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Bienvenido a la página de Salvador Martín
Negros nubarrones PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 04 de Enero de 2016 00:36


La novela por entregas –pese a un extendido juicio peyorativo-  fue un género literario de arraigo en el siglo XIX  y en España la cultivó, entre otros, Pérez Galdós. Algunas obras maestra se escribieron por entregas, de la pluma de Balzac, Dumas, Dostoievski, Tolstoy, Dickens… Al igual que en el folletín - caracterizado por su intensidad, el argumento poco verosímil y la simplicidad psicológica- se recurría al misterio y a lo escabroso y siempre estaba presente la distinción maniquea entre buenos y malos.

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Un buen parto PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 28 de Diciembre de 2015 00:06


Ya lo decía en mi anterior artículo,  en el que -sin conocer aún el resultado de la elecciones-  intenté refugiarme en un ambiente de serenidad y paz “ante los tiempos de incertidumbres, azarosos que nos esperan”. Pues, bien, ya parió mama, que dicen los castizos. Y lo bueno del caso es que el parto salió bien, con algún que otro sobresalto, pero… bien. Por eso, no hay que hacer caso a los agoreros que siempre nos vienen con aquello de “mi  mujer ha malparido, trabajo perdido”. El único problema es que el niño es un primerizo y, a la conmoción del evento, se añade  el enigma de ser la primera vez que el cambio familiar produce esa incertidumbre y curiosidad de lo inexplorado. A lo que ha de añadirse el temor fundado de que el niño/a  (¡cuidado con el sexo!) resulte mal criado por todos los que le rodean, contentándolo con chucherías y atiborrándolo de sus propias recetas, hasta empacharlo.

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Al corro de las patatas PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 14 de Diciembre de 2015 00:12


Los que ya estamos en tiempo de desmerecer solemos volver la mirada al pasado y recordar las viejas canciones de nuestros juegos infantiles. Había una en la que los niños, mientras girábamos en círculo cogidos de la mano, cantábamos: “Al corro de las patatas comeremos ensalada, lo que comen los señores, naranjitas y limones. Achupé, achupé sentadito me quedé”. La letra no tenía sentido porque no se sabía si lo que comían los epulones eran las toscas patatas o los  refinados postres, si es que el amargo limón lo fuese; aparte de que el “achupé” no había quien lo entendiera, como no fuera un derivado del chupé (guisado hecho de papas), y significara que los lázaros que comían las patatas se quedaban sentados del exceso de tubérculos. Lo cierto es que girábamos, nos sentábamos, volvíamos a girar hacia un lado o al otro según el que dirigía el corro, de nuevo nos sentábamos… vamos: una verdadera ensalada. Tan contentos y despreocupados. 
Cabalmente: lo que estamos viendo en el patio de nuestra arena política.

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Misericordia PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 21 de Diciembre de 2015 13:32

MISERICORDIA

 


Al entrar el viernes en el centro deportivo para mi reconfortante experiencia matinal –mitad ciclo indoor, mitad natación terapéutica-  me topé de frente con el  cartel electoral en el que aparece el candidato, sentado,  estático, con un esbozo de sonrisa paternal, la mirada al infinito y prometiéndonos “vamos a seguir subiendo las pensiones”. Con este antecedente propagandístico –y su constatación por  tantos pensionistas como yo, sabedores en propias carnes del exacto efecto  de las subidas-  no me causa extrañeza, hoy lunes,  el resultado de la elecciones. Máxime, cuando al salir del centro, un chico me ofreció una octavilla, con los anagramas de maristas y cáritas, que decía “Campaña de navidad. Recogida de alimentos.  Necesitamos: leche, aceite, cacao, conservas y azúcar”. Por ello y haciendo honor a mi renuente estado de ánimo, insisto en bucear en los recuerdos y, ante los tiempos de incertidumbres, en verdad  azarosos que  nos esperan, me permitirán hacer un aparte y refugiarme en el misterio de la misericordia, fuente de alegría, serenidad y paz.

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Alabado seas PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 07 de Diciembre de 2015 20:32



El mundo cambia en todos los frentes y nosotros parece que  no nos enterarnos.  Ni yo mismo caigo en la cuenta de que hace sesenta años pesaba 49 kilos y, en estos momentos, los dígitos se han invertido y  la balanza señala con tozudez los 94. Recuerdo con melancolía aquellas visitas al molino harinero de mi pueblo, con el susto en el cuerpo atiborrado de aceite de ricino. Parece que todavía siento el dolor de las nalgas –ahora las llaman glúteos- mientras ajustaba mis magras carnes a las cuerdas de la romana, al tiempo que el molinero intentaba encontrar el equilibrio moviendo el pilón hasta cantar con parsimonia de crupier el peso de la semana. Aquello resultaba hasta entrañable y, a veces, esperanzador al ver que había ganado algunos gramos. Ahora, todo resulta rutinario y aséptico: te desprendes de las ropas, aspiras profundamente, miras temeroso el visor digital de la balanza y siempre te queda el mal sabor de boca.

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