De algo hay que hablar Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 26 de Agosto de 2013 00:00
La musiquilla, reiterativa y evocadora de una espiral interminable, me enfrentó a la realidad. Y, al propio tiempo, me recordó mi lado melancólico y sereno, sosegado y, a veces, retraído frente al bullicio envolvente. Con frecuencia, me hubiera gustado –les revelo en confianza y creo que, incluso, lo consigo- ser un buho. Si, un búho de postín, como las lechuzas fenicias, aquellas que nos legaron nuestros antepasados en sus monedas, manifestación del carácter asimilador de estos pueblos por su iconografía animalista y antropomorfa, trasladada a la tipología de sus monedas.

Pero una cosa son mis deseos y tendencias y otra, muy distinta, la necesidad de comunicación que, aunque encomiable, es en ocasiones , injustificable. Es el hablar, por hablar, el conversar y discutir sin fin, como si de la persistente y aguda cadencia de una trompeta se tratara que impide atender sosegadamente en el fondo remansado de las cosas.

No hay más que ver- mejor dicho, que oír- el borbotón de comentarios que surgen en derredor de temas tan interesantes y profundos como los que rodean al futbol en el que somos maestros consumados (el Madrid  y el Barsa, el interminable culebrón de la suplencia de Casillas, el golazo de la temporada, el sinvergüenza del trencilla…), al tenis con su renacido Nadal, el baloncesto de todas las noches, las motos, los coches de la fórmula 1… qué les voy a contar que ustedes no sufran a diario en sus propias carnes. La verdad es que mejor entretenerse en estos menesteres que enterarse del derroche de los fichajes y de los goles que continuamente nos meten con las subidas de los servicios y el precio que alcanza el pescado en el ranking de la compra.

Si de hablar se trata, por qué no alzar una o varias lanzas en honor de la Casa Real. Y, ya que pasó la fiebre de los elefantes y las carinas, no hay mejor pieza que la propia Princesa Leticia, por cuyo paradero se dan de tortas todos los paparachis que en este mundo tan versátil existen. No sabemos si está en Mallorca, si coincide con sus cuñadas, mientras la incertidumbre se cierne sobre su grácil figura. Sesudos artículos periodísticos, so pretexto de querer mostrarse respetuosos, vierten insinuaciones e indirectas para después presumir de haber sido los primeros en descubrir el pastel. Bien se nos tiene empleado por seguir tan de cerca las llamadas revistas del corazón, las tertulias televisivas en las que interviene lo más granado de la intelectualidad: señoras de medio pelo y labios a reventar y señores sin un pelo, pontificando sin mitra, al par que condenan sin paliativos a  medio mundo y lanzan anatemas a lo poco decente que aún nos queda.

Pero, para paradigma de estos movimientos de distracción, nada mejor que el culebrón de Gibraltar. Antiguamente, por estas fechas estivales se recurría al monstruo del lago Ness, criatura legendaria de la Escocia profunda. Para andar por casa, se acudía a la socorrida  serpiente de verano cuando se pretendía ser objeto de atención en los medios de comunicación. Ahora, no sólo se utiliza la picaresca ante la falta de noticias relevantes, sino, precisamente, para quitarle relevancia a las que se producen. Tal es el caso que nos ocupa en el que, al parecer, "la relación de confianza con Gibraltar se ha roto" por lo que se le ha de dar mayor importancia novedosa de la que tiene, para que no nos fijemos en lo que realmente importa: la crisis y la inanición ante la corrupción envolvente.

Ya me dirán lo que de nuevo tiene el hablar de Gibraltar, un caso que se remonta a siglos atrás, sin variación alguna: los ingleses hacen y deshacen a su antojo y nosotros murmuramos por lo bajinis como si estuviéramos en la explanada de las Mezquitas ante el muro de las lamentaciones.  Ahora parece que sacan a relucir unas enormes moles de cemento con pinchos –cuyo vertido no se ha sabido impedir y no se han podido retirar- e. incluso, unos grandes camiones de arenas, para más inri retiradas de nuestras canteras peperas, que servirán –como siempre ha sucedido- para que los llanitos agranden su hábitat y nosotros nos lamentemos como plañideras granadinas (Boabdil sabía de eso hace seis siglos). Qué más da. O, mejor dicho: menos mal que podemos intercambiarnos notas diplomáticas, hablar por teléfono con el tal Barroso que ya tiene el cuento contado por el inglés, hacernos los ofendidos y… bla, bla, bla. Eso sí, sin ponernos serios de una vez.

Lo que importa (otros años, a estas alturas, ya podíamos decir que la serpiente de verano llevaba por nombre Luis y por apellido Bárcenas), precisamente es no mentar la bicha. Lo que no está tan claro es de qué clase de serpiente estamos hablando: si es una simple lagartija, como quiere aparentar, o es de los reptiles peligrosos. Como todo lo que en su entorno se  mueve: desánimo hacia la política y repulsa ante los bancos (cooperadores necesarios, incluso causantes últimos, del actual desastre económico),  ante la ausencia de moral cívica y la evidente corrupción política que es relevante, general y recurrente.

Es por eso que, a veces, recuerdo a aquellos hombres que embarcaban ánforas rebosantes de aceites, en las aguas azules y verdes del estrecho, a las orillas del alba, mientras la lechuzas, de grandes ojos centrados en sus planas caras, venían a enseñarnos a permanecer despiertos y se quedaban con nosotros en las monedas, como autillos, mientras el sol seguía reverberando.