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Escrito por Salvador |
Sábado, 18 de Julio de 2009 10:42 |
Lo mismo que hice con los haikus de mi 75 cumpleaños, voy a unir en un solo poemario los siete que subí por separado, día a día. Creo que ello facilita su lectura y comprensión: los recuerdos, deseos, frustraciones y esperanzas de toda una vida escritos para dicha efemérides: una gota de dudas y vacilaciones. Voy a suprimir del índice los cinco Aniversarios (272 visitas) y los siete Cumpleaños (468 visitas) independientes, al dejar estos dos poemas conjuntos.Perdón y gracias. 1.- Mentiría si dijera que ya no tiene arreglo. Estoy seguro de que me iré de un momento a otro y no quisiera hacerlo con las ilusiones vacías. Pero sí que me constan las falsedades de cada día. Podría arreglar algo si volviese una mirada al ciego entendimiento de aquellos amores. Me vendrían de nuevo los fríos y sus calores. Cuantas palabras no dichas y las miradas perdidas en el vacío. En el vacío perdidas. Mientras tus manos suplicantes mantienen sus ojos bien abiertos. Mentiría si dijera que ya no tiene arreglo. 2.- Percibo un débil y amargo regusto, como pecado de juventud. Todas mis baladronadas se convierten en polvo más penetrante que mi propia muerte. Un silencio profundo de tantos abandonos, mientras las palmas se baten inútilmente. Y, sin embargo, antes de que el alba desperezara sus brazos y engendrara mi desidia, ya te deseaba. 3.- Qué fatiga tan inútil estos largos años de afectaciones, orgullos y presunciones que vuelan en pesadas alas. En todo caso, posiblemente me ayude a calcular la sensatez de mi corazón, para volver el júbilo y la dulzura de saborear la sencillez. 4.- El silencio sin palabras que trasporta la vejez. El runrún que te adormece en el suave vaivén de la silla de ruedas. La palabra del silencio regresa a mis comienzos sin poder decirme nada. Salvo los tópicos de costumbre en el trampolín de los colores 5.- Cinco miembros tiene mi cuerpo y cinco partes una planta, el pentágono y la estrella: Pentagrama del alma. Cinco ventanas al olvido por donde se escapan al bosque de estrellas fugaces tus simulados suspiros. Los míos se esculpen sobre tu piel tersa y fría, dibujados por el beso itinerante de mis deseos. 6.- Me gusta volver a mis niñeces donde todo era nuevo en el regazo de mi madre. Tiempos en que era un dios mi padre, bien que a mi lado, cercano como el corazón diario. Y recordar privaciones y cenas junto a interminables letanías, de caricias y esperanzas. Cuantas ilusiones inalcanzadas, qué de sueños sin rematar: flores y plantas perfumadas. Y, más tarde, sin romper con la raíz, el vuelo esperanzado y único de todos, para trazar sus propias páginas. Las mías eran cadenciosas, llenas de risas y esperanzas, algunas borrosas por un leve llanto. 7.- ¿Qué me espera ahora? Para liberar lo porvenir no deseo mucho, si acaso una mano abierta a la acogida. Un fuego viejo que reavive y todavía deje rescoldos como adioses sin cenizas. El espejo de mis hijos, la promesa de mis nietos. Hay que imaginarlos de nuevo, cincelarlos de briznas de amor. Para que soplen sus propias e irrenunciables brisas hacia el horizonte. Y tu, nieve de todos los astros, golpea, sigue golpeando mi frente para que me recuerde para siempre cuanto te amo. Mientras acaricio tu mano arrugada. Y, para el final de todo, saborear en derredor para inventar otros versos, con los ojos abiertos a lo que me rodee. Sin nublarlos ni un instante hasta deciros adiós, hasta luego. Y, cuando llegue el más allá del final, me conformaría con preguntar indeciso: “¿Estás ahí?” |