Como les iba contando Imprimir
Escrito por Salvador   
Martes, 15 de Julio de 2014 18:03

Va a terminar el cuatrienio popular y díganme qué acción benéfica hemos recibido los giennenses. Aparte de intentar aceptar, a beneficio de inventario, la herencia recibida, lo único que sabemos es otorgar medallas y otras prebendas gratuitas a gogó y, claro está, echar la culpa al oponente, descalificar, usar gruesas expresiones, cuando no, mentir descaradamente. ¿Me pueden decir, por ejemplo,  si es la Junta la que no cumple con sus obligaciones en materia de dependencia o es el Ayuntamiento el que se desentiende de sus  compromisos? Si unos dicen que abonan puntualmente sus dineros y otros afirman que les deben millones de euros, algunos intentan engañarnos, digo yo. No lo sé, pero lo que sí es cierto es que los que mal prestan el servicio y los que están en peligro de no recibirlo, son los perjudicados. Pues, en estas cuitas llevamos más de tres años. Y, así nos va.

 

Olvidaré éste y otros acontecimientos, como tengo prometido, y me centraré en lo que debe ser lo nuestro. Aventuro que lo que verdaderamente nos concierne, es lo que compartimos unos juntos a los otros. Así, pues, ya que estamos de nuevo en los puentes de Jaén, intentemos disfrutar del verano, que parece algo extraño con los diferentes sobresaltos de la edad -simple ala vencida y oscura-, en un intento de realzar un leve vuelo de vértigos y fatigas. La Trucha: ¡qué hermoso lugar para buscar sin ansia ni inquietud lo que queda de mí, de ayer, de nosotros, de entonces…! Estoy a punto de romper el cristal de los espacios, cruzar la lejanía que conforma mi pequeño mundo. Y dejar atrás viejos tiempos, las dudas y los sinsabores y trazar, si fuera posible, los nuevos pasos. Aunque frecuentemente me temo que es tarea banal y quedará sin labrar la tierra que me queda por andar.

 

Pero, no. No me resigno ni me aferro desesperado a los mismos temores. Si he venido hasta aquí, ha sido por el placer de despertar, todos los días, como el jilguero, que deja que la noche se le escape en busca del lucero del alba. Si estoy aquí, es para oír cómo me saluda el rumor del río en sus meandros -de  álamos y  llorones escondido-, misterio que baja del Quiebrajano. Para, desnudo en los entresijos del alma, respirar aromas de alegría, en busca de la suave presencia y de la  melodía de las voces, mientras las aguas cercanas se mecen a la sombra de cipreses abrazados en reata.

 

Allá –muy cerca o a lo lejos- los niños aprenden, entre algarabías, que vienen los vientos y se van las lluvias, mientras llega inexorable la alegría. Y las mozas se preñan de soles y los mozos de radiantes lunas,  a la par que el recio rompeolas de los gaviones detiene el aluvión de los rencores. También sabemos recordar –sin falsas nostalgias- a los que se fueron, con el recuerdo prendido en los setos.  Y La Trucha –ya lo he dicho, pero lo repito para que quede claro- intenta restañar lo que queda de mí, de ayer, de nosotros, de entonces…

 

Ya sólo soy –a mi pesar- un fantasma sin apenas brújula, sombra del fugaz verano, llorosos los ojos, la boca seca. Ante la silenciosa multitud que me rodea. Pero tú, sigues sintiendo por las mañanas que el río te besa lánguidamente con sus humedades, mientras trenzas tu dulce sueño y el mío de alegres colores. Y, por la tarde, en la remansada quietud de la piscina, ves reflejadas fachadas de colores. Los gorriones repiquetean tu ventana, el sol se esconde en busca del nuevo día y la luna juguetea al escondite con las nubes.

 

Sería mejor que mirásemos la inmensidad de los adentros para hacer lo que en los últimos días de primavera hicieron los cerezos.