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En la vieja estación |
Escrito por Salvador |
Martes, 03 de Enero de 2012 01:35 |
Me recuerdo en los andenes de la estación, frente a Las Buitreras...
La tarde intenta huir por la cristalera en busca de mis sueños y me encuentro, de repente, vacío, en la esquina del atardecer, sin saber que hacer, sin tan siquiera respirar, adormecido en los párpados cansados y semiabiertos a la obscuridad del viejo café. Suena melancólica la música de jazz y se abrazan tiernamente el clarinete que nerviosea y el bajo machacón y cansino, como si hermoseara la languidez de mis abismos con la inerte realidad de los silencios. Muy lentamente… Y no tengo ni periódico, que ojearon otros antes que yo y me dejaran sin blanco sobre negro, sin una línea en qué leer: sin negro a quien echar la culpa y sin blanco a quien compadecer. Sólo me queda abrazar mi maleta de cartón escocés en la lejana estación. En el aire, la vocecilla meliflua del ministro de turno me zarandea mientras habla de lo que dice que domina y me viene a la memoria la triste cantina de mi juventud, desvencijada con su olor a ajo y mastuerzo y, en aquel salón vacío, la cantinera espera tras el mostrador de madera… Como la de pino que usaban para aparejar los ataúdes antes de vestirlos de negro. Así me siento: viejo y desvalido, desprovisto de los olores a tabaco y humedad. Y tras los cristales del gris atardecer me parece oír el chorro de agua sobre la renqueante maquina del tren, mientras suena la campana de gorra negra y roja. Sólo me falta el canto de la niña con su “adiós señor buen viaje, que usted lo pase muy bien”, para pensar que todo es, felizmente, un sueño.
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