Acomodo mis ilusiones Imprimir
Escrito por Salvador   
Domingo, 30 de Agosto de 2015 23:38

Y, en el entretanto, he hecho una fugaz visita a la ciudad de los Cármenes para asistir a la celebración del matrimonio de una hija de mi  sobrino Teodoro, ahijado en la profesión de fedatario –que lo fuera de Génave en los setenta-,  mientras, en la ceremonia, recordaba con nostalgia nuestra boda allá hace más de cincuenta años y presagiaba la felicidad de la próxima de mi nieto Salvador en el verano que viene. Les pido disculpas por tantas referencias personales, pero merecen una mención de viejo roquero, quería decir de novio eterno. Las bodas, siempre las bodas con idénticas  ilusiones, aunque ya no las precedan noviazgos al uso de mis tiempos y también las diferencien la brevedad en la permanencia del estado matrimonial. Lo que está pasando –y lo que nos quede por ver- sería digno de un tratado de sociología, incluso de moral, si uno tuviera deseos de encabronarse. Pero… dejémoslo para otra ocasión, que ahora es tiempo de ensoñaciones. Tres acontecimientos distantes en el tiempo. Y cercanos en la memoria por el hilo que los une: las cartas de Pablo a los de Efesos (el amor como ofrenda de suave aroma…. el que ama a su mujer se ama a sí mismo) o a los Corintios (el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera). Una promesa, siempre en camino…


Me ajusto las ilusiones e intento volar… No se si encontraré alguna coincidencia, más allá de unas gotas de semejanza en las venas. O si es posible descifrar alguna diferencia entre amores tan distantes en el tiempo y en el espacio. Siempre y en todo caso, ellas que –antes y ahora- llegaban frágiles y modosas, pero sabiendo de la certeza de su fortaleza. Y ellos –uno, soy yo, mejor dicho: era- alardeando de sabiduría y prestos a la protección, cuando éramos, somos y seremos conscientes de nuestra bendita debilidad… Esto es el amor: saberse diferentes y unidos en la tarea diaria, con paciencia y bondad, sin envidia ni jactancia, proscrito el orgullo y la rudeza, un piélago ajeno al egoísmo, que no se enoja fácilmente, no guarda rencor, porque, sencillamente, al amor no le seduce la maldad sino que se regocija con la verdad... el eterno compromiso entre los cuerpos y las almas que se traduce en la alegre esperanza.


Si no tienes bastante con este decálogo, ahórrate afirmaciones y deja siempre la duda en suspenso, báñate en imaginación y aceptaciones y olvídate de sinsabores. No tengas miedos a los desiertos, que en el horizonte siempre hay un oasis. Nada más gratificante que perdonar sin esperar perdones, disimular si asoma algún defecto en tu entorno. Y, si es preciso, rasgar el tronco envejecido para que circule la savia reverdecida. Incluso, poner un  email que penetre los aires del ayer.


Pero, me conformo con dejar, a la orilla del mar, que los niños sigan jugando con sus cubitos, el esplendor delicado de los jóvenes cuerpos sirva de envidia ajena y las barquillas vaguen sobre la rizada superficie. Incluso me permito robar para la flacidez de mis piernas unos rayos del cercano sol africano.


Y decirte adiós, hasta luego, mar que vas y vienes incansable, corriendo los caminos que mis sueños siempre desearon. Te envidio porque eternamente sigues igual y yo, a mi pesar, veo llegar mas lentas y perezosas las olas de mi caminar. En todo caso, me quedan fuerzas para nadar.

Lo único que lamento, con el maestro José Hierro, es saber –por tu fugacidad y la mía- que “nunca jamás volveré a verte / con estos ojos que hoy te miro”.

 

Última actualización el Domingo, 30 de Agosto de 2015 23:44