Quid me persequeris Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 01 de Febrero de 2016 00:10


Es un misterio de género menor, pero misterio al fin y al cabo, saber el porqué los novios escogen una fecha determinada para celebrar su matrimonio. Desechado el día 13, si además es martes, por aquello de que Marte es el dios de la guerra y la discordia y el trece corresponde al arcano de la muerte, el resto de las fechas está disponible, pero el motivo de su elección es un enigma. Pese a lo de florido y hermoso, mayo –que se inicia con la lucha entre las fuerzas de las tinieblas y las de la luz según lo más selecto de la brujería-  no es mes tradicionalmente propicio para bodas. Tampoco es muy de recibo noviembre, el de los difuntos. Algunos tópicos nos indican que si lo haces en enero, tendrás problemas económicos a lo largo de todo el matrimonio y que "Novia mojada, novia afortunada".


Pues, miren ustedes por dónde, nosotros nos casamos en enero y con una leve llovizna. Hace 53 años y aquí estamos más pimpantes que nunca, sin problemas económicos acuciantes, si bien el afortunado por la lluvia, en nuestro caso, ha sido el novio. Coincidió con la celebración litúrgica de la conversión de San Pablo. En la lectura que escuchamos –aparte de la conocida y nunca debidamente cumplida epístola paulina sobre el amor comprensivo- oímos el apremiante  “Saulo, Saulo, por qué me persigues?” Esta es la urgente y lacerante pregunta que recibió el de Tarso cuando, camino de Damasco, cayó del caballo a causa de una luz cegadora.


Una pregunta que recobra penetrante actualidad. Pablo, el judío de la diáspora y  hombre de tres culturas, hubo de escuchar la pregunta y decidir qué hacer, pues fue definido por Dante, precisamente como “vaso de elección”. Efectivamente, fue a Damasco y eligió el camino acertado. Por ello, es obligado preguntarnos si nosotros intentamos dirigirnos a nuestro particular damasco y si nuestra respuesta es la adecuada.

Damasco  -capital de la Siria en llamas- está aquí, entre nosotros, en nosotros mismos. Aunque nos rodeen otros interrogantes: la lejana China que padece mal de crecimiento y es capaz de destrozar nuestras Bolsas; la incontrolada bajada del  precio del petróleo y sus efectos sobre la prima de riesgo;  el FMI que airea un viento favorable para nuestra economía, a la par que la OIT pone sobre aviso del anómalo reparto de nuestra renta por el escaso empleo, las oscilaciones salariales y la precariedad de las prestaciones sociales. Incluso, aunque hayamos de responder, para atajar la alarmante y creciente desigualdad, a lo que ha de hacerse para ensamblar un gobierno estable –y con sentido de estado, se nos añade- capaz de seguir las directrices de la CE, a la par que de  atender las perentorias necesidades sociales.


Estos –y el resto de los problemas pegados a la vida misma- no deben ser impedimento para echar una mirada, abrir nuestros ojos y encontrar alguna respuesta a los desastres que emanan del Damasco real. En un camino de vuelta, ni los rigores del invierno ni los temporales marinos han disuadido a los que huyen del infierno de la guerra, que siguen llegando y muriendo en el intento. Y que alcanzan, no sólo el “punto caliente” –“hotspot”, dicho finamente- de Lesbos y toda la costa griega, sino que recorren como una columna invertebrada todo el este meridional –injustamente hierático después de su ya lejano acogimiento- de nuestra vieja Europa, para tocar las fronteras septentrionales de  la misma perfección  diluyente. En un espectáculo dantesco y, a la par, vergonzoso.


Dicho sin rodeos: hombres –no sólo mujeres y niños- que se ahogan en las frías aguas del Egeo y sus contornos, un día sí y otro también. Más hombres –incluso ancianos temblorosos- que se arrastran por sus playas para iniciar un camino sin márgenes definidos y con el único calor de los compañeros de reata en la nuca, la mirada perdida, las manos sin asir, las cansadas piernas movidas por la inercia del miedo y la incertidumbre. Más hombres –estos bien alimentados- que te registran para identificarte y, si acaso, darte un papel provisional que te controle durante tu viaje a ninguna parte. Más hombres que no tienen la suerte de ser considerados refugiados y son deportados ipso facto -sobre todo si son argelinos o marroquíes-  aunque ni por asomo agredieran a mujeres en Colonia. Por excepción, una mujer -una Merkel al borde del precipicio, empujada por el populismo y el racismo-  que ha resultado una idealista que pretende acoger a los refugiados, guiada por principios y valores y no por cálculos ni al rebufo de incidentes, reales o a veces inventados por la prensa sensacionalista, endosables a “los otros”. Frente a ella, Holanda y Francia, cuyo primer ministro ha dicho “para frenar el flujo de inmigrantes tenemos que encontrar una solución a la crisis siria pero eso no será algo que suceda con rapidez”. En el horizonte, una posible suspensión –que huele a definitiva- del espacio Schengen y un segundo rechazo de Grecia, mal gendarme, que implicaría el finiquito del proyecto de unión de los europeos. Y, al final del camino de los hijos de Damasco, a un lado, los lodazales de Calais y Dunkerque,  y, un poco más a la derecha, Dinamarca requisando los objetos de valor a los refugiados para contribuir a su mantenimiento.


¿Reconoce alguien a Europa, éste es el sentido de la Comunidad Europea,  ésta es la cultura de la solidaridad y la inclusión, son éstos ámbitos de acogida, cooperación, sensibilización y de incidencia para el logro de políticas migratorias justas? Sinceramente, me cuesta trabajo vislumbrar un horizonte –de valores cristianos, éticos, de derechos humanos- al que asomarse con una pizca de esperanza.

Por eso, creo que es justo que me tiren del caballo y me pregunten “¿por qué me persigues?”. Y más justo –y necesario- sería que yo reemprendiese el camino de Damasco. Por si encontrase una luz para mi ceguera.