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La Pasión según san Juan PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 28 de Marzo de 2016 10:59

 

 


En estos tiempos de globalización y dogmatismos –especialmente de los de nuevo cuño-  parece estar mal visto todo atisbo de espiritualidad y, con mayor racionalidad, de fe popular. La última duda que he visto es la referida a la cruxifición de Cristo, al tiempo que se nos asevera enfáticamente que da miedo constatar que “la mitad de los españoles nos pasamos el año esperando que llegue la Semana Santa para tocar el tambor y marcar el paso”. La verdad es que mis saberes no llegan a tanto y se me escapa cuantos españoles vivimos pendiente del despreciativo “porompompón” de las procesiones. Sea cual sea el número de los que expresamos nuestra religiosidad de esta manera sencilla y sin complejos, quisiera romper una pequeña lanza en defensa de la piedad popular.


Esta semana la televisión oficial andaluza –siempre tan escasamente neutral- nos ha abrumado con pasos procesionales sevillanos. Asimismo, he compartido el inicio de la Semana Grande en la religiosidad de nuestro Jaén, con los últimos días en Gaucín, mi recoleto y blanco pueblo en plena Serranía de Ronda. Yo, que nunca he sido enfervorizado seguidor de estas muestras de religiosidad, que rehúso participar en procesiones y otras muestras propias de estos días, me pregunto si nuestra creencia es tan superficial que pueda reducirse a un simple espectáculo, en mera fuente de ingresos turísticos o en una interminable procesión de hipocresía.


Pues, no. La madrugá sevillana, con todo su barroco esplendoroso, plasmando en sus inigualables efigies los sucesos más notables de la pasión, es vivida paso a paso por los que la padecen en carne viva. La figura del Abuelo asomando su arqueada espalda entre las nieblas de la Catedral que levantara el maestro Vandelvira, sale a las calles de Jaén entre tintineantes luces doradas y rodeada de claveles rojo sangre y lirios morados. Dos sencillas esculturas de una Virgen y su Hijo en la Cruz, se encuentran en el callejón de los gitanos de mi blanco pueblo, apenas alumbradas con cirios blancos y levemente adornadas de claveles rosa pálido y flores de azahar. Estos tres ejemplos de nuestra religiosidad, me atrevo a afirmar son algo más que una muestra de simple folclore andaluz, mal que le pese a más de un intelectual de última hora.


En las jornadas sobre Hermandades y Cofradías de Semana Santa (2013) el Papa Francisco afirmó que la piedad popular es una manera legítima de vivir la fe cristiana, algo así como una palabra misionera del amor y de la misericordia. En la EG (122-126) nos dice que cada pueblo, con las expresiones más propias, enriquece la fe recibida y refleja algo que solamente los pobres y humildes pueden conocer. Verdadera espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos.


A propósito de todo ello, pienso que son necesarios estos espacios de silencio y meditación y merece la pena seguir el rendido recorrido procesional de estos días. Por encima de la algarabía y el embeleso, la vertiente íntima  y el sentido religioso de la rememoración de los hechos centrales de la Pasión, para los que creemos en la trascendencia, tiene una cierta dimensión esperanzadora. 
Muy especialmente, en esta semana europea del terror indiscriminado y de la indiferencia ante los que angustiadamente llaman a nuestra puerta. Por un lado, no hemos de dejar de agitar las palmas y los ramos de olivo como expresión de manifestación popular, porque «si estos callan, gritarán las piedras». Pero -rememorando la Pasión según San Juan que corresponde a este año litúrgico- hay que hacer una referencia concreta a la realidad del protagonista, vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Es más, casi todos los otros huyen y lo abandonan: Pedro lo niega, Pilatos lo envía a Herodes y este lo devuelve al gobernador romano… mientras le es negada toda justicia. Es una experiencia cruda de la indiferencia, ha dicho Francisco en su homilía pascual, pues nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino. Fue un anticipo de la condición humana: “Pienso ahora en tanta gente, en tantos inmigrantes, en tantos prófugos, en tantos refugiados, en aquellos de los cuales muchos no quieren asumirse la responsabilidad de su destino”.


Son días para la reflexión, para buscar espacios de silencio. Porque, a pesar de ello, lo que conforta es el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, una prójimo sin techo... En estos días en que el terror y la repulsa afloran indiscriminadamente,  debemos estar unidos contra el odio. Siempre es apropiado el silencio ante el drama de la muerte  y dejar espacio donde llegue la misericordia infinita del Dios dolorido que recorre nuestras calles, con María, la primera creyente, que supo guardar silencio y esperó.


Quiero rememorar, en este espacio de intimidad, el encuentro de Emaús tras la resurrección, que transforma la existencia de los discípulos: partieron tristes y vuelven alegres, abandonaron desalentados la comunidad y regresan llenos de esperanza. Sus ojos vieron al que con ellos caminaba, pero solo lo reconocieron al partir el pan, al compartir. Y, entonces, le dijeron “Quédate con nosotros… en este atardecer”, ansiosos de apurar el tiempo que  restaba por desgranar.  Qué esperanzada súplica cuando el crepúsculo nos envuelve.


Merecería la pena repetirla -en la tarde anaranjada que circunda nuestras vidas- cuando el estruendo que acompaña a la Semana Santa parece que se acaba… porque quizá, todavía, sea tiempo para la misericordia.