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Perdido al sur... PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Sábado, 26 de Febrero de 2011 20:57

 

 

En Gaucín el sol, como la calma reidora del jardín, amanece del crepúsculo almagre sin forma ni colores, en la lejanía de la luz. Viene con sosiegos de malvas sobre rosas, en una espera eterna de tenue raya azul, como ya dije desde la lejanía en un experimento poético, en julio de 2008...

 

 

Para mí, uno de los mayores atractivos de mi Gaucín, es la posibilidad de deambular por sus calles, semidesiertas al inicio de la mañana, cuando el sol apenas ha asomado por el costado del Castillo del Águila. Me he encontrado con estas fotografías que hice la mañana del día 7 de septiembre de 2007 y, aunque han pasado más de tres años, conservan el mismo frescor y me embargan de la misma nostalgia de siempre.

 

Para introducir el reportaje, he cogido algunas del mismo verano para presentaros la perspectiva sureste de nuestro paisaje, la que da a las montañas del Duque y la Sierra Crestellina, que es menos recurrente que la consabida mirada al estrecho. Es la vertiente al Genal, nicho ecológico de nuestro entorno, tesoro de fauna recientemente valorada por Paco Benítez, donde nuestras peñas se desploman en busca de los manantiales, donde antaño los molinos de Enmedio, Viejo o de Los Méicos abastecían a nuestras abuelas para que prepararan el rico pan candeal de nuestro pueblo.

 

Hace ya años, “desde mi atalaya” soñaba con las historias de nuestro pueblo y recordaba cómo el sol salía por encima de las grises rocas y parecía que, al desaparecer, me decía adiós entre lejanos azules y rosas. Y soñaba también –lo mismo que ahora- con las aguas azules y verdes, remansadas de blanca espuma en las orillas del alba.

 

Hoy, mirando como siempre la mole del Castillo, sigo viendo que el sol reverbera en los grises suelos, las hierbecillas se mojan con las lluvias y el rocío, a la par que es agradable refrescarse en el musgo verde y parduzco de nuestras existencias.

 

Entonces –ahora y siempre-  bajaba, a veces, mis penas convertidas en calizas para remansar el azud del Río y bañar en sus aguas frías los dolores del alma.

En el entretanto, el cielo seguía siendo azul como los mares. Y el Río, a veces borrascoso, entre pinsapos y quejigos, se aquietaba al llegar a nuestros pies, para besar las huertas y los naranjos y buscar la hermandad con las aguas que venían de la otra vertiente.

 

En esto supongo que pensaba, mientras desgranaba las fotografías que ahora os ofrezco.

 

Las iniciales, tomadas desde el Convento y el Castillo, sirven para iniciar el paseo matutino -desde la casa de mi suegra y junto a la de los Rendón-, bajar por el callejón del Tuerto y continuar por la fachada sureste de nuestro pueblo, la que se desparrama por las calles Piedras, Chorrillo y Casares para, a continuación, trascurrir por todo el callejón del Muladar del Ciego, los vericuetos del Llano Ciruela y desembocar en la calle Llana, esquina a Velasca, para subir hasta las Cuatro Esquinas, subir por el callejón que da a la plaza, dar un vistazo a la Fuente, pasar por el mercado del Corral del Concejo y terminar con el chiquito y copa en el Puerto del Pan.

 

Esta fue mi pequeña aventura. Como siempre, el Castillo seguía adornándose de águilas por las nubes, y en sus faldas, acariciado por las casas a sus patios asomadas. Quédese todo tranquilo en el valle del Genal, que yo buscaré la luz en las montañas del mar. El sol sigue cada día besando las montañas y -sin puntualidad aparente- se esconde por el horizonte blanco, azul, rojizo o malva, a su capricho. Y yo sigo temblando al calor de las caricias....

 

Para que todo no sean blancas fachadas y verdes fondos –y con independencia de los poéticos rollos macabeos-  en algunas de las fotografías podéis contemplar a viejos amigos.  A todos, un saludo cariñoso, cuando febrero se va.

 

https://picasaweb.google.com/salvadormartindm/PERDIDOALSUR#