Y, yo ¿de quién soy? Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 19 de Enero de 2015 00:31

En los primeros momentos, muchos se engancharon al cartel de “Je suis Charlie Hebdo” ante el terrorífico asesinato que, en palabras de Mario Vargas Llosa, era tanto como querer que la cultura occidental, cuna de la libertad, de la democracia, de los derechos humanos, renuncie a ejercitar esos valores, que empiece a ejercitar la censura, poner límites a la libertad de expresión, establecer temas prohibidos, es decir, renunciar a uno de los principios más fundamentales de la cultura de la libertad: el derecho de crítica. Ha sido una repulsa general hacia lo que muchos han presentado como una atentado contra la libertad de expresión y contra una visión laica del mundo. La condena ha sido casi unánime, paralela a la repulsa emotiva. Y la adhesión a una libertad de expresión sin límites tuvo tal reflejo en  las redes sociales, que convirtieron la etiqueta   #jesuischarlie en la que mayor difusión ha tenido en la historia de Twitter.

 

Las manifestaciones y las señales de unidad entre los gobiernos europeos han sido abrumadoras en defensa de la sacrosanta libertad. Es de esperar que sus frutos no sean tan efímeros como los del 11M. No obstante, estas declaraciones de adhesión a la libertad de expresión con límites laxos, han sido puestas en cuestión. Ya era criticada a menudo por políticos franceses por su virulencia extrema. Se ha cuestionado si el derecho a la libre expresión era compatible con un supuesto derecho a ofender gratuitamente. Sin olvidar que otros fundamentos de la democracia son los principios de la igualdad y la fraternidad. Cuya compatibilidad con el laicismo como valor absoluto no tiene pacifica convivencia

 

Dejando aparte la esperada reacción en países africanos y asiáticos contra Charlie Hebdo, al grito de "Yo soy Mahoma", es lo cierto es que, como ha indicado David

Brooks en el New York Times (“Yo no soy Charlie Hebdo”), la visión de lo sucedido es más compleja si se observa desde fuera de Occidente. Incluso en las sociedades occidentales, la corrección política creciente alimenta una autocensura moral que evita la necesidad de recurrir a la amenaza de la regulación legal. Los medios norteamericanos y británicos han condenado el atentado sufrido por Charlie Hebdo, pero una parte ha ocultado las portadas del semanario francés, argumentando que su política es evitar la difusión de imágenes “que puedan herir la sensibilidad religiosa”.  El CIS ha puesto de manifiesto que para un 55’3% de la población española, resultaba inaceptable la utilización de símbolos religiosos con fines humorísticos en los medios de comunicación.

 

Por otro lado, no hay que olvidar que, aprovechando la circunstancia, occidente en bloque se dispone a revisar y endurecer su política de seguridad –como menoscabo de otros derechos fundamentales- y de libertad de movimiento, de espaldas al espacio Schengen. El dilema entre seguridad y libertad a la hora de tomar medidas preventivas pasa a primer plano. Me acuerdo con gran tristeza de que este mismo principio se esgrimió en el caso del Metro londinense, paradigma de una sociedad, la nuestra, que se apoya en la Ley Patriótica o que presume de estoica flema y la utiliza para abatir a tiro limpio y sin preguntas a un joven desconocido pero de tez morena.

 

Antes de descender al ámbito más personal, me preguntaría como es que buscamos nuevas medidas disuasorias cuándo todavía no hemos encontrado en qué ha fallado la gestión policial que, pese a tener controlados a los terroristas y ser alertados por EEUU, no ha sido capaz de evitar la masacre. No sé cual es la respuesta, pero sí sé que el terrorismo saca lo peor de nosotros, el miedo y la aversión al otro e instala la sensación  de miedo a los futuros atentados. En una palabra, el germen de la xenofobia, tan del agrado de los extremistas.

 

He de terminar con una reflexión personal: Y, yo ¿de quién soy? De entrada –y no sólo por mi opción cristiana, sino que también por convicción personal- estoy con el Papa Francisco, que ha dicho en Filipinas que es "aberrante" asesinar en nombre de Dios, pero que aseguró que "no se puede ofender" la religión o "burlarse" de ella. Por encima de cuestiones de estado, creo que sería saludable preguntarse cual sea nuestra postura personal ante estas situaciones. Porque si somos honestos en la presentación de nuestras convicciones, seremos capaces de ver con más claridad lo que tenemos en común. Se abrirán nuevos caminos para el mutuo aprecio, la cooperación y, ciertamente, la amistad. Las creencias religiosas no deben ser obstáculo para la libertad, ni tampoco han de servir para justificar la violencia ni la guerra.

 

Los hombres y las mujeres no tienen que renunciar a su identidad, ya sea étnica o religiosa, para vivir en armonía con sus hermanos y hermanas.

Lo digo sin acritud. Pero con toda la firmeza de que la tolerancia es capaz.

 

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