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Escrito por Salvador   
Viernes, 31 de Diciembre de 2010 00:31

Cuando el año se va, lo despido con un regusto amargo, a mi pesar.

 

Sobre la base de las casas que dormitan sueños

la montaña reverbera a contraluz

bajo el cielo hecho, probablemente,

de jirones grises aunque, en el fondo,

es de un azul horizonte que llora silencioso.

 

Vuela un ave de amplia capa negra

sobre mi balcón inútil, mientras

me duelo como un vértigo al no poder retener

la tranquilidad cuando te miro,

después de tantos caminos sin continuidad.

 

Aquí estoy, inerte: a la espera de lo que pueda llegar,

entre las voces sin sentido

que mueven la noria de las vanidades.

Por mucho que lo intente

no soy capaz de evocar algo.

 

Y, sin embargo, yo

sí que necesito de tus raíces.

Incluso, ahora, en que me flagela

el descarnado aire y me  siento indiferente

a la monotonía de los años que pasan. Y pasan.

 

Quizá no haya nada para brotar porque

no hubo nada en las entrañas mismas.

Como si en las bóvedas del cielo

-allá en las catedrales de los vientos-

sólo hubiera nada, nada de nada, y menos

 

Inocente, como pudiera parecerlo

el vuelo saltarín del gorrión en las ramas de tus anhelos,

he perdido la memoria de las cosas cercanas

y de aquellas promesas lejanas

tampoco recuerdo sus ruinas.

 

Ha llegado la hora de pedir la cuenta

y me encuentro como si estuviera delante

de un umbral que nunca se traspasa,

de tanto como pesan las alas de mis pies.

En el susurro de tantas palabras quebradas.