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La sinfonía del perdón PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 20 de Abril de 2007 21:59

 

Parece una palabra desprestigiada o, como ahora se dice, en reserva virtual. Hace unos días, los académicos hispanohablantes hablaron de la necesidad de resucitar algunos vocablos del español, casi en desuso; al socaire de ello, algunos personas destacadas de la cultura apadrinaban términos que apenas se utilizan hoy en día, como tejeringo, damajuana…

Yo consideraría necesitada de rescate la palabra perdón. Perdón significa tanto como remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente o, en su caso, indulgencia. Se utiliza para pedir disculpas, para interrumpir el discurso de otra persona y tomar la palabra, en forma interrogativa para expresar que no se ha entendido algo o, pospuesto a la preposición con, como excusa a algo que se dice, suponiendo el hablante que es inapropiado a los oídos del que escucha. Pero el significado de esta actitud, inicialmente benevolente y, en el fondo, indicativa de una de las muestras más profundas de nuestra humanidad, es más enjundioso y a ello me quiero referir hoy. Desde niños aprendimos aquello de “pelillos a la mar…” con que se pretendía poner fin a nuestras constantes peleíllas de feliz recuerdo. Aún escucho a mis nietas decirse entre sí, con cara de circunstancia, “¿me perdonas, peque?”, …hasta conseguir de la otra el “bueno, pero me tienes que prestar…” Más tarde, cuántos “eternos perdones” se han cruzado los enamorados de todos los tiempos… Y las guerras de siempre han firmado sus paces con palabras de mutuo perdón. Hoy mismo, en pleno fenómeno de la multiculturalidad, hay que ir más allá de la asimilación de culturas, de la simple coexistencia pacífica entre ellas para llegar, en un ejercicio de utopía, a desactivar los problemas en el ámbito internacional y saber escoger entre los choques y las alianzas de civilizaciones, mediante una actitud de diálogo, en lo necesario crítico, pero en constante búsqueda de valores comunes para llegar, con recíprocos perdones, al acogimiento del diferente.

En todas las culturas, en cuanto que omnicomprensivas de pautas de conducta de adaptación, se han buscado fórmulas de perdón, más o menos contingentes, artificiales, como categorías históricas, cambiantes y progresivas, hasta llegar el sublime “Perdónalos, Señor, porque no saben lo que se hacen”. En un mundo moral, más allá de la simple y desconsoladora incredulidad o falta de fe; incluso en un espacio ético de total incredibilidad como imposibilidad o dificultad para que algo sea creído, nadie es capaz de entender al que expone otras ideas, sólo creemos en nosotros mismos, envueltos en un manto de egocentrismo. Si esto es así y, en este tiempo pentecostal, sólo metemos la mano en el costado ajeno, no para confiar en el otro, sino, posiblemente, para agrandar las heridas, será preciso resurgir con un sentido auténtico, que no puede ser sino de paz y de perdón, que no otra cosa se debería vislumbrar en nuestro horizonte en estos tiempos tan necesitados de misericordia.