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Las fronteras me persiguen PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 23 de Agosto de 2015 23:31



Llevo años despotricando de los parapetos, las empalizadas y los murallones; de los cercos, las tapias y las barreras. La única separación que soporto es la de los setos en los jardines y hasta los linderos me parecen superfluos porque ya se sabe que es inútil poner vallas al campo. Pero, mire usted por donde, para atravesar mi misma tierra –en esta llamada “frontera” de Gibraltar- me hacen enseñar mi DNI ante guardias civiles y bobbies que apenas te miran, como si fueras una hormiga en la fila interminable de la estulticia.


Sí, amigos, este jueves pasado hemos cruzado la frontera para rendir pleitesía a la pérfida Albión, la de Galdós: "es la Inglaterra, esa puerca, ya lo sabe usted, a quien dan el mote de la pérfida Albión". Y compruebo con íntima satisfacción cómo ahora -a diferencia de cuando venía para llevarme el oro y el moro, incluso algún que otro mono de su gris montaña-   no necesito nada de nada y sólo me detengo en una librería de viejo, por si tuviesen escondida una “Carmen”, llegada desde los riscos del rio Genal, allá cerca del Gaucín donde ella nació. Y en el que urdiera su drama, frontera entre el amor y el odio, entre la vida y la muerte con las que jugó, en los campos y espacios de sus tiempos.


Estas tierras nuestras –desde Jaén hasta Gibraltar-  que han sido de frontera, nos han dejado, a la par, muestras de permeabilidad y acogida. Tierras cruzadas desde la antigüedad por caminos que vienen y llevan al infinito, donde conviven el individualismo y el sentido de concordia. En estos tiempos, más nos convendría inclinarnos por ámbitos de convivencia y compatibilidades.


Es hora, pues,  de desmochar paredes o trincheras  que sólo buscan duelos y desconsuelos. Intentemos la transparencia y, por encima de todo, la cercanía. Porque no hay diferencias ni contornos entre nosotros y nuestros prójimos, ni con el hábitat  que nos envuelve. Las alabanzas del de Asís al Sol y a la Luna, sus hermanos, son un Cántico a la naturaleza, cuya vitalidad se refleja en la escena de la huida a Egipto en el Tiziano del Hermitage, que deja al descubierto la necesaria acogida a sus protagonistas, desfavorecidos por la emigración y la represión política. En el fondo, necesitamos, ya, rescatar a José que huye sin saber la duración de su exilio, la mayor barrera a su infortunio.  Es, pues, imperativo una comunidad sin fronteras, traducida en una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales.


Presiento que las murallas, los recintos y los cercados van desapareciendo de nuestro entorno. No ha lugar para los límites, como no existe una barrera visible entre el ayer y el hoy, que se suceden en un susurro de luces tristes y alegres.  Ni entre lo tuyo y lo mío, si es verdad el mandato bíblico de la comunión de bienes. Como tampoco es posible asir el lindero entre la noche  y el día: si acaso un asombrado temblor…


Y es que todavía hay tiempo para derribar las tapias de la incomprensión. Para arrancar las rejas que me separan de la entrega y  arrasar los muros de la indiferencia. Si acaso, me quedo a la espera de que lleguen las celosías de la envidia, la mediocridad y el ventajismo. Y poder correr de una vez las cortinas de la exclusión, para que seamos presos de los presos, perseguidos con los que son acosados, humanos con los humanos… En todo caso, para intentar caminar con los oídos finos y los ojos ingenuos, hacia el infinito. Sin descanso,  ya que, tal nos recordara Laín Entralgo,  la autenticidad está mucho más en la búsqueda que en el reposo, en el camino que en la posada, en el grito de la angustia que en el grito del hallazgo…


Si acaso, la única frontera sería la de la muerte –“¡Adiós para siempre mis dulzuras todas! / ¡Adiós mi alegría llena de bondad!” suspiraba Alfonsina Storni- y habría que pasarla sin equipaje, como un leve polen de ceniza ¡Qué alegría llegar tan ligero de ataduras! Entonces, entre la vida y la muerte, apenas un suspiro de alivio recordaría. Me sentiría en un lugar cuyos únicos confines fuesen la mar inmensa y el cielo azul. Ya lo dije en otra ocasión: “Sólo / nos queda un silencio entrañable, / en el borde mismo / de nuestro adiós”. Sí, porque entonces habrá llegado lo deseable: “Mírate las manos / ábretelas y lo poco que tengas / derrámalo”.