Un buen parto Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 28 de Diciembre de 2015 00:06

Y, si no, piensen en los regalos –que para eso estamos en plenas navidades- que le han hecho. Es tiempo de alegres cintas rojas adornando los presentes y, en algunos casos como es tradición, de carbón en los balcones. Bueno, hoy los regalos han sido “líneas rojas” y, para estar al loro, algún que otro emoticono escatológico (“caca sonriente”). Veamos.


Lo importante es que el niño ha nacido, aunque no se parezca a nadie: diverso y algo complicado, como la propia sociedad que lo parió. Lo han hecho tan mal los viejos partidos (corrupción por un lado, institucionalización de la deuda y de los recortes por otro, hasta la total apertura del abanico de la desigualdad) que la sangría de  votos, aprovechada por los emergentes, era consecuencia obligada. Y, ahora, el resultado, no parece el correcto, según la rápida reacción de los afectados.


Me da la impresión que hay una huida hacia adelante repentina, acongojante, inaplazable e imprescindible (Pablo Iglesias dixit). Parece que lo primero que se contempla es la necesidad –más que de diálogo- de unas nuevas elecciones, quemando etapas, para obtener más votos que los actuales. Es una nueva manera de poner el carro delante de los bueyes (sin alusiones peyorativas). Y, para soslayar este nuevo engendro, las matronas, familiares y amigos del recién nacido, empiezan por ofrecerle regalos envenenados, en forma de líneas rojas.


Así, los que no se han ganado votos en la urnas -mercados, empresarios, agencias de calificación de riesgos y toda la caterva del capitalismo liberal-  pretenden evitar la insolvencia y ofrecen estabilidad siempre que el PSOE se coaligue con su enemigo natural para mantener el statu quo, tan eficaz a sus intereses.  No hay que decir que los partidos de ese matiz, esgrimen con gran solemnidad eso -tan exigible a los demás-  a lo que llaman responsabilidad y sentido de estado para llegar a esa misma y única solución. Por de pronto, se afianza el PP como  gran valedor de las buenas y serias causas –al paso advierte que es él quien tienen la llave de una posible reforma constitucional-  y se asegura que el PSOE se suicidará, eso sí, con dignidad y  por amor a la Patria. No hay que preocuparse, si falla esta solución, el maligno tiene previsto  el pacto radical de la izquierda; claro que, para ello, Podemos exige, entre otras líneas rojas, un imposible referéndum para que los catalanes separatistas decidan el destino de los españoles, al tiempo que siembra cizaña en el prado socialista, lo que, abrirá el paso a nuevas elecciones… Parece todo tan surrealista que no sólo la CUA asusta con que Más desaparezca, sino que la nueva ola quiere llevar en volandas a la casta para que se ahogue en sus propias cenizas, mientras que el niño Errejón habla -en un hipotético pacto con el PSOE, que le dobla en escaños- de sustituir a Sánchez por un independiente, supongo que, a ser posible, no haya salido de las urnas.


En esta espiral de embestidas de uno y otro lado –se ha sustituido el “y tu más” por el “lo coges o lo dejas”-, para Pedro Sánchez lo importante no va a ser el órdago del PP, ni la emboscada de Podemos y el ADN secesionista de sus sucedáneos, ni tan siquiera las lecciones que le da Rivera para que haga lo que a la derecha interesa. Lo verdaderamente sustancial es el eco que puedan tener las líneas rojas que Vara, Page, Puig y la varonía le quieren marcar o las advertencias matriarcales de Susana sobre posibles veleidades, a derecha o a izquierda. Un apunte más: Sánchez no es el único acorralado. Ahí tienen ustedes a Rajoy, ninguneado por Monago y Esperanza Aguirre, mientras Aznar se presenta como el milagro salvador en el comité del lunes y exige unas primarias, con el propósito de desbancar a su hijo putativo. Todo muy edificante.


Bueno, no todo va a ser rayas rojas. También tenemos el simpático mojón o emoticono, marroncillo y sonriente, que ameniza el ambiente: un tal Gómez de la Serna jugando al escondite, es considerado normal de toda normalidad; más tarde se esfuma y ni siquiera se atreve a votar; y, finalmente, parece que va a recoger su acta, en un gesto de elevada moral, para ofrecerla en holocausto a la regeneración democrática. Y el jefe, no sabe nada. Esto es de locos. Bueno, dejémoslo en un oloroso mensaje: una cagada. Con perdón.


De todas formas, no nos agobiemos: cuidemos del recién nacido con mimo e ilusión, las vacunas a su tiempo, dejemos que se habitúe al nuevo hábitat, que gatee y, por fin, ande por si mismo. Sin forzarlo a hacer cabriolas. Sin urgencias ni facundias. Sin dogmas ni garrotazos. El panorama parece complicado y disparejo, pero es reflejo de la realidad española. En la que no predominan los colores primarios, sino la gama matizada de los grises. No estamos en guerra, sino ante un parto. No creo que haya que dramatizar. Bienvenido el nuevo modo político y, pese a ello -o precisamente por ello- sería necesario ponerse a  gobernar. Y, sin demora, a dialogar moteando nuestras verdades.