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Un día de agosto PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Jueves, 31 de Diciembre de 2009 01:06



Me ha picado el gusanillo al ver el reportaje fotográfico de nuestra amiga Inma Prieto que subí dias atrás y, para matarlo, nada mejor que probar suerte con mi vieja cámara digital.
 
 

Así es que he repasado las fotografías que este pasado mes de agosto hice durante mi visita relámpago a Gaucín y he escogido treinta y tres de ellas y voy a colgar un álbum en Picaza para que podamos contemplar alguno de los rincones –y de las panorámicas- de nuestro pueblo.
 

Aunque les pondré el correspondiente título, voy a intentar comentar los pies de fotos con algunas observaciones que se me vienen a la cabeza. Vamos a ello.
 

Hay una panorámica, tomada desde la carretera de Manilva, cuando se corona el puerto, a la salida de la Venta del Santo –me parece que asi se llama, junto a la quesería- y que siempre me ha impresionado porque, aunque Gaucín se divisa desde Manilva, es sólo una intuición desde la lejanía. Al llegar a este caserío derruido, y antes de empezar a bajar por las faldas de la sierra de Casares, ya no puedes sino que pararte en seco para disfrutar del Castillo con su cola blanca colgado de las nubes.
 

Ya en el pueblo, cojo la máquina y le hecho la consabida foto al callejón que yo siempre he llamado de Felicia, que esta vez estaba semitapado con un toldo sabanero, para seguir con el balcón de D. Prudencio, hoy casi abandonado, desde que murió el recordado Joaquín Nieto; me llego al bar de Paco Pepe, donde ya se encuentra mi hermano Jesús. Después de tomarme el chiquito con la tostada de manteca de la nuestra, subo por el callejón ¿de la Coronela? a la calle Nueva y  salgo a contemplar el monte de la Lobería, después de ver el nuevo edificio que han levantado en los solares de los Molina (que ocupaban la serrería, lindante con la vieja posada a la que se accedía por la calle de los Bancos). Doy la vuelta por el Portichuelo y saco algunas fotos de los montes de Cortes y de la Sierra del Hecho, para entrar de nuevo por la Tenería, en cuyas paredes se ha subido una salamanquesa que lleva en el pecho una briosa espada.
 

Por la tarde, mis pasos se dirigen al lado opuesto del pueblo, a la Iglesia y los aledaños del Castillo del Águila.
 
 
No se si a vosotros os pasa lo mismo que a mí, pero, desde cualquier esquina que observe el campanario y los tejados, me impresiona su majestuoso silencio de siglos que, no obstante, nos habla de nuestro pasado desde cualquier ojiva o simple ladrillo: sus paredes han acogido lo mejor de nuestras vidas, desde nuestro nacimiento hasta que en sus bóvedas nos den el último adiós. Pese a lo que he oído a muchos, a mí la reparación del campanario me ha gustado y, aunque yo le hubiera puesto un almagre más recio, el conjunto me resulta agradable. De todas formas, su visión entre las ramas de los árboles, bajo la silueta del Hacho o acunada en las nubes del atardecer, merece la pena que la contemplemos.
 

Del Cementerio no os voy a contar mas cosas –aunque os tengo reservado un grupo de fotografías del mismo impresionantes- pero he querido dejar alguna muestra de aquella tarde de agosto, desde las aves de Gaucín que adornan sugerentes sus tapias, hasta la contemplación de la quieta soledad de su patio final, a los pies mismos de las rocas del Castillo, como si de una esquina de nuestra vida se tratara.
 

Unos fogonazos del Castillo y del impresionante Hacho (ya habrá tiempo de martirizaros con reportajes sobre estos hitos de nuestro pueblo) y os dejo que contempléis la majestuosidad del mar horizonte: sobre las casas y sus tejados moros, con el Peñón bañándose entre aguas de levante y de poniente –que hace de frontera y tránsito, como nuestra esencia- o como si se asomase a los  tejados para penetrar por las arcadas de nuestras casas.
 

Gaucín, siempre Gaucín.


Las fotos, aquí