. Es como si gritásemos mil veces “Aleluya” en los oídos de los que nos rodean, por si les sirviese de acicate en la modorra que produce el calor o les llenase de albores sus retinas, para mirar con limpieza. Algo así como si llamásemos a las dulces sirenas –con su eterno peine ante el espejo de las rocas– para que saltasen desde sus aguas a los ruidosos bailes y a los melosos cantos de nostálgicas músicas. No para que nos engañen, como a los hombres a los que abrazan en matrimonio para después abandonarlos y volver al mar, sino para intentar un maridaje más sereno y permanente, algo así como… soñar, simplemente soñar. Es una lástima, porque creo haber vuelto a fracasar en mi propósito, pues me han planeado de nuevo las volutas de la poesía y no he dejado el carro de sus alturas, cuando lo más sencillo hubiera sido tender la mano y ofrecer mis pinceles y mi voz –el óleo y la compañía de la palabra, la dulzura de un verso pincelado– para que quede para siempre reflejada en nosotros la calma reidora del jardín, el amanecer tembloroso de frescura o el crepúsculo almagre en las cercanías de la luz. Pero no tengo remedio. Este verano viene con sosiegos de malvas sobre rosas, en una espera eterna de tenue raya azul. Como un crepúsculo de piel refrescante. Es una pena: he vuelto a las andadas y no me sale una palabra que no sea de alegría. Os dejo, implorando mil perdones, hasta el próximo artículo, si sois capaces de reincidir en la esperanza.