Escrito por Salvador
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Miércoles, 15 de Julio de 2015 00:05 |
Ya los viejos de voz cansada sólo podemos acariciar con dedos amarillos y arrugados.
Andar con lentitud todos los caminos, con el olor ocre del atardecer.
Y hablar, desde allá lejos, de alucinaciones y tristezas, de fábulas que nadie cree. Ni tan siquiera los nietos las atienden en sus oídos ausentes.
Quizá se nos permita soñar en los amaneceres interminables cuando nos rinden los sueños que no llegan.
Quizá bajar una cortina sobre el espejo que refleja la soledad de las ausencias.
Es igual: la historia de nuestra doliente historia a nadie interesa.
Sólo nos queda un silencio entrañable, en el borde mismo de nuestro adiós.
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