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Volvió a preguntarme PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Sábado, 26 de Marzo de 2011 22:13

 

El último día del pasado año, exactamente,  subí a esta página mi último intento poético –“Nada”- no exento de un regusto amargo, pues, como allí decía, “Por mucho que lo intente / no soy capaz de evocar algo. / Como si en las bóvedas del cielo / -allá en las catedrales de los vientos- / sólo hubiera nada, nada de nada, y menos”. Pues, bien, después de casi tres meses sigo “como si estuviera delante / de un umbral que nunca se traspasa, / de tanto como pesan las alas de mis pies”

Pero, como ya es hora de decir algo desde lo más íntimo, me atrevo a intentarlo de nuevo. Me hubiera gustado que éste –que hace cabalmente el número 100 en “Mi Poesía”- fuera más alegre. No ha podido ser. Sigo preguntándome por dónde estoy.

 

 

El río discurre hacia atrás en busca de las llagas

de un desierto sin oasis. El horizonte -que se diluye

en las tinieblas del tiempo- escudriña las húmedas raíces,

en un intento de mancillar la tenue luna,

mientras las montañas esconden sus rizos eternos.

Y saltan las piedras troqueladas por el relámpago

como una historia partida en dos trozos.

 

 

 

 

¡Ay, cuantos besos perdidos!

Llevo días sin ser capaz de interrogarme.

Quizá meses de inconsciencia lacerante.

¿Dónde estoy en este crepúsculo vacante?

 

 

 

 

Mientras nado en la contracorriente de la indiferencia.

¡Cuantas ausencias carentes de susurros!

Y, sobre todo, cuanta incomprensión

en las huecas palabras del atardecer.

Es como sentir los pies fríos al acostarte,

mientras la sonrisa traicionera marcar el vacío

sobre la almohada del tiempo ido

 

 

 

 

Carne, huesos, agua,  -mi cuerpo-

detrás de mi alma con pasos

vacilantes,  entre deseos

y lúgubres  ilusiones.

 

 

 

 

Anclado sin Norte como si fuera una bebida laight,

como si ya nadie creyera en mis mentiras,

como si quedaran años para que la placenta saliera.

Así, me había perdido medio siglo en vaguedades

a la par que se teñían de azules los ribetes de mi alma.

Sin embargo, el aire bañó las sequedades de las rocas

Y un simple gesto hizo temblar los cimientos de la nada.

 

 

 

 

La palabra sanadora,

el verbo sin negras nubes,

sin vacíos ni simas,

volvió a preguntarme

¿Dónde están los ojos,

tus brillantes ojos

de alegrías y de penas?