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Un cuento bucólico del Gaucín del siglo XVII PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Miércoles, 19 de Septiembre de 2007 17:08


En una visita –que hice junto a mi primo y cuñado Teodoro de Molina- a la Biblioteca Municipal de Estepona, tuve el gusto de consultar los variados libros del investigador local F. Javier Albertos Carrasco que se exhiben en uno de sus anaqueles, libros de la más distinta temática y con el denominador común de referirse a aspectos relacionados con la Villa de Estepona y ser escritos con el entusiasmo que es característica de tan lúcido estudioso de la historia de su pueblo.

 

Entre ellos, me encontré con uno dedicado a la novela El premio de la Constancia y Pastores de Sierra Bermeja, de tema pastoril (una de las últimas de este género) y que fue escrita por un sobrino de Vicente Espinal, llamado Jacinto de Espinel Adorno, natural de Manilva, y cuya primera edición data de 1620.

 

 

Paisaje bucólico del Genal y el Peñón, desde Gaucín

 

Como se sabe, la escisión del antiguo verso castellano de dieciséis sílabas, dio origen al octosílabo que se impone desde mediados del siglo XIV. Alfonso XI, a fines de dicho siglo, escribe en cuartetas octosilábicas, también lo hace Alfonso el Sabio y, posteriormente, el Arcipreste de Hita. Faltaba la estrofa como entidad, como grupo completo de versos y la poesía enfrenta la monotonía evidente de la cuaderna vía y la elementalidad de los viejos romances. Por todo ello, cobra señaladísima importancia la ruptura en dos del verso de dieciséis sílabas que origina la creación de la cuarteta octosilábica de uso general a fines del siglo XVI. Junto con la aparición del octosílabo y la cuarteta octosilábica, hay otras referencias que apuntan a la creación de la décima castellana, la décima o espinela –forma poética que sustituye al octosílabo- debida a Vicente Espinel, aunque existe gran discrepancia sobre ello Tomas Naharro llega a reconocer que "la estrofa octosilábica conocida por antonomasia con el nombre de décima no se divulgó hasta la aparición del libro "Diversas Rimas" de Vicente Espinel, publicado en 1591", pero fue Lope de Vega quien en su libro "La circe" que data de 1624 el que creó el nombre de espinela: "no parezca novedad - argumentaba - llamar espinelas a las décimas, que éste es su verdadero nombre, derivado del maestro Espinel, su primer inventor". "Pues de Espinel es justo que se llamen - y que su nombre eternamente aclamen" ("Laurel de Apolo"). Por otra parte, Lope reconoce que antes de Espinel la décima existía. Todavía en el siglo XVIII la polémica continuaba. Y he de recordar que, a favor de Espinel, además del importante testimonio de Lope de Vega, está el de Jacinto de Espinel Adorno quien afirma en su novela El premio de la constancia y Pastores de Sierra Bermeja: "Décimas se llaman porque tienen diez versos, y espinelas porque su inventor primero fue aquel insigne ingenio de Vicente Espinel".

Sea como sea, lo cierto es que, a fines de nuestra primera época literaria, empezó a operarse en el género de las ficciones literarias un cambio, iniciándose la verdadera novela que más tarde había de sustituir a los libros de caballería, a cuyo descrédito y ruina tanto contribuyó Cervantes con su inmortal Don Quijote. A una nueva vida, a un cambio de costumbres como el que en la nación se operaba, correspondía la alteración, mejor dicho, la variación en el género de las ficciones literarias: de aquí la aparición de la verdadera novela, empezando por la novela pastoril, o sea la Bucólica en prosa, o pastoral, como algunos la llaman, de la que puede decirse que su aparición se debe a las mismas causas que determinaron la de la poesía pastoril De Italia vino a España el gusto por la novela pastoril, que se introdujo en lengua castellana con la Diana enamorada de Jorge de Montemayor, poeta portugués. Después de los continuadores de Montemayor, vinieron sus imitadores, cuyas obras no tienen en paridad verdadero mérito, aunque merece destacarse la Arcadia, de Lope de Vega, ya casi olvidada y otras que siguen a la Diana de Montemayor, como las que citan los estudiosos, entre ellas, la que a nosotros nos ocupa, El premio de la constancia y Pastores de Sierra Bermeja, de Jacinto Espinel Adorno, a cuya obra siguieron ya en España muy pocas de su clase, (debidas a Botello, Quintana y Corral) no aventajándole en mérito ninguna de ellas, ni disfrutando de igual favor por parte del público.

 

 

Portada de la primera edición (1620)

 

Del libro se hizo una inicial edición en el año 1620, del que –según nos dice J. Albertos- se conservan ejemplares sólo en la Biblioteca Nacional de Madrid, en la Bristish Library de Londres, en la University of Pennsylvania de Philadelphia y en Ohio State Unuversity de Columbus. Una segunda edición se hizo en 1894, de la que ya se conservan más ejemplares, uno de ellos en la Academia de la Lengua, cedido en el segundo semestre de 1894 por el Correspondiente Sr. Marqués de Jerez de los Caballeros, según he encontrado en la Biblioteca Virtual Cervantes (Publícala D. Manuel Pérez de Guzmán y Boza, Marqués de Xerez de los Caballeros. Sevilla: Tip. del «Universal», 1894. En 8.º)

Aparte de la bibliografía citada por Albertos, merece estudiarse “El premio de "La constancia y pastores de Sierra Bermeja"- (Madrid, 1620), de Jacinto de Espinel Adorno: la experiencia del más allá”, de Cristina Castillo Martínez (Universidad de Jaén).

 

Su temática se desarrolla como un encuentro entre pastores y pastoras en la Sierra Bermeja, en un lugar llamado Fuente del Azebuche (citado en las pgs. 10v, 24v, 30, 61v, 65, 114v, 132, 134v y 135) A lo largo del texto se citan los lugares de Manilva, Munda, Sierra Bermeja, Monte Calpe, Gibraltar, Gaucín, Río Genal y Ceuta. Esta dividida en cuatro libros, en el segundo de los cuales se encuentra narrado el cuento o anécdota graciosa que voy a transcribir y que ocupa las páginas 52 a 54 del original que incluye Albertos en su trabajo.

 

La narración la hace a los Pastores de Sierra Bermeja un tal Arsindo, y nos dice que en su afan de irse “a holgar a aquella insigne ciudad que es llaue de España, cuyo sitio está en el celebrado Calpe por ver las armadas que entonces estauan juntas en su baia”, había decidido a irse con ciertos amigo a dicha ciudad (se refiere a Gibraltar). Así es que, después de vencer la resistencia de sus tíos, con los que vivía, “partime antes de amanecer, y fuyme mi camino con grandísima alegría y contento, auia de pasar por un lugar que se llamaua Gaucin, me sucedió un cuento, que por ser ridículo os tengo que decir. Quando huue acabado decender aquella cuesta agria, y larga de una legua, baxando a un ancho llano, que a orilla del río Genal se haze, encontré un pastor que lleuaua de comer una olla de tassajos de vaca, que por estar cerca de la venta que allí está, la auia enviado a cozer, y a que la aliñasse la ventera: el pastor al parecer tan simple como ignorante: y según lo mostró fue verdad…”

 

 

Páginas donde se inserta el relato

 

El autor, como se ve, conocía el terreno que nos narra, pues describe con exactitud y en dos palabras, el entorno de Gaucín: la bajada al Genal por la cuesta agria y como de una legua de larga. Y su encuentro con el ignorante pastor (luego veremos que no), en el ancho llano que había y hay a orillas del Genal, lo que me hace presumir que se está refiriendo a los meandros y llanos que se forman, al finalizar las angosturas de las huertas de Badillo y lindantes, y salir a las claridades de la Huerta Grande, de los Calvente, y al Molino de Abajo, por donde tradicionalmente vadeaban el río los pastores, arrieros y contrabandistas. Y, por lo que nos dice el narrador, cerca de la Venta de la Carrasca, a unos pasos del ancho llano, a donde había ido el simple pastor a que le aliñase y cociera la ventera la olla de tasajos, los ricos pedazos de carne secos y salados o acecinados para su conserva, que era vianda común del pastoreo en aquellos tiempos.

 

Pero, continuemos con el relato de la anécdota:

 

Era aquello tal como a la una del día, y yo como auia salido aquella mañana de mi tierra, y con la priesa que lleuaua, no me auia parado a comer en ninguna parte, metida la cudicia en el cuerpo, assi como le vi, le dixe, guarde os Dios, buen hombre, y el me respondió, Dios venga con el señor: preguntele que donde yua, y respondiome, aquí a mi cabaña, que esta cerca, y lleuo la comida para que coman, y es una olla de tassajos, y por Dios casi voy andando de mala gana, porque me va dando el vaho de la olla en las narizes, y yo lleuo hambre, y me la quisiera comer, mas por no tener algunas vozes con los compañeros, no he puesto por execución este pensamiento. Buen remedio, dixe yo riendo, aquí traygo pan blanco y vino bueno en estas alforgas, sentémonos de conformidad y comámonosla. Pues que tengo que dezirles yo, respondió el, a mis compañeros. Dezirles, dixe yo, que quemaua tanto la olla, que fue forsoso ponerla en el suelo, y como la pussites de priesa se os derramó, y que no pudisteys coger mas del caldo. Alto pues, dixo yo soy contento, aueis dicho muy bien: digo que soys hombre de grande seso. Dixo esto con tanta simplicidad, que me obligó a creerle y apearme de la mula, y sentar rancho en un pradico cerca del río, comámonos nuestra olla, digo la carne sola: y después de auer acabado, nos levantamos, y dixe yo, mucho os agradezco el buen término que conmigo aueis tenido, yo os lo pagaré algún día. Despidiose de mi, y dexele adelantar, diziéndome quedaua a cierto negocio. Fuime luego detrás del para ver en que paraua, llego a la cabaña, que estaua cerca del camino, a quien salieron a recibir los Pastores con alegría, por deuer de tener hambre. Llegaronse a la mesa, que ya estaua puesta, y cercándose todos alrededor de ella pusieron de aquellos ginetes, o panes que ellos comen, y puesto un grande dornillo en la mesa con muchas sopas, donde hecharon el caldo, y luego taparon la olla, porque la carne no se enfriase, ya a todo esto estaua yo destras de una retama mirando el fin del negocio, acabaron de comer sus sopas, y luego uno muy bullicioso fue a echar la carne, y dixo: Bendito Dios que hemos llegado a comer unos tasajos como estos, mas como la boluio boca abaxo, y no cayó nada, miro con gran fatiga la olla, y al Pastor que la auia lleuado; el cual dixo: Que me mirays? Respondió el otro. No quereys que os mire si no viene ninguna cosa de carne. Como no, respondió el Pastor simple: Mira bien esos rincones, quisas estará escondida en alguno dellos. Respondió el otro: Miraos vos en vuestras tripas, y os la hallareys que no puede ser menos: dixo otro que se hizo esta carne? El respondió con muy buen semblante. Mirad, habeys de saber que como venia la olla quemando, la puse en el suelo, y derramose de modo que no cogia más que el caldo. Que lindo loco por vida mía, respondió otro: ya que no hay remedio en esto, lo que podemos hazer es, que pues nos han dado mala comida, comiéndose la carne, hagamos que la dixiera bien en el cuerpo: manteémoslo y será lo mejor. Bien dezis, respondieron todos. Levantase a uno y acogen a mi bueno de mi Pastór en una manta grande, y comiénsanlo a mantear. Yo que vi aquello, cogí mi mula, y en un momento subí en ella, y comensela a picar con cuydado, porque no dixesse que yo se lo auia dicho, y se les antojasse mantearme también a mi. Anduue con mi mula muy apriesa: aunque de quando en quando voluia la cabesa, y vi a mi bueno de mi pastor subir tan alto, que pienso no quedó para poderse tener en muchos días: y yo fui aquella noche a dormir bien tarde a Gibraltar. Rieronse mucho del cuento, y dixo Felino: No ay por acá esos simples, que yo prometo que todos antes picamos de maliciosos. Digo que está bien, dixo Senicio, pero no interrumpays la historia. Prosígase, dixo Arselio. Como digo, dixo Arsindo, llegué aquella noche a Gibraltar, y fuyme a una posada donde descansé con mucho gusto….”

 

 

El Castillo de Gaucín, desde el Genal

 

 

Y así continua su camino el tal Arsindo. Y nosotros, nos quedamos con el gusto de saber que en el año 1620, nuestro pueblo fue escenario, a lo lejos, de la historia de un pastor que supo dar buena cuenta de la olla de tasajos de vaca que había cocido y condimentado la ventera de la Carrasca, en los llanos del Genal.