(Nota aclaratoria al intento poético que sigue. Cuando publicó la Hermandad mi libro “El Santo Niño Dios de Gaucín como esencia de un pueblo”, en la contraportada se incluyó el cuadro mío que a continuación inserto en el texto –una excepción en mi pintura realista, reflejo de los paisajes y las cales de nuestro pueblo o las caras surcadas por el trabajo y el dolor de mis personajes- que parecía un rompecabezas, y en realidad lo es. Intenté, de todos modos, explicarme en las palabras que pronuncié en su presentación y, ahora, lo pretendo de nuevo dándole esta forma narrativa.) Todo está casi dicho, como si de un horizonte de los nuestros se tratara.
En el laberinto de la vida aparece el Caminante –rojo violinista de músicas celestiales- rodeado de los cuatro elementos que conforman la existencia y nos desbordan en la historia milenaria de nosotros mismos: agua, aire, fuego y tierra.
Agua… El azul celúreo, siempre presente: contemplación, espiritualidad, sabiduría. Canto saltarín del agua cristalina de la Adelfilla, sedante que induce a la quietud y, en su frialdad, nos ayuda a alejarnos en el espacio. Aire…
Grises, azules, malvas y rojos, impulso para configurar el espacio de nuestros siderales encuentros. El rojo color: la vida, la regeneración y la energía y, al otro lado, el dolor, la violencia y la muerte. Viene del desierto, como el ocre amarillento, y es símbolo de vida, de Gaucín hacia Granada, hasta la consumación de los siglos sin fin. Fuego… Lava amorosa que del Hacho brota a modo del inolvidable naranja. Bello sustantivo de raíces árabes como las nuestras. Color del alba y del crepúsculo, deudor de sus primarios: fuerte y estridente como el rojo fuego, y delicado y solar como el amarillo. Ay, dulce rojo que trasluce la calidez mediterránea de nuestras vidas. Tierra…. Los amarillos amalgamados con los marrones que nos ofrece el terruño pobre de nuestros montes. Paisajes otoñales, cuando el septiembre se nos viene y se oculta cansado del estío, como Juan Ciudad al pisar La Limas y sus senderos. Aire…agua…fuego…tierra:
Síntesis de colores en un cuadro, al Encuentro del Niño: aposentador de colores en una paleta recia, para siempre alegre. La luz como premio al perdón y al olvido. ¿Quién me cambió el corazón a la ternura? De Juan Ciudad, la santa locura |