Los Reyes Magos Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 11 de Enero de 2016 13:44


“Ya vienen los Reyes, por la Carrasquilla,  y la  señá Juana haciendo morcilla”, era el estribillo que mis hijos y sobrinos (no menos de diez, apelotonados en mi destartalado 4Latas) cantaban a toda voz en las noches de Reyes de los años sesenta, cuando los llevaba a un inexplorado viaje por las afueras de mi pueblo, mientras las madres  y abuelas preparaban los juguetes. No sé porqué razón, al Niño, que “venia sin pañales ni ropa ninguna y la misma luna sábanas le dio”, no le indicábamos “no pidas agua, mi vida, que los ríos vienen turbios y no se puede beber” y tampoco porqué prescindíamos, caminito de Belén, del “olé, olé, Holanda ya se ve”. Posiblemente éramos más egoístas, pues en nuestra retina persistía la visión de la mondonguera rellenando las sabrosas morcillas en la reciente matanza  y nos figurábamos que el destino verdadero de los Magos era nuestro pueblo, al que se entraba por una calla empinada a la que llamaban la Carrasquilla.  Cuando ahora rememoramos aquellos inolvidables momentos, Maite, mi hija menor, me confiesa que ella iba escondida, encogida y  muertecita de miedo, entre la ilusión y el temor, debido quizá al color  negro de la morcilla o al rostro del tercer mago.

Más allá de estas evocaciones, sería conveniente buscar, en la noche fría que sufrimos,  una estrella como la que iluminaba el camino de los sabios de Oriente por si hay una meta a la que consigamos llegar. Es el momento de elevar nuestra preocupación, mas allá de la política de andar por casa, de la que nadie parece saber salir…Me quiero referir –por convicción y por perentoria necesidad-  al problema irresoluto de los refugiados, incluidos los simples emigrantes, es más, de los meros peregrinos sin norte a la vista. En una palabra, de los que sufren sin horizonte de remisión… Y de los que no sabemos que piensan –si es que lo hacen- los que se afanan por coger el poder tras el 20D. La mentira europea más trágica del año ha sido la falsa ayuda de refugiados: la CE asignó 120.000, de los cuales 17.800 venían a España y se han regularizado 272 y 18, respectivamente.


Hemos conocido estos días que un niño sirio de dos años es la primera víctima del mar en 2016, al estrellarse contra rocas de la costa griega el bote neumático en que venía junto a su madre de 20 años. La OIM señala que al menos 3.770 personas murieron tratando de cruzar el Mediterráneo en 2015. En Alemania se contabilizan en este año más de un millón de refugiados. Dos notas más: el dilema turco ante el peso de más de dos millones de refugiados y la entrada en vigor de nuevos controles fronterizos decididos por Suecia y Dinamarca (y un posible efecto dominó) con el  peligro de eliminar definitivamente el espacio Schengen que garantiza la libertad de movimientos de personas y que supone un pilar de la integración europea. Por si ello no bastase, ONG como Save the Children y Médicos sin Fronteras denuncian la situación de extrema precariedad que están viviendo las más de 40.000 personas sitiadas –al estilo medieval: sin agua, sin alimentos, sin medicinas- en la ciudad Siria de Masaya. Para terminar de perfilar el cuadro, ahí están las agresiones sexuales en Colonia y otras ciudades alemanas, que dan alas a la política xenófoba y pone en peligro el alentador “Vamos a lograrlo” de la Canciller Merkel.


Esta problemática y el continuado drama que sigue candente en las fronteras turcas, griegas y los Balcanes, debería de alguna manera despertar nuestras conciencias, adormecidas por la tibia indiferencia. El tema parece que sólo interesa a los que no tienen nada que perder, a los que nada pueden ofrecer, a los que peregrinan sin rumbo, como ellos mismos. Quizá a estos les sea más fácil meterse en la piel de los excluidos, que es áspera y agrietada como la  suya, y les sea más llevadero sufrir las inclemencias del intenso frío. Por el contrario, los que pueden perder su comodidad, los que están en disposición de ofrecer soluciones, huyen del compromiso y se enredan en disquisiciones sobre cuotas  y controles.


No quisiera parecer un ingenuo bienintencionado que se preocupa por colectivos e individuos marginados. Ya sé que es fácil tachar, de forma despectiva y autosuficiente, de buenismo todo intento de ayuda o apoyo a sectores sociales desfavorecidos. Los conservadores del imperante capitalismo liberal ven con desconfianza las políticas sociales para resolver estos problemas, por ineficaces e, incluso, perjudiciales. Desde luego, para sus intereses. Presagian el asentamiento de grupos radicales islámicos, el parasitismo y la violencia urbana, etc. y rechazan soluciones que consideran un mero sentimentalismo vacío de contenidos y carente de un proyecto político y social coherente.


Pese a ello, estas fechas invitan a salir de nuestras clausuras y a reconocer la riqueza de la hermandad. Es momento de dejarse iluminar por la misericordia y reflejar su luz. Como los Magos, sería preciso vivir con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas, aunque no se encuentren respuestas seguras. Es obligado salir en busca de la estrella que muestre el camino, sintiéndonos urgidos por los excluidos. Coherentes con la liturgia de la epifanía, es de desear que esas multitudes, que caminan entre tinieblas y oscuridades, amanezcan a la luz y encuentren el resplandor de la aurora.


Como en la alegoría creadora de Isaías, sería preciso que sus corazones se asombren, se ensanchen, cuando volquemos sobre ellos los tesoros del mar y les hagamos participes de las riquezas de los pueblos: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro…” Cada uno de nosotros debería intentar asemejarse a los Reyes Magos, abriéndose a la inclusión desde su particular Carrasquilla.