El pito del sereno Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 21 de Marzo de 2016 00:16



En este gallinero en que se ha convertido nuestro convento –en el que, para lo que nos queda, es posible hasta esa escatología de la que habla el refrán- habrá que andarse con cuidado para que no nos alcance alguna gallinaza de cualquiera de sus aves de rapiña que, enzarzadas en el griterío y la discusión embarullada y confusa, impiden el mutuo entendimiento. No sin razón, todavía nos queda el mal regusto de que en este alboroto el verdadero perjudicado seamos nosotros, a quienes nos toman como al pito del sereno, a la vista de la poca o ninguna importancia que se da a la opinión ciudadana. Permítanme que me sirva  de las distintas acepciones del susodicho pito para intentar comprender lo que nos ofrece  la sonoridad de la semana pasada.


Me parece que predominan en intensidad los que están, como quien dice, entre  pitos y  flautas con sus frívolos devaneos y en torno a grandilocuencias varias: el bien de los españoles, el sentido común, la regeneración, el litúrgico “es justo y razonable”,  la belleza, el amor y otras zarandajas por el estilo. Así, la semana se inició con el baile de Santa Rita (el Parlament valenciano es “un violento tribunal izquierdista”)  y lo que se da no se quita –por ejemplo, un buen aforamiento senatorial-, que mereció de la cúpula ir del “me deja tranquilo” a la apertura del dilatorio expediente informativo, siempre justificado con el consabido “de eso, no teníamos ni idea” (viejo aforismo desde el “todo es falso… salvo alguna cosa” de Barcenas).


Pitos y flautas que volvieron a aflorar con una carta de amor de Pablo Manuel que –amén de besuquear a sus aliados u ofrecerse como alcahueta en su despacho- nos invita, entre otras pedanterías, a compartir  “la unidad y belleza  de nuestro proyecto político”; lo que es compatible con la destitución  al más puro estilo de la casta –sin contar con la famosa base asamblearia- de su tercero de a bordo, deficiente gestor por más señas: simple  estallido amoroso, “desacuerdos tácticos” nos aclara Carolina porque  “es que nosotros nos queremos”, lo que debe  conmovernos.


Qué alegría poder tratar otro tema en los que nos dicen tranquilamente “cuando pitos, flautas; cuando flautas, pitos” (que es tanto como intentar explicar lo inexplicable) y que no es otro que el de la fluida relación Congreso/Gobierno. Sobre todo cuando éste está en funciones. Precisamente porque soy hombre de leyes, no quiero discutir sobre quién lleva la razón (65.2. CE: “Las Cortes… controlan al Gobierno”, 108 CE: “El Gobierno responde… ante el Congreso de los Diputados”); sólo pretendo, como ciudadano, que los diputados que hemos votado y que con plenas funciones forman el Congreso, donde reside la soberanía popular, puedan controlar –función esencial en un régimen parlamentario de equilibrio de poderes- a quienes sólo pueden ejercer el gobierno ordinario. El conflicto planteado por Rajoy (que inició esta legislatura renunciando a intentar que el Congreso lo nombrara Presidente y que, después de tres meses, se propone "dejar enfriar las cosas” hasta después de Semana Santa) es –me duele decirlo- lo más estrambótico que se ha plateado en este interregno, por lo demás, prolongación del absoluto desprecio que tuvo hacía el propio Congreso durante la legislatura que felizmente ha acabado. Me pregunto cómo un Gobierno que se dice no responsable ante el  pueblo representado en el Congreso, se atreve a hablar en nombre de ese mismo pueblo español en Bruselas.


No quiero terminar sin referirme al tema por excelencia –que nos ocupará durante mucho tiempo, porque esto no tiene arreglo- que no es otro que el de los desvalidos, los marginados. Dos breves pinceladas.


Una, para esa desvergüenza de… innombrables (sin adjetivos, porque no merecen ni los más execrables) que se mofaron en Madrid, Barcelona y Roma de los indigentes –incluso se mearon sobre una pobre vieja reclinada- mientras esperaban ir a vociferar al fútbol. Los usaron como si manejaran un pito o cigarrillo que se acaba de consumir y se arroja despectivamente al suelo, para posteriormente pisotearlo con displicencia. Sólo una pregunta tonta: ¿Ninguna autoridad se enteró ni dio una orden para evitar el espectáculo? Se debió pensar que no estábamos en Ceuta o Melilla. No debe importarnos: somos la federación que más clubes aporta a los cuartos de final y manejamos alguna calderilla para pagar los míseros sueldos de nuestras estrellas. ¡Puerca vergüenza!


La otra –de trazo más grueso, si cabe- es la claudicación de lo que llaman UE. La rica Europa –miserable Epulón de nuestros días- incapaz de solucionar la crisis de los refugiados, busca sellar la ruta del Egeo con artilugios de leguleyo para traspasar la gestión de la tragedia a Turquía y devolver por la vía de urgencia a todo el que llegue en adelante. Y nuestro Gobierno en funciones firma el acuerdo y camufla el pacto como “razonable y sensato”, según comunica Rajoy a su militancia en un pueblo de Toledo, Guadamur. Al pueblo español representado en el Congreso es otra cosa: le envía una carta a través de un Secretario ¡Qué tranquilidad transmite el no controlable! Casi la misma que la experiencia de los 18 realojados o la que nos otorga nuestra política de devoluciones en caliente en las mismas barbas de las concertinas y vallas de la frontera marroquí ¿O más bien podríamos hablar de la  “vergogna” que acuñó Francisco?


A lo que vemos, todo es cuestión de… pitos. En definitiva, a todos ellos todo les importa un pito –o tres, qué más da-, porque la única verdad es que a nosotros no nos dejan tocar un pito en el negocio. Entre pitos y flautas, por una causa u otra, siempre perdemos los mismos.  Es más: nos toman por el pito del sereno.


Para paliar los efectos, podría ser conveniente aislarnos y buscar en nuestro interior los propios silencios de serenidad. Sentir que es necesario soñar con remansos sin fronteras, en donde sea posible la acogida del diferente, en donde las manos abiertas sean las únicas transparencias amuralladas. Y, simultáneamente, dejar afuera las manadas vociferantes, los solitarios que escupen sus odios y rencores mientras enseñando los dientes de pequeños vampiros… Sí, quizá sería bueno atrevernos a pintar sobre el violeta que vuelve cárdena la piel, un añil sereno como el agua en el remanso del azud: hablemos como si las palabras acariciaran de suave lluvia nuestros oídos…