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Las Posadas de Gaucín (Primera Parte) PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 29 de Agosto de 2011 18:34

 

 

 

Ciñéndome a las anotaciones encontradas en el Archivo Histórico Provincial de Málaga, voy a intentar describir las posadas que se ubican dentro de la calle de Los Bancos y sus características físicas, la personalidad de los Posaderos y personajes del entorno, según las noticias que nos dejaron los viajeros románticos que nos visitaron al estar Gaucín en el eje del llamado "camino ingles", intentando la posible identificación de las mismas.

 

 

1.- INTRODUCCIÓN.-

En uno de mis primeros trabajos, “El Hospedaje en Gaucín” de febrero de 2003, hice un recorrido rememorando a los posaderos, venteros, fondistas y otros hosteleros de Gaucín a lo largo de la historia, oficio que era obligado siendo, como es, nuestro pueblo lugar de acogida y tierra de frontera, cruzado por caminos que vienen y llevan a múltiples destinos, de lo que se deducía la necesidad de casas de acogida, aposentos de viajeros y descanso de caminantes (como, por otra parte, intenté trascribir en la dedicatoria que hice para el homenaje al Hotel Nacional).

Posada es casa donde se hospedan viajeros o forasteros, lo que es normal en pueblos como Gaucín, centro administrativo y judicial durante los siglos XVIII,  XIX y la primera mitad del XX, lo que ocasionaba un tráfico de personas que actuaba como población flotante durante la jornada laboral y que, a veces,  obligaba a pernoctar, lo que hacía necesaria la existencia de posada, fonda o parador, de ventas, ventorros o ventorrillos, que por estos nombres se conocen en nuestras tierras.

Independientemente de ello, la fiebre viajera de ingleses y franceses, que se inició a finales del XVIII, en busca del misterio oriental que para ellos significaba el encuentro con tierras inhóspitas sembradas de monumentos en ruinas, fue creando una ruta viajera que, por lo común, se iniciaba en Gibraltar y finalizaba en Granada. El punto intermedio era Ronda y el itinerario obligado pasaba por Gaucín. Este trayecto serrano fue conocido por “el camino inglés”, en donde nuestro pueblo era lugar de descanso en la primera jornada, ya que la duración del viaje desde San Roque era de unas diez horas, al final de las cuales, los viajeros llegaban exhaustos en busca de comida y descanso.

La belleza del paisaje, la incomodidad de las posadas, la escasez y frugalidad de las comidas y la amabilidad y acogida de posaderos y vecinos, se entremezclaban en los recuerdos que los viajeros dejaron escritos en sus cartas y libros que han recogido numerosos estudiosos, como en “Viajeros del XIX cabalgan por la Serranía de Ronda”, de Antonio Garrido Domínguez. Sobre esta base, pretendo localizar –con la ayuda de los apuntes sacados de los archivos- las Posadas de Gaucín, casi todas ellas ubicadas en la calle de Los Bancos, lo que va a ser el tema central de este nuevo trabajo.

Ciñéndonos a las anotaciones encontradas en el Archivo Histórico Provincial de Málaga -como he dicho- voy a intentar describir (en principio, por orden cronológico) las que se ubican dentro de la calle de Los Bancos y sus características físicas, la personalidad de los Posaderos y personajes del entorno, según las noticias que nos dejaron los viajeros, intentando la posible identificación de las mismas.

El camino inglés, entre Gibraltar y Gaucín, de unas diez leguas, se fijaba en tramos de dos leguas entre los puntos de San Roque, La Venta, Montenegral y Gaucín y se proyectaba, saliendo de la Roca al amanecer para llegar a Gaucín a media tarde, donde se hacía noche para, a la mañana siguiente, continuar hasta Ronda. Tuvo fama de ser uno de los más hermosos y románticos trayectos a caballo, de ahí la preferencia de los viajeros que lo elegían a otros más afables, como el que discurría por el Guadiaro hasta Ronda, sin pasar por nuestro pueblo. Con sus impresionantes vistas, Gaucín tenía un aire de encantamiento, de irrealidad, de estupor, que cortaba el aliento de los viajeros, a la vez que la presencia de una guarnición de militares españoles en el majestuoso Castillo y la existencia de una Ermita con su carga mística, ayudaba en contrapuesta imagen a la onírica recreación del pasado. A ello contribuía el fatigado estado del caminante que se veía rodeado del perfume de sus huertos, el acariciante calor del sol del atardecer, el rumor de las numerosas fuentes y la acogida expectante del vecindario. Todo ello,  dentro de una arquitectura sencilla, de las flores de sus balcones, de escudos de piedra en sus portones y rejería de encanto, que hizo escribir elogios sin fin, incluso a hablar de paraíso en la tierra,  de edén… También contribuyó a este encanto, la acogida que recibían de la sociedad local, donde alcaldes, jefes militares, eclesiásticos, jueces y ricos comerciantes se prestaban a acogerlos y agasajarlos con afecto. Todo ello se trasluce en elogios que quedaron patentes en los libros y escritos de los visitantes, hasta el punto que Adolphus llegó a decir que Gaucín era el lugar más romántico que había conocido, superior incluso a la renombrada Ronda.

En cierta manera, como contrapunto, se nos presentan las Posadas, en la mayoría de los casos inhóspitas, escasas de comodidades y parcas en viandas, que raras veces se suministraban, salvo el habitual desayuno de chocolate caliente. Las quejas que recogen los libros de los viajeros se centran en los ataques a que se veían sometidos por los parásitos (incluso por los vampiros, como llamaban a los murciélagos), el nauseabundo, e inusual para ellos, olor a ajos y cebolla, usados sin medida, y el aceite, aparte de los abusos de posaderos a la hora de cobrar.

De la mayoría de las Posadas en las que descansaron nuestros visitantes, no se sabe su denominación. Sólo aparecen en sus relatos –y nunca con su ubicación- los nombres de Posada del Sol, Posada de la Paz, Posada del Rosario, Posada Inglesa, Parador de los Ingleses y Hotel Rondeño. Asimismo nos constan, por los archivos históricos, la Posada de D. Rodrigo Soriano, el Mesón del Viñado, el Mesón de las Ánimas, la Posada Nueva y otras, cuya ubicación y características intentaré concretar, partiendo de los datos registrales que he consultado.

 

 

2.- DE LAS POSADAS, VENTAS Y PARADORES.-

 

Para ir poniéndonos en situación,  voy a hacer un resumen de aquellos hospedajes situados fuera de esta calle, de los que, por otra parte, hice un más detallado comentario en el citado “El hospedaje…”.

Así, por ejemplo, el lugar de pernocta de San Juan de Dios el 7 de septiembre de 1540, que unos sitúan en el entonces “Mesón de los Álamos” (actual “La Fructuosa”) y otros en “El Hospitalico” (al final de la calle Arrabalete).

También existió un denominado Hospitalico (conocido también como el “hospitalillo”), junto o frente al callejón que va desde la calle Mártires, antes Nueva, a la calle de los Bancos, para residencia de desvalidos, que pudiera ser al que hace referencia el Catastro de la Ensenada (“A la treinta Dijeron avia en esta Vª una Casa Ospital para los Pobres transeuntes la que no tiene renta alguna”).

En escritura, de 1703 (Folio 197, Legajo 5384 del Protocolo Notarial, en el que se encuentra una carpeta del Notario D. Francisco Ximenez Rendón),  de donación al convento/hospicio de Carmelitas Descalzo de Gaucín, figura la de “las casas de su morada y que son en las calles de los Bancos propiedad de Don Blas Higueros”, en la que consta asimismo que  una de ellas “linda con casas del dicho Josef Marques y la Calle Juela de Don Jerónimo de Valensia”. (este callejón o “calle juela” se encuentra entre los números 32 y 34 catastral de los Bancos y desemboca en el numero 47 de la calle Nueva, callejón donde me dijeron que vivió “La Coronela”  ). Posiblemente, a esta casa de recogida se refiera la  escritura de 1739, testamento de Gabriela  María  Guerrero, en el que habla de una viña en Los Arroyuelos y una casa: “la mencionada casa de mi morada que poseo en propiedad en esta villa en la calle nueva que linda con casa del convento de Monjas Recoletas de Nuestro Seráfico  Padre S, Francisco de la Ciu. de Ronda y por otra parte con la calleja, libre la dicha casa de otra carga o pensión; las quales dichas memorias empiezan a correr y se pagan desde el dia de mi fallecimiento; y su limosna se ha cobrar de los Poseedores de dicha Viña y casa por el Procurador que es o fuese de dicho convento de Nuestra Señora del Carmen en los expresados días delos Dolores dela virgen Santísima y San Juan de la Cruz". Es decir, que la segunda puerta, subiendo a la derecha de la callejuela, calleja o callejón, sería la del Hospitalico de las Monjas Recoletas, en el número 45 de la acera izquierda de la calle Nueva.

No obstante, el hospitalico u hospitalillo propiamente, como siempre ha sido conocido, me dice mi cuñado Teodoro que estaba en el 50 de la calle Nueva, en la acera de enfrente de la salida del callejón.

Copia de la escritura y de las casas 45 y 52 en el reportaje.

Una muestra de la importancia que los viajeros de la época dan a las “Posadas” es la anotación que hace Ford sobre la de Gaucín, en el viaje de David Roberts desde Ronda a Gibraltar, que se cita por el resto de los viajeros románticos, con especial reiteración, la “Venta de Gaucín” cuya ubicación no he podido concretar, como tampoco las que citan Merinmée y otros viajeros. Unos años antes, Serrano Valdenebro, en el Mapa que acompaña a su libro sobre las campañas de la Sierra Meridional, señala la “Venta de la Carraca”, por debajo del Coto del Genal, junto al río, en la vertiente de Gaucín, frente a Casares, que no sé si ubicar en el “Ventorro Mota” o, más probablemente, en  la “Venta de la Carrasca”. La reiteración con que se hace referencia a la Venta de Gaucín y la no especificación de un nombre concreto -salvo en esta cita de Serrano Valdenebro y en la de Madoz que habla de la Venta del Cinchorro-, me hace pensar que la repetida Venta era de gran importancia y tan conocida que no necesitaba una cita expresa.

Otra referencia obligada es la del “Parador”, edificio que hace esquina a la plazuela o ensanche de la calle de San Juan de Dios con el acceso a la actual carretera Ronda-Algeciras, que sería inicio del antiguo Camino a Ronda, por la Carrasquilla, de los hermanos Diego y Paula Domínguez Barroso, que es posible que, por su cercanía al Camino del Moral, extramuros de la población, fuese el Parador de las Postas de Gaucín. Este cojería de paso a todos lo viajeros, tanto los que ascendían por el Camino de Gibraltar -pasando por la trasera de los Alamos, como los que bajaban desde el Camino de Ronda, pues estaba en la margen inicial de dicho Camino, también conocido por el del Cenicero, que se uniría a la Cañada Real en citado Camino del Moral.

Sobre el particular, Sebastián de Miñano, en su Diccionario de 1826, nos habla de casa de postas con 3 caballos y el Diccionario Geográfico de Madoz (1845-50) nos dice que “hay casa de postas con 5 caballos y 10.000 reales de dotación”.

Otros establecimientos fueron la Venta de San Juan o de las Corchas, a la que probablemente se refiere Davillier en su encuentro con el contrabandista y su novia, inmortalizado por Doré.  Y la Fonda de “La Serena”, regentada por Salvador Domínguez, el de la Serena, en T. de Molina, pequeña casa de huéspedes en mis años mozos. O, simplemente, la “Venta Morena”.

De la más célebre de todas, la Posada, Parador, Hotel… Inglés, sin perjuicio de que más adelante concretemos algunas citas de los románticos, ya hice un extenso comentario en el trabajo citado y en otros (“Los Larios en el Hotel Ingles”, en la muerte de Clemen y otros) por lo que sólo recordaré la cita novelesca de Holmes al que indicó “un gibraltareño que era pariente lejano de un tal Pedro Real, dueño del “hostal ingles”, una posada popular entre los oficiales de la guarnición….”. El tal Pedro Real de la  novela, en la vida real tuvo varios hijos (entre ellos Eduardo, que regentó el “Café de Dieguito” en la esquina de la calle Bancos) pero parece ser que el Hostal Inglés lo heredó su hija Encarnación Real Moya, casada con Domingo Bautista Moncada, y de ella pasó al hermano de éste último, José, casado con Adelaida Benito, siendo sus actuales propietarios sus nietos y sobrinos de la hija de ambos, Clementina Bautista Benito. Por desgracia de todos, hoy permanece cerrado.

 

 

3.- DEL AMBIENTE  QUE RODEABA A LAS POSADAS.-

 

De la hospitalidad proverbial de los nuestros, nos da cuenta, en los comienzos del año 1810, el comerciante Wiliam Jacob (no sé si coincide con la invasión de los franceses en febrero/marzo), que nos dice era la población más importante de la Serranía, con diez mil habitantes (¿?), y que en cuestión de alojamientos deja mucho que desear. La única posada existente (dudo de que así sea) no tiene ropa de cama y nos dice que acude al Corregidor en demanda de ayuda, por lo que el Alcalde Ordinario y después el Alguacil, a orden de aquel, se encargan de buscarle acomodo en casa de un oficial español , lleno de fervor patriótico, deseoso de expulsar al invasor y entendiendo que cada región, sin ayuda de nadie, debe luchar por la libertad. Su estancia con el militar le resultó muy agradable.

Sobre Antonio de Moya, Corregidor de Gaucín –como ya he dicho en otras ocasiones- durante la Guerra de la Independencia (1810-14) subo al reportaje una escritura de 1812 sobre fianza a D. Juan José Benítez, por obligaciones decretadas por el Comandante General de la Sierra (Serrano Valdenebro) por la Renta de Santiago, a la que responde entre otras “una casa en el sitio de la Plazuela que llaman del Beneficiado y barrio del Toledillo que mira a la misma…” que es adjudicada en remate judicial a D. Pedro Buzón “en dicho Barrio y Plazoleta”. Esta Plazuela o Plazoleta sería la que comienza en la calle Convento, que me parece se llamaba últimamente Calvo Sotelo, a cuya espalda está el Barrio del Toledillo. Esta denominación de “Barrio” es interesante porque denota que en el vivían los comerciantes y artesanos de la judería.

Subo actual letrero de la Plazoleta.

De la misma acogida hospitalaria, tenemos un ejemplo en un libro de autor anónimo, publicado en Londres en 1816, en el que su autor nos describe los placenteros días que pasó el año anterior de 1815,  en Gaucín, con una partida de caza de jabalíes incluida, en el que nos narra la copiosa comida (sopa de fideos con queso blanco, olla, carne, morcilla, pollos asados, cocidos y hervidos, pastel de huevo y harina con canela) que le ofrecieron en la casa de un rico comerciante, junto al vicario, el abad de los franciscanos, un monje, un capitán de las milicias españolas, el médico –que también hace de barbero- y algunos tenderos. A la comida siguió un animado baile a los sones de la guitarra, en el que entabló tierna amistad con la joven Barbarita .

El último viajero durante el reinado de Fernando VII fue Richar Ford, de una familia aristocrática londinense, que nos visitó en los últimos días de febrero de 1832, acompañado del excelente pintor John Frederick Lewis (que dejó un cuadro de arrieros en Gaucín, del que adquirí una litografía a color), de quienes ya he hablado en otra ocasión.

Algo típico de la época es lo que nos cuenta, en el verano de  de 1836, George Dennis, que llega a  la Posada de Gaucín avanzada la medianoche, con las conocidas incomodidades,  y destaca que por la mañana no le despertó la claridad del sol, ni la llamada de la sirvienta, sino media docena de aves de corralcontoneándose y cacareando” por su habitación.

En el mismo año –en plena guerra carlista y ofensiva del General Gómez-  nos visita el alférez londinense Edward Augustus Milman, que nos recuerda que asistió a una fiesta nupcial donde los hombres quemaban la pólvora con destreza, según la costumbre árabe de disparar los rifles en las bodas. Gaucín, nos dice, con sus mal pavimentadas calles, asentada en la tremenda colina, sus ventas y desfiladeros…

Después de la estancia en el Valle del Genal –punteado en toda su longitud por decenas de caseríos- del botánico suizo Charles Edmond Boissier, en 1837, para estudiar el pinsapo, he de mencionar la accidentada visita del honorable Robert Dubdas Murray que llega a Gaucín con las sombras de la noche y nos cuenta el inglés que es la primera vez desde que recorre Andalucía que el frío le hace temblar, lamentándose de que en la posada donde se alojan no haya un buen fuego, sino un pequeño hogar para cocinar. Previendo la escasez de alimentos, habían comprado un conejo a un muchacho que los pregonaba por la calle y los sinsabores de su estancia en la posada los completa con las molestias que le produjeron chinches, pulgas y mosquitos durante una noche aciaga, en vela.

Siete años más tarde, en septiembre de 1844, J. L. Tasker hizo la parada obligada en Gaucín y, después de lamentarse del precio de la miserable posada en la que dio con sus huesos en Ronda la noche anterior, nos relata las atenciones que con ellos había tenido el juez de Gaucín  con quien había hecho amistad en los días de feria, que les obligó a desayunar en casa de uno de sus amigos, almorzar en casa de otro “y cenamos, dormimos y desayunamos, otra vez, en la suya propia, a la que acudimos siete de los nuestros que para él eran extraños unos días antes. Su hermana más joven, una hermosa muchacha de dieciséis años, sufrió inmediatamente después de nuestra llegada un ataque de epilepsia que persistió hasta la mañana de nuestra marcha en que continuaba enferma…

Dos años más tarde, en 1846, Adolphe Desbarrolles -pintor y litógrafo, a quien el rey Luis Felipe había encargado gestiones relacionadas con el enlace del duque de Montpensier y la infanta Luisa Fernanda- y su amigo Eugene Giraud –famoso pintor con cuadros en el Louvre- después de concertar el viaje en la primavera en casa de Alejandro Dumas, emprendieron su aventura en el verano y “a Gaucín llegamos con las sombras de la noche” y nos describen la población y su clima saludable, lo que hace que gran cantidad de visitantes de Algeciras y Gibraltar vengan en busca de remedio para sus dolencias. Nos hablan de las aguas curativas, como las de la Fuente del Duque y del acueducto construido en 1628 que suministra agua a numerosas fuentes que entibian el aire que desciende del Hacho. Se extasían con las vistas que descubren desde la fortaleza construida por los moros y nos hablan de la Ermita del Niño Dios, cuya imagen les dijeron que la trajo San Juan de Dios desde Ceuta. Las sorpresas vienen de la Posada (que no se ubica), primero por la aparición de gran cantidad de soldados de la guarnición cantando aires patrióticos, a cuyo coro se unen los viajeros; y, mas tarde con la discusión que tuvo con la posadera, que sorprendió a Giraud echando limón al guiso que había en la candela y que, enfurecida, derramó todo el guiso en las piedras del suelo y diciéndole furiosa que se quedase en su país, pues si lo que les gusta es vestirse de andaluces que sigan nuestra costumbres, “es un consejo  que le doy que hará bien en aprender”, a lo que el pintor contestó “no está mal para ser una cocinera”.

El 18 de agosto de 1847, el pintor y diplomático ruso Anatole Demidoff,  cuando llegan a la Posada, en donde se habían hecho cargo de los caballos y el equipaje, queda sorprendido por la presencia del mismo Alcalde, que acompañado de una comitiva que viene a pedirle acepten la hospitalidad que el pueblo le ofrece alojándole en “dos de las más lujosas casas de la ciudad”. “Cuando estábamos instalándonos, el gobernador, el comandante de la guarnición, algunos respetables religiosos, los concejales municipales y, en fin, todas las personas que componían lo mas granado de esta población, de cuatro mil ochocientos habitantes”. De las dos viviendas, la que ocupaba Demidoff pertenece a una viuda de saneada economía y nombre, de las mejores del pueblo, y su joven hija es la encargada de dar las órdenes a la servidumbre. En el hondo silencio de la casa y en los ojos de las mujeres, madre e hija, capta el ruso una sombra de tristeza que tiene su razón en la presencia de un sobrino de la dueña, un militar enfermo de tuberculosis, al que cuidan y que, pese a su dolencia, insiste en conocer al recién llegado. “El joven oficial era un hombre elegante y apasionado, de la más rancia nobleza española… medio tendido en un sofá rasguea  con sus dedos entecos las cuerdas de una guitarra”, mientra se imagina Demidoff la de sueños que pasarían por la mente del joven de 20 años

Joséphine E. de Brinckmann, el 19 de marzo de 1850, cruza “el encanto poético de la Almoraima, que se extendía hasta las mismas puertas de Gaucín… el más pintoresco jardín que se pueda soñar… el Guadiaro que vadeamos al menos diez veces… me creí transportada a un país de ensueño, al que además creía reconocer… de haber contemplado ya esta bella naturaleza en una de las vidas que precediera a esta mía actual… reconocía a cada paso este río que retozaba entre innumerables plantas aromáticas, que se miran en sus aguas o se ocultan bajo espesos matorrales de laureles rosados cubiertos de flores. Si, hace siglos que yo había visto ya esto”. El sombrero con que se protege del sol y la escolta hace creer a los vecinos que se trata de un gran personaje, por lo que una comitiva les acompaña hasta la posada, en donde tienen un encuentro inesperado. Un oficial le tendió la mano para que descendiera del caballo y dio las órdenes oportunas para que la condujeran al mejor cuarto. Le dijo avisaría al comandante de la Plaza para que viniera a ofrecerle sus respetos y, en efecto, mientra cenaba, se presentó el Jefe del batallón, un hombre cultivado, amable y bueno que se ofreció para servirle de guía en la visita al castillo y que, además, le entregó una botella de vino de la tierra.

El 15 de octubre de 1852, el abogado alemán Karl August Alfred Wolzogen, que, según el guía José confiesa, estaba bien informado de las ventas, ventorrillos, posadas, casas de pupilos, casa de huéspedes, hosterías y demás lugares de descanso en los caminos de España, llega a la Posada de Gaucín, lo que le produce un alivio y nos dice: “Ronda quedaba aun lejos. Aquí, por lo menos, cada uno contábamos con un colchón de hierbas y sabanas para pasar la noche aceptablemente. La composición de las camas es una de las cosas más curiosas con las que me encontrado en España. Llegada la hora de dormir, se extiende sobre unas tablas el colchón, las sabanas y una colcha fina y ya está”. Después de esta descripción, dice sentirse muy a gusto en al Posada de Gaucín, ya que este tipo de hospedaje es uno de los mejores que se pueden encontrar, máxime cuando ha pasado una noche que califica “sin pulgas, algo impensable”. Después del consabido desayuno con chocolate, continúan su viaje hacia Gibraltar.

Antes de finalizar 1856, el 22 de noviembre, nos visita el célebre escritor, poeta y novelista, Bayard Taylor, después de un día infernal desde Ronda. En Gaucín reponen fuerzas, ropas secas, un fuego de brezo en la inmensa chimenea de la posada y un trago de vino ámbar, distancian los fríos de la jornada. No muy entusiasmados con la acostumbrada olla, se la comieron  las dos niñas del posadero, dos hermosos diablillos que semejaban querubines salidos de un cuadro de Murillo. El posadero, por la mañana, ya estaba preparado con un cesto de aceitunas para aliviar el trayecto.

Transcurren seis años para que tengamos noticias de que pase un nuevo escritor por nuestras tierras, pues hasta 1862 no vemos al Barón de Davillier, acompañado de Gustavo Doré. Pone de relieve el carácter  morisco de estas tierras, ya que numerosas familias musulmanas decidieron quedarse en las únicas que habían conocido. Observa que la ruta que une hace treinta años Gaucín con San Roque y Algeciras, ha cambiado la presencia de bandidos por contrabandistas, con uno de los cuales nos dice coincidieron en una venta no lejos de Gaucín. Como ya se ha apuntado, pudiera tratarse de la venta de San Juan o de las Corchas.

Otra pincelada agarena nos da la condesa belga Juliette de Robersart que, acompañada de un amiga, en 1863 nos habla del Castillo y de moros valientes, “más hermosos que las estrellas”, nada extraño pues cree encontrarse en el lugar donde habitan los sueños. El Guía Gómez, le lleva directamente a la Posada, en donde la posadera de dientes afilados, una “ogresa”, les recibe atentamente y les ofrece un cuarto en el que luce la limpieza y las sabanas y almohadas tienen encajes, aunque no puede dormir a causa de las chinches. A la mañana siguiente, después del desayuno con chocolate, se entabla una fuerte discusión a cuenta de la fantástica cantidad que le piden, con manoteos, golpes en la mesa y lo que podemos suponer, hasta el punto que la posadera dice: “Jesús, María, he encontrado a alguien más mala que yo”.

Como hemos podido observar, nuestros viajeros, con sus comentarios –a veces, exentos de cortesías- ponen de relieve detalles románticos y algunas de las características ambientales de aquellos años de escasez. Pese al ataque despiadado de insectos –consecuencia de las condiciones higiénicas del momento-, muchos de ellos ponen de relieve la limpieza de los establecimientos, destacan la amabilidad de posaderos y la acogida de la población. Algunos detalles (y otros que veremos en el siguiente epígrafe) –las aves de corral en los dormitorios, los pregoneros por las calles, el clima saludable, la abundancia de aguas algunas curativas, las tradicionales comandas del desayuno de chocolate y la olla, el vino del lugar- nos dan una visión muy próxima de nuestro pueblo. El bullicio que se presiente, la presencia de soldados de la guarnición, las fuerzas vivas, lo mas granado de la sociedad, el carácter morisco de sus habitantes, todo ello nos sumerge en un ambiente de encanto y ensueño que nos hace comprender el atractivo que Gaucín tuvo para los viajeros románticos, a pesar de las dificultades del camino inglés.

 

 

4.- LAS POSADAS COMO LUGAR DE DESCANSO.-


Por encima de todo ello, se pone de relieve la incomodidad de las habitaciones destinadas al descanso del viajero, cuando existían, pues en los primeros tiempos todo se amalgamaba en un solo espacio (animales, personas, cocina, dormitorio…). Ya hemos visto como uno de ellos, en 1852, nos dice que “la composición de las camas es una de las cosas más curiosas con las que me encontrado en España. Llegada la hora de dormir, se extiende sobre unas tablas el colchón, las sabanas y una colcha fina y ya está”.

La escasez de mobiliario y su adustez es moneda corriente. Así, en la primera referencia a Gaucín en los libros de viajeros, que encontré en un viejo libro, de 1776, del Major William Dalrymple –en la biblioteca del IEG-, éste nos habla del trasnoche que hizo en nuestro pueblo el día 20 de junio de 1774, y dice: “La posada no tenía la más bella apariencia del mundo, era un largo edificio que tenía en uno de sus extremos una cocina y una cuadra en el otro. Entre esas dos habitaciones no había más que un pequeño espacio para poner los equipajes y para descansar los viajeros rendidos; dos cuartitos al lado estaban destinados el uno para la familia, el otro para los que tuvieran el gusto de pagarlo; éste nos correspondió, porque no había llegado antes de nosotros ningún viajero de cierta consideración; de otro modo habríamos sido relegados al otro lado. Nuestra habitación, que tenía un suelo bastante malo, estaba amueblada con dos sillas rotas, una mesita y un Cristo pintado en la cruz. Tenía una especie de agujero cuadrado en la pared para dar paso a la luz y al aire; dos tablas viejas de pino, mal reunidas, tenían la intención de servir de estante; pero no cubrían la mitad del espacio”.

Similar descripción encontramos en la Posada donde pernoctó Josephine de Brickmann el 20 de marzo de 1850  que puntualiza irónicamente: “La riqueza de mobiliario allí (el cuarto de la posada) era grande, consistía en una mesita, dos sillas y un lecho, compuesto de un colchón colocado sobre unas tablas, pero todo estaba limpio a las mil maravillas...”

En el año 1825 nos visita Rochfort Scott, militar de la guarnición inglesa de Gibraltar donde permaneció ocho años, y nos indica que las casas son limpias y decoradas con profusión de flores de exquisitos perfumes. Nos habla de la Posada que se anuncia al publico con grandes letras negras sobre las blancas paredes con un “Aquí se bende vuen bino”. Le recuerda el arca de Noé la amplia sala sin ventanas, dedicada tres cuartas parte a establo, con gallinas en las vigas del techo, sirviendo el resto de comedor, dormitorio para los arrieros y también como cocina con gatos a la espera de los desperdicios de aves que despedazaba la posadera. Ésta le indica que tiene reservada una habitación para “gente de pelo”, un desván de 12 pies cuadrados, sin muebles ni camas y, en sustitución de éstas le proporcionan unos colchones. Nos dice que el comedor estaba atestado de gente, que satisfechos de su yantar, yacían a lo largo en el suelo, sus capas y mantas les servían de colchones y cobertores, las sillas y alforjas, de almohadas y cojines, y otros, sentados en taburetes de corcho, discutían sobre el gazpacho caliente o la olla. La patrona era ayudada por otros con el propósito de estar cerca de sus guapas hijas, Frasquita y Mariquita… contaban unos arrieros que no hacia mucho unos bandidos habían asaltado en los caminos a un fraile capuchino… entre los crédulos se encontraba el Alcalde Gaucín que se extrañaba que tan singular suceso no hubiera llegado antes a sus oídos. Nos dice que el vino de Gaucín es excelente y sus vides se cultivan en el Hacho, aunque los envasaban en cubas que había tenido anís, por lo que había que beberlo antes de su envase .

En 1827, el rico teniente de la marina americana, Alexander Slidell Mackenzie, se decidió a viajar por España, hizo el camino inglés y llegó a Gaucín al amanecer y buscó la Posada, modesta en todo porque es la única del pueblo, por lo que está a rebosar, sin habitación libre, aunque la posadera sin ningún escrúpulo envía a dormir al patio a un sargento español, que cogió sin rechistar su capote que le servía de colchón y manta y su macuto que lo hacía de almohada. Iba acompañado de un guía de Gaucín, un joven de 12 años, llamado Diego (Gómez), quien le dice que su corazón pertenece a una vecina que se llama Jesusita.

Durante el viaje que en 1830 hizo el que fuera dos veces Jefe del Gobierno Británico Benjamín Disraeli, nos dice cómo todas las poblaciones están orgullosas de contar con un establecimiento llamado Posada, aunque “en realidad son un mero caravasar -lo que en oriente se utiliza para dar cobijo a las caravanas- en el que, en la misma sala comparten espacio el ganado, la cocina, la familia y tablas y esteros para que duerman los viajeros y pone de relieve la delicadeza y la pulcritud de las clases medias que se previenen contra los insectos a través del blanqueo.

En el mismo año 1830 nos visita el escritor Prosper Merinmée, autor de la novela “Carmen” (al que ya he dedicado varios artículos en relación con nuestra heroína en esta misma página Web), quien a finales de septiembre pernocta en la Posada “en la que se puede encontrar solo pan y agua, pero nada más, por lo que llevábamos provisiones… después de la cena  echamos unos requiebros a la muchacha de la casa, nos fumamos unos cigarros y nos arrojamos sobre un colchón más duro que una piedra, envueltos en nuestros abrigos… De los bandidos no puedo contarle nada… lo que no entiendo es lo que se puede robar en una venta que no sean unos bancos de madera o la sartén de freír…”

El marqués Astolphe de Custine, el “viajero por excelencia” según Balzac, emprendió un día de junio de 1831 el viaje desde Gibraltar –donde la guarnición le indicó que no avisase de su llegada a los dueños de las posadas para evitar los peligros del camino-, llega a Gaucín por la venta de la Carraca, “la frontera del Reino de Granada, región hechicera, escenario de guerras, de romances, la Cachemira de España”, según sus propias palabras. El estallido a la vista encumbrada de Gaucín, le hace decir  “el brillo y los perfumes casi sobrenaturales no desmerecen de los más bellos parajes del Edén. ¡Qué delicia!” .Gaucín le impresiona, su entusiasmo va en aumento cuando ve bailar el bolero a unas muchachas del pueblo y sólo vuelca su crítica en su alojamiento: “En el paraíso de la imaginación, hemos encontrado un albergue detestable: se llama Posada. Son cuatro muros y nada más, como lo oyen. Cuatro paredes sin cama para dormir y sin pan para comer. Obligatoriamente hay que llevar a la posada todo lo que se necesite para comer y dormir. Con un poco de suerte la comida se puede comprar en el pueblo, pero no el colchón”. No nos da datos para ubicar el establecimiento.

El 18 de agosto de 1847, el pintor y diplomático ruso Anatole Demidoff, -considerado un viajero de categoría por el Jefe Político de Málaga, Melchor Gómez, hasta el punto de proveer una escolta singular -ocho guardias civiles, un brigadier, todos a caballo, y cuatro migueletes, a pie-  para el viajero, éste llega a Gaucín, después de descansar en la venta de Atajate (donde encuentra algunas sillas desmochadas o simples escabeles y, en el salón del piso superior un caballete, una plancha de madera y un colchón de paja).

En septiembre del año de 1849, nos visita el pastor protestante William Goerge Clark, que llega a la  una de la madrugada a la posada, cerrada, y es conducido por la posadera a su habitación, con un velón que le parece sacado de unas termas romanas. La habitación, que tiene grietas y hendiduras por donde se cuela el viento y con una cama como de costumbre en el suelo. Guarda el recuerdo de que el posadero le cobró una desmesurada cantidad.

Todo ello y la escueta y cruda descripción de los que podríamos denominar dormitorios, nos puede llevar a la conclusión que en éstos sólo existía una plancha de madera para poner el colchón de paja (Demidoff) porque, nos dice Clark, como de costumbre la cama está en el suelo. Esta ausencia de camas, sustituidas por colchones (Custine y Scott), la descriptiva alusión de éste último a las personas que yacían a lo largo en el suelo, a quienes sus capas y mantas les servían de colchones y cobertores, las sillas y alforjas, de almohadas y cojines, y otros, sentados en taburetes de corcho, nos está poniendo sobre aviso de la importancia que como sustitutivos de las camas tenían estos taburetes, sillas, tablas o bancos. Así, abundando en el tema se nos habla de colchón sobre tablas (Brikman); lo que nos cuenta Mackencie del sargento español, que cogió sin rechistar su capote que le servía de colchón y manta y su macuto que lo hacía de almohada; la anotación de Disraeli sobre las tablas y esteros para que duerman los viajeros; o, por fin, la expresa alusión de Merinmé a los bancos de madera como única riqueza del establecimiento. Todo ello, insisto, nos puede conducir al porqué de la denominación de la calle en la que se encontraban la mayoría de las Posadas de nuestro pueblo, como “Calle de Los Bancos”.

Sin perjuicio  de anotar la curiosidad de que en los documentos de la Catedral de Málaga, referentes a la visita para las confirmaciones del Obispo de Málaga, Diego de Toro en  1726, (en los que se denominan las once calles para relación de los confirmados) no se menciona la calle Corral, y sí la de los Bancos, lo que pudiera hacer pensar que aquella formase parte de ésta, la conclusión a la que llego se refuerza por las acepciones de los vocablos “camas” y “bancos”. “Banco” en su última acepción, en la RAE y en MM, es “cama”, por lo que es posible que, al ser la calle que acogía a las dos únicas posadas al principio y a la casi totalidad más adelante, se la denominase como aquella en la que estaban las camas para descanso de los viajeros y, como estas no se utilizaban, de los bancos o tablas en donde reposar.

Debe rechazarse que la referencia tenga que ver con los bancos o establecimiento público de crédito, porque su denominación es anterior (la anotación más antigua que tengo de “calle de los Bancos” es de 1703) a la creación del primer banco español, el de San Carlos, la inicial entidad bancaria española creada por Carlos III el 2 de julio de 1782.

Una posible derivada sería la de considerar esta denominación como proveniente de los bancos, talleres de herrador, por estar en ella ubicada la “herraduría” del pueblo(digo así, aunque no lo recoge el DRAE, porque "herrería" es el taller del herrero, no del herrador). Como ya dije en mi Zorrera “A pesar de los calores”, en julio pasado, era costumbre la utilización de maderos gruesos escuadrados que se colocaban horizontalmente sobre cuatro pies y servían como de mesa para muchas labores de los carpinteros, cerrajeros, herreros, herradores y otros artesanos, que sabemos existían en la calle. En opinión de Paco Benítez -que vive precisamente en donde Odón Sandaza ejercía su oficio de herrador-  posiblemente el nombre de la calle se deba a la existencia de los referidos "bancos" para herrar las caballerías, que debieron existir algunos más ya que era lógico le existencia de estos establecimientos junto a las posadas, con la finalidad de atender a los animales que utilizaban para sus desplazamientos. Esto explica asimismo la existencia de, por lo menos, dos talabarterías, la de Gálvez o los Patas en la calle Bancos y la de Nicolás, el talabartero, en la calle Corral, cercana al Parador. Mas recientemente Edmundo Sandaza herraba caballerías en los bajos de su casa, Bancos 11. En la de Odón, numero. 29 actual, existen todavía las anillas donde se ataban a las bestias y en los bajos -entrando por el portón que hay entre las casas 23 y 25, que yo creo que era donde se inciaba el llamado Camino del Cenicero que se unía al Camino de Ronda que venía de la Tenería-  existían unas espaciosas cuadras donde pasaban las noches los animales y en cuya puerta se efectuaba el arreglo de los mismos. Todavía existe una especie de panoplia -posiblemente de escayola- junto a la chimenea de la casa con unos motivos de caballería, árbol genealógico y una especie de escudo rectangular que contiene una casa, un ciprés y posiblemente un moral. Algo verdaderamente interesante, que Benitez ha tenido la amabilidad de permitirme fotografiar.

Así es que, sobre la base de que nuestra calle toma su denominación de los dos establecimientos que, en 1754, regentaba D. Rodrigo Soriano y, posteriormente, de los numerosos que después reseñaremos,  en los que se ofrecían tablas, planchas de madera, taburetes o simple bancos en donde colocar los colchones de paja que sirvieran de descanso al personal principal (el resto se servia de sus atuendos y de los de sus caballerías para reposar, en la sala común), vamos a intentar describir y ubicar las Posadas, Paradores y establecimientos de que nos hablan los viajeros románticos y nuestros asiento registrales.

Para algunos de los datos anteriores, ver el siguiente reportaje:

https://picasaweb.google.com/salvadormartindm/LASPOSADASI?authkey=Gv1sRgCOrV3d29z8HVeA#

 

NOTA.- Este artículo, continuará en una nueva entrega, dado que las fotos digitales hacen aconsejable dividirlo en dos partes.

Espero poder dar noticias de las Posadas de La Estrella, los Nietos, Nueva de los Molina, de Suarez, del Rosario, de Don Rodrigo Soriano/Cañamaque/Valcarcer/ De Moya/Soriano, segundo Mesón, de los Llinas, del Sol, de la Paz, de Oriente, de Ronda, Fonda Andaluza, Hotel Inglés o el Parador de los Ingleses. Lo más dificil, conseguir determinar la ubicación de estos diecisiete establecimientos.

NOTA ADICIONAL.- Al releer los dos artículos sobre las Posadas, observo que las numerosas notas a pie de página que aclaran algunos extremos del texto, no aparecen en la página web, sin que sepa el motivo, que tendré que consultar con mi wesmaster.