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Juntos pero no revueltos PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 19 de Agosto de 2013 00:00

En muchas ocasiones he pensado que mi vida podría haber cambiado, de haber tomado una decisión distinta a la que opté en su momento. Probablemente, pudieran existir infinitas versiones de nosotros mismos, que hemos ido dejando pasar como sin querer hasta encontrarnos –después de múltiples variantes y vicisitudes- tal como somos. Esta teoría se me ha desvanecido en mi reciente viaje vacacional al Reino Unido, donde he podido comprobar que los ingleses no han tenido tales opciones: son como son y nada más. Tienen la cabeza cuadrada y la tienen desde hace siglos. Son únicos, paradójicos y… raros. Tanto que no tienen ni Constitución escrita, a pesar de que, cuando los normandos oprimían a los anglosajones, en 1215 les concedió a éstos la Carta Magna alguien llamado Juan Sin Tierra. Que, pese a ello era, por la gracia de Dios, nada menos que rey de Inglaterra, señor de Irlanda, duque de Normandía y Aquitania y Conde de Anjou.

 

Sin meterme en grandes disquisiciones constitucionales ni en otras esferas superiores, en estos días estivales que están para divertirnos -y la prueba la tienen en que el tema Bárcenas es tangencial- les relataré algunas curiosidades que me he encontrado en aquellos lares.

Ellos, que no tuvieron nunca un punto de inflexión que pudiera hacerle cambiar de manera de ser, no tuvieron más alternativa que ser ingleses (a pesar de que son, además, escoceses, galeses e irlandeses). Son como los paralelogramos, unos cuadriláteros (polígono de cuatro lados) que  forman un subconjunto de vértices y lados, sin que estos se intersecten (lo que tiene su gracia) a pesar de ser congruentes (lo que, además no se comprende, aunque lo afirmen los matemáticos).

Pero, a lo que íbamos. Resulta que va usted por una calle y quiere cruzarla. Pues, cuidado: los coches vienen en sentido contrario a lo que hemos visto toda nuestra pueblerina vida. Así es que, no puedes descuidarte porque el tortazo es de los que te llevan al paraíso. Eso sí: en los filos de la aceras tienen escrito “look to let, look to right”, como atento aviso (si es que sabes inglés) para que mires a la izquierda o a la derecha, ya que es tan corto el tiempo que dura en verde el semáforo –yo, he de confesar, la mayoría de las veces, ni he visto al hombrecillo green- que como no aligeres te llevas el susto del siglo, si es que pretendes cruzar la segunda parte de calzada. Y, encima, con bastón, lo que es mi caso.  Desde luego, aquí es una aventura –del tipo Tarzán con su liana- ser “pedestrians”, que es un nombrecito muy apropiado para llamar al pobre peatón.

Cuesta un verdadero maratón para un simple mortal como yo –que el único idioma que practicaba, por ser obligatorio en mi bachiller, era el latín- entender la retahíla de palabras y sonidos extraños que echan por esa boca estos tíos. Pues, mire usted por donde, para acceder a un barucho oscuro y maloliente, sólo tienes que saberte la p y la u. Si tienes el gusto de entrar en uno de esos antros –Dios no lo quiera- cuando logres leer en el letrero “Pub”, no tienes más que hacer “pull” en la puerta y, si no mueres en el intento y quieres salir del garito, no tienes más que darle “push” a la misma puerta y… respiras. He de confesar que todo no es tan tétrico como parece y les revelo que uno de los ratos más agradables que pasé en las islas fue en un club de jazz, que proliferan por estas tierras. Y en donde pasé, junto a mis hijas, dos horas muy atrayentes. Tanto, que se me olvidó la land que pisaba (como verán, voy progresando en idiomas).

Yo creía que su moneda –lógicamente distinta del euro, que para eso no se integraron en la unión monetaria- era la libra. Pues no. Aunque en los grandes anuncios comerciales figure la L –historiada y especial- con su barra cruzada partiéndola por medio y tal. No, eso no es una Libra… eso es una “paun”, por lo menos, así lo pronuncian: pppaaauuunnn, con acento en la pe, en la a, en la u y en la ene ¡Faltaría más! La libra –y, además, esterlina- es la moneda del Reino Unido así como de las Dependencias de la Corona y Territorios Ultramarinos británicos. Pero, la verdad es la que os digo: la libra inglesas que nosotros conocemos –vamos: la que siempre nos han enseñado- es verdaderamente la libra esterlina, para más señas y mayor confusión, en inglés: la sterling pound. Que no sé, entonces, para qué leches presumen de libra. La libra británica es una antigua moneda inglesa de plata esterlina, de donde le viene el nombre, que, mire usted por donde, siempre tiene tatuada la imagen de la Reina Isabel (o por lo menos de quien lo era hace no se sabe cuántos años), salvo -¡nueva casualidad!- en Escocia (que se escribe Scotland, que también tiene su gracia tachar de borracho a un país) en que se permite que la efigie sea la de un señor que parece ser estableció con licencia real el Royal Bank of Scotland. Pero esto no es un lío, salvo si sales del Reino Unido, donde esos billetes son basura. Lo que les digo.

Miren ustedes cómo será la cosa que, para alquilar un apartamento para dos meses, hay que abonar obligatoriamente seis meses; y, encima, a un moro zumbón que se queda con la fianza depositada. De exagerados que son, puedes comprar un billete familiar de bus y subir y bajar de todos los autobuses, hasta ocho miembros de la familia, durante 24 horas. Un episodio fue intentar que te cambien las patatas fritas de un plato de puré de patatas: tienes que pagar otro plato diferente, si no quieres tantas patatas, pues no hay posibilidad de truque de mercancías. Es lo que dice mi Maite: este es un país decadente.

No se preocupen: todo no va a ser diferente. En el mercadillo –y en esto se parecen a todos los mortales- te dan las mercancías pasadas de fecha. Menos mal que en este mundo, estamos todos juntos, pero no revueltos.