Un futuro de esperanza Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 16 de Noviembre de 2015 13:49


Quisiera desconectar de la atmósfera asfixiante que nos rodea en estos días de aquelarre catalán, incluida la figura goyesca del macho cabrío, en esta ocasión no erguido,  sino suplicante de la migaja de dos votos. No soportaría escribir tres semanas seguidas del mismo tema –por muy absorbente que sea- y es mi  intención  escapar de las maléficas influencias de tanto desnortado tahúr como deambula por nuestras entretelas políticas, creando el más desfavorables de los ambientes.

Va a ser difícil, pero lo intentaré dando un giro de ciento ochenta grados, a propósito del acontecimiento que viví en directo en nuestro reciente viaje familiar a Roma. Fue  emotivo escuchar en directo - en el impresionante marco de la Plaza de San Pedro, abarrotada de creyentes más o menos comprometidos-  las palabras posteriores al rezo del Ángelus, en las que el Papa Francisco se refirió de forma directa al robo de los documentos sobre las finanzas vaticanas.


Había iniciado su contacto con los peregrinos, recordando las dos vertientes contempladas en el pasaje evangélico del día. Por un lado, la de los fariseos –cara negativa de los llamados maestros de la ley, cuyo estilo de vida es el orgullo, la avaricia y la hipocresía-  que en sus apariciones solemnes están ocultando la falsedad y la injusticia. Por otro, se presenta  –en contraste con lo anterior-  un  ejemplo de ideal  cristiano: la viuda que se desprende de lo que tenía para vivir, a la par que los ricos dan con ostentación lo innecesario. El  criterio no es la cantidad sino la plenitud: el amar  "con todo tu corazón" significa confiar en la providencia, servir a los más pobres, sin esperar nada a cambio.


No se que tiene este Papa que entusiasma con sus palabras. Posiblemente sea que va a las raíces de los problemas. Entra de lleno en la profundidad de la cuestión, no se entretiene con sucedáneos ni  subterfugios, no se anda, para entendernos, por las ramas. Ni por las hojarascas, que se las lleva el viento. En mi opinión, siempre va directo a la raíz, aunque prefiera usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad. Y no ha sido una excepción en esta ocasión. “Sé que muchos de ustedes han estado preocupados por la noticia que circuló en los últimos días sobre los documentos confidenciales de la Santa Sede que fueron robados y publicados (con la cooperación esencial de dos de sus íntimos colaboradores: el sacerdote español Lucio Vallejo Balda y la relaciones públicas italiana Francesca Chaouqui). Así que déjenme decirles primero que robar esos documentos es un delito. Es un acto deplorable que no ayuda”. Con la misma claridad –sin acritud, pero con una firmeza que levantó el aplauso unánime del auditorio-  afirmó rotundamente que en su ánimo no está tirar la toalla: “Este triste hecho no me desvía del trabajo de reforma que estamos llevando adelante con el apoyo de todos vosotros. Sí, con el apoyo de toda la Iglesia”.


He aquí la distinción a que antes me refería. Ha reprobado el error, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad; pero para las personas, ausencia de acritud. Lo que no obsta a que siga adelante en busca del nuevo rostro de la iglesia en el  mundo de hoy. Esta búsqueda tiene una única dirección: servir al hombre. No a la riqueza -que es lo que guía a esa curia reacia al aggiornamento del  Vaticano II- de la que es contrapunto la figura de la viuda, como la antigua historia del samaritano fue la pauta del Concilio. El criterio de la plenitud, en sus propias palabras.


Esta actitud servicial  -tan lejana al lujo y descontrol de los sectores más retrógrados del Vaticano- es la misma que se precisa para acompañar a otro de los sectores más acuciado de nuestros días: el de los refugiados y emigrantes. No hay más que ver la vuelta atrás que están dando las naciones europeas, levantando fronteras al calor de doctrinas populistas, cuando no claramente xenófobas. No les digo nada lo que nos espera al calor de los horribles atentados que estos días ha sufrido París.


En  su poema “Nocturno”  se lamentaba Gabriela Mistral:  “Ha  venido el  cansancio infinito / a clavarse en mis ojos, al fin:  / el cansancio del día que muere  / y el del alba que debe venir;  /  ¡el cansancio del cielo de estaño /  y el cansancio del cielo de añil! … Y perdida en la noche, levanto  / el clamor aprendido de Ti: /  ¡Padre Nuestro, que estás en los cielos, / por qué te has olvidado de mí!” Al mismo tiempo, me olvido de mis cansinas opulencias y queda flotando  la pregunta sobre lo qué me queda a mí por hacer.  Porque no basta con lamentarse y escribir bonitas palabras que se quedan en el aire.


En todo caso, permítanme que, con la evocación de una mañana radiante y la fortuna de formar parte de una familia peregrina, intente bañarme en el hermoso sol de la verdad, que nos facilitará el encuentro personal y nos permitirá mirar con ojos sinceros todo lo que  hallamos en el camino de la vida.   Y, aunque no puedo pensar que estoy en perpetuo jubileo, sí que sería conveniente rememorar las cosas que me hicieron bien, mejor que acogerme al recuerdo de las heridas  sufridas y que resurgen en la memoria como plantas venenosas. De ahí que me quede con el mensaje de serenidad que se desprendían de las palabras de Francisco: el de un futuro de esperanza.