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Día memorable PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Jueves, 16 de Junio de 2011 23:42

 

Día memorable.

Porque lo es, recordar el día aquel en que se dio el sí que inicia el camino escogido para llegar a la meta y rememorar, después de medio siglo, los años de juventud, cuando tus padres lo eran todo para ti, aquellos en los que te vas formando junto a tus hermanos, aquellos en los que las primeras amistades se hacen imperecederas, hasta que pese a renunciar a licitas  ilusiones, decides  fijar tu nuevo rumbo y emprendes la ruta definitiva de tu destino.

Qué día mas dulce para recordar sin acritud las primeras noches en soledad, rememorar como un sueño aquellos balbuceos en el noviciado, y las renovadas  luchas de vacilaciones y afianzamientos en los claustros de Ronda, Doctor Esquerro, Cáceres, Almagro, Salamanca, Murcia, Jerez, Cartagena, Sevilla… hasta el intermedio de la Casa de Jaén con el tiempo necesario para decir adiós a los padres y dar el salto misionero y emprender el vuelo a estas tierras cercanas al fuego final, siempre con espíritu de entrega a los pobres ancianos, con aceptación y alegría.

 

Qué día mas propicio para disfrutar con los que, mas allá incluso de la llamada de la sangre,  hemos venidos de España y qué oportuno para añorar con nostalgia a los hermanos que no pudieron venir (Pepe y Encarni, Jesús y Pepi, Teodoro y Maria, y , especialmente Miguel, y Maite y Sala y María Teresa y los restantes sobrino y familiares). Es la dicha y la gratuidad del dar sin esperar y recibir en abundancia.

 

No había mejor ocasión para agradecer, en el recuerdo de Santa Juana Jugán, la compañía de tantas hermanas a lo largo de los años, y los desvelos de esta Comunidad, con la Buena Madre y la Provincial a la cabeza, así como a los colaboradores y amigos, todos  bajo la mirada comprensiva de nuestros Pastores –que tanto agradecemos-  por hacer de este encuentro una gozosa Aleluya. Y, sobre todo, no puede ser más patente el encuentro con Cristo Jesús al sentirnos rodeados de los enfermo y desvalidos, de los ancianos y los pobres.

 

Y, finalmente, cómo no recordar a nuestros hermanos Teodoro y Maria Inmaculada, que nos precedieron en la señal de la fe, así como -muy principalmente y mas allá de toda gratitud- a nuestros padres, Josefa y José, que hicieron posible, con la fe que nos transmitieron, este encuentro de amor en la esperanza.

 

Todo está ya dicho. Todo interiorizado en nuestros corazones. Todo dispuesto para dar un nuevo paso y celebrar un nuevo Pentecostés, como si hoy amaneciera de nuevo, en la espera de la llegada definitiva, que ya rozamos con los dedos.

 

Nos estará permitido decir que Francisca, nuestra hermana; Sor María Teresa del Niño Jesús, la Hermanita de los Pobres, descubrió hace cincuenta años al Señor, sin necesidad de hacerse pobre, porque ya lo era. Le bastó con servir a aquellos pobres que se hallaban a su lado, haciéndose así Cristo a través de ellos.

 

Por eso, estos han sido días de confianza y alegría.

 

Gracias Señor.