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Escrito por Salvador   
Lunes, 01 de Diciembre de 2008 14:18

 

(Nota aclaratoria al intento poético que sigue. Cuando publicó la Hermandad mi libro “El Santo Niño Dios de Gaucín como esencia de un pueblo”, en la contraportada se incluyó el cuadro mío que a continuación inserto en el texto –una excepción en mi pintura realista, reflejo de los paisajes y las cales de nuestro pueblo o las caras surcadas por el trabajo y el dolor de mis personajes- que parecía un rompecabezas, y en realidad lo es. Intenté, de todos modos, explicarme en las palabras que pronuncié en su presentación y, ahora, lo pretendo de nuevo dándole esta forma narrativa.)


 
Todo está casi dicho,
como si de un horizonte
de los nuestros se tratara.


En el laberinto de la vida
aparece el Caminante
–rojo violinista de músicas celestiales-
rodeado de los cuatro elementos
que conforman la existencia
y nos desbordan
en la historia milenaria
de nosotros mismos:
agua, aire, fuego y tierra.

 

 

Agua…

El azul celúreo, siempre presente:
contemplación, espiritualidad, sabiduría.
Canto saltarín del agua cristalina
de la Adelfilla, 
sedante que induce a la quietud
y, en su frialdad, nos ayuda
a alejarnos en el espacio. 


Aire…

Grises, azules, malvas y rojos,
impulso para configurar el espacio
de nuestros siderales encuentros.
El rojo color:
la vida, la regeneración y la energía
y, al otro lado,
el dolor, la violencia y la muerte.
Viene del desierto, como el ocre amarillento,
y es símbolo de vida,
de Gaucín hacia Granada,
hasta la consumación de los siglos sin fin.

 

Fuego…

Lava amorosa que del Hacho brota
a modo del inolvidable naranja.
Bello sustantivo de raíces árabes
como las nuestras.
Color del alba y del crepúsculo,
deudor de sus primarios:
fuerte y estridente como el rojo fuego,
y delicado y solar como el amarillo.

Ay, dulce rojo  que trasluce
la calidez mediterránea de nuestras vidas.

 

Tierra….

Los amarillos amalgamados con los marrones
que nos ofrece el terruño pobre
de nuestros montes.
Paisajes otoñales,
cuando el septiembre se nos viene
y se oculta cansado del estío,
como Juan Ciudad
al pisar La Limas y sus senderos.


Aire…agua…fuego…tierra:

Síntesis de colores en un cuadro,
al Encuentro del Niño:
aposentador de colores
en una paleta recia,
para siempre alegre.

La luz como premio
al perdón y al olvido.
¿Quién me cambió
el corazón a la ternura?

De Juan Ciudad, la santa locura