Quid me persequeris Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 01 de Febrero de 2016 00:10


Una pregunta que recobra penetrante actualidad. Pablo, el judío de la diáspora y  hombre de tres culturas, hubo de escuchar la pregunta y decidir qué hacer, pues fue definido por Dante, precisamente como “vaso de elección”. Efectivamente, fue a Damasco y eligió el camino acertado. Por ello, es obligado preguntarnos si nosotros intentamos dirigirnos a nuestro particular damasco y si nuestra respuesta es la adecuada.

Damasco  -capital de la Siria en llamas- está aquí, entre nosotros, en nosotros mismos. Aunque nos rodeen otros interrogantes: la lejana China que padece mal de crecimiento y es capaz de destrozar nuestras Bolsas; la incontrolada bajada del  precio del petróleo y sus efectos sobre la prima de riesgo;  el FMI que airea un viento favorable para nuestra economía, a la par que la OIT pone sobre aviso del anómalo reparto de nuestra renta por el escaso empleo, las oscilaciones salariales y la precariedad de las prestaciones sociales. Incluso, aunque hayamos de responder, para atajar la alarmante y creciente desigualdad, a lo que ha de hacerse para ensamblar un gobierno estable –y con sentido de estado, se nos añade- capaz de seguir las directrices de la CE, a la par que de  atender las perentorias necesidades sociales.


Estos –y el resto de los problemas pegados a la vida misma- no deben ser impedimento para echar una mirada, abrir nuestros ojos y encontrar alguna respuesta a los desastres que emanan del Damasco real. En un camino de vuelta, ni los rigores del invierno ni los temporales marinos han disuadido a los que huyen del infierno de la guerra, que siguen llegando y muriendo en el intento. Y que alcanzan, no sólo el “punto caliente” –“hotspot”, dicho finamente- de Lesbos y toda la costa griega, sino que recorren como una columna invertebrada todo el este meridional –injustamente hierático después de su ya lejano acogimiento- de nuestra vieja Europa, para tocar las fronteras septentrionales de  la misma perfección  diluyente. En un espectáculo dantesco y, a la par, vergonzoso.


Dicho sin rodeos: hombres –no sólo mujeres y niños- que se ahogan en las frías aguas del Egeo y sus contornos, un día sí y otro también. Más hombres –incluso ancianos temblorosos- que se arrastran por sus playas para iniciar un camino sin márgenes definidos y con el único calor de los compañeros de reata en la nuca, la mirada perdida, las manos sin asir, las cansadas piernas movidas por la inercia del miedo y la incertidumbre. Más hombres –estos bien alimentados- que te registran para identificarte y, si acaso, darte un papel provisional que te controle durante tu viaje a ninguna parte. Más hombres que no tienen la suerte de ser considerados refugiados y son deportados ipso facto -sobre todo si son argelinos o marroquíes-  aunque ni por asomo agredieran a mujeres en Colonia. Por excepción, una mujer -una Merkel al borde del precipicio, empujada por el populismo y el racismo-  que ha resultado una idealista que pretende acoger a los refugiados, guiada por principios y valores y no por cálculos ni al rebufo de incidentes, reales o a veces inventados por la prensa sensacionalista, endosables a “los otros”. Frente a ella, Holanda y Francia, cuyo primer ministro ha dicho “para frenar el flujo de inmigrantes tenemos que encontrar una solución a la crisis siria pero eso no será algo que suceda con rapidez”. En el horizonte, una posible suspensión –que huele a definitiva- del espacio Schengen y un segundo rechazo de Grecia, mal gendarme, que implicaría el finiquito del proyecto de unión de los europeos. Y, al final del camino de los hijos de Damasco, a un lado, los lodazales de Calais y Dunkerque,  y, un poco más a la derecha, Dinamarca requisando los objetos de valor a los refugiados para contribuir a su mantenimiento.


¿Reconoce alguien a Europa, éste es el sentido de la Comunidad Europea,  ésta es la cultura de la solidaridad y la inclusión, son éstos ámbitos de acogida, cooperación, sensibilización y de incidencia para el logro de políticas migratorias justas? Sinceramente, me cuesta trabajo vislumbrar un horizonte –de valores cristianos, éticos, de derechos humanos- al que asomarse con una pizca de esperanza.

Por eso, creo que es justo que me tiren del caballo y me pregunten “¿por qué me persigues?”. Y más justo –y necesario- sería que yo reemprendiese el camino de Damasco. Por si encontrase una luz para mi ceguera.