Un alto en el camino Imprimir
Escrito por Salvador   
Lunes, 23 de Febrero de 2015 13:04

Es, pues, ocasión para dejar por una semana la obligación de opinar sobre los casquijos de esta crisis que nos envuelve, de esta corrupción que todo lo envuelve y de este desaliento que nos atenaza. Quizá este silencio buscado de propósito, me ayude el próximo lunes a generar argumentos distintos y esperanzadores para el sosiego y elegir palabras de serena corrección en este tiempo de ansiedad. Por el momento, me van a permitir que glose algunos aspectos del citado Mensaje del Papa como motivo de la Cuaresma del 2015, con el ánimo de encontrar algún sentido a esta cuarentena de renovación y penitencia que, entre nosotros, empezó el pasado miércoles con el Vía Crucis presidido por el Cristo del Perdón.

 

Pasado el espacio de la alegre Navidad, ahora que vamos a abrir la puerta a la Muerte y Resurrección del Jesús histórico, es preciso tomar conciencia de que no le somos indiferentes, ni podemos permanecer en la insensibilidad. No debemos cerramos en nosotros mismos y, menos, caer en la indolencia hacia los demás.

 

Por ello, en primer lugar, es necesaria la renovación del pueblo –creyente o no- para no cerrarse en sí mismo. Si entendemos que éste es un cuerpo en comunión –lo que, por cierto, era el distintivo de los primeros cristianos-, en donde nadie posee sólo para sí  mismo, sino que lo que se tiene lo es para todos, nuestra actitud debe ser de apertura. En este contexto la alegría es común y, en su caso, si un miembro sufre todos deben sufrir con él y, en consecuencia, el testimonio de la misericordia es ineludible, sin que quepa la desidia.

 

Es, pues, obligatorio preguntarse por los territorios en dónde resida el objetivo testimonial de nuestro hacer comunitario. La pregunta es: ¿conocemos a los más débiles, pobres y pequeños para hacernos cargo de ellos? También cabría interrogarnos sobre cual sea nuestro prójimo, para responder como el  samaritano de la conocida alegoría. Incluso, repreguntarnos si hay algún Lázaro –cercano o desconocido-  sentando ante nuestra puerta cerrada, como la de tantos epulones que en el mundo somos. Para contestarnos, hemos de cruzar el umbral que nos pone en relación con los descartados. Sin replegarnos en nosotros mismos, hemos de salir hacia fuera en busca de los otros. Porque lo que hemos recibido es también para ellos. Nuestras comunidades deben ser islas de misericordia en el mar de la indiferencia.

 

Cerrando el círculo, en el ámbito personal, es tiempo de realizar pequeños gestos de entrega, hacia los más cercanos o para los otros. Intentar acercarme al sufrimiento del otro, me servirá para recordar mi propia fragilidad y dependencia. En definitiva: aceptando nuestros límites, confiaremos en las posibilidades que nos reserva la misericordia. Ello nos llevará a entender la Cuaresma como un camino en donde avanzar con un corazón fuerte, abierto, que no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

 

En este contexto, cabría entender el sentido de penitencia que impregna nuestra Semana Santa -cuyo camino acaba de iniciarse- como un ayuno agradable, ayuno que -según el pasaje del Libro de Isaías- consiste en compartir el pan con el hambriento, dejar entrar en la casa a los pobres sin techo, vestir al que se ve desnudo y no volver la espalda a los demás: ¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Desatar las amarras, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo… Entonces, brillará tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad se volverá como la claridad del mediodía.”

 

Han de perdonarme que les recite estas viajas palabras que, a mí, me resuenan de actualidad. Como de hoy mismo, cuando necesito y deseo este paréntesis, esta pausa que me ayude a descansar y discernir. Un simple y necesario alto en el camino…