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Escrito por Salvador   
Jueves, 22 de Septiembre de 2011 18:15

 

Nos hemos visto estos días de soles y penumbras

en el alma vacía y abandonada de tus calles,

en la blanca soledad, rociada en ondas amarillas de las flores rojas,

a pesar de no saber de dónde venía el aroma a madreselva.


Pero mis pies se guiaban por tus deseos.




Yo dormía sobre tus tejas árabes,

la mirada perdida en el triángulo del Hacho

y una congoja de infinitos y viejos ojos

averiguando mis pensamientos.


Pero mi contemplación reposaba  en tus orillas.




Nada puedo decirte de tus tardes plateadas

que huían con parsimoniosa parquedad

en busca del horizonte bañado de sales,

allá a lo lejos entre montañas y mares.


Pero mis sueños hacia el Genal volaban desbocados.




En lo más alto de mis recuerdos habita,

entre rocas grises y pétreas defensas, el fantasma

de aquel puñal esgrimido con jactancia en otras almenas,

trocado en tus Prados de León en lanza justiciera.


Pero mi perdón y mi olvido claman misericordia.




Desnudo subiré hasta tu Ermita para despojarme de vestidos

y romper las ataduras en las falsas volutas de tus paredes

que me impiden el camino. Para asirme, entre estucos y escayolas,

a vivir desasido la vida como en el más dulce de los panales.


Pero me costará los sudores de una flor romper los hilos.




Presiento que estos ojos nunca jamás volverán a verte,

ni alcanzaré a oírte en el rumor de tus fuentes,

sin poder de nuevo embriagarme con el olor a sol de tus pétalos de rosa,

incapaz de paladear los sabores de tus mujeres y tus cosas.



¿Cómo beber en tus ojos infinitos?

¡Si al menos pudiera tocarte levemente,

al sonido del compás y lentamente,

me convertiría en lazarillo de tus ritmos!