Septiembre, en las raíces Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 07 de Septiembre de 2015 10:02

No necesito pregonar las bellezas del Castillo del Águila, a cuyos pies –hace un pico más de siete siglos- murió Alfonso Pérez de Guzmán, sobrenombrado El Bueno. El que fuera defensor de la plaza de Tarifa a cambio de la muerte convertida en leyenda de su hijo -después de la capitulación de Gibraltar y para evitar el largo asedio de Algeciras-,  subió a las sierras de Gaucín, donde halló la muerte el 19 de septiembre en los Prados de León (curiosa coincidencia con el lugar de su nacimiento). Quizá, por ello, a sus faldas se levanta el Cementerio en donde sus blancos sepulcros, entre leves caricias de flores rojas, se aparean al pedestal rocoso, mientras las madejas de nubes se enredan en la torre que taladra el azul.


Quizá sería oportuno –ahora que han concedido el Premio Princesa de Asturias a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios- rememorar que el fundador de la orden, fue el portugués Juan Ciudad (pastor en Oropesa, soldado de Carlos I en Fuenterrabía, vendedor ambulante de libros y estampas en Gibraltar). Quién, también en septiembre, de 1538,  al subir por la vía romana, junto a la Fuente de la Adelfilla, tuvo su “encuentro” con el Niño que le iluminó el camino: “Granada será tu Cruz”. Hecho  recogido por coetáneos en libros (Lope de Vega) y cuadros (Ricci, Claudio Coello) y que sirvió  a Juan XXIII, el Papa Bueno, para recordarnos que “para la Orden Hospitalaria, el episodio de Gaucín cobró valor simbólico: la granada, abierta con su rasgón de granos rojos, la cruz arriba, y una estrella iluminando el conjunto sirve hoy de escudo de armas a los hijos de san Juan de Dios”.


Incluso podría referir que lo único que no pudo doblegar el francés durante la Guerra de la Independencia, fueron Cádiz y la Serranía de Ronda, cuyos caminos fueron llamados de la Amargura por los invasores y en donde los guerrilleros, al mando del General Serrano Valdenebro, establecieron, cercano el septiembre de 1810, su Cuartel General en Gaucín. Cuyo Castillo, antes de ser derrumbado en parte por la explosión del polvorín, fue inmortalizado por los pinceles de David Roberts y Genaro Pérez Villaamil, cuya obra figura colgada en las salas del Museo del Prado como expresión máxima de la pintura romántica del siglo XIVIII.

 

En ambos cuadros, detrás de la gran fortaleza, se advierte el peñón de Gibraltar, la unión del mar y el océano y las costas norteafricanas. Todo recreado por una gama de colores ocres, dorados y verdosos, en trazos de continua tensión, valientes y decididos. Como la atmósfera vaporosa de Gaucín.


A mi pesar, y en un nuevo septiembre, vuelvo a la fastidiosa realidad de los que caminan sin acogimiento. Mientras temo  -con Neruda-  que la despedida, como la noche, haga blanquear los árboles y, entonces, nosotros ya no seamos los mismos porque “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”…

Sería momento de unirme a su canción desesperada: “El río anuda al mar su lamento obstinado. / Abandonado como los muelles en el alba. / Es la hora de partir, oh abandonado!”  De todas formas, sería como un vaso de infinita ternura, leve como el agua y la harina y la palabra apenas comenzada en los labios. Diría que es la dura hora de partir, mientras surgen frías estrellas y emigran negros pájaros: “Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. / Es la hora de partir. Oh abandonado!”