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Pactar o no pac tar: esa es la cuestión PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 07 de Junio de 2015 23:31





La vulnerabilidad, consustancial a nuestra existencia, nos arrastra a una de nuestras cualidades más admirables: la duda. Dudar ayuda a domar la resistencia a desprendernos del ego. Sin embargo, en momentos –como los actuales- de incertidumbres y desasosiegos, hasta el raudal de nuestras pasiones desbordan sus más amplias riberas, escapan del discernimiento sereno, sin llegar con decisión a su destino. Al contrario, parece que todo se enturbia y a lo más que se llega es a formar un amplio estuario en el que  se remansa la quietud, más perniciosa que la incertidumbre. Es algo parecido a lo que embargaba al príncipe de Dinamarca. El desorientado Hamlet, encarnación de la indeterminación, comenzó a sospechar, temer y desconfiar de su familia y sus amigos, hasta de Ofelia, la joven a la que amaba. Se aisló de todos, hasta el punto de estar convencido de que la locura podía convertirse en un refugio para mitigar el dolor que sentía. De esta demencia, surgió el famoso “to be or not to be: that is the question”. Los estudiosos han llegado a la conclusión de que en realidad a Hamlet lo único que le provoca algún tipo de sentimiento y lo que lo hace actuar es lo que lo afecta directamente, su egoísmo, el ser considerado un héroe, el salvador de la situación.


Pues, bien, tras las elecciones más abiertas de los últimos años, se ha abierto un periodo de pactos para que los candidatos electos accedan a las cabeceras de Ayuntamientos y Autonomías. Bien pudiéramos pensar –salvando las distancias y las circunstancias- que estamos en el mismo escenario de la farsa,  con todos los protagonistas temerosos y desconfiados de dar el primer paso para buscar una solución que convenga al común de los espectadores. Y no es tanto la incertidumbre como el ambiente de mutua sospecha, de mantenimiento de descalificaciones y recelos de todos y frente a todos.  La confusión y contradicción permanente: lo que hace unos días era blanco ahora es negro, sin coloración intermedia. Tanto es así que parece que añoramos las denostadas mayorías absolutas.  Estamos a punto de la paranoia y terminamos por preguntarnos “pactar o no pactar: esa es la cuestión”.


En el fondo, se quiere huir de pacto alguno para no salir contaminado, de cara a las inminentes elecciones de septiembre/noviembre, sin espacio para la rectificación. Jugamos al cortoplazismo  y, mas que buscar el dialogo abierto y transparente, nos entrevistamos en reservados de hoteles de carretera o en lugares sin ventanas. Nos enteramos de que Sánchez y Rivera han sido recibidos por Rajoy (en alguna ocasión éste se dignará hacer lo mismo con Iglesias). Sabemos que los tres opositores se han encontrado sin que hayan desvelado que se han dicho. Sin embargo, estamos muy contentos de conocer el frugal menú de los de la izquierda: tortilla al estilo Zapatero para uno, pescado –suponemos que no habrá sido azul- para el otro y ensalada común; incluso, se han atrevido a poner de relieve que el tema central de la conversación fue el baloncesto, incluso que el uno invitó al otro.  Mientras,  Susana sigue esperando que la saquen del pozo en que se metió por propia voluntad.  Eso sí: en los últimos días  Juanma ha decidido que ya es tiempo de dar por finalizado el ninguneo y, generoso, le ofrece la presidencia a cambio de la alcaldía de Sevilla.


Es constable, en todo caso, que la regeneración de la vida pública es una exigencia insoslayable, ante el castigo de la corrupción, de nuevo a la cabeza de las preocupaciones ciudadanas. Pero, los caminos son insondables y sabemos de otras minucias: el “postureo” de todas las formaciones. Así,  Podemos aclara que los electores no han votado “pacto”, sino “cambio”, por lo que los socialistas tienen que dar un giro de (nada menos que) 180 grados para entenderse con ellos. Ciudadanos exige órdagos, a diestra y siniestra -más bien a este bando al  que incluso insta a plasmar por escrito la renuncias de Chaves y Griñán-, en sus propósitos de escenificar la regeneración. El  PSOE emplaza al líder de Ciudadanos a que no apoye al PP de la Púnica y la Gürtell en Madrid y se decante por la ética que, al parecer, sólo está de un lado del arco: el suyo, por supuesto. Y el PP, aparte de quejarse de que los otros partidos le excluyen de las negociaciones –sin acordarse de que su mayoría absoluta ha cerrado el parlamento a cualquier pacto o simple debate-, sigue con el discurso apocalíptico del “yo o el diluvio” y acusa a Sánchez de virar hacia “la izquierda radical”, algo muy peligroso para la estabilidad de España (de la España, por supuesto, de los buenos españoles). Y da continua fe de transparencia, recientemente con el endurecimiento de la llamada ley mordaza, al socaire de la presunción de inocencia y la pena de telediario. Curiosamente amparado en la abstención de los socialistas.


Este es el panorama semanal: todos quieren que los demás se adhieran a sus propuestas inflexibles sin darse cuenta de que con ello dan muestras de su patente debilidad: la de no saber gobernar para todos. Falta la necesaria autocrítica y los diversos interlocutores se miran de reojo sin estar dispuesto a ceder ninguna parcela de poder.


En conclusión: vuelvo al tema inicial del ser o no ser del príncipe danés. Y del recelo y el egocentrismo. Decía Salvador de Madariaga: "Hamlet era incapaz de ser, ésta es la verdadera tragedia del príncipe...".  Porque ser es actuar con conciencia y con convicción, a pesar de las consecuencias.  Es lo contrario a la indecisión o al tactismo que está en la médula de nuestra casta política. De la vieja y, para nuestra desgracia, de la nueva. Su tragedia es la de no poder Ser. Es más, la de no saber Ser.